El reciente anuncio realizado por Macron sobre su intención de enviar tropas a Ucrania no ha generado un gran revuelo, pese a que, en teoría, se trataría de una decisión de consecuencias descomunales. La indiferencia puede deberse tanto al agotamiento del público europeo con la guerra como a la correcta intuición de que hay mucho oportunismo personal con la propuesta y que ésta no tomará nunca la forma de una operación a gran escala, sino que se mantendría en las labores de asesoramiento y atención más o menos directas que la OTAN presta al ejército ucraniano desde el inicio de la invasión.
Algunos medios y comentaristas políticos han destacado que Macron logra de este modo poner un conflicto externo en el centro de la agenda política francesa y forzar a sus adversarios a posicionarse. Para las próximas elecciones europeas, Le Pen podría sentirse incómoda con sus conexiones con Putin y la izquierda liderada por Mélenchon haría un papel muy desagradable al defender un pacifismo colaboracionista con los invasores. Los hombres del centro liberal confían en que los franceses querrán luchar por la democracia en Europa y estarán dispuestos a hacer más sacrificios para derrotar al malévolo enemigo.
El riesgo evidente, sin embargo, es que la jugada tenga el efecto contrario y nos topamos con que la mayoría de la población francesa no tiene ningún interés en defender un régimen democrático donde los derechos de las élites son siempre la prioridad. Los expertos europeos llevan más de diez años leyendo incorrectamente el grado de insatisfacción y enfado con nuestros sistemas políticos. Confían en que los ciudadanos aceptarán eternamente un reparto desigual de los sacrificios, porque nunca existe otra alternativa, sin entender que, llegado un día muy probable, el hombre corriente colaborará activamente con el hundimiento de sus países.
Estos politólogos con sus modelos económicos sobre el comportamiento humano no son capaces de entender que los humanos, agotados por la apatía, la resignación, el conformismo y el estancamiento vital, preferimos el caos y la destrucción a un mundo injusto en el que siempre sufrimos nosotros. Si los rusos invaden Francia, probablemente todo el mundo vivirá peor, pero las actuales élites serán destruidas y para muchos esto es satisfacción suficiente para contribuir a la victoria de Putin. Cuando ya has comprendido que en esta vida más que disfrutar te toca sufrir, el único modo de hacer comprender a los privilegiados tu situación es hacerles sufrir, porque, sin dolor compartido, la empatía es sólo un gesto cínico.
Sin embargo, la principal motivación no es electoralista, sino que responde a la estrategia tradicional de Francia en la construcción del proyecto europeo. Macron, pese a tener gestos de hombre bastante ridículo, siempre ha sido un peligro presente para Alemania. Cuando era ministro de Economía del Gobierno Hollande, Merkel lo vetó en todo momento y le impidió tomar parte en cualquier negociación sobre la crisis griega, como explica Varoufakis en ‘Adults in the room’. Fue el único aliado que encontró el griego en todo el continente, porque sabía perfectamente que la dureza que los alemanes empleaban con Atenas era el tratamiento que Berlín reservaba en un futuro inmediato para París. Se trataba de dar una lección a los franceses en el rostro de los griegos.
Por ello, hace cinco años, Macron colocó a una incompetente reconocida como Von der Leyen al frente de la Comisión Europea. La jugada era obligar a los alemanes a liderar la Unión Europea, porque siempre controlaban la situación política instrumentalizando la Comisión Europea desde los pasillos. Si una mujer alemana presidía la comisión a plena luz del día, deberían moderarse y se evidenciaría más fácilmente su dominio abusivo de la política europea, mientras que Macron posicionaba a sus hombres en lugares clave pero discretos como el BCE o la Dirección General del Mercado Interior con responsabilidad sobre las agencias espaciales y el complejo militar.
El objetivo de Francia, desde el origen de la UE, es avanzar en la construcción europea para armar un ejército común, que, en la práctica, significa que todos los europeos les pagamos sus soldados. El gran obstáculo a este propósito han sido siempre los pequeños países agrupados en la llamada Liga Hanseática, los bálticos más los escandinavos y los Países Bajos. Partidarios de la austeridad y el libre comercio, este bloque siempre ha considerado que la OTAN era más que suficiente para proteger a Europa y han conformado el apoyo fundamental a las políticas de Alemania para someter a la disciplina protestante a los maltrabajas y decadentes países latinos.
Sin embargo, la guerra de Ucrania ha empezado a destruir esta coalición. En primer lugar, ideológica e históricamente, junto a Polonia, los hanseáticos son las naciones más enfrentadas a Rusia y preocupadas por su invasión; pero Alemania se ha mostrado en todo momento como un líder débil y titubeante. Aún más, Merkel, su antigua capitana, es una de las responsables del envalentonamiento de Putin y sin la alianza con Rusia, el futuro industrial germano está condenado. De repente, la Liga Hanseática ha perdido su hermano mayor.
Para terminar de redondearlo, la posible victoria de Trump pone en peligro existencial el proyecto de la OTAN. Si la estrategia de los hanseáticos y Polonia era confiar su defensa a los estadounidenses, sea cual sea el resultado de las elecciones presidenciales de Estados Unidos, ya es innegable que la seguridad de Europa no puede estar condicionada a la política exterior de Washington. La integración de los ejércitos europeos se ha convertido a toda prisa en una necesidad urgente y el único país con músculo militar en el continente es Francia. Alemania está fuera de juego después de dos años de constantes ridículos con las promesas de envío de armas y, en ese tiempo, se ha evidenciado la privilegiada situación fiscal que vivía un país que no cumplía con sus compromisos en gasto militar. Además, Von der Leyen fue la ministra de defensa responsable de encubrir ante el público la situación real de sus fuerzas armadas.
Por tanto, la celeridad de Macron para hacer este anuncio responde a su deseo de liderar la construcción del ejército europeo y ganarse rápidamente a los miembros de la Liga Hanseática como socios preferentes de su proyecto. Como es obvio, el objetivo final es el aislamiento de Alemania, que sólo puede contar como socios fiables en la actualidad con Austria y Hungría, que a su vez son los delegados de Rusia en la Unión Europea. La evolución natural de estas tensiones ya puede observarse: los conservadores alemanes son los principales partidarios de colaborar con la extrema derecha y la conclusión lógica será que, una vez Alemania no pueda controlar la Unión Europea para someter a Francia, hará todo lo posible por destruirla.
La arquitectura europea fue diseñada, como ya explicamos, para tiempos de paz y no podrá resistir la escalada militar que vivimos. Desgraciadamente, nos encontramos en un momento en que no hay ninguna salida buena y la situación de Ucrania es crítica. Como previmos hace más de dos años, gracias a la estrategia de los belicistas una situación de empate técnico que podría haber sido una humillación militar para Rusia comienza a tomar la preocupante forma de una victoria de Putin contra todo occidente. El desastre es absoluto y para evitar males mayores el envío de tropas es indispensable, aunque la cifra será mucho mayor que la imaginada.
EL MÓN