Desde hace tiempo el mundo -y nosotros con él- mira a Cataluña. Con su reivindicación de independencia la sociedad catalana ha puesto contra las cuerdas al Estado español, hasta el punto de hacer tambalear la ‘modélica transición’, el régimen del 78 y los mismos principios del Estado corrupto.
La serie de acontecimientos iniciada con la consulta de Arenys de Munt en 2009 ha ido acompañada de éxitos de movilización y autoorganización de la población, ayudada a menudo por la torpe respuesta del poder hispano.
Tras los aciertos de Cataluña en la última etapa –el ‘procés’- se ocultan muchos años de trabajo silencioso por la recuperación de la lengua, la cultura, la interpretación de la historia, la puesta en valor de la memoria colectiva. Omnium Cultural ofrece un modelo de intervención eficiente en este campo. El supremacismo lingüístico y cultural español se ha encontrado frente a una sociedad pertrechada con buenas defensas.
El expolio sistemático que supone el déficit fiscal de Cataluña y el maltrato que sufre en todo lo relacionado con infraestructuras, trenes de cercanías, corredor mediterráneo, etc., han sido argumentados por los catalanes de manera eficaz como arma de reivindicación y cohesión social.
Sobre estos motivos se ha ido construyendo una narrativa con capacidad de movilización popular: “España nos roba”; “Somos una nación, autodeterminación”; “Objetivo: independencia”; la rememoración de la fecha y la hora 14:17 de 1714 (entrada de las tropas borbónicas españolas en Barcelona); en resumen, “In, Inde, Independència!!!”,
Todo ello ha ido construyendo un relato de cómo los catalanes se ven a sí mismos, y a qué se enfrentan. En el mismo se expresa un punto de encuentro entre ellos y desde el que pueden proyectar su futuro. Y este modo de contarse a sí mismos y al mundo, se ha convertido en hegemónico. Este relato y esta hegemonía son la nación catalana de hoy.
La hegemonía no se define por los votos que obtienen unos partidos que se autodefinen como independentistas pero que, en gran parte, están integrados en el sistema clientelar español. La hegemonía social se expresa a través de una argumentación, un relato, que es coherente y que consigue una aceptación social generalizada. Es una visión de la realidad que goza de una credibilidad mayoritaria.
A pesar de los conflictos internos puntuales que, sobre todo en periodos electorales, resurgen con fuerza, quien lleva la iniciativa del relato es el independentismo. No es fácil adivinar la evolución del conflicto ni su resultado, pero hoy se puede asegurar que tiene unas sólidas bases sociales, hegemónicas en el discurso. Siempre es posible dilapidar el capital adquirido en estos años, pero la consolidación de esos argumentos garantiza un largo recorrido.
¿Y nosotros?
Nosotros, nuestra nación, no ha sido desde el punto de vista argumental un modelo de construcción de relato, centrado en la memoria, en nuestra realidad, en la historia en nuestros conflictos. Nuestra narración se construye desde la perspectiva de los estados dominantes: España y Francia. No nos vemos como una nación definida sino como un ente difuso, como siete “territorios históricos”, o tres “Comunidades”, dos españolas y una francesa, llovidos del cielo, que, eso sí, han hablado desde milenios la misma lengua como único rasgo de cohesión.
Según el discurso coloquial, da la sensación de que los vascos nunca hemos tenido un Estado independiente, ni una historia singular. Nuestra memoria no existe. Las conquistas, asimiladas, se pierden en el olvido. Las damos por amortizadas. Las gestas de los marinos vascos, apropiadas por españoles y franceses. Los conflictos del siglo XIX, explicados como la reacción de un pueblo ultrarreligioso y conservador frente al ‘liberalismo’ español y la ‘razón’ francesa.
La memoria de la guerra de 1936 es apenas un apéndice de la IIª República española. Tras la disolución de ETA, el relato ha quedado por completo en manos de los servidores del Estado español, hasta el punto de que las figuras públicas de la izquierda abertzale acuden sumisamente a las conmemoraciones y homenajes de los ’mártires’ oficiales. Los otros, claro.
Se habla de “la nación foral”, pero no hay ni memoria ni conocimiento de qué han sido los Fueros. En su tiempo fuimos “un marco autónomo para la lucha de clases”, sin saber que la lucha de clases siempre ha sido internacional. En general, está muy extendida la especie de que “los vascos no hemos tenido un Estado”. Bueno, que tenemos dos: España y Francia. Pero que lo mejor es no tener ninguno.
Hemos citado el caso catalán. Otras naciones, por supuesto las que han accedido a su independencia, han construido el relato que las constituye como tales. Y ese relato es lingüístico, pero también memorial, histórico, festivo, religioso, institucional, de conflictos y luchas, de perspectiva de futuro. Aquí carecemos de algo parecido. Con la excepción de la referencia a la lengua, que es un dato tan claro y evidente que no hace falta quebrarse mucho la cabeza para admitirlo como elemento constitutivo.
Elementos de identidad (de memoria) como el proceso nacionalizador de nuestra sociedad medieval y moderna realizado por el Estado navarro, son cuestionados y despreciados desde las propias posiciones vascas. No disponemos de un relato dominante que nos cohesione, que sirva para enorgullecernos, constituirnos. Hay dos o tres, y ninguno que responda a las necesidades de esa visión compartida que requiere una sociedad moderna que pretenda ser protagonista en el mundo actual, como sujeto político. Uno es el de la sumisión total y, a falta de otro propio consistente, podemos intuir que sus argumentos son hegemónicos.
Hoy en día la nación vasca no puede hacer seguidismo de las fórmulas catalanas o de otros lugares. No tienen sentido consultas parciales, por ejemplo, si no se sitúan en una acumulación de fuerzas concreta, si previamente no se ha construido y aceptado globalmente el relato que nos constituye como nación. Hemos de pensar las herramientas que necesitamos. Y construirlas desde aquí.
No sirve de nada que se sienten a hablar partidos políticos, u otras organizaciones, para establecer acciones conjuntas y objetivos comunes si antes no se ha planteado una confluencia en el relato. No somos “siete territorios forales”. No somos “dos autonomías españolas” y una “comunidad especial francesa”. Algo tendremos que nos distinga y nos permita reconocernos. Eso es el relato. Y no es un debate para el futuro; sino el soporte del proceso. Es decir, lo básico. Algo imprescindible y necesario.