Verano de 1789. París. En la nueva Asamblea Nacional, los diputados conservadores que apoyan al rey se sientan a la derecha. Desde entonces, en política hablamos de derechas e izquierdas. En aquella asamblea surgida de la Revolución Francesa, a la derecha había sobre todo sacerdotes, aristócratas y burgueses tradicionalistas; culpaban de lo que había pasado a la “secta filosófica” de los ilustrados -Voltaire, Rousseau, Montesquieu, Diderot, D’Alembert…-, que décadas antes habían revolucionado la visión del mundo a través de la ‘Enciclopedia’ (los primeros volúmenes se publicaron en la década de 1750). Los de los bancos de la derecha creían que habían envenenado a la sociedad con ideas disolventes contra el orden establecido. No les faltaba razón. Se estaba produciendo un fenomenal cambio en las mentalidades.
Uno de los valores principales de la Ilustración era la libertad de prensa: publicar sin censura, empezando por la Enciclópedie. También hojas volantes diarias, que se apropiaron del nombre del aparato que les daba carta de naturaleza: ¡la prensa! Y así hasta hoy, aunque ahora mayoritariamente la prensa sea digital. Siempre luchando contra la censura, la autocensura, las restricciones del poder. A menudo sufriendo problemas económicos -a finales del XVIII, la piratería estaba a la orden del día-, otra forma de ahogarla.
Los orígenes de aquella aventura los relata Albert Corbeto en una preciosa obra no venal -200 ejemplares en catalán y 50 en inglés- publicada por la Asociación de Bibliófilos de Barcelona, con linograbados de Elies Plana. En el pórtico, Josep Ramoneda advierte: “Todas las heridas a la libertad de expresión son mortales. Cuando se recorta se sabe dónde empieza pero nunca dónde acaba”. Pero el peligro de no poner barreras, como volvemos a ver con el auge de los populismos ultras, es que se cuele el odio. Y, sin embargo, “no se puede prohibir odiar de la misma forma que no se puede prohibir amar”.
Hoy, la credibilidad de la prensa, al igual que los valores de la Ilustración -libertad, razón, igualdad, progreso, ciencia- que dieron pie a la declaración de los derechos humanos, vuelve a estar en entredicho. Se tambalean las democracias liberales, incapaces de detener la barbarie de Gaza. La luz da paso de nuevo a la oscuridad, al autoritarismo político, religioso y moral. Vivimos tiempos de reacción, involución, miedo, pesimismo, de “contrailustración”, como acuñó Isaiah Berlin.
Quizás la libertad de publicación y opinión ha estado siempre en crisis. Así se desprende de la génesis histórica que detalla Corbeto en ‘La llibertat de premsa, de la Il·lustració a la contrarevolució’ (‘La libertad de prensa, de la Ilustración a la contrarrevolución’). La imagen heroica y compacta de la Ilustración se fragua en el siglo XX. En su momento, todo era más confuso. Los ilustrados no pensaban en bloque, había elitismo -desprecio por las masas- y la libertad de prensa la defendían con matices y vaivenes. El primer lugar donde se proclama no es en Francia o Inglaterra, ni por supuesto en España, donde estaba especialmente limitada: era el país de la Inquisición, sino en el reino de Dinamarca-Noruega en 1770. Luego vinieron Inglaterra y Países Bajos.
En París, paradójicamente, todavía bajo la monarquía, el jefe de la oficina de la censura, el llamado ‘Libraire’, Chrétien-Guillaume Lamoignon de Malesherbes, era el principal protector de Rousseau y de la Enciclopedia. De nada le sirvió: él y toda su familia murieron en la guillotina. El Terror de Robespierre fue funesto, también para la libertad de prensa que él mismo tanto había defendido. En la práctica se erigió en censor. El libro incluye dos textos contrapuestos, uno del matemático Condorcet a favor de la libertad total de prensa (1776) -terminó muriendo en prisión en 1794, durante el Terror- y el otro en contra (1826), de Bonald. En efecto, en 1827 se restableció la censura en Francia y de la que se hizo cargo Bonald. Muchos publicistas de derechas no dudaron en utilizar la libertad de prensa para atacar a la Ilustración y la Revolución antes, claro, de que Napoleón se erigiese en genio de la propaganda y del control de la opinión pública. ‘Las ilusiones perdidas’, tituló Balzac. Como concluye Corbeto, “el uso de la libertad de expresión para impulsar una agenda reaccionaria no es nuevo”. Ahora tiene forma de ‘fake news’, teorías de conspiración y discursos del odio. Pero no podemos prohibirlos.
ARA