Ruta por la Pamplona sangrienta

en 1995, publicó la editorial Pamiela mi libro Crímenes en las calles de Pamplona. Los crímenes que se narraban, basándome fundamentalmente en la prensa de la época y en actas judiciales de algunos de ellos, se encuadraban en los años de 1893 a 1906.

Da la casualidad nada casual que los cuatro crímenes seleccionados para que el Grupo de Teatro de la UPNA los recree en la denominada Ruta por la Pamplona sangrienta, ya se describían en dicho libro: los asesinatos de Sebastián Bregaña (1893), Manuela Goñi (1897), Luis Nicasio Atanes (1898) y Salustiano Peralta (1906).

En el epílogo de este libro de Pamiela se sugería en tono sarcástico la posibilidad de elaborar una ruta foral del crimen en Pamplona, porque asesinatos los hubo en abundancia y de excelente calidad en su ejecución. Manteniendo el mismo tono irónico, su autor añadía la mordacidad de que el éxito de esta ruta del crimen estaba garantizado, dado el morbo del personal divirtiéndose con las desgracias ajenas. Y siguiendo con este tono más o menos negro proponía hasta varios criterios funcionales para elegir tales cuadros del horror: crímenes pasionales por amores estragados y por celos (ya recordarán que Navarro Villoslada en su opúsculo sobre La Mujer de Navarra decía que en esta provincia no existían los celos); crímenes por latrocinios varios y crímenes ocasionados por la estupidez congénita al ser humano y, por extensión, al navarro con pedigrí?

Ha sido toda una sorpresa leer en este periódico que Susana Rodríguez hubiera elegido estos crímenes para su representación dramática, siguiendo el criterio de que “ninguno de los implicados y sus familiares siguiera vivo”, pero, sobre todo, “centrados en buscar obras teatrales fieles al hecho para que dé pie a una acción y a un guion”.

Lamento que la familia actual de Sebastián Bregaña tenga que leer esto, sobre todo sus biznietos, entre ellos Santos Bregaña, diseñador, profesor de la escuela de Arquitectura de Pamplona y de San Sebastián, además de artista.

Santos es nieto de Mario, hijo único de Sebastián. La mujer de Sebastián, Tomasa Elizalde, estaba embarazada de Mario cuando mataron a su compañero.

Cuando escribí el libro, relaté el crimen de Sebastián a manos de Juan Izurdoi, tal y como aparecía en la prensa, en el periódico conservador El Eco de Navarra. He visto que el mismo error de transcripción aparece en la reproducción de quien ha hecho la selección de estos crímenes destinados a su dramatización. Me temo, pues, que no se ha ido a la fuente original del acta judicial, sino que se ha reproducido el error de mi libro o copia literal del periódico citado. Y, si no lo ha copiado del libro, eso significa que la autora se habrá tomado la molestia de visitar la hemeroteca del archivo. Y lo mismo habría que decir con respecto a los demás crímenes relatados.

Lo cierto es que el asesino no se apellidaba Yzurdoi, sino Juan Izurdiaga, tal y como Santos Bregaña me lo hizo saber hace unos años. Y, a propósito del nombre del asesino, hay que decir que, también, tiene descendientes vivos en la actualidad que no desvelaré. Lo mismo sucede con algunos de los nombres protagonistas del resto de los crímenes elegidos para su dramatización y que no desvelaré.

En cuanto a Sebastián Bregaña, su biznieto Santos, que ha estudiado con profundidad la historia de su bisabuelo, me contaba que “Izurdiaga era empleado de Canfrán (este apodo le venía a Bregaña de la casa que habitaban extramuros, en lo que hoy son las piscinas de Aranzadi). Según parece, Izurdiaga le robaba plantas y aperos. El 1 de junio de 1893 discutieron a la mañana y al atardecer, hacia las 9.30, se encontraron en la Taconera a la altura donde estaba la caseta de aperos (hoy desaparecida). Bregaña le pegó a Izurdiaga y este le devolvió seis navajazos, uno mortal al cortarle la femoral. Todo esto está recogido con detalle en las crónicas”, crónicas que ignoro si la directora de Pamplona Negra ha leído.

Santos Bregaña añadía que “eran hechos olvidados hasta que abrimos el panteón y encontramos junto al esqueleto del jardinero un cuchillo extraordinario. No creemos que fuera del asesino, sino una puntilla para matar toros dado que Sebastián era, según sabemos, también torero”.

Lamento de verdad que Susana Rodríguez, antes de lanzarse en esta aventura, no se hubiese puesto en contacto con Santos Bregaña, porque si alguien sabe lo que sucedió con su bisabuelo, fue él. Yo me limité a recrear su asesinato siguiendo la ruta periodística e informaciones judiciales que solían añadirse a la crónica negra de la ciudad.

En cuanto a obviar la referencia al autor de este artículo y del libro, primero en contar estos crímenes en un libro editado ¡hace 25 años!, nada que añadir, ni lamentar. Suele suceder cuando no se valora el trabajo de los demás.

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