He visto que hay un nuevo manifiesto contra el nacionalismo lingüístico, promovido -se ve que- por padres y madres que viven en comunidades autónomas de esas que llaman “con lengua propia” (¿es que las otras no tienen?, ¿Son mudas?). Y quiero adherirme inmediatamente y sin reservas. Todavía no he tenido la oportunidad de leerlo detalladamente, pero de acuerdo con la información que ha aparecido en prensa, no tengo ninguna duda que recogerá un conjunto de reivindicaciones que tanto yo como la inmensa mayoría de mis amigos suscribimos plenamente. Mencionaré unas pocas.
Estoy contento de ser capaz de hablar en varias lenguas, incluido el español. Ahora bien, me parece ridículo estar obligado por ley -la constitución española- a conocerlo, simplemente porque en el apartado ‘Nacionalidad’ de mi pasaporte, dice “español”. ¿Hay algún argumento más radicalmente nacionalista para dar a conocer un idioma? Seguro que el manifiesto se posiciona contra esta intolerable aberración del nacionalismo más impositivo.
En cambio, estoy muy cansado de no tener la libertad de asistir a espectáculos teatrales y películas en mi lengua. Las salas de cine de las ciudades valencianas no ofrecen ningún título en valenciano, y únicamente los ciclos que programan universidades o entidades valencianistas vienen a compensar -escasamente- la brutal carencia de ocio en la única de las dos lenguas oficiales que no tiene ni un ejército ni una policía que la defienden. Eso, que estén plenamente disponibles espectáculos hechos en lenguas que disponen de ejército es una muestra tan evidente de nacionalismo lingüístico, que estoy seguro de que el manifiesto se posicionará claramente en contra.
Si nos fijamos en la televisión, resulta que la oferta de cadenas en castellano es aplastante, digamos que -después del último acto de censura inquisitorial de TV3- la oferta en valenciano puede ser calificada de miserable, ya que Canal 9 no llega a emitir ni un 25% del tiempo en la lengua que sus estatutos definen como propia y principal de la RTVV. También estoy convencido de que este aspecto quedará plenamente recogido en las reivindicaciones de los heroicos opositores al nacionalismo lingüístico.
En cuanto a la libertad de recibir la educación en la lengua materna, tendrán en mí un aliado incondicional. Mis hijas hablan con su madre en euskera, por lo que estaré muy contento de que puedan recibir algunas clases en la milenaria lengua de los vascos que -actualmente- sólo pueden practicar en casa. Seguro que las muchísimas criaturas que -viviendo en territorio valenciano- tienen como idioma materno el quechua, el rumano, el árabe o el tamazig, estarán tan de acuerdo como yo con la idea de habilitar líneas educativas en todas estas -y en otras- lenguas. Quiero agradecerles especialmente que se hayan fijado en mi situación familiar que -no por ser minoritaria- ha de merecer menos respeto por parte de los esforzados autores del manifiesto.
Por otro lado, acabar con el nacionalismo lingüístico será un gran beneficio para nuestra sociedad. Puesto que el vigente Estatuto de Autonomía establece que tenemos dos lenguas oficiales, resulta especialmente ridículo que personas con profundas discapacidades lingüísticas puedan acceder no sólo a la función pública, sino también a los niveles más altos de representatividad institucional. Es incomprensible que políticos como Paula Sánchez de León (PP), Ángel Luna (PSOE) o Marga Sanz (EU) -por citar sólo tres- estén representándonos mientras se mantienen en un completo analfabetismo funcional en valenciano.
Sólo pueden hacerlo porque han usado -y abusado- de los privilegios lingüísticos que el ejército franquista garantizó por la fuerza de las armas -los hablantes de la lengua nacional (la del ejército nacionalista, evidentemente). Sin estos privilegios, estas personas, de cuya capacidad intelectual no tengo ninguna duda, habrían aprendido perfectamente las dos lenguas oficiales y no perpetrar el ridículo que supone ignorar el 50% de los idiomas del pueblo que representan.
Esta será una ventaja adicional de liquidar de una vez por todas el nacionalismo lingüístico. Un nacionalismo que se impuso a sangre y fuego y que -en cambio- deberá ser desalojado del poder a base de letra, cultura, aprendizaje, apertura de mente y aumento de la capacitación de todas las personas que vivimos y compartimos en la sociedad valenciana. Ya saben los valientes y esforzados autores de este manifiesto que pueden contar conmigo para erradicar la lacra inaceptable del monolingüismo casposo y empobrecedor que hemos heredado -en última instancia- del miserable franquismo, y que se esfuerzan en mantener todos sus continuadores, independientemente de las siglas en que militan.
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