Entrevista con Oriol Bohigas

Oriol Bohigas: ‘La revolución social tiene que llegar al poder’

Entrevista con Oriol Bohigas, arquitecto, activista cultural y, hoy, presidente del Ateneo Barcelonès

Repasamos algunos aspectos y principios de la variada e intensa trayectoria del arquitecto Oriol Bohigas (Barcelona, 1925), que a los ochenta y cuatro años continúa al frente del estudio MBM Arquitectos y preside el Ateneo Barcelonès. Quizás por la edad, Bohigas es hoy menos penetrante que hace tiempo, aunque no deja de reivindicar la revuelta social, asegura que no cree en los partidos políticos por carencia de salud democrática y acomete la postmodernidad. 

Trabajador incansable, provocador y polemista, se ha dedicado a la arquitectura desde el estudio MBM y, reflejándose en personajes como Puig y Cadafalch y Domènech y Montaner, ha hecho muchas más cosas: delegado de Urbanismo, concejal de Cultura, director de la Escuela de Arquitectura, presidente de Edicions 62, presidente de la Fundación Miró y ahora presidente del Ateneo Barcelonès.

Oriol Bohigas es, sin duda, un personaje significativo de la cultura catalana del siglo XX, y sobre todo de la ciudad de Barcelona. Como delegado de Urbanismo del primer ayuntamiento democrático definió las tres grandes ideas que transformaron la ciudad: recuperar el mar, monumentalizar la periferia, e higienizar el barrio antiguo. Y para dar ejemplo se fue a vivir a la Ciutat Vella, en la plaza Real, cuando más bien la gente huía de allí. Y todavía sigue.

Hace pocos años se puso al frente del Ateneo Barcelonès, en un momento gris en el  que la entidad parecía incapaz de remontar. En cambio, ahora tiene un edificio remodelado, con una biblioteca moderna, con nuevos socios y es seguramente la entidad más activa a la hora de promover debates de fondo sobre cultura, política, economía, conocimiento… Con la presidencia del Ateneo Bohigas cierra un círculo: el Ateneo lo enlaza con su padre y con el momento brillante de la Cataluña noucentista de comienzos del siglo XX, que el arquitecto tanto defiende y admira. Empezamos por aquí.

—Usted es heredero de la Cataluña noucentista. El ideario noucentista era eso de una Cataluña autónoma, liberal, culta y cosmopolita. ¿Cómo lo llamaríamos hoy?
—Yo solamente haría un cambio, la atribución de la cualidad de liberal. En la primera mitad de siglo XX el liberalismo quería decir una cosa y ahora quiere decir otra, en cierto modo contrapuesta. Si el liberalismo antes representaba a una gente que reclamaba la libertad de pensamiento, la libertad política, de vida privada, hoy, el liberalismo es más bien una voluntad de exaltación de las libertades individuales en contra de los condicionantes públicos. Por lo tanto, yo hoy diría que el ideario noucentista es el de una Cataluña autónoma, culta, cosmopolita y socializante.

—¿Y con una Cataluña autónoma ya se conforma?
—No, porque la Cataluña autónoma, ya la tenemos. En realidad, Cataluña nunca había sido tan autónoma como hoy. El problema real de Cataluña es que, con autonomía o sin ella, no tiene resueltos sus vínculos o sus relaciones con el estado español. Y el estado español es un estado que no funciona bien para nosotros y tenemos cierto rechazo hacia la situación actual, con la imperialización del poder castellano o español sobre Cataluña.

—¿Y que le parecen las consultas independentistas?
—A mí, me parecen una cosa fantástica. Porque yo creo que la solución de Cataluña es, en términos amplios, una solución de independencia más clara; por eso es importante coger el camino hacia la independencia y seguramente a medio camino encontraremos soluciones de convivencia suficientes con el resto del estado para poderlas adoptar. De forma que esta conciencia reavivada por primera vez de una manera pública, es una conciencia que nos lleva por el camino de ir encontrando soluciones, si no totales, fraccionarias, pero positivas.

—Esta situación ha cambiado mucho en pocos años.
—Ha cambiado mucho. Cuando hablamos con entusiasmo de las grandes cualidades políticas e históricas del catalanismo, se tiene que reconocer que nunca el país había sido tan catalanista como ahora. Las consultas actuales hechas a mediados de siglo XX habrían dado unos resultados muy diferentes.

—¿Cree que la situación presente sólo se entiende por la animadversión de tantos años de España hacia Cataluña?
—Es muy difícil de encontrar las raíces exactas del movimiento catalanista actual. Pero es evidente que el maltrato español ha contado mucho. La gente está harta de que aquí las autopistas se paguen y en Madrid no; que el problema de la lengua se mueva con dificultades eternamente, que las infrastructures no funcionen, que los aeropuertos y los servicios indispensables para la prosperidad de la economía no funcionen y que nos traten con un rechazo antinacional, etc. Todo el problema del estatuto, todo el problema de la financiación de Cataluña… ha llegado a agotar la paciencia, y la gente se rebela, de una manera pacífica y tranquila, como es tradicional de los catalanes, pero con una fuerza que cada vez es más evidente.

—¿Si la consulta se hiciera en Barcelona, el Ateneo Barcelonès dejaría la sede para que se pudiera votar?
—Se tendría que consultar más profundamente la opinión de los socios, pero yo creo que sí. Creo que el Ateneo colaboraría con lo que hiciera falta. No quiero decir que se erigiera en organizador, pero un apoyo operativo, yo creo que sí. De todos modos, en el Ateneo las decisiones de este tipo, que son plenamente políticas, solamente se toman después de una consulta aproximada o real de la totalidad de los socios.

—Volvemos atrás, a sus inicios como arquitecto y como activista cultural. Usted en sus memorias ha escrito: ‘Mi generación es la que se esforzaba para encontrar los hilos perdidos de la modernidad.’¿ Es este el papel que le ha tocado?
—La modernidad de las vanguardias y del Noucentisme se acabó con Franco. Este fue el gran retroceso: la carencia de cultura moderna del franquismo y de sus movimientos próximos. Fue una reacción académica, reaccionaria, españolista de la arquitectura franquista, del arte franquista, de la cultura franquista, que no tenía nada que ver con la modernidad del Noucentisme ni de las vanguardias.

—¿Y esta situación obliga a su generación a convertirse en la generación que provoca la reanudación de la modernidad?
—Exacto. A mi generación, le correspondió hacer algunos papeles en favor de la reivindicación de la modernidad contra el franquismo. Yo recuerdo que hice toda la carrera de arquitecto, que acabé el año 1951, sólo escuchando hablar de arquitectura clásica amanerada y de la proclamación de un conservadurismo total, en todos los aspectos. No aprendimos nada de la arquitectura contemporánea ni de las modernidades sucesivas. Por lo tanto, cuando acabamos la carrera tuvimos que hacer un esfuerzo para descubrir las vanguardias arquitectónicas, qué habían hecho, y sobre todo en qué situación se encontraban en la arquitectura del momento. Sí, yo creo que mi generación es la que hizo esfuerzos para recuperar la modernidad perdida en la primera etapa del franquismo.

—En arquitectura, el descubrimiento de la modernidad, la hacen volviendo a la construcción tradicional catalana, la arquitectura mediterránea…
—En arquitectura pasa que esta reivindicación de la modernidad se produce en el momento en que las grandes vanguardias internacionales redescubren la tradición. De forma que en Cataluña el reencuentro con la arquitectura contemporánea se da cuando las líneas de la vanguardia han perdido voluntariamente la agresividad para ser más realistas y más eficaces. Es el momento en que se vuelve a las ideas formales de la construcción tradicional, a la voluntad de la presencia de las realidades regionalistas y locales por encima de las internacionalizaciones excesivamente idealistas, etc.

—Usted es muy activo en la recuperación de la modernidad, pero después es muy crítico con la postmodernidad…
—Sí, eso sí. El movimiento postmoderno ha sido la desgracia de muchos campos culturales, pero específicamente de la arquitectura y quizás de las artes plásticas en general. Hay una posición postmoderna que es voluntariamente antimoderna: en la voluntad de suprimir, de no tener en cuenta el contenido social, político, humanístico, que tiene la cultura. Si la modernidad había subrayado especialmente la participación social en el arte y de la cultura, la postmodernidad es la voluntad de adaptarse a la realidad tal como es, con todos los inconvenientes y todos los desequilibrios. En vez de ponerse a trabajar por la reforma de la vida social, la postmodernidad se pone a trabajar en favor de aquello que ya existe, que quiere decir, naturalmente, el imperio neocapitalista, el imperio del mal gusto, el imperio de la vulgaridad. Y contra la voluntad electiva de las vanguardias y de las modernidades diversas.

—Sí, pero parece que la postmodernidad se impone.
—Sí, para mí, este es uno de los problemas de la arquitectura y del diseño, que cada vez más los realizadores en estos campos están dispuestos a hacer lo que haga falta para contentar a la opinión vulgar y en cierto modo perdida en las exigencias sociales del neocapitalismo, del neoliberalismo que impone incluso voluntades artísticas concretas.

— ¿Ve algún camino para contrarrestarlo?
— Veo el camino de la revolución social. Yo creo que todos los temas culturales y temas artísticos sólo tendrán solución a través de un cambio radical de la estructura social. No podemos pensar que las ciudades funcionan bien mientras el terreno sea un objeto de especulación económica. No podemos suponer que las artes plásticas o la arquitectura den una respuesta constructiva a la nueva sociedad si no hay un cambio en las estructuras de poder. Pero todo llega. Y un día, esta revolución, que no hace falta que sea una revolución con sangre, que puede ser una revolución pacífica, tendrá que llegar plenamente a las estructuras que configuran el poder hoy.

—Usted fue de los primeros personajes públicos que defendió los ‘okupas’ para poner fin a la especulación urbanística…
—Los okupas no son una solución, pero sí una indicación de los caminos hacia protestas más globalizadas. Es evidente que una sociedad que tiene tantas casas vacías y tanta gente sin casa, es una sociedad que está enferma, que tiene un problema de reparto de los bienes públicos y de los bienes privados.

—¿Qué responsabilidad cree que tienen, los arquitectos, en la burbuja urbanística?
—Creo que poca. Porque la construcción, no me atrevo a decir arquitectura, está en manos de mucha gente y con poca participación de los arquitectos. Siempre digo que hay tres tipos de arquitectura en nuestras ciudades: la arquitectura que no hace nadie, que se hace por procesos especulativos. Después, la arquitectura que invade el territorio que no es urbano, que implica la suburbialización del espacio público. Y después, los grandes monumentos (rascacielos, los grandes elementos significativos de la arquitectura cara y representativa). Y, está claro, ninguno es propiamente arquitectura, porque los monumentos sólo favorecen un consumismo, una propaganda, un marketing tremendo. El suburbio no es ciudad. Y la arquitectura que no es propiamente arquitectura sino medio de especulación, pues es esto, medio de especulación.

—¿Derruiría el hotel Vela?
—No, yo echaría a tierra muy pocas cosas. Pero discutiría si es un edificio acertado o no. No me parece mal hacer edificios altos, a mí me gustan mucho, no me pongo contra, pero no sé si es el lugar adecuado para hacerlo, en ese espacio cogido al mar y que representa una fachada importante de la ciudad. No sé si habría sido mejor destinarlo a una función de carácter público.

—¿Y de Diagonal Mar qué piensa?
—Diagonal Mar es un intento de hacer de una parte de la periferia una cosa central y representativa. Pero yo creo que es poco central y poco representativa, en el sentido que continúa teniendo un espacio público poco ordenado y poco significativo desde el punto de vista urbano. La ciudad tiene una continuidad de calles, de servicios y de estructuras que hace que se lea desde el espacio público. En cambio, Diagonal Mar tiene una interrupción de lectura entre Diagonal Mar y el resto de la ciudad.

—¿Tiene el mismo parecer del distrito 22@?
—El barrio 22@ es una de las cosas más importantes que se han hecho en Barcelona: la capacidad de transformar un barrio industrial que ocupaba una parte importante del Ensanche y convertirlo en un barrio mixto, con calidad arquitectónica bastante evidente, pero manteniendo, en cambio, toda la red de Cerdà. Es un intento de reformular un nuevo tipo de ciudad a través de la continuidad de las grandes estructuras viarias, que es lo que era fundamentalmente en el Plan Cerdà.

—¿Le molesta que, según mucha gente, su intervención en la ciudad se reduzca a las plazas duras?
—Sí, lo encuentro una barbaridad tremenda, porque no sé qué quiere decir plaza dura. Es un eslogan que nos inventamos nosotros en el ayuntamiento para discutir rápidamente problemas de proyecto, pero que después un periodista influido por la propaganda de CiU, en periodo de elecciones, quiso utilizar en contra nuestra. Pero no les sirvió de nada, porque perdieron igualmente las elecciones. Hay muchas confusiones: todas las plazas del mundo son duras. Pero si lo decimos por la pavimentación, pues, en realidad la pavimentación es el signo de civilización de la ciudad.

—¿Qué piensa, de la plaza del Macba, colonizada por los monopatines?
—La encuentro una plaza magnífica. A mí, me gusta mucho que haya los monopatines. El espacio público tiene que ser un espacio de utilización espontánea de la gente. Hombre, quizás esto de los monopatines se podría reducir un poco, para que no fueran tan peligrosos y no te asfixiasen cuando pasas por allá, pero esta ocupación pública de las plazas es muy importante. Por esto está bien que sean pavimentadas. Hay otro ejemplo: la plaza Real, cuando era estaba llena de jardincillos, solamente lo ocupaban los coches aparcados. Cuando se quitaron los coches y los jardines y se dejó como una plaza dura con muchos árboles, dijeron que era una plaza deshumanizada. Pero ha sucedidoo a la inversa: la plaza Real es la sala de estar de todos los barceloneses que no tienen sala de estar. Tanto si son turistas cómo si son gente sin techo.

—La plaza Real es un espacio que conoce muy bien usted porque vive y trabaja. hubo un momento que se comprometió tan profundamente con su idea de ciudad, que se fue a vivir a la Ciutat Vella. ¿Hoy, tomaría la misma decisión?
—No lo sé, la verdad, esto me lo he preguntado muchas veces y también me he preguntado si tendría que cambiar de lugar y dejar la plaza real. Esto ya lo he decidido: no, continuaré viviendo en la plaza Real. Pero reconozco que hubo un momento que parecía que el barrio, esta zona del Gótico sur, tomaría una dimensión urbana y humana mejor de la que ha tomado. Estos últimos tiempos, ha habido una regresión que, es curioso, se concentra mucho en esta zona de Barcelona. El Gótico sur, por unas casualidades y por unos olvidos a veces inexplicables, es la zona más abandonada en cuanto a la calidad social: es donde hay más ‘sin techo’, donde hay más atracos y más robos, donde hay más peligrosidad, y es allá donde hay más acumulación de turistas, que acaban de complicar el espectáculo, porque hacen un uso abusivo del espacio. Y en consecuencia tenemos que el Gótico sur es el espacio más sucio de Barcelona, el más caro de conservar… Ahora, a pesar de todo esto, para mí, vivir en el centro es todavía una situación de calidad urbana importante.

—La ordenanza municipal de civismo no ha tenido efecto en su barrio.
—No ha tenido mucho buenos resultados, no. Es que yo creo que, con leyes y prohibiciones, no se resuelven los problemas. Los problemas se resuelven aportando cosas positivas que por sí mismas ocasionen un cambio radical.

—Usted, en el Ayuntamiento de Barcelona, también tuvo una presencia muy notable durante los dos años y medio que fue concejal de Cultura. Era un momento en que bajo las grandes infrastructuras culturales la ciudad estaba terminada (MNAC, Macba, reconstrucción del Liceo…). ¿Cómo recuerda aquella época?
—No la recuerdo muy positivamente. Si bien estoy muy satisfecho de mi intervención en el urbanismo de Barcelona, la época de Cultura encontré que era muy difícil. Aunque hice una cosa de la cual estoy satisfecho, que es un libreto que se llama ‘Gracias y desgracias culturales de Barcelona’, que creo que fue el primer análisis crítico de la situación de la cultura en Barcelona. En aquel momento el problema fundamental, y el de ahora también, era la economía. Mientras la cultura esté tan mal presupuestada en los presupuestos gubernamentales (tanto del ayuntamiento, como de la Generalitat, como del Estado) es muy difícil de resolver problemas importantes, de búsqueda, de la investigación, de la creatividad… Los grandes temas de refundación de la cultura son muy difíciles de encarar con los presupuestos que había y que todavía hay.

— Hubo algunas batallas deliciosas, como la que protagonizó junto al consejero de Cultura de entonces, Joan Guitart, para frenar a los patronos del Macba. En aquel momento había una gran distancia y desavenencia entre Generalitat y Ayuntamiento de Barcelona.
—Sí, fue un episodio divertido. Los patronos del MACBA querían presumir de una autoridad absoluta y de una propiedad muy privatizada, y nos encontramos juntos el consejero de Cultura de CiU y yo, como representante de un gobierno municipal socialista. Creo que fue un episodio bastante bonito, sin grandes resultados positivos, pero se creó un ambiente favorable a las decisiones de carácter público y político contrapuesto a las privatizaciones. Y aunque, esta etapa, no la recuerde muy positivamente, con calma sí que te das cuenta de que se hicieron cosas, como por ejemplo que empezamos la política de bibliotecas que después se hicieron en la época de Ferran Mascarell. Esta política de bibliotecas es de las que ha tenido más consecuencias positivas.

—Usted siempre se ha caracterizado para ser un personaje provocador…
—La palabra provocación se puede interpretar de muchas maneras. Normalmente, se asocia a agresivo, penetrante, beligerante. Pero también se puede interpretar como eso que es: provocar quiere decir promover. En la vida colectiva la mayoría de propuestas tienen un punto de provocación necesaria para que vayan adelante y aporten transformaciones radicales en la sociedad.

—Usted ha hecho muchísimas cosas, pero lo que no ha hecho nunca es entrar en el Parlamento o en el Congreso y hacer política activa, como por ejemplo Xavier Rubert de Ventós. ¿Porque no le ha interesado…?
—No es que no me haya interesado, quizás si me lo hubieran propuesto me habría interesado. Pero sí que es verdad que tengo tendencia a preocuparme por los problemas políticos, pero más bien desde un punto de vista de ciudadano-político más que de profesional-político. Yo nunca he formado parte de ningún partido, no he tenido carné de ningún partido. Esto tiene ventajas, pero también algunos inconvenientes. Yo siempre decía que desde la concejalía de Cultura no pude hacer aumentar el presupuesto porque no tenía carné de ningún partido que me avalara. Porque, muy de mal grado mío, comprobé que muchas cosas del gobierno del ayuntamiento no se decidían en el gobierno del ayuntamiento sino en la calle de Nicaragua. La misma imposibilidad de intervenir en el presupuesto era porque muchas decisiones fundamentales del ayuntamiento ya venían dadas por el partido y, si no estabas en el centro del partido, te encontrabas en inferioridad de condiciones.

—¿Es de los que creen que el Ayuntamiento de Barcelona necesita un cambio?
—¿Qué cambio y qué gente? Yo, como que veo que el panorama político, desde el punto de vista de la calidad de las personas, no es muy brillante, no sé si con un cambio todavía empeoraríamos.

—Durante una época estuvo muy ligado al PSC. Después se ha distanciado.
—Muy ligado no lo he estado nunca a ningún partido.

—Simpatizante.
—Simpatizante, sí, por razones ideológicas y personales. Pero precisamente, el hecho de tener cargos próximos en el ámbito político y no entrar en ningún partido indica este distanciamiento. Yo soy contrario a los partidos políticos en general. Cuando hablabas de cambio, yo estaría dispuesto a batallar por un cambio en el que se anulara o se redujera el poder de los partidos. Yo no creo en los partidos, creo en las personas. Y, desgraciadamente, tal como funcionan los sistemas electorales, tienes que creer en los partidos, porque las personas son anuladas por el poder de los partidos. El partido es una entidad indispensable para el funcionamiento de la democracia, pero tiene el inconveniente intrínseco de que en si mismo es una estructura poco democrática. Y la exteriorización que tiene en la vida electoral es también muy poco democrática. A mí, me gustaría una política más diversificada y más llena de matices personales.

—El editor Josep M. Castellet dice que usted es un ‘homenot’ (‘personaje’). ¿Se ve como un ‘homenot’ del Pla? ¿Cómo se ve?
—Yo me veo más bien como una persona que se siente contenta cuando está con trabajo y cuando le caen responsabilidades diversas con capacidad de ejercerlas. Creo que he aprovechado las ocasiones que me han pasado próximas, para poder intervenir en las cosas de carácter público y de cultura general. He participado en la Fundación Miró, en la Escuela de Arquitectura, en Edicions 62, en el Ateneo Barcelonès…, actividades que han marcado periodos sucesivos de mi vida. estoy bastante contento. Porque ha sido una manera de participar en la colectividad, en la vida política del país, sin hacer de ello una profesión. Si volviera a vivir, volvería a ser un poco catacaldos. Mientras tanto, está claro, he hecho de arquitecto en mi estudio, que es donde me he profesionalizado; ha sido mi actividad prioritaria.

—Y todo esto, lo debe de haber hecho durmiendo muy poco…
—Quizás sí, porque, mientras tanto, también nos queríamos divertir y las diversiones llegaban en horarios casi nocturnos. Así recortábamos la noche un poco por delante y un poco por detrás, porque el día siguiente teníamos que trabajar normalmente. Quizás sí que hubo una temporada que sacábamos el tiempo de las horas dedicadas al descanso.

—Porque, a todo lo anterior, se tiene que sumar una familia con cinco hijos.
—Está claro, todo esto lo tienes que hacer manteniendo la continuidad de la vida. Cinco hijos de edades muy próximas. Yo siempre creía que, con cinco hijos, estadítiscamente nos tenía que tocar alguna desgracia, y por suerte no nos ha tocado ninguna. Ni desde el punto de vista físico, ni mental, ni de comportamiento.

—¿Acabar su trayectoria cultural y cívica presidiendo el Ateneo Barcelonés es cerrar el círculo?
—Cuando me propusieron venir al Ateneo, de una manera apresurada y sin mucha organización previa, pensé un poco eso: en los últimos años de mi vida, dedicarme a renovar el Ateneo y ponerlo al día, realmente me hizo ilusión. Además, el Ateneo era el punto de referencia de la cultura de la ciudad, cuando hablábamos con mi padre. Mi padre era un ateneista furibundo, que pasaba muchas horas al día. Todos los amigos de mi padre que recuerdo, los había hecho en las tertulias del Ateneo. O sea que presidir el Ateneo era acercarse a los momentos brillantes de la época de juventud de mi padre.

 

Nota:

Noucentisme es un movimiento cultural, social e incluso político de la Catalunya de principios del siglo XX. Se podría traducir al español como “novecentismo” (de los años 1900)

Equivaldría a los trecento o quatrocento italianos.

 

Publicado por Vilaweb-k argitaratua