A pesar de que por sus venas corría más sangre vascona que árabe, en julio del año 924, el emir de Al Andalus, Abd al-Rahman III, lanzó una campaña militar contra el Reino de Iruñea para frenar su expansión que concluyó con varias plazas destruidas y la capital arrasada.
Cuadro de Dionisio Baixeras que recrea la corte de Abd al-Rahman III. (WIKIMEDIA)
Hace 1.100 años, en julio del 924, Abd al-Rahman III, emir de Al Andalus, lanzó una campaña militar contra el Reino de Iruñea para frenar su expansión por territorio musulmán que concluyó con la capital arrasada, hasta el extremo de que, según los cronistas árabes, «no quedó piedra sobre piedra».
Esa aceifa, como se conocían las operaciones de castigo lanzadas en verano por Córdoba contra los reinos cristianos, iba dirigida contra el rey Sancho Garcés I, que ocupaba el trono iruindarra desde el año 905 y al que llegó en unas circunstancias nada claras.
Hasta entonces habían gobernado los Aritza, dinastía fundadora del reino, a través de Eneko, García Íñiguez y Fortún. Una nieta de este último, Toda, se había casado con Sancho Garcés, un conocido guerrero del linaje de los Jimeno originario de las tierras de Zangoza. Ese era su parentesco con el rey, pero terminó siendo su heredero en el trono, a pesar de que Fortún contaba con descendientes directos a los que ceder el cetro real.
Ante una sucesión tan irregular, algunos historiadores han planteado la posibilidad de que tuviera lugar un golpe de Estado por parte de los Jimeno, que habrían encerrado al monarca en el monasterio de Leire para hacerse con el control del reino y poner al frente del mismo a Sancho Garcés. En cambio, otros expertos se decantan por un cambio de dinastía pacífico y por deseo de Fortún, que habría cedido la corona a la persona que consideraba más preparada para asentar la monarquía vascona.
Escultura de Sancho Garcés I en Monjardin. (NAIZ)
Sea como fuere, Sancho Garcés I llegó al trono para iniciar una nueva dinastía e implantar una nueva era en Iruñea. Por un lado, puso fin al entendimiento con los antiguos aliados y familiares musulmanes de los Aritza, los Banu Qasi, que dominaban el territorio al sur de los dominios de los Jimeno. Y además se decantó por estrechar lazos políticos con el rey de León, Ordoño II, para expandir su reino por el sur.
En los siguientes años, Sancho Garcés I conquistó Deio en la zona de Lizarraldea y siguió avanzando por territorio de los Banu Qasi, haciéndose con el control de Calahorra, Faltzes, Caparroso, Viguera y Arnedo. También conquistó Naiara y varias zonas de la actual La Rioja.
En esa expansión, las tropas iruindarras ya amenazaban Tutera, la principal ciudad musulmana de las inmediaciones, lo que colmó el vaso de la paciencia de Abd al-Rahman III, quien decidió intervenir directamente en vista de la debilidad de los Banu Qasi.
Un emir con tres abuelos vascones
¿Quién era el emir de Al Andalus? Había llegado al poder como sucesor de su abuelo Abd Allah y físicamente tenía los ojos azules y el pelo rojizo, que se teñía de negro para parecer más árabe. Esos rasgos eran una herencia de sus antepasados vascones. La esposa de su abuelo emir era Oneca, hija del último rey Aritza, Fortún, y ese enlace se había producido durante el cautiverio de veinte años en Córdoba del soberano iruindarra.
De ese enlace nació Muhammad, que tuvo un hijo con una concubina vascona llamada Muzna. Ese vástago era Abd Al-Rahman III, que, por lo tanto, tenía más sangre vascona que árabe, al contar con tres de sus cuatro abuelos originarios de territorio iruindarra. De hecho, era descendiente directo de Eneko Aritza, fundador del reino, por parte de abuela paterna.
Esa ascendencia no supuso ningún problema para que el emir de Córdoba atacara varias veces el Reino de Iruñea. En el año 920 lanzó una primera expedición, que es conocida como la campaña de Muez porque en las inmediaciones de esa localidad tuvo lugar el 25 de julio una batalla en la que las tropas de Abd al-Rahman III derrotaron por completo a las fuerzas que habían reunido Sancho Garcés I y su aliado el rey de León.
Sin embargo, cuatro años después, el soberano vascón volvía a representar una amenaza y el emir puso en marcha sus ejércitos con la llegada del verano. El 10 de julio del año 924 salió de Tutera y en seis días había conquistado y destruido el castillo de Cárcar y las fortalezas de Azkoien, Faltzes, Tafalla y Zarrakaztelu.
Todos esos lugares habían sido abandonados por Sancho ante la imposibilidad de hacer frente al ejército musulmán.
Pintura del salón del trono del Palacio de Nafarroa que recrea la batalla del Ezka. (NAIZ)
La batalla del escudo de Erronkari
A continuación tuvo lugar una batalla que todavía es recordada por el escudo del valle de Erronkari. No se conoce con exactitud dónde ocurrió, aunque, según los cronistas árabes, se desarrolló en la tierra originaria de Sancho Garcés. Ese lugar pudo ser la zona de Zangoza o un territorio ubicado entre Erronkari y Ansó, dependiendo de los autores.
Ante la destrucción que realizaban las tropas cordobesas por donde pasaban, los habitantes de la zona decidieron enfrentarse a los invasores en las sierras de Illón y Leire, siguiendo la táctica de la guerra de guerrillas, en un choque de armas conocido como la batalla del Ezka.
A raíz de ese enfrentamiento, una parte del ejército andalusí fue separada del resto y tras ser perseguida por los habitantes de Erronkari, en las inmediaciones de Esa tuvo lugar un combate en el que encontró la muerte el príncipe Yakub ibn Abu Jalid Tuberi, al que la tradición confundió con el propio Abd al-Rahman.
Este episodio bélico fue recogido en el citado escudo de Erronkari, en el que aparece la cabeza de un rey moro y un puente con tres rocas, un emblema que habría sido concedido a los roncaleses en premio al valor con el que combatieron en aquella jornada.
Tras esa batalla, las tropas cordobesas siguieron el curso del Irati y arrasaron Irunberri para presentarse ante el castillo de Legin, cercano a Urroz, que también destruyeron y donde quedó el recuerdo de la llamada Fuente del Moro.
Restos del castillo de Legin, una de las fortalezas arrasadas por las tropas cordobesas en la aceifa del año 924. (NAIZ)
Finalmente llegaron a Iruñea, que había sido abandonada. Según recogen las crónicas árabes, «entró allí el príncipe en persona y después de haber recorrido la población, dio orden de destruir todas las viviendas y una célebre iglesia que allí había y que servía a los infieles para sus prácticas religiosas; no quedó piedra sobre piedra».
Desde la arrasada capital, Abd al-Rahman III se dirigió hacia la fortaleza de Sajrat Qais, de la que no se conoce el emplazamiento, aunque una posibilidad es que se trate del monasterio de Doneztebe, excavado por la Sociedad de Ciencias Aranzadi en el monte Arriaundi, cercano a Larunbe, y donde fue hallado el altar romano dedicado por Valeria Vitella a la diosa vascona Larrahe.
Según recogen las crónicas árabes, Sancho había edificado en ese lugar una iglesia «en la que había puesto todos sus cuidados y que durante mucho tiempo se había dedicado a adornarla y a asegurar su defensa», pero no pudo impedir su destrucción.
La aceifa cordobesa siguió por el curso del Arga y por Mañeru, y pasó al valle del Ega para dirigirse a Calahorra, que encontró abandonada. Por último, llegó a Valtierra, primera plaza musulmana, que abasteció de víveres, para regresar a Tutera el 1 de agosto, donde permaneció algún tiempo antes de volver a Córdoba.
Esta segunda expedición de castigo de Abd al-Rahman III supuso la destrucción de numerosas plazas vasconas, pero dejó prácticamente intacto al ejército de Sancho Garcés, ya que el soberano iruindarra prefirió no ofrecer resistencia ante unas tropas mucho más numerosas. De esta manera, tras la retirada de los musulmanes, recuperó de nuevo el control sobre los territorios que había conquistado.
A las alturas del año 925, Sancho Garcés estaba en el cénit de su popularidad. Había recibido de su antecesor el modesto reino vascón fundado por Eneko Aritza y el primer rey jimeno había incorporado a la corona Deio y La Rioja, trazando una nueva línea fronteriza que, pasando por encima de Valtierra, iba por las Bardenas al encuentro de los Arbas bajo Uncastillo y Luesia, para ocupar en Aragón todo lo que quedaba al norte de Huesca.
Sancho Garcés fue enterrado en el pórtico del castillo de Monjardín. (Raul BOGAJO/FOKU)
Pero ese año falleció al caerse de su caballo el 11 de octubre de 925. Fue enterrado en el pórtico del castillo de San Esteban de Monjardín, uno de los primeros lugares que había conquistado en su dilatada vida guerrera. Le sucedió en el trono su hijo García, que reinó desde Naiara, donde se había instalado la Corte ante el estado en el que había quedado Iruñea tras el ataque andalusí.
A partir del reinado de Sancho Garcés I, leoneses, castellanos y andalusíes consideraban que en Iruñea había una monarquía reinante, de tal manera que los cronistas árabes se referían al soberano iruindarra como ‘malik al-Bashkunsh’, rey de los vascones.
Por su parte, Abd al-Rahman III murió el 15 de octubre de 961, a los 70 años y tras haber gobernado Al Andalus durante cincuenta. En el año 929 había desafiado a los califas fatimí de Kairuán y abasí de Bagdad para asumir ese título como descendiente directo de los omeyas de Damasco. Siete años después construyó la fastuosa capital de Medina Azahara cerca de Córdoba, ciudad que convirtió en una referencia intelectual de la época.
Sin embargo, en poco más de medio siglo tras su muerte, ese poderoso Estado andalusí se derrumbó y dividió en los reinos de taifas, mientras que el Reino de Iruñea avanzaba hacia su momento de máximo esplendor, a pesar de la destrucción que le había generado el gran líder musulmán por cuyas venas corría sangre vascona.
Naiz