DOS GENIOS DE LA ESCULTURA
Una exposición en el donostiarra Museo San Telmo recupera las dos décadas de sintonía y respeto mutuo de los dos tótems del arte vasco, que después estarían enfrentados hasta 1997
El icónico abrazo de Zabalaga, en 1997, puso fin a décadas de desencuentros entre los dos escultores más importantes que ha dado el País Vasco: Eduardo Chillida y Jorge Oteiza. La escenificación de aquella reconciliación, sin embargo, no tuvo consecuencias artísticas y han tenido que pasar 25 años para que el talento de estos dos artistas universales se fundiese en un nuevo abrazo. Este hito ha sido posible gracias a la exposición Jorge Oteiza y Eduardo Chillida. Diálogo en los años 50 y 60, en el Museo San Telmo de San Sebastián. Una muestra que celebra la coincidencia en el mismo tiempo y lugar de dos genios, centrándose en los años en los que mantuvieron una relación positiva.
La exposición ha sido posible gracias a la Fundación Bancaja, llega de la mano del comisario Javier González de Durana y se estrenó el pasado otoño en València. Su llegada al País Vasco ha generado un enorme interés y ha permitido recuperar la historia de la ambivalente relación entre Chillida y Oteiza desde una perspectiva diferente.
“Durante mucho tiempo ha habido gente que se ha dedicado a escarbar y a meter el dedo en la llaga en relación con los enfrentamientos entre Chillida y Oteiza, ocultando lo realmente importante: la amistad, la ayuda del uno al otro o su solidaridad con otros artistas durante muchos años. Esta no es una exposición sobre su distanciamiento, sino sobre los años de amistad que compartieron”, indica González de Durana.
La muestra se centra, por tanto, en un periodo histórico concreto que se alarga dos décadas. El punto de partida es 1948: “En aquel año Oteiza regresa de Latinoamérica, después de 13 años, como un escultor ya hecho, mientras que Chillida, 16 años más joven, se va a París a forjarse como escultor. Esa fecha nos da un arranque natural”.
Aunque se barajó restringir el periodo hasta 1959, finalmente se ha optado por alargarlo una década más. “Eso nos ha permitido dar cabida a más obras sincrónicas, es decir, realizadas en el mismo momento por uno y otro, algo que tiene interés. Es habitual ver en nuestros museos obras de Chillida y Oteiza sin ninguna relación temporal, con diferencias temporales de 30 años en ocasiones. Aquí hemos buscado esa coherencia temporal. Además, en 1969 se da otra coincidencia. Oteiza concluye su aportación al monasterio de Arantzazu, mientras que Chillida coloca su primera obra pública importante en Europa, en los jardines del edificio de la Unesco en París. Finalmente, esas dos décadas conforman el periodo en el que tuvieron una relación positiva”, indica González de Durana.
La exposición es un elogio a aquella relación de “conocimiento mutuo, respeto y, en ocasiones, colaboración” de los dos mitos del arte vasco. “Hay hitos interesantes como la carta conjunta al ministro de Asuntos Exteriores, Fernando María Castiella, pidiendo la liberación de Agustín Ibarrola, en la cárcel por sus posiciones políticas, o la voluntad de impulsar una bienal de arte en San Sebastián”, indica.
Un buen reflejo de aquella admiración fue la carta que Eduardo Chillida escribió a Arnold Herstand, director de la Escuela de Arte y Diseño de Mineápolis, en 1967, sugiriéndole la contratación de Oteiza como profesor: “La carta la dicta Chillida y la escribe su mujer, que dominaba el inglés. La misiva es un elogio impresionante de Oteiza, a quien describe como un escultor extraordinario, reconocido internacionalmente, con voluntad pedagógica y una gran inteligencia”.
El manuscrito se puede consultar en la exposición del Museo San Telmo, junto a otros documentos, fotografías o audiovisuales que recuerdan esas dos décadas. Desde un punto de vista artístico, la muestra recoge 120 esculturas de un periodo en el que Chillida y Oteiza alcanzaron plenamente el reconocimiento internacional.
En aquellos años Oteiza logró el Diploma de Honor en la IX Trienal de Milán en 1951, y Chillida le sucedió en la siguiente convocatoria, la del año 1954. En 1957, Oteiza fue reconocido con el Premio al Mejor Escultor Internacional en la IV Bienal de Sâo Paulo, mientras que un año después, en 1958, Chillida alcanzó el Gran Premio de la Escultura en la XXIX Bienal de Venecia.
La obra de Chillida y Oteiza, no obstante, no se puede entender sin atender a su relación con el País Vasco. Su trayectoria converge con un renacer del arte vasco que tuvo, en opinión de González de Durana, un “punto clave de visibilización”: el santuario de Arantzazu. “Se convierte en el semillero en el que van a crecer preocupaciones y responsabilidades relacionadas con la cultura vasca, y que tendrá diferentes ondas expansivas desde un punto de vista cultural”.
Los dos escultores coinciden también en el grupo Gaur, junto a otros artistas vascos como Nestor Basterretxea, Remigio Mendiburu, Ruiz Balerdi, José Luis Zumeta, José Antonio Sistiaga o Amable Arias. Y, sin embargo, su diferente posición con respecto al momento sociopolítico que vivía el País Vasco sería, en opinión de González de Durana, lo que terminaría deteriorando su relación.
“Hubo elementos de fricción de cariz artístico e incluso acusaciones de plagio por parte de Oteiza. Sin embargo, lo que dividió a Chillida y Oteiza fue lo mismo que dividió a muchas familias y muchos amigos en Euskadi. La historia que nos tocó vivir: el escenario social, político e ideológico que se vivió a partir de los años 70. Los dos eran artistas muy vascos y muy vasquistas, pero tenían posiciones políticas diferentes”, sentencia González de Durana.
El distanciamiento de más de dos décadas entre los dos artistas dejó profundas heridas. Ni siquiera el abrazo en el caserío Zabalaga de Hernani logró que terminasen de cicatrizar. “Pienso que el objetivo de aquel encuentro era el de suturar, por más que quienes les conocíamos pensamos en su momento que podía tratarse de una escenificación. La foto, en todo caso, fue positiva desde un punto de vista social”, explica.
La exposición del Museo San Telmo incide en esa idea de reconciliar a los dos grandes escultores vascos, aunque aportando una perspectiva diferente. Además de esa apuesta por exhibir esculturas sincrónicas, muestra obras que hasta ahora no se habían podido ver en ninguna exposición temporal, como el Laocoonte, de Oteiza, o las puertas del santuario de Arantzazu, de Chillida.
La colaboración de Chillida Leku y la Fundación Museo Jorge Oteiza, de Altzutza (Navarra), ha sido clave a la hora de hacer posible la exposición, que también reúne obras procedentes del Reina Sofía, el Museo Guggenheim, el Bellas Artes de Bilbao, la Fundación La Caixa, la Cámara de Comercio de Córdoba o la Colección Iberdrola, entre otras instituciones.
La puesta en marcha de esta exposición chocó en un primer momento con no pocas reticencias, lo que da una idea de hasta qué punto resuenan aún los ecos de décadas de desencuentros. Sin embargo, las partes implicadas han primado la búsqueda de esos elementos comunes que unieron durante dos décadas a los dos tótems del arte vasco.
“Aunque profundamente distintos de carácter y muy diferentes como artistas, durante los años 50 y 60 compartieron intereses e inquietudes creativas, participaron en proyectos culturales, tuvieron iniciativas políticas en favor de otros artistas y estuvieron envueltos por el espíritu de la época, que puede rastrearse en sus obras con sutiles idas y venidas de uno a otro”, indican desde San Telmo
La exposición ‘Jorge Oteiza y Eduardo Chillida. Diálogo en los años 50 y 60’ se puede visitar hasta el 2 de octubre en el Museo San Telmo de Donostia/San Sebastián.
Aportación de obras
Desde el Reina Sofía hasta la Cámara de Comercio de Córdoba
La exposición del Museo San Telmo ha contado con la colaboración fundamental de la Fundación-Museo Jorge Oteiza y de Chillida Leku, que guardan el legado de los dos artistas. Además, la muestra se ha nutrido de obras procedentes de otras colecciones públicas y privadas como el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Museo de Bellas Artes de Bilbao, IVAM, Museo Guggenheim Bilbao, Colección Iberdrola, Fundación La Caixa, Santuario de Arantzazu, Colección Kutxa, Colección de Arte Banco Sabadell, Cámara de Comercio, Industria y Servicios de Córdoba.
Además, también se ha contado con obras procedentes de la Colección Banco de España, Museo Universidad de Navarra, Fundación María José Jove, Fundación Santander, Colección Hortensia Herrero, Colección Arango, Colección Daza Aristi, Abadía de Retuerta. Le Domaine, Fundación Azcona, Colecciones ICO, Galería Guillermo de Osma, Galería Michel Mejuto, Galería Carreras&Múgica, entre otras instituciones.
LA VANGUARDIA