El espía vasco desapareció de forma misteriosa, como tantas otras personas que se atrevieron a atacar el régimen de Trujillo en la República Dominicana
Sus contactos y amigos del FBI no fueron suficiente aval
Estoy cansada de sufrir, de llevarlo por dentro…, de decirme mentiras, de que pronto esto va a terminar, y de ver que cada momento es igual al infierno del anterior…” *
Cuando al otro lado de la puerta un policía le ordenó que abriera, el desconcierto y la sorpresa se apoderaron de él. Aun así tuvo un pequeño momento de lucidez. Descorrió nervioso las tres cerraduras con las que había blindado su apartamento y sin quitar la cadena de seguridad les pidió que le mostraran su acreditación. Todo en orden. Y es que, no eran sicarios disfrazados, eran policías. Con su uniforme, con su placa y con la orden judicial correspondiente en la que veía escrito su nombre.
Para Edgar Hoover, máximo responsable del FBI, Jesús Galíndez era necesario “y muy valioso”
Cuando se quiso dar cuenta tres hombres le habían inmovilizado y le tapaban la boca y la nariz con un pañuelo con un fuerte olor a cloroformo. Se despertó desorientado. Con el cuerpo totalmente dolorido. El lugar era lúgubre. Hacía un calor insoportable. Y escuchaba, casi inconsciente, voces con un acento que le recordaban a un pasado y a un lugar que creía olvidado: la República Dominicana.
Recompuso todas las piezas del puzzle. Le habían pillado. En realidad nunca pensó que esto pudiera sucederle. Tenía miedo. Y razones no le faltaban. Sin complejos, sin testigos y con una aparente impunidad el dictador había asesinado al líder obrero Mauricio Báez y al opositor Pipi Hernández en La Habana. A José Almoina en México y a Andrés Requena a tiros en plena calle en Nueva York. Todos sabían quien había sido, pero…
Además, él no era dominicano. A sus 41 años era profesor de la Universidad de Columbia, en Nueva York. Estaba a punto de obtener un doctorado. Un doctorado que podía abrirle las puertas de par en par del complicado, cerrado, elitista, pero prestigioso mundo académico norteamericano. Si lo conseguía su vida personal cambiaría definitivamente de rumbo.
“El FBI no va a poder hacer nada para protegerte”
Pensaba que su complejo mundo de relaciones con la administración norteamericana le protegía. Su fluida relación con el Departamento de Estado. Su status cuasi diplomático. Acababa de ingresar en el Partido Demócrata. Y también conocía a Edgar Hoover, el todopoderoso jefe del FBI. Le habían advertido. “Te están siguiendo la pista. No les gusta lo que estás haciendo”. Y agentes del FBI le piden que se olvide de Rafael Trujillo. Al FBI no le gustaba llamar la atención. Y no quería tampoco que los que trabajaban para el Bureau lo hicieran. Y le advirtieron… “El FBI no va a poder hacer nada para protegerte”.
Ahora, toda su vida pasaba por su cabeza. La Guerra Civil le había golpeado en Madrid. Tenía 21 años acababa de terminar sus estudios de Derecho. No pudo regresar a Euskadi. Y no lo dudó. Se puso a disposición del Partido Nacionalista Vasco en la capital del Estado. Satisfacción por las vidas salvadas, trabajo y servicio a una causa. Una etapa de su vida muy difícil, pero de la que se sentida orgulloso. Por eso había decidido plasmarlo todo en un librito: Los vascos en el Madrid sitiado.
La vida no tiene por qué ser justa
La guerra. La derrota. El exilio a Francia. Exhausto, muerto de frío cruzó la frontera por el Pirineo aragonés. Y todo su recibimiento fue un pelotón del Ejército francés. Directamente a un campo de concentración. A él, y a los despojos de la masacrada 142 Brigada Vasco-Pirenaica. Allí comprendió que la vida no tiene por qué ser justa. Ni con las personas, ni con las causas. Y en cuanto pudo escapó a la República Dominicana. Una dictadura violenta y sanguinaria. Pero también, un lugar en el que era mucho mas fácil progresar que en las sobrepobladas de exiliados Venezuela y México.
1940. Celebra su 25 cumpleaños como delegado del Gobierno vasco en la República Dominicana. La causa vasca, era la causa de los aliados. Y Aguirre, su lehendakari, le ordenó a él y a otros cientos de vascos repartidos por el mundo colaborar. Renacen los Servicios Vascos de Información. Desde Filipinas a París. Bases de submarinos, localización de espías del eje, movimientos de tropas, de barcos… todo valía en cada uno de los rincones del mundo.
Una patada con botas militares le sacó de su sopor. Aquel primer interrogatorio se le hizo interminable.
“…Estoy mal físicamente. No he vuelto a comer, el apetito se me bloqueó, el pelo se me cae en grandes cantidades, no tengo ganas de nada. Y creo que eso último es lo único que está bien. No tener ganas de nada. Porque aquí…, la única respuesta a todo es “No”. Es mejor, entonces, no querer nada para quedar libre al menos de deseos”.*
Febrero de 1946. De Santo Domingo a Nueva York. Había aprendido a querer al pueblo dominicano y a odiar al dictador Trujillo.
Primeros contactos con el Departamento de Estado. En la ONU buscando aliados para que condenaran a Franco. Lo consiguieron una vez, dos… pero a la tercera perdieron. Eso que se define como realpolitik se impuso. Les derrotó. Franco era una herramienta necesaria para Occidente.
Regreso a Santo Domingo y en 1949 otra vez en el Queen Elizabeth a Nueva York. Y ahora como delegado del Gobierno vasco en Estados Unidos. La orden era seguir colaborando con los norteamericanos. La primera reunión en Washington le descorazona. Otra vez el mismo dilema que vivió en 1944. ¿Cómo conciliar sus principios éticos con el encargo que acababa de recibir? No era posible. No eran conciliables. Tenía que elegir. Y vivir con su elección.
Trabajar para los aliados en plena guerra era una satisfacción personal, política y humana. Trabajar para el FBI en Estados Unidos, fundamentalmente en Nueva York y en Washington era otra cosa. Y además, le pedían que se infiltrara en las organizaciones de emigrantes o exiliados de origen latinoamericano en Estados Unidos. Eran los tiempos de la Guerra Fría… y del senador MacArthur. Galíndez se decía a sí mismo que lo que estaba haciendo no ponía en peligro a nadie, pero…
Para Hoover, Galíndez era necesario. No le gustaba que fuera un personaje tan público y tan descaradamente contrario a un aliado de los Estados Unidos como era Trujillo. Era tan valioso que si había que reinterpretar la ley para que no tuviera problemas de residencia legal se haría. No era fácil ni para el FBI. Y como en todas partes, quien hizo la ley hizo la trampa. De vacaciones a Canadá y a su regreso a Estados Unidos ya estaba plenamente regularizado. Asunto zanjado. Habían transcurrido varios días desde la noche del 12 de marzo de 1956 en el que le sacaron en volandas de su apartamento. Las palizas, los golpes, la suciedad, la oscuridad, la soledad, la extenuación le estaban matando poco a poco. El dolor físico era insoportable. Y lo peor, la angustia hacia lo desconocido.
“He dado muchas batallas, he tratado de escaparme en varias oportunidades, he tratado de mantener la esperanza como quien mantiene la cabeza fuera del agua. Pero ya me doy por vencida. Quisiera pensar que algún día saldré de aquí, pero me doy cuenta de que lo que les ha pasado a otros me puede pasar en cualquier momento. Pienso que eso sería un alivio para todos”.*
Sus amigos en Nueva York, preocupados por su extraña desaparición, llamaron a la Policía. Antes que nadie un grupo de hombres trajeados que se identifican como agentes de la CIA entran en el apartamento del delegado vasco. Y del mismo se llevan, para sorpresa de todos, varias cajas repletas. ¿Qué se llevaron? Aún hoy es un secreto. Luego accede la Policía. Ni una sola pista.
En la República Dominicana a alguien le empieza a entrar prisa tras recibir una llamada del consulado dominicano en Nueva York. “Aquí ya se empieza a hablar de una posible implicación de nuestro Gobierno en la desaparición de Galíndez”.
El desenlace es inminente y una de las noticias del año
El tiempo se agota. Pero Rafael Leonidas Trujillo quiere verle. Y decirle a la cara lo que piensa de él y de su tesis doctoral La era de Trujillo. Lo que piensa del pendejo a quien dio cobijo y trabajo en su país y que ahora le desprecia y critica. Quería encargarse personalmente.
Y además, para algo había gastado más de un millón de dólares en una operación de secuestro en las que habían intervenido policías, -de los de verdad- diplomáticos, antiguos agentes de la CIA, detectives privados, médicos, militares, pilotos… Todos implicados… Todos pagados. En la cabeza de Jesús Galíndez ya no hay esperanza. Es consciente de lo que le espera y sólo quiere terminar cuanto antes. No es capaz de pensar ya en nada más.
“Aquí todos tienen dos caras, la alegría viene y luego el dolor. La felicidad es triste. El amor alivia y abre heridas nuevas… es vivir y morir de nuevo… Y si tuviera que morir hoy, me iría satisfecho con la vida dándole gracias a Dios”.*
Galíndez no se imagina que su secuestro, tortura y asesinato iba a ser una de las noticias del año en Estados Unidos. Pero en el país de los lobbys, Trujillo también tenía el suyo. Congresistas, políticos, policías, legiones de abogados… Y, como no, periodistas y con el imperio Hearst a la cabeza. Ni una sola palabra que vinculara a Galíndez con Trujillo en todos los medios de comunicación dependientes del conglomerado Hearst. Era una orden.
Al frente de las operaciones de encubrimiento el hijo de Roosevelt con 7 millones de dólares, de los de 1956, para invertir en el asunto. 35 personas participaron en el secuestro y en el intento de encubrimiento. 8 de ellas fueron asesinadas por orden de Trujillo para tratar de ocultar el crimen. Un reguero de sangre. Todo en vano. Bueno… o no tanto. Se supo la verdad, pero nadie fue condenado, ni tan siquiera juzgado.
Aunque el secuestro y el asesinato de Galíndez arrastraría a la muerte al propio Trujillo. Ametrallado en su Santo Domingo natal por el hermano de uno de los militares que Trujillo ordenó asesinar para ocultar el secuestro. Transcurría el año 1961 y, también es verdad, que para Estados Unidos Rafael Leonidas Trujillo era ya un aliado incómodo. Y para la CIA, si cabe, mucho más. Y de los aliados incómodos es mejor desprenderse. ¡Realpolitik, otra vez.¡
EL AUTOR
Iñaki Bernardo Urquijo. Historiador y periodista. Autor de ‘Galíndez: la tumba abierta. Guerra, exilio y frustración’. Colabora con Sabino Arana Fundazioa en la redacción para DEIA de esta sección sobre temas muy diversos de la historia y la antropología vascas.