No es (sólo) la economía

Vicente Villatoro

Cuando Bill Clinton le espetó a George Bush padre la famosa frase “Es la economía, estúpido” estaba resumiendo, con la correspondiente arrogancia intelectual, uno de los axiomas de la interpretación del mundo que ha estado vigente en Occidente durante muchas décadas: que la verdadera explicación de todo lo que ocurre, de todas las actitudes y las acciones humanas individuales y colectivas, está en la economía, en los intereses económicos confluentes o confrontados. La economía y los intereses económicos son la clave real y objetiva de todos los problemas. Y cualquier otro factor que se utilice para interpretarlos, las ideologías, las creencias, las emociones, los sentimientos, nos llevan a una lectura ingenua, no “científica”. Porque en el fondo todas estas otras cosas, menores, no son más que un camuflaje o una expresión indirecta de lo único realmente importante, que es la economía. No son más que un disfraz consciente o inconsciente de los intereses. Por tanto, creer que son las causas reales de las actitudes y de los conflictos es una estupidez. Las verdaderas razones, las de verdad, son sólo las económicas. Es la economía, estúpido.

Esta convicción de que sólo la economía y los intereses mueven a las personas y al mundo ha servido para analizar el pasado, pero también para diseñar y prever el futuro. Por ejemplo, el proyecto de unidad europea se hizo creando de entrada un espacio económico común, un mercado común, porque si la economía es el motor de la historia, crear lazos económicos garantiza que se acabarán creando lazos políticos, emocionales e ideológicos, porque al fin y al cabo todos éstos son un producto de la estructura económica. O por ejemplo, desde Europa, y especialmente desde Alemania, se creyó que si se generaba una trama de relaciones económicas positivas para ambos lados con la Rusia de Putin, con base pongamos por caso en comprar y vender gas, esta red impediría cualquier conflicto grave entre ambas partes, que se necesitan mutuamente. Pero resulta que, en el primer ejemplo, después de construir la Europa de la economía, el proyecto europeo está atascado o en retroceso, porque no ha logrado generar un sentimiento común de pertenencia, porque las identidades y las ideologías diversas se confrontan, porque no lucen o se dejan de lado los valores e ideales sobre los que decíamos que la construíamos. Y en el segundo ejemplo, la trama de relaciones económicas entre Rusia y Europa no ha impedido la actual situación dramática en Ucrania (que no es sólo un conflicto bilateral entre rusos y ucranianos).

Quizás no todo es la economía. Es mucho, evidentemente; pero quizás no todo. Quizás para explicar las actitudes de las personas y sus acciones no basta con analizar los intereses y menospreciar las emociones, los sentimientos y las ideas. ¿Que el bolsillo cuenta muchas cosas? ¡Por supuesto! Pero no todas. Hay conflictos humanos que, para ser entendidos o para ser evitados, necesitan tener presente los efectos extraordinarios del resentimiento, de la soberbia, de la envidia, del orgullo (y del orgullo herido). Hitler es hijo de la crisis económica en la República de Weimar, pero también es hijo de la humillación de Versalles o de la soberbia racial o del rechazo a los valores de la modernidad que alimenta un antisemitismo ancestral. Y Putin es hijo también del orgullo herido de una Rusia que perdió la guerra fría y el rechazo -que se produce también en otros países de la periferia europea- de los valores de la ilustración y la modernidad. Todas estas cosas se relacionan con la economía, pero no son necesariamente un producto ni un efecto.

En los años treinta, Josep Carner —inteligente, lúcido y moderno— hacía de diplomático en Beirut y viajaba a menudo a lo que entonces se llamaba sobre todo Tierra Santa y donde empezaba a existir alguna tensión entre árabes y judíos. En sus artículos en ‘La Publicidad’ escribía que estas tensiones no irían a más, no tendrían una larga duración ni una gran intensidad, porque en el fondo los intereses económicos de unos y otros eran coincidentes, les iba bien a ambos lados. Era la aplicación de la economía como exclusivo método de análisis. La profecía, lamentablemente, no se cumplió. Porque, además de los intereses, estaban las creencias, los factores religiosos y emocionales, las identidades, los resentimientos, las envidias, el orgullo… Y todo esto participa también en el desarrollo de los acontecimientos. No sólo la economía. Nosotros podemos cometer el mismo fallo reduccionista. No sólo en el análisis del pasado —que sería relativamente poco relevante—, sino en la construcción del futuro. No, no todo es la economía. Y no es nada estúpido darse cuenta de que hay, a su lado, otras cosas que pesan. Y que pueden pesar mucho.

Publicado el 25 de Abril de 2022

Nº. 1976

EL TEMPS