Entrevista en el Limbo. Don Jose Lerga: un hombre cabal

La Voz de la Merindad me envía esta vez al Limbo a entrevistar a un mítico personaje de nuestra comarca. Hombre amado por sus paisanos, temido por sus enemigos, afortunado en la guerra, respetado por su valor, humilde por naturaleza y desprendido hasta la pobreza. Pudo haberlo tenido todo y a todo renunció. Un mariscal manejando una azada y una terrera, por ser fiel a sus principios. Eso y mucho más fue José Lerga, nacido en 1817 y muerto en su mismo pueblo en 1892.
Un tanto sobrecogido por la fama del personaje, pregunto por él en el Limbo y me dicen repetidamente que no quiere salir porque no le gustan las entrevistas. Solo al final, cuando le trasmito que mis bisabuelos estuvieron con él en la batalla de Lácar, se aviene a dedicarme un rato. Lo veo salir con su gesto serio, su bigote cano y una txapela roja que no podría decir de qué guerra fuera. Quizás de todas.
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A la paz de Dios. ¿Qué te trae por aquí mozo?

¿Qué va a ser? Su fama, mi general, si me permite llamarle así. Usted fue un caudillo jornalero, que representó muchas de las ilusiones de este país en el siglo XIX. Sobrecoge todavía leer su autobiografía, apenas seis páginas escritas solo dos días antes de su muerte. ¿Cómo comenzó esa vida tan apasionante?

Pues muy a mi pesar, como suele acaecer. Yo era mocico y trabajaba en el pueblo, iba a la romería Ujué, a la feria de Tafalla… Mi padre era voluntario realista y cuando en 1833 llegó el levantamiento a favor de Carlos V, no lo dudé y me fui voluntario. Al poco me llamó Zumalacárregui y me nombró subteniente de su batallón de Guías, con 16 años y sin estudios militares. Con él anduve extendiendo la guerra por Cataluña, donde recibí mis primeras heridas. Tuvimos muchas victorias, hicimos prisioneros a batallones enteros y me dieron la primera medalla por hacer prisionero a un coronel. Ya era capitán cuando nos rodeó el Ejército y caímos prisioneros. Eran 6000 hombres y nosotros 500. ¿Qué podías hacer?

Fue la primera vez que se libró de ser fusilado…

Sí porque nos cogieron en Huesca, donde se hacia la guerra sin cuartel. No era como en estas cuatro provincias en las que se había firmado con el Gobierno el Convenio Eliot, por el cual no se podían matar prisioneros. Decidieron fusilarnos por clases. El primer día fusilaron al general y los comandantes. Al otro día nos pusieron en capilla a once capitanes, pero llegó la orden de suspender el fusilamiento y nos llevaron andando a Pamplona. Los guiris nos apedrearon en todos los pueblos que pasábamos. Estuve preso once meses, hasta que me canjearon

Según escribió usted, nada más salir de prisión se reincorporó y volvió a las expediciones fuera de Navarra, ¿Por qué ese afán de llevar la guerra al exterior?

Porque en el País Vasconavarro, salvo las cuatro capitales que estaban cercadas, y la Ribera, todo el país estaba en manos carlistas. Incluso funcionaban las aduanas, los puertos, el ferrocarril, la moneda, los correos, los tribunales de Justicia, la universidad Vasconavarra. Había todo un Estado montado, pero había que triunfar en el resto, por eso volví de nuevo al Maestrazgo. Allí me hirieron, y como con la herida supurando no podía montar a caballo, me dieron el mando de una compañía de granaderos. Me volvieron a herir y con el vendaje de la anterior herida me tapé la nueva. Estuve curándome en Cantavieja. Todavía tengo en el cuerpo una bala que nunca pudieron sacarme.

Pero pronto llegó, como usted la llama, “la deshecha”.

Regresé a Navarra de teniente coronel, con apenas 22 años, y volví a la pelea. En el ataque de Monreal me volvieron a herir gravemente. Luego nos llegó la noticia del Abrazo de Vergara, en agosto de 1839. Fue la traición de Maroto, que solo firmaron 3 batallones guipuzcoanos y 8 vizcaínos. El resto, 13 navarros, 6 alaveses y 5 guipuzcoanos, no lo aceptamos, así que tuve que salir para el exilio.

Sí, pero en el exilio no dejó de conspirar…

¿Cómo no hacerlo? Habían quitado los Fueros a Navarra; nos obligaban a ir al servicio militar; los ricos liberales se apoderaban de las tierras comunales de los pueblos; atacaban las tradiciones, la Religión; los mozos no hacían más que emigrar a América… El carlismo era entonces la única salida. Así que pasé en dos ocasiones la frontera con partidas de voluntarios y en las dos tuve que volver a exiliarme. Los franceses nos detuvieron en la frontera y nos llevaron de calabozo en calabozo hasta Suiza. Viendo que ya no había posibilidades, me acogí al indulto y regresé a San Martín de Unx en 1851. De peón caminero.
Cuando estalla la Segunda Guerra carlista usted tenía ya 55 años. ¿No era mucha edad para echarse otra vez el monte?
¡Y si cien años tuviera cien veces saldría! ¿Qué vale la vida si no la puedes vivir de acuerdo a tus ideales? Yo no abandoné la causa, y veía a los mozos con los mismos bríos que yo tenía en la primera sublevación. Así que llegada la orden, nos juntamos una cuadrilla y desarmamos a los diecisiete peseteros que había en San Martin. Con los de otros pueblos fui- hacia Lumbier, pero fuimos dispersados por el Ejército y tuve volver a pasar la frontera. Al exilio por cuarta vez. Regresé la partida de Ollo y al poco tiempo éramos batallones. Luché en Vizcaya, donde me hirieron y me hicieron prisionero, y de nuevo me canjearon. Entonces, el general Ollo me puso al mando a Batallón de Navarra, ya decoronel.

Usted en el 3º Batallón, Teodoro Rada el albañil de Tafalla al mando del 2º. Parece que los peones de esta comarca nacieron para guerreros.
¡Jo, Radica! ¡Qué hombre más valiente!

Hicimos grandes cosas con nuestros batallones, que por cierto, eran en su mayor parte voluntarios de nuestra comarca. Recuerdo la batalla de Santa Bárbara de Mañeru, la de Monte jurra; la de Abárzuza, donde destrozamos al General Concha, al que velaron en el Ayuntamiento de Tafalla… Hicimos correr a ejércitos enteros. La más importante fue la batalla de Lácar, porque estuvimos a punto de agarrar al mocoso de Alfonso XII. Si lo conseguimos, ganamos la guerra. Yo para entonces era Brigadier, y después de lo de Lácar me nombraron Mariscal. A mí me pareció una pasada y renuncié al cargo, pero no me lo admitieron.
Pero era la guerra de locura: las cuatro provincias contra el resto. El Ejército metió por Tafalla un ejército de 60.000 hombres y otros tantos por Vitoria, el mayor contingente de toda su historia. Europa también les dio la espalda ¿cómo podían resistir? Los guiris eran muchos, pero quintos forzados, sin motivación. Los vasconavarros éramos voluntarios, luchábamos en nuestra tierra. La cosa comenzó a jorobarse en marzo de 1874, cuando mataron a los generales Ollo y Radica, mis amigos. ¡Qué desgracia! Ya no fue lo mismo. A mí me nombraron jefe de la primera División de Navarra, y fui jefe militar de la plaza de Estella, la capital del carlismo. Pero no pudimos con la avalancha final y tuve que volver a salir al exilio, esta vez para más de un año.

En sus memorias usted escribe que siguió prestando servicios a la causa “en comisiones delicadísimas” y que al final regresó “a ganarme el pan “ trabajando por las carreteras, con el sentimiento de no haber podido hacer más y de no seguir haciendo por falta de salud”. Usted era Mariscal y los mandos del Ejército Carlista fueron invitados a pasarse al Ejército Nacional manteniéndoles los cargos y los sueldos. El Gobierno liberal estaba empeñado en que un hombre como usted aceptase la Constitución… ¿Qué necesidad tenía, con 60 años de volver de peón caminero?

¿Yo servir a los que había combatido? ¿Me tomas por una orzaya? Hasta tres veces me vino el cónsul español en Bayona a pedirme en nombre del Gobierno que aceptase el nombramiento. Y las tres le contesté lo mismo: “Mientras haya hospitales, no traicionaré mi conciencia”. No llegué al ir al hospital porque, gracias a Dios, de viejo me ayudó mucho el párroco de San Martín, que fue el me hizo escribir mis memorias, dos días antes de venirme al Limbo.

Mire Don José, le he traído un regalo: el listado de los 218 tafalleses que estuvieron a sus órdenes en la División de Navarra.

Gracias pero no me hacía falta. ¿No ves que están todos aquí conmigo? Y nos seguimos preparando: si a veces escucháis truenos ahí abajo, es que por aquí cabalga Radica, en su caballo Gandul.

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