La muerte de Patrícia Gabancho

La noticia de la muerte de Patrícia Gabancho me ha cogido completamente desprevenido. No sabia nada de su enfermedad de pulmón. Ella era tan discreta que no hablaba nunca de este asunto, más allá de las personas de su círculo íntimo. Yo, como es lógico por el talante ideológico que nos unía, compartí muchos actos por toda Cataluña defendiendo siempre la lengua y los derechos nacionales del país. Recuerdo que fue especialmente emotivo el acto celebrado el 12 de septiembre de 2009, en Arenys de Munt, justo la noche antes de la consulta por la independencia que se había de celebrar en ese municipio. Con un Centro Moral abarrotado, Patricia y yo, en compañía de otras personas, hicimos un parlamento vinculado a la importancia del momento. Era sólo una consulta de carácter local y no vinculante, pero la historia ha demostrado hasta qué punto fue trascendente, ya que su ejemplo se extendió de inmediato por toda Cataluña y se convirtió en el embrión de todo lo que ha venido después. Por ello, desde entonces, siempre he pedido que, una vez alcanzado el objetivo, Arenys de Munt sea considerada oficialmente ‘capital honorífica de la independencia de Cataluña’.

En 2008, un año antes de aquella consulta, yo había escogido a Patricia como uno de los personajes de mi libro ‘Nosaltres, els catalans’ (‘Nosotros, los catalanes’). El libro, que figura hoy en muchas aulas de acogida por los valores integradores que defiende, era un paseo por los cinco continentes en compañía de veinte personas no nacidas en nuestro país que hablaban de su país de origen y de cómo habían abrazado libremente la catalanidad. El apartado que dediqué a Patricia, treinta y ocho páginas, era el más largo de todos.

Nuestra conversación, en su piso de la calle de Numancia de Barcelona, duró dos horas y media y fue interesantísima, porque, después de decirme que siempre había sido reacia a hablar de las circunstancias que la trajeron a Cataluña, me terminó explicando que a la edad de once años, después de ver la película ‘Mourir à Madrid’, de Frédéric Rossif, se interesó por la historia de España. Cogió un libro de Salvador de Madariaga y le extrañó que, a partir de la confederación catalanoaragonesa, Cataluña ya no apareciera hasta los días de la República. “Que raro”, pensó. No se explicaba que en todos aquellos siglos Cataluña se hubiera vuelto invisible, como si hubiera dejado de existir. Fue a raíz de eso, con la sensación de que España le ocultaba algo, por lo que se dirigió a dos entidades catalanas de la Argentina: el Casal Catalán y la Obra Cultural Catalana. En esta segunda le facilitaron el libro ‘Historia de Cataluña’, de Ferran Soldevila, editado en México en 1947, y al cabo de unos días, con la lectura terminada y emocionada por completo, decidió que iría a la Obra Cultural Catalana cada semana a buscar en ella más libros. Fue allí, pues, donde aprendió catalán. Estaba tan enamorada de Cataluña que su padre le dijo: “Con tanta tabarra como estás dando con Cataluña y los catalanes, quizás vayas a ver qué pasa, ¿no?”

Patricia siempre valoró muchísimo este estímulo de su padre, porque era un estímulo hecho a regañadientes. El hombre sabía que si Patricia se iba, ya no volvería nunca más. Y, sin embargo, le empujó a seguir la llamada de sus anhelos, lo que finalmente aconteció en 1974, cuando tenía veintidós dos años. La percepción era acertada: no hubo retorno.

Fue así, pues, profundizando en la realidad catalana, como Patricia obtuvo una visión inequívoca de la opresión que Cataluña sufría entonces y que sigue sufriendo hoy. Estas palabras me las dijo en su casa aquella tarde de agosto de 2008: “El nacionalismo español es de una intolerancia tremenda, porque quiere modelar a todos según su patrón. Mientras los catalanes no quieren catalanizar a nadie, los españoles quieren españolizar a todos. De modo que se trata de un nacionalismo expansivo, agresivo e intolerante. Por eso los catalanes de cultura española son tan agresivos con Cataluña, y especialmente con la cultura catalana, acla que descalifican constantemente. Necesitan empequeñecerla, condenarla, demostrarse a ellos mismos que tienen razón porque lo que es catalán es una mierda”.

La muerte prematura de Patrícia Gabancho es una pérdida muy grande para el país, como también lo fue la de Muriel Casals, en 2016. Patricia sabía que la independencia de Cataluña es inevitable. España puede poner palos en las ruedas, pero es inevitable. Por eso me entristece que una mujer como ella, una catalana de origen argentino que deseó con tanta fuerza vivir en una Cataluña libre, y que contribuyó con tanta energía a hacerlo posible, no pueda acompañarnos en el tramo final del camino. Habrá que tenerlo en cuenta, cuando llegue el momento. Gracias, querida Patricia, por tu nobleza y por las conversaciones con la que enriqueciste mi vida.

EL MÓN