Catalunya y el reconocimiento internacional

Carles Puigdemont

Desde nuestra llegada al exilio, una de las prioridades ha sido la internacionalización del proceso de independencia de Catalunya. Y naturalmente el Estado español también ha centrado en ese campo sus esfuerzos, ya sea para desacreditar o para criminalizar.

Personalmente, he procurado tener tantas reuniones como me ha sido posible con dirigentes, exdirigentes y representantes de gobiernos de todo el mundo. Me he encontrado con personas de los diferentes continentes. Desde jefes de Estado hasta diputados de países africanos donde se violan los derechos humanos de manera sistemática, pasando por banqueros de países candidatos a la UE o de alguna de las democracias más indiscutibles. De no haber sido por la pandemia lo habría seguido haciendo estos últimos dos años.

En todos estos encuentros se ha hablado del proceso de independencia de Catalunya y de la situación económica. En todas las ocasiones, la conversación sobre la independencia ha surgido a iniciativa de mis interlocutores, interesados en conocer la situación de primera mano. En ninguna de las reuniones se ha abordado el escenario del reconocimiento, aunque este es también uno de los objetivos que tenemos fijados para culminar el proceso de independencia. Vaya, sería muy difícil explicar que quieres la independencia pero esperas que el reconocimiento caiga por generación espontánea. Sin embargo, en todos los casos mi objetivo era y es ampliar el conocimiento internacional de la realidad del conflicto. Para reconocer, primero te tienen que conocer.

En este propósito, he contado y cuento con la ayuda excepcional del profesor Josep Alay, académico brillante y conocedor profundo de varias regiones del mundo, particularmente de Asia, que habla y entiende más de diez lenguas. Sé que este tipo de apoyos causan urticaria en aquellos que nos querrían mediocres, adocenados y acomplejados. Y que lo intentan criminalizar de la manera que han criminalizado el independentismo.

Se ha hablado y se ha especulado a partir de dos encuentros con el entonces presidente de Armenia, que ya hicimos públicos en su momento. En realidad, se produjeron en el contexto de unas jornadas internacionales en las cuales coincidí con dirigentes de otros países, y siempre fueron contactos de cortesía e intercambio de opiniones informales. No solo con él.

Por cierto, y para que no quede ninguna duda: ninguna de estas reuniones y encuentros ha sido con ningún dirigente, exdirigente o persona representante de la Federación Rusa.

Todo lo que salga de este esquema es pura fantasía y especulación, que no tiene ningún otro interés que el de manipular para obtener el objetivo de desacreditar o atacar la reputación del movimiento independentista. Tan fantasioso como el famoso informe de la “inteligencia europea”, base de las principales informaciones, del que la misma Comisión Europea niega tajantemente su existencia.

El independentismo no es un movimiento que tenga que cerrarse en sí mismo, ni que pueda renunciar a tener tantos contactos internacionales como sea posible. No somos una región, no somos una mera comunidad autónoma. Somos una nación, y las naciones procuran tener voz en el mundo, y procuran tener conocimiento de todos los conflictos e intereses que hay en juego en el mundo. Hacerlo es imprescindible para poder tener opinión y política propia en este ámbito; y las opiniones y las decisiones al respecto son nítidas sobre cuáles son y cuáles queremos que sean nuestros aliados. Cuál es nuestro modelo y cuál no es, sin necesidad de sucursalizar nuestra política a los intereses, legítimos pero no necesariamente siempre coincidentes del Estado español. Basta repasar todas las resoluciones internacionales aprobadas por el independentismo, ahora y a lo largo de los años, para darse cuenta de que incluso en los momentos más oscuros de Europa, cuando el unionismo español estaba enajenado con Hitler y Mussolini, el catalanismo ha estado comprometido con la causa de la libertad. Aquí, en la China popular o en Rusia.

LA VANGUARDIA