Comisarias del pasado

La colección pública de patrimonio industrial vasco descansa en la antigua fábrica de Konsoni, donde tres historiadoras ofrecen visitas y custodian las más de 2.000 piezas.

Patrimonio Industrial Ribera Deusto Konson

Insisten en que no es un museo, sino un almacén. Ainara Martínez, María Romano y Amaia Apraiz son historiadoras y las máquinas les apasionan. Tanto que, ante el olvido del Gobierno vasco de crear un museo del patrimonio industrial, solicitaron hacerse cargo de dicho patrimonio, instauraron unas visitas guiadas por la antigua fábrica de Konsoni desde el pasado septiembre y restauran los cachivaches que se amontonaban desde 1983.

Pasear por una nave industrial atiborrada de pasado evoca melancolía. Cierta decadencia sonora a medida que las comisarias hablan por las máquinas: “Esta tejedora de 1801, con tarjetas perforadas para crear patrones textiles, es el origen de la informática”, explican. Al ver de cerca la tarjeta, se entiende la relación con los microchips. “Los objetos pueden parecer fríos y estáticos, pero nos ayudan a hablar de las personas y de lo que somos, de cómo hemos llegado a tener las condiciones que tenemos y de las luchas de las personas que ha habido detrás”, indica Martínez.

Una máquina de coser encastrada en una mesa de madera con marquetería sirve para explicar que en Alfa, la primera cooperativa del Estado, creada en 1920 en Eibar tras una larga huelga, incluyó una normativa por la que las obreras que fabricaban máquinas de coser trabajarían siete horas y cobrarían ocho. La octava hora pagada no era regalada, sino que la cooperativa consideró que remunerar el trabajo doméstico redundaría en el mejor funcionamiento de los cooperativistas varones. “No lo podemos juzgar con la visión de 2019, pero fue una normativa pionera que inspiró la legislación de conciliación laboral antes de la Guerra Civil”, apuntan las historiadoras, todas ellas parte activa de la asociación Ikusmira Ondarea.

Antes de la llegada de obreras a las fábricas de máquinas de coser y de bicicletas, las mujeres habían trabajado en casa en el sector armero. “No queda constancia documental, pero era un secreto a voces. Por el cañón de la escopeta, sabían hacer el cuadro. Por la culata, la pieza triangular del sillín. Y como sabían hacer el mecanismo de disparo, podían ensamblar los ejes y resortes necesarios para que la bici se moviera”. La bici de Eibar descansa en una columna de Konsoni. Parece que puede usarse. “Casi todas las máquinas pueden funcionar”, indica Martínez. Junto con un ingeniero de la asociación acaban de arreglar una cableadora de acero —una máquina de gran envergadura que fabricó los cables que sostienen el transbordador del Puente Colgante de Portugalete—. “No hay mayor gratificación que arreglar una máquina”, afirma orgullosa.

Martínez está convencida de la existencia de la obsolescencia programada. “Este lugar es la confirmación”, y señala la rotativa que William Randolph Hearst, el Ciudadano Kane de Orson Welles, le regaló a Ramón de la Sota. “Estuvo tirando periódicos desde 1898 en Chicago hasta 1983 en Bilbao, y hoy podría volver a imprimir perfectamente”.

De entre las 2.000 máquinas de este depósito, el camión de bomberos de la Naval es la preferida de Ainara Martínez. Este transporte de urgencia supuso un salto cualitativo en la seguridad laboral de los astilleros. Lo fabricaron con los materiales que usaban para armar navíos: con latón, chapa y madera, junto con una bomba de agua de patente francesa. “Funcionó tan bien, que después fabricaron decenas para venderlos a otras empresas”.

En 1983 el Gobierno vasco propuso crear un museo del patrimonio industrial vasco. Para ello fue recopilando piezas y guardándolas, primero en los talleres de Orconera de Lutxana, ahora en la Ribera de Deusto de Bilbao. Nunca más se supo de esa idea abandonada entre proyectos que reportan ganancias. Mientras, esta colección del Gobierno vasco, que es la segunda más importante del Estado, por detrás de Catalunya, se puede visitar cada tarde de viernes, con cita previa —y una larga lista de espera—, gracias al trabajo de la asociación Ikusmira Ondarea.

EL SALTO-HORDAGO

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