El euskera arcaico


La denominación de euskera arcaico se corresponde con la lengua testimoniada por las diferentes inscripciones vasconas encontradas en territorio aquitano y vascón hasta el siglo III d. C. Al euskera hablado anteriormente se le denominaría protoeuskera, siendo un idioma que en principio sólo podría ser reconstruido teóricamente, y al posterior, euskera común, medieval, clásico, moderno o batua, dependiendo de la época a la que se haga referencia. Esta clasificación está basada en el libro El euskera arcaico de Luis Núñez Astrain al que continuamente haré alusión. La tipología del euskera no se asemeja en nada a la de todos los demás idiomas de su entorno. En Europa todos los idiomas son indoeuropeos. Lo que quiere decir que provinieron de Asia entre el segundo y el primer milenio a. C. y que tienen, por lo tanto, una afinidad con el sánscrito, la antigua lengua sagrada de la India. Las únicas excepciones europeas actuales a este hecho son el euskera, el finés y las lenguas caucásicas. Para hacernos una idea de lo que queremos decir cuando aseguramos que el euskera tiene una particular tipología, voy a exponer los dos ejemplos más típicos para comprenderlo, ambos tomados del libro de Luis Núñez. Una conocida canción infantil vasca tiene como estribillo la siguiente melodía: aldapeko adarraren sagarraren puntan. Si a esta frase le atribuimos una traducción literal, palabra a palabra, respetando el orden de las categorías gramaticales, estaríamos diciendo: cuesta-la-de manzano-el-de rama-la-de punta-la-en. Y si ahora tratamos de leerla al revés, nos da como resultado lo que nosotros esperamos de una estructura inteligible. Por otro lado está el tema del ergativo. Por explicarlo de la manera más simple, se dice que el euskera es un idioma pasivo. Se dice Leire etortzen da/ Leire viene, pero Leirek jaten du sagarra/ Leire come manzana. En la segunda frase el sujeto, Leire, se ha declinado y se le ha añadido una –k. Es, por lo tanto, como si la manzana tomara el rol del sujeto y expresáramos la frase en pasivo: la manzana es comida por Leire. Para Trask (RLT, pág. 49) existen una gran cantidad de palabras vascas difíciles de relacionar con ninguna otra lengua vecina. Este léxico incluye pronombres, la mayoría de las palabras gramaticales, numerales, partes del cuerpo, adjetivos básicos, incluido colores, nombres de plantas y animales domésticos y silvestres, casi todas las palabras referidas al clima o fenómenos naturales, elementos geográficos, herramientas, algunos metales y otros materiales como piedra y madera, palabras como ‘hombre’ y ‘mujer’, términos pastoriles y agrícolas y la mayoría de los verbos básicos. Advierte que no es sorprendente que los vocablos referidos a las leyes, administración, religión, educación, etc. sean préstamos, pero sí que le choca que los términos náuticos no sean nativos, a pesar de la larga tradición marítima de los vascos. Y se hace eco de la gran cantidad de palabras compuestas que existen en el idioma, algunas reconocibles como modernas, pero otras claramente antiguas por sus formas fonéticas. A partir de aquí la influencia que haya podido tener el euskera en los miles de años de contacto con sus pueblos vecinos ha podido ser enorme. Ha podido alterar su lexicografía o su percepción conceptual a la hora de crear nuevas expresiones, pero ello no quiere decir que haya cambiado la estructura interna de la lengua. El latín es, sin duda, el idioma que más poso ha dejado en el euskera. Algunas fuentes cifran la proporción de voces latinas en un 50% por ciento. Esto no desmerece en absoluto la aptitud o calidad de un idioma para cumplir la función de la comunicación, sino que es simplemente muestra palpable de su flexibilidad y adaptación a los tiempos. Un ejemplo de ello es el inglés, un idioma anglosajón cuyo porcentaje de voces latinas es parecido o mayor. En cuanto a la lengua celta, ya hemos visto en el capítulo anterior la poca influencia que ha tenido sobre el euskera, un hecho que ha sido mencionado por diversos autores como algo cuando menos llamativo. También habíamos comentado que la razón quizá habría que buscarla en que la cultura celta y la vascona no habrían entrado prácticamente en contacto, quedando sus centros neurálgicos muy distanciados entre ellos. Si nos centramos en cuestiones puramente lingüísticas lo primero que convendría explicar es el curioso acontecimiento que ocurre con las palabras. Estas no son más que elementos dinámicos que responden a los mismos estímulos que los demás seres vivos: muchas veces si no se adaptan, mueren. La palabra zoquete, que se define como un trozo de madera corto y grueso, está presente tanto en el castellano como en el euskera y según el DRAE es de origen probablemente céltico. En la zona de Valdizarbe y Valdemañeru se ha designado con esta voz a ciertas piezas de madera que se colocaban en las prensas de uvas y también a los maderos que hacían de freno en los carros. Pero, al igual que estos oficios, estás acepciones se han ido diluyendo en el tiempo y al final sólo ha quedado la voz en su sentido figurativo: al que es duro de mollera se le apela zoquete y al que ya no tiene remedio se le dice zoquete de galera, que ya no sé decir si hace referencia a algún tarugo real o figurado utilizado en las artes de la navegación. Del mismo modo que ocurrió con esta palabra, sucedió también con otros vocablos presumiblemente celtas que ya han quedado en desuso y que han pasado a formar parte del acervo lingüístico del euskera, latín y castellano: bresca (panal), sayo, melga (en el valle también llamado en euskera fuin/zuin), minza (la membrana del huevo o la cebolla; se dice “pareces de minza” en sentido exocéntrico) y algunos autores como Corominas derivan la últimamente tan extendida voz vasca zulo del céltico silon ‘semilla’, ‘depósito de grano’, que tiene su correspondencia en el castellano silo, voz a la que efectivamente el DRAE le da un origen incierto. Zulo es, sin duda, el ejemplo más claro de palabra adaptada a los tiempos. Durante años no ha habido ni un solo telediario que no hiciera referencia a esta palabra y al final han conseguido propagarla a todo el ámbito castellano. En cuanto al parentesco entre el euskera y el ibero tampoco se puede decir mucho. Los últimos trabajos publicados parece que van mostrando las cada vez mayores analogías entre estos dos idiomas, un hecho al que ya hemos hecho referencia en el capítulo sobre los vascones. De lo que no cabe duda, como ya hemos observado, es de la influencia que el latín ha tenido sobre el euskera. Conviene recordar que Hispania fue la primera región del Imperio Romano donde se implantó el latín y que el euskera comenzó pronto a adoptar los tecnicismos correspondientes a los aperos y objetos que poco a poco se fueron utilizando en las labores cotidianas domésticas o agrícolas. Seguir la pista a estos vocablos no es difícil, ya que el mismo impulso evolutivo de la lengua latina ha dejado su impronta en el euskera, delimitando perfectamente las épocas en las que llegaron los préstamos. Por lo que parece, los restos latinos conservados en la lengua vasca son posteriores al año cero. Desde entonces el euskera se ha ido contagiando de los vocablos del latín clásico, vulgar, medieval y eclesiástico, amén de todos los romances que lo estuvieron comprimiendo durante siglos y lo han estado influenciando hasta el día de hoy. La evolución de las palabras es tan caprichosa que nos puede llegar a sorprender. La voz vasca mutil, muchacho, es un claro ejemplo de ello. Parece provenir del latín mutilu, mocho, mutilado, más que de puttillo, diminutivo de put(t)u niño, aunque lo verdaderamente asombroso del caso es la evolución posterior que ha sufrido la palabra. En el euskera se ha venido denominando muchila (utilizada por nuestros abuelos y abuelas de Valdizarbe ya palatalizada con el sonido /ch/) al zacuto que se llevaba, no en bandolera sino sobre ambos hombros, haciendo seguramente referencia al chaval que llevaba la carga. La voz pasó de aquí al castellano como la internacionalmente conocida mochila. La voz ni siquiera es exclusivamente vasca sino que también se encuentra en ciertas jergas del centro de Castilla. El mismo DRAE la cita como motil. Algunas otras voces del valle denotan antigüedad constatándose el mismo proceso de adaptación fonética al idioma del valle. A veces se transforman las bilabiales oclusivas /b/ y /p/ en nasal /m/: puteus > mutio, como se llamaba en Obanos al pozo de agua salada que alimentaba las eras de sal. Esta voz puede aportar una idea de la antigüedad de la palabra y de la actividad industrial que se empezaría a desarrollar en el valle para el abastecimiento de sal, antigua moneda de cambio. De aquí procede también la voz local puchulo (putzu + zulo), y las castellanas pozo y pozal. El mismo proceso de transformación de bilabial en nasal sucede con otras voces como baccinu > maquinau, como se le decía hasta hace cuatro días en Añorbe a la cama de la liebre, y vendimia > mendema. Para consultar todas las voces citadas y las que vienen a continuación me remito al diccionario del valle publicado en este mismo blog. En este léxico local he procurado no sólo situar a las palabras en su contexto para darles vida, sino también aglutinar el mayor número de variantes fonéticas y morfológicas para encontrar posibles referencias y seguirle el rastro etimológico. Estos son, por poner unos ejemplos, algunos de los arcaísmos procedentes del latín que han sido utilizados por nuestros abuelos y abuelas de Valdizarbe y Valdemañeru hasta el siglo XX: ansa > ansa (asa); sambucus > sabuco (botánica, sauce); melica > emeleca (botánica); erum > jirón (botánica); juniperum > ipuru (botánica); acuculeum > acullo (punzón); pertica > pertíca (pértiga); spicula > esquipura (botánica, espliego); escrinium > cesquiño; capanna > capana (cabaña); capistra > capistra (botánica). Observemos ahora la evolución de las dos últimas palabras, capana y capistra, para apreciar su pronta implantación en el habla popular. La voz latina capanna ha sido de uso común en el valle tanto en la toponimia como en el léxico. El topónimo Capannacunça, ‘era/prado de la cabaña’, aparece ya documentado en Obanos en el año 1590. La capana hacía referencia a la choza temporera que dominaba las viñas para cuidar de que no entrara el ganado. Con el tiempo pasó a denominarse así, por efecto de un tropo lingüístico como es la sinécdoque (la parte por el todo), a la rama que alertaba a los pastores de que en aquella finca no se podía pastorear. En aquellas condiciones hasta los perros debían estar atados. Pero la voz no palatalizó la /nn/ en /ñ/ para decir el castellano cabaña, al igual que, como comenta Trask, no ocurrió con otros vocablos: “In medieval toponyms, the grapas <nn> and <ll> are frecuent for modern <n> and <l>” (LRT, pág. 29). Como consecuencia de una mutación el sonido fuerte /nn/ se hace débil /n/, como también sucedió con el nombre de origen vascón Enneges, que aparece en el famoso Bronce de Ascoli del 89 a. C., y que en euskera evolucionó a Eneko, pero en castellano a Iñigo. La voz capana es por consiguiente un auténtico fósil lingüístico que pasó del latín al euskera y después al castellano del valle y que desapareció de nuestro vocabulario hace una generación. Otro caso singular de fósil lingüístico con el que el habla del valle demuestra su conservadurismo y su inmovilismo fonético es la palabra latina capistra. Al euskera de la zona nos ha llegado como capristo-cuerda o cabiestro, hasta que ha sido engullida por su homónima castellana: cabestro, el ronzal con el que se llevaba a las bestias. Pero por medio otra vez de una sinécdoque el objeto dio nombre prontamente a la planta (Spiraea hypericifolia, durillo negro) con la que se realizaba el aparejo y ahí es donde sí que nos encontramos con la voz original que no ha evolucionado porque no ha tenido ninguna influencia externa, siendo endémica del valle: capístra, caprésta, caprísta, capriésta, capiéstra, caprísto, en sus distintas variantes. ¿Son todas estas palabras euskera arcaico? En cierta medida sí, aunque sepamos que son latinas. A nadie se le ocurriría dudar de que las palabras anorak (abrigo en la lengua inuit) o kotxe (carro de caballos en húngaro) no sean vascas. Pero sabemos que son préstamos, aunque hayan sido relativamente recientes y estén ya perfectamente integrados en la lengua vasca. El valor, en cambio, de palabras latinas como capana y capistra radica en saber que son préstamos que tienen dos mil años y que no han evolucionado conforme a las categorías que impondría un idioma romance. Estas voces fueron utilizadas por nuestros antepasados que hablaron euskera, aquellos mismos que dejaron su impronta en las inscripciones votivas romanas. Y cuando se extinguió el euskera del valle, hace apenas un siglo, las voces continuaron vivas en el nuevo habla local, hasta que fueron sustituidas por los correspondientes cultismos del castellano: cabaña y cabestro. Las voces latinas del euskera han seguido una transformación que, como hemos visto, muchas veces está reglada por rasgos fonéticos particulares y otras veces se han ceñido a su original y no han variado en absoluto. De la misma manera que ha ocurrido así con los préstamos del latín, también ha podido suceder lo mismo con las voces originariamente vascas. Uno se podría retrotraer dos mil años en el tiempo y encontrarse con voces que no habrían modificado para nada su morfología. Conocer bien el idioma y descubrir cuáles son las pautas de su evolución es importante para descifrar los recovecos de la lingüística. Cuando uno apenas tiene datos a los que aferrarse, cualquier detalle puede servir para reconstruir la estructura de un idioma pretérito: las diferencias fonéticas, la deconstrucción de las palabras para identificar morfemas y lexemas, la proliferación de morfos en forma de prefijos, infijos y afijos, de marcas de género y de número, el orden de las categorías gramaticales en las composiciones o el de las propias vocales en cada morfema. Y así tratar de buscar las correspondencias sistemáticas para poder remontarse lo más lejos posible hacia la protolengua y su sistema de sonidos, para acercarse al máximo a la raíz estándar o ‘canónica’, como se le denomina en la terminología moderna. Esta es una labor tan teórica o matemática como la de un científico. Como cuenta Luis Núñez (pág. 97), en el siglo XIX se conocía que la raíz estándar del indoeuropeo común era consonante-vocal-consonante, pero se observaba que a veces aparecían raíces con sólo una de esas dos consonantes y un alargamiento de la vocal. Pues bien, el lingüista suizo Ferdinand de Saussure, fundador de la lingüística moderna, predijo que la caída de la consonante producía el alargamiento de la vocal, algo que fue descubierto 50 años más tarde al estudiar la recién descubierta lengua hitita de Turquía, también indoeuropea. Más o menos parecido a lo que ha ocurrido con el bosón de Higgs que en 1964 proponía un modelo estándar de física de partículas que no se ha descubierto hasta este mismo año de 2012. Y son los propios descubrimientos los que tienen que ir corroborando el modelo de protolengua que uno se ha fijado de antemano retrotrayendo el idioma a su Big Bang inicial. Es como la previsión del tiempo, cuantos más parámetros abarque el modelo para su estudio, más posibilidades de acertar existen. Y los resultados pueden ser sorprendentes. Gorrochategui lo comenta ya en 1987 cuando habla de las inscripciones vasco-aquitanas: “Si las coincidencias léxicas entre el aquitano y el vasco histórico eran en algunos casos sorprendentes, tanto o más sorprendentes eran los paralelos entre el sistema fonológico extraíble de la onomástica aquitana y el sistema protovasco reconstruido mediante las técnicas de reconstrucción interna… un sistema fonológico protovasco tan cercano al atestiguado en los epígrafes aquitanos que prácticamente se podría decir que el aquitano es la corporeización del constructo intelectual que es siempre una reconstrucción lingüística”. Así lo confirma también Trask en su diccionario etimológico: “The phonological structur of Aquitanian […] is remarkably similar to the phonology reconstructed independently for the Pre-Basque of around 2000 years ago by Luis Michelena” (RLT, pág. 6). Hay que tener en cuenta que en las inscripciones uno tiene que estar preparado para lo peor. Te puedes topar con un nombre ibérico escrito en alfabeto paleocristiano pero con fonética vasca porque el que lo escribió o lo dictó era euskaldún; con un ara votiva escrita en latín por un escribiente que no tuviera ni idea de euskera, que simplemente lo habría recibido como encargo y que no hubiera puesto el suficiente empeño en los giros fonéticos; con un vascoparlante que se manejara correctamente en latín pero a la hora de trascribir los nombres vascones se tuviera que romper la cabeza para reflejar los fonemas que el quería escribir, como ocurre con la i- inicial del teónimo itsacurrine encontrado en Olza, del vasco txakur, perro. Los casos que nos pudiéramos encontrar podrían ser muy diversos y no siempre tan inequívocos como el último teónimo hallado hasta la fecha y ubicado en la localidad de Muzki en el valle de Guesálaz: urde, cerdo o jabalí. Siempre se ha comentado de la complejidad de algunos sonidos vascos como son las sibilantes z, ts, tz, tx ausentes en los idiomas circundantes. El conflicto al que se enfrentaban los escribanos queda palpable al realizar una pequeña comparación con la toponimia menor encontrada, por ejemplo, en Obanos en los últimos 500 años (APL3, pág. 86ss). Las voces que no tienen una correspondencia fonética con el idioma en el que se ha redactado el documento, en este caso el castellano, crean muchos problemas. Por poner unos ejemplos:
–  Aizetaguibel, documentado desde 1551 a 1893, variantes: astaguibel, ayçetaguibel, ayestaguibel, aesetaguibel, aysetaguibel, aiztaguibel, aristaguibel, astaguibel, estaguibel. –  Ozondoa, documentado desde 1579 a 1901, variantes: ozonoa, olzondoa, olcondoa, olçondoa, olzaondoa, orcondoa, orzondoa, orondoba. –  Umbizcar, documentado desde 1593 a 1893, variantes: ahuns biscarra, asunbizcar, auzbizcar, ambiscar, aunbizcar, auzbizcar, ambiscar, unbizcar.
Pero dentro del maremágnum de discrepancias fonéticas y morfológicas que supone el mundo de la onomástica documentada y oral, sí parece que existan ciertas reglas que en un principio tuvieran un canon preestablecido, aunque el tiempo las haya flexibilizado. Voy a exponer algunas de las reglas más típicas del euskera arcaico aplicadas al léxico local recogido en el valle en los últimos 50 años:
–        Ausencia de f: lat. furca > borca/ morca/ horcate (cast. horca); lat. festa > mesta (cast. fiesta); lat. forrocino > borrocino; lat. fulligo > espolinar (cast. deshollinar); fr. chaufferette > chopetilla (cast. chofeta). –        Ausencia de diptongo ue/ ve: lat. sponda > esponda (cast. espuenda); lat. mola > molón (cast. muela); lat. sporta > esportizo (cast. espuerta); lat. porrum > porru (cast. puerro); lat. sal muria > salmorra (cast. salmuera). Esta puede ser la razón por la que la toponimia mayor del valle termine en –os y no en –ues: Agós, Adiós, Obanos, Olkoz y quizá también Garés y Sotés, al contrario de lo que sucede con el Norte de Aragón. –        Ausencia de grupos consonánticos como bla, tre, clo: Por medio de la anaptixis, se transforma la resonancia entre las dos consonantes en vocal: lat. mille grana > mingalana; lat. completa > compeleta; celta cleta > gereta. –        La palabra nunca comienza por r: en general el hablante del valle ha sabido reconocer este tipo de fonema vasco e inconscientemente lo ha ido corrigiendo a posteriori. Se observa, sobre todo, en los topónimos como errecazarra > recazarra; errotaldea > rotaldea. Pero a veces el exceso de celo en la ultracorrección ha ocasionado alteraciones en ciertas voces: lat. ferrata > herrada > radaharrasca (de harri ‘piedra’ y asca ‘pesebre’) > rasca.
Estos son sólo algunos de los rasgos del euskera arcaico que todavía se pueden observar en el habla actual de la zona. Hay otra serie de particularidades de esta lengua que quizá hayan ido evolucionando a través de los siglos y que son muy fáciles de distinguir recurriendo al léxico actual:
–        r > l: toponimia: araluceta > laluceta; olza > orcea; recandia > lecandia; salvidea > sarbide; léxico: mille grana > mingalana. –        Consonantización: sosoroa > sosoroba; ozondoa > orondoba; xubindoa > chubindoba; sarasua > sarachuga. –        a > e: toponimia: astagaray > estagaray; léxico: astamenda > estamenda. –        b > m: toponimia: muscarmendía > buscarmendía; léxico: beratz > cascamelache. –        Metátesis: léxico: zuririn > zirurin; cosquirriar > quiscorriar; sugandilla > sagundilla. –        Morfología (por influjo del artículo castellano): toponimia: Lameategui > meategui; retagaña > larretagaña; léxico: amasabel > la machabela; el larrapo > arrapo; la anzaia > lanzaia. –        pl/ gl > l: léxico: pluma > lumetar; glande > landrilla; plantaginem > lanjina.
Se podrían extraer muchísimos más ejemplos, observando con detenimiento el vocabulario local de los últimos siglos, para hacer una comparación lingüística con el euskera arcaico y seguir su evolución. De todas formas quien quiera consultar todos estos datos puede echar mano, como ya he comentado anteriormente, del diccionario del valle que poco a poco voy conformando en este mismo blog. Una vez expuesto el problema que suponer desgranar el significado y procedencia de las palabras, vamos a pasar a enumerar las voces vasconas halladas hasta la fecha. Aunque no se conserva ningún texto arcaico redactado en euskera, sí que encontramos una gran cantidad de teónimos y antropónimos cincelados sobre mármoles durante los tres primeros siglos de nuestra era. Las inscripciones son, en general, de carácter funerario, votivo u honorífico, como así ocurría en el mundo romano al que pertenecían. Son personas que expresan su agradecimiento a los dioses, emperadores o personalidades locales. Toda la onomástica vascona se concentra en dos grandes zonas: por un lado en Aquitania, sobre todo en el macizo central de los Pirineos; y por otro en la mitad sur de Navarra, a lo largo de una franja que se extiende del noroeste al sureste, desde el valle de Guesálaz hasta las Cinco Villas zaragozanas. ¿Y en medio? Pues un vacío generalizado en el que apenas se encuentra nada digno de mención. ¿Las razones? Pues quizá habría que buscarlas en el desinterés que estas zonas mostraron con todo lo concerniente al mundo romanizado. El modo de vida de los vascones que habitaban los valles del interior pirenaico no coincidiría con la de los habitantes de las amplias cuencas que se expandían al Norte y al Sur de la cordillera. Estos últimos se irían romanizando por necesidad, porque los romanos eran la referencia que les ayudaba a desarrollar las nuevas técnicas y producir los últimos instrumentos para el laboreo del campo y los trabajos doméstico vinculados a ellos. Pero mientras en las cuencas de más al sur de Navarra y del entorno aquitano los vascones fueron sucumbiendo al latín, en lo que respecta a Valdizarbe y Valdemañeru y en general la Navarra nuclear no fueron latinizados. Como ya he explicado en el capítulo sobre las comunidades indígenas y los vascones, la causa bien podría haber sido su dispersión geográfica en pequeñas aldeas, heredada quizá de una tipología de poblamiento proveniente de la Edad de Hierro. Esta distribución encontraría su origen tras la expansión vascona desde los valles intrapirenaicos navarros a la conquista del nuevo agro y tendría su plasmación en una estructura social influenciada por aspectos orográficos, climáticos, culturales y políticos. Haciendo un resumen de lo publicado por Luis Núñez en su libro El euskera arcaico, las inscripciones aquitanas contienen unos 400 nombres vascos de personas y unos 70 de divinidades relativos generalmente a algún árbol o animal, lo que las distingue de las inscripciones del territorio galo. Se pueden contar hasta unos setenta fragmentos onomásticos de palabras, excluyendo los sufijos. La mitad de ellos son medianamente inteligibles para cualquier profano en la materia. Algunos de los ejemplos de nombres propios vascoaquitanos son: Andere, Andosso, Attaco, Belex-, Bihox-, Cison-, Enne-, Ilun-, Losa-, Nescato, sahar, Sembe-, Seni-, Umme-, Uri-, Hars-, Asto-. La mayoría significan parentesco, sexo, edad, animales… tal y como se acostumbraron a utilizar en la Edad Media. En cuanto a las divinidades existen numerales (Laurs-, Bors-); colores (Belex-, Gorri-); árboles (Artahe– ‘encina’); adjetivos (-berri, –andi, –il(h)un). Como se aprecia algunos de ellos se podrían traducir con un simple diccionario básico actual. Los sufijos también resultan fáciles de identificar y traducir gracias al euskera actual: –cco, –xso, –thar, –se.

Reconforta saber que uno ha puesto su pequeño granito de arena para ayudar a esclarecer el origen de la lengua vasca a este lado de los Pirineos. Cuando Koldo Colomo, colaborador de este blog, me comentó en el 2010 que estaba haciendo un trabajo etnográfico de investigación sobre el valle, le puse en contacto con mi amigo Txetxu de Muzki, Guesálaz, que acababa de organizar en su casa-palacio una excelente exposición con motivo del Día del Valle. Cuando Koldo vio las dos aras votivas romanas halladas en el curso de laboreos agrícolas, se puso en contacto con Javier Velaza, una de las eminencias en la materia, con el que está en contacto no sólo como aficionado sino también como técnico de euskera del ayuntamiento de Gares. Así se descubrió el último teónimo vascón que hace referencia a un dios de nombre “Urde”, jabalí o cerdo. La inscripción dice: Urde/ Pet(ronia?) ·F1-/ avina/ v(otum) s(olvit) l(ibens) m(erito). (Foto extraída de Zeitschrift für Papyrologie und Epigraphik 181 (2012) 260-262)

La lista de teónimos, nombres de dioses, y antropónimos, nombres de personas, que se han encontrado en Valdizarbe, Valdemañeru y el entorno más próximo es uno de los datos más importantes de que disponemos para analizar con un mínimo de precisión el vocabulario vasco de la zona. La lista de teónimos y antropónimos está extraída de dos documentos de Fernando Fernández Palacios (FFP1 y FFP2). A la lista añado los que aporta Luis Núñez y los encontrados con posterioridad.
DIOSES: Navarra: Errensae [dat.], en Larraga. Itsacurrinne [dat.], en Izkue. Larahe/ Larrahi, dos veces, en Irujo (Guesálaz) y Andelos, respectivamente. Stelaitse [dat.], tres veces, en Barbarín. Losae/ Loxae, cuatro veces, en Zirauki, Guesálaz (2) y Arguiñáriz de Guirguillano. Urde, en Muzki, Guesálaz. Encontrado por Velaza en el 2010.
Según LN también son vasconas: Lacubegi, dos veces, en Ujué. Villar/ Prósper la citan como ibérica. Peremusta, dos veces, en Eslava y Sangüesa. Villar/ Prósper la citan como indoeuropea. Hehelphis, dos veces, en San Martín de Unx.
Álava: Helasse, en Miñano Mayor
Según LN también son vasconas: Attia, en Iruña de Oca. Villar/ Prósper la citan como dudoso. Aituneo, en Araia. Villar/ Prósper la citan como dudoso.
Bizkaia: Iviliae [dat.], en Forua. Para FPP2 está muy cuestionada.
PERSONAS: Navarra: Abisunhari [dat.], en Lerga. Abisunsonis [gen], en Izkue. (No figura en LN) Agirsenio [dat.], en Tafalla. Badan[, en Izkue. (No figura en LN) Edsuri, en Urbiola. (No figura en LN) Narhungesi [gen.], en Lerga. Or[du]netsi [dat.], en Muez. Nombre ibérico con pronunciación vasca. Ummesahar [nom], en Lerga. Urchatetelli [gen.], en Andelos, Mendigorría. Nombre ibérico con pronunciación vasca.
Gipuzkoa: Beltesonis [gen.], en Oyarzun.
Álava:
Lutbelscottio [dat.], en San Román de San Millán. Luntbelsar [nom.], en San Román de San Millán.
Según LN también son vasconas: Aitea, en Ollavarre. FFP2 la cita como insegura y en inscripción desaparecida. Illuna, en Iruña de Oca. FFP2 la cita como insegura y en inscripción desaparecida.

Zaragoza: Attaeso [dat.], Labitolosa, en Huesca. L[.]sanharis [gen.], en Sofuentes, Cinco Villas. Narhu[ns]eni [dat.], en Sofuentes, Cinco Villas. –eihar [nom.], por dos veces en Tabula Contrebiensis. Es un fragmento de nombre vascón que aparece en el bronce de Botorrita.
Según LN también son vasconas: Ederetta, en Sádaba, Cinco Villas. Enneges, en Ejea, Cinco Villas (Bronce de Ascoli). Agerdo, en Ejea, Cinco Villas (Bronce de Ascoli). Agirnes, en Ejea, Cinco Villas (Bronce de Ascoli). Arranes, en Ejea, Cinco Villas (Bronce de Ascoli). Arbiscar, en Ejea, Cinco Villas (Bronce de Ascoli). Umarbeles, en Ejea, Cinco Villas (Bronce de Ascoli). Serhuhoris, en Valpalmas.
La Rioja y Soria: Agirsaris [gen.], en San Andrés de Cameros, La Rioja. Agirseni [gen], en Vizmanos, Soria. Para LN tiene similares en Tafalla y el bronce Ascoli. Ar[…]thar. Arancisis [gen.], en Vizmanos, Soria. Attasis [gen.]. Lesuridantar. Oandissen. En FFP2. Onse[…]sonis. Según LN quizá sea de mujer. Onso. Según LN quizá sea de hombre. Sesenco.
Sergia. Según LN acaso sea ibérica.
Además de estos patronímicos se han catalogado últimamente otros once nombres de procedencia vascona en Hagenbach, en Alemania, y en Ardara, Cerdeña, en Italia. No los incluyo aquí porque pueden ser de origen aquitano y no quiero extender el trabajo a todo el ámbito de habla vascona. Como ya señaló Fernández Palacios (FFP1, pág. 370ss), los testimonios de onomástica vasco-aquitana en la Península Ibérica han aumentado de unos años a esta parte gracias a nuevos descubrimientos epigráficos. De esta manera su mapa de dispersión alcanza ya las actuales provincias de Álava, Guipuzcoa, Vizcaya, Navarra, Huesca, Zaragoza, La Rioja y Soria. Para el autor seguirá abierto, por lo tanto, el debate sobre la verdadera extensión, intensidad y cronología de la existencia de la lengua vasca al sur de los pirineos, así como la incidencia en la formación de la identidad vascona. Pero conviene recordar, como ya hemos visto en el capítulo anterior que concluyeron Villar y Prósper en su estudio sobre la toponimia del territorio vascón, que la antroponimia va directamente ligada a los individuos y sus creencias, trashumando con ellos, como bien pudiera haber ocurrido en el caso de los vascones que emigraron a partir del siglo II/I a. C. desde los valles pirenaicos.

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