Rusia y Ucrania

Rusia y Ucrania, historial de desencuentros

EMPAR REVERT

LA VANGUARDIA

Rusia y Ucrania fueron de la mano durante doscientos años, aunque siempre con una desigual relación de fuerzas, la correspondiente a centro y periferia. Aquellos dos siglos arrancaron con la partición del actual territorio ucraniano entre rusos y austríacos a finales del XVIII, y vieron su final con la desintegración de la URSS en los últimos días del XX. En todo ese tiempo, los roces entre rusos y ucranianos han sido incontables, y así seguirían.

Sin embargo, las raíces más remotas son, de hecho, compartidas por rusos, ucranianos y bielorrusos. Como la capital de Ucrania, que lo fue en primer lugar de la Rus de Kiev, estado de entre los siglos IX y XIII que las tres nacionalidades reclaman como antepasado cultural. Tras la fragmentación de la Rus, el suelo ucraniano llevaría sucesivamente los colores de distintas potencias, entre ellas, Lituania, Polonia, el Imperio otomano, el austrohúngaro y Rusia.

En 1654, en el Tratado de Pereyáslav, Moscú prometió a los ucranianos (el centro del país actual) una serie de libertades que no se materializaron. El acuerdo condujo a una guerra entre Rusia y Polonia (de la que los ucranianos se habían emancipado) que acabó dando a los primeros también el este de Ucrania. Quedó una pequeña parte autónoma en manos de cosacos bajo paraguas ruso, situada en el centro norte, hasta que Catalina la Grande decidió eliminarla a finales del siglo XVIII.

La rusificación

Con el auge de los nacionalismos en la Europa del siglo XIX, Moscú se lanzó a rusificar sus dominios ucranianos a costa de la cultura local. La importancia de las armadas en todo el continente también se impuso en la corte rusa, que hizo del mar Negro y Crimea (poblada por Catalina la Grande con ucranianos y rusos a finales del siglo anterior) uno de sus principales teatros de operaciones navales. Esta península se convirtió, además, por su costa y su clima benigno, en resort de la aristocracia rusa.

La guerra de Crimea a mediados de aquel siglo (1853-56) fue un desastre para el Imperio ruso. Con ella, San Petersburgo pretendía ganar una salida al Mediterráneo a través de los estrechos del Bósforo y los Dardanelos, entonces pertenecientes a un Imperio otomano ya en claro declive. Francia y Gran Bretaña se aliaron con los turcos para evitar el avance ruso en un mar cuyo dominio consideraban propio. La caída de la ciudad crimea de Sebastopol tras un sitio de casi un año forzó la capitulación del zar Alejandro II, pero aquella larga resistencia contra las potencias occidentales se erigió en un símbolo para los rusos.

En paralelo a los desvelos rusos en el mar Negro, también los ucranianos, a través de sus élites intelectuales, empezaron a cultivar su propio movimiento nacionalista. A finales del siglo XIX ya existían partidos políticos de corte nacionalista y socialista. Desencadenada la Primera Guerra Mundial, los ucranianos se vieron luchando en bandos opuestos, junto a los imperios de los que formaban parte: unos con los austrohúngaros y otros con los rusos.

La pérdida de territorios

El fin de ambas potencias imperiales condujo, entre 1917 y 1920, a la aparición de varios estados ucranianos, que colisionaron en una guerra civil. La república ucraniana que emergió finalmente sería un miembro fundador de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Pero por el camino se dejó una buena parte de sus límites históricos: una zona occidental pasó a formar parte de Polonia, otra pequeña zona septentrional pasó a Bielorrusia, y otras franjas en el este quedaron en poder de la república soviética rusa.

El empeño de Stalin en los años treinta por industrializar la URSS a la carrera representó para Ucrania una colectivización agrícola forzada. El incumplimiento de unas cuotas de producción totalmente irreales en las granjas colectivas se castigó con la privación de grano. Murieron de hambre en la república ucraniana 10 millones de personas.

Tras la invasión de Polonia en 1939, la Alemania nazi y la URSS se repartieron aquel país. Las antiguas zonas ucranianas quedaron en la esfera de Kiev. Era la primera vez en la historia que Ucrania quedaba unida como nación. Pero, tras el ataque alemán a la URSS dos años después, se produjeron extrañas parejas de baile.

Hubo ucranianos de la desaparecida Polonia que se aliaron con los alemanes contra Moscú, desatando de paso acciones de castigo contra sus antiguos connacionales. Entre los ucranianos de la URSS, que tanto habían sufrido, se dio la bienvenida a los germanos, pero el feroz trato de estos cambió las tornas. En conjunto, entre cinco y ocho millones de ucranianos perderían la vida en la Segunda Guerra Mundial.

Pocos meses antes del fin de la conflagración, se reunían en esta ciudad de Crimea (en ese momento, parte de la república soviética rusa) los representantes de las potencias aliadas para repartirse sus futuras áreas de influencia. La vecina Ucrania estaba destrozada. Todavía se contarían decenas de miles de víctimas a causa de una hambruna algo posterior, además de las masivas deportaciones a Siberia que Stalin ordenó como represalia.

¿Nos llevamos bien?

El sucesor de Stalin, Nikita Jruschov, familiarizado con Ucrania, abordó una aproximación entre Moscú y Kiev en los años cincuenta. La cesión de Crimea a los ucranianos fue uno de los gestos más claros de esa voluntad de acercamiento. Pero lo relevante para el nivel de vida de la población fue la inversión realizada para reindustrializar Ucrania.

La república se convirtió en un área puntera en la industria armamentística y en alta tecnología. El desastre nuclear de Chernóbil en 1986, que en Ucrania afectó a una zona habitada por más de dos millones de personas, fue la cruz de aquel progreso.

Disuelta la URSS en 1991, la nueva república independiente de Ucrania se alió con Rusia y Bielorrusia en la CEI, la Comunidad de Estados Independientes, que llegó a reunir a once de las quince exrepúblicas soviéticas y en cuyo seno se negociarían acuerdos de cooperación en el plano político, económico o de defensa (Kiev abandonaría la CEI tras la anexión rusa de Crimea en 2014).

Ucrania vivió algunos períodos de inestabilidad, como los que llevaron en 2004 a la Revolución Naranja, una serie de protestas populares contra las sospechas de corrupción y fraude electoral por parte del gobierno del momento.

Pugnas por el gas

La relación con su gigantesco vecino oriental y con la Unión Europea se convertirá en otro de los contenciosos en el país, pero un detonante esencial de desencuentros fue la disputa con Rusia sobre el gas natural.

A principios de este siglo, el 80% del gas exportado de territorio ruso a Europa pasaba por los gaseoductos ucranianos, que disfrutaban de precios especiales por servir a ese tráfico. Tras la creencia de Moscú de que Kiev desviaba gas para consumo propio, Rusia subió las tarifas a Ucrania, lo que condujo a dos crisis, en 2006 y 2009, con cortes de suministros que afectaron a varios países europeos.

La Unión Europea se dedicó a reforzar lazos con exrepúblicas soviéticas, entre ellas, Ucrania. Pero, en noviembre de 2013, esta se zafó de un acuerdo de comercio y colaboración con la UE que debía firmarse días después. Un mes más tarde, Putin, que no ocultó su interés en que Ucrania se sumara a su unión aduanera con Kazajistán y Bielorrusia, ofrecía a Kiev crédito y una rebaja en el precio del gas.

A raíz de todo ello, en la parte occidental del país estallaban las protestas a favor del acercamiento a Europa, mientras en el este de Ucrania, altamente industrializado, demográficamente denso y con un alto porcentaje de población de ascendencia rusa (en Crimea, un 58%; un 39% en Lugansk; y un 38% en Donetsk), otros se manifestaban a favor de Moscú.

La guerra del Donbás

Con la tentativa de emancipación de la rusoparlante Crimea, de la que Rusia tomó el control de manera fulminante en 2014, quedó al descubierto la gravedad de la crisis no ya entre ucranianos, sino también entre Rusia y Occidente. En las regiones orientales de Donetsk y Lugansk, varias milicias prorrusas iniciaron ataques que colocaron la zona en situación de práctica guerra civil.

El acuerdo Minsk II, firmado en febrero de 2015 entre Rusia y Ucrania con el empellón de Alemania y Francia, trajo consigo un equilibrio cuya debilidad fue reconocida por todos. Su objetivo de forzar un alto el fuego en el Donbás iba a tener resultados precarios.

Desde marzo de 2021, Rusia ha estado alimentando una crisis con Ucrania a cuenta de una potencial adhesión de esta a la OTAN, inadmisible para Moscú, y de la supuesta defensa de los ciudadanos de origen ruso de las autoproclamadas República Popular de Donetsk y República Popular de Lugansk, que Putin reconoció oficialmente hace unos días.

 

La nueva geopolítica

Manuel Castells

LA VANGUARDIA

Las hostilidades en Ucrania revelan la nueva geopolítica. Se juega entre tres superpotencias. La clave es la relevancia de las áreas conflictivas para cada una de ellas.

Rusia, impulsada por el nacionalismo de Putin, quiere volver a contar en el orden mundial a pesar de su frágil base económica. A tal fin ha incrementado su potencial militar con una inversión tecnológica considerable en aviónica, misilística y ciberguerra. Porque la capacidad militar sigue siendo lo que más respeto impone. En ese sentido, China tiene actualmente las fuerzas armadas más numerosas y su modernizada flota puede controlar el Pacífico, vital para la economía mundial.

La gran interrogante es si China puede competir con Estados Unidos en tecnologías decisivas. En particular en inteligencia artificial, que es ya el núcleo esencial de la guerra del siglo XXI, operada por satélites, misiles y enjambres de drones. Estados Unidos e Israel son los mayores productores de drones militares. China ha diseñado un plan de rearme que prevé la paridad tecnológica con Estados Unidos en el 2049. Pero en aviónica, disponen ya de bombarderos invisibles tanto Rusia (con el Su-57) como China (con su J-20), que superan al F-35 estadounidense en vías de renovación para el 2027. En el futuro, el B-21 de Estados Unidos será el avión más avanzado del mundo, pero no hay fecha para su despliegue. Es decir, que la tendencia es hacia una paridad relativa en tecnología militar y en capacidad de intervención entre las tres potencias. Afortunadamente han descartado la confrontación nuclear generalizada. Sin embargo, mantienen las fuerzas estratégicas nucleares como política de disuasión.

Así las cosas, la alianza táctica de Rusia y China para compensar su inferioridad actual con Estados Unidos inclina la balanza en su favor si de verdad estuviesen aliadas. Ya se están apoyando recíprocamente en Ucrania y en Taiwán. Además, en una área de conflicto limitada a Ucrania, Rusia tiene una superioridad aplastante en fuerzas convencionales, junto con la capacidad suficiente para rechazar una ofensiva aérea. De hecho, el temor de Rusia se centra en las consecuencias económicas y diplomáticas de su distanciamiento con Europa. Para lo que se ha preparado.

¿Y Europa? Parece claro que la Unión Europea decidió hace tiempo no ser una potencia militar y centrar su influencia en capacidad económica, en tecnologías avanzadas de amplia gama y en la defensa de los valores en que se reconoce la mayoría de la gente. La servidumbre de esta noble política es que tiene que seguir viviendo bajo el paraguas nuclear, logístico y tecnológico de Estados Unidos. Por eso, si por razones propias de Putin y Biden se amplía la guerra, Europa aplicará duras sanciones a Rusia y sufriremos graves consecuencias. Pero no nos quedara otra. De ahí que el esfuerzo de Macron y de Zelenski para negociar un acuerdo de seguridad es la mejor opción en un mundo en que el trilateralismo geopolítico hace peligrar, más que la guerra fría bipolar, el bien más preciado: la paz.

 

 

La Rusia de Putin no tiene fronteras

XAVIER MAS DE XAXÀS

LA VANGUARDIA

Vladímir Putin, presidente de Rusia, cree que el futuro de su país está en su pasado, en la grandeza de la Unión Soviética y del imperio. Recuperar este tiempo, que arranca en 1721, es vital para él. Ambiciona que su país vuelva a ser reconocido como una gran potencia y la historia le ha demostrado que, para ello, necesita controlar mucho territorio.

Rusia siempre ha sufrido una profunda inseguridad geográfica. No tiene barreras naturales que frenen a los invasores. Sólo la amplitud del territorio la ha protegido de sus adversarios. Las estepas se tragaron a Napoleón y Hitler camino de Moscú, y estas dos victorias sostienen la nostalgia de un pasado que Putin intenta que sea presente y futuro.

Cuando Rusia ha perdido territorio, como al final de la Primera Guerra Mundial con la derrota del imperio (1917) y a consecuencia del colapso de la Unión Soviética (1991), ha sufrido convulsiones sociales y políticas que le han hecho perder el estatus de gran potencia.

La desaparición de la Unión Soviética dejó fuera de Rusia a 25 millones de rusos y Putin considera que esta fue “la principal catástrofe geopolítica del siglo XX”.

Desde que llegó al poder, sobre todo, desde que recuperó la presidencia en el 2012, ha expandido la influencia de Rusia, no solo por la esfera de la antigua Unión Soviética, sino más allá, utilizando, por ejemplo, a mercenarios en África y aprovechando la vacuna Sputnik contra la covid para ganar nuevos amigos en lugares tan alejados como Argentina y Filipinas.

El mundo ruso, sin embargo, es el que más le interesa. Es un espacio que se rige por un principio étnico, cultural e histórico. Rusia lo reconoce desde 1991. Cualquier ruso que viva en un territorio de la desaparecida Unión Soviética tiene derecho a la nacionalidad rusa.

Durante años, el Kremlin ha utilizado esta estrategia para injerir en los asuntos de sus vecinos. Le ha servido para financiar medios de comunicación, organizaciones culturales y grupos separatistas en estos países, como saben muy bien Ucrania y las repúblicas bálticas.

En Ucrania, por ejemplo, no hubo ningún problema de convivencia entre las comunidades de lengua rusa y ucraniana hasta que Moscú perdió el control político sobre el gobierno de Kiev. El Kremlin fomentó entonces la confrontación interna para desestabilizar el país.

El principal activo de esta estrategia, destinada a “proteger a los compatriotas rusos” en la periferia de Rusia, es que se otorga la ciudadanía rusa a todo el que la solicite. Con ella va un pasaporte, una pensión y otras prestaciones sociales.

Desde hace unos años, esta pasaportización se ha intensificado. En Ucrania, Moldavia, Bielorrusia y Kazajistán, por ejemplo, ya no es necesario renunciar a la ciudadanía para optar a la rusa. Se pueden tener las dos. Medio millón de ucranianos en el Donbass ocupado han obtenido así el pasaporte ruso.

Estos rusos adoptados son los peones de la expansión territorial del Kremlin. Hasta ahora, Putin sólo ha ocupado territorios de amplia mayoría rusa: Abjasia y Osetia del Sur en Georgia (2008) y Crimea y el Donbass en Ucrania (2014). En Crimea, por ejemplo, el 95% de la población es rusa y en el Donbass lo es el 80%.

La rusificación de Crimea responde a la búsqueda de una salida al mar Negro en los primeros años del imperio, mientras que la del Donbass la impuso Stalin, que eliminó a siete millones de ucranianos y los sustituyó en gran parte por rusos para controlar las minas de la región.

Putin no hace nada más que seguir los pasos de sus antecesores. En su punto de mira está Moldavia, donde la región separatista de Transnistria pidió en el 2014 su integración en Rusia.

Esta integración ya es irreversible en Bielorrusia. La fusión del ejército, la política y las finanzas no tiene vuelta atrás. El presidente Lukashenko resistió la revuelta democrática del 2020 gracias al apoyo de Putin y desde entonces le debe la vida. La misma dependencia tiene el líder kazajo Tokáyev, que el pasado enero necesitó a las fuerzas de seguridad rusas para aplastar otro movimiento prodemocrático.

La seguridad y la economía de las repúblicas centroasiáticas dependen del Kremlin. Es Moscú quien supervisa y, en última instancia, decide. Nadie se mueve sin su permiso. No quiere que surjan revueltas ni derivas prooccidentales como las de Kirguistán en el 2005 Georgia en 2008 y Ucrania en 2013.

Putin sabe que no necesita un triunfo claro y definitivo en estos territorios para lograr sus objetivos. Georgia y Ucrania, por ejemplo, no entrarán en la OTAN porque no puede garantizarles que les devolverá los territorios que Rusia ha segregado. A riesgo de perderlos definitivamente, se mantienen fuera de la Alianza, y el Kremlin conserva así una ventaja estratégica sobre la OTAN.

Putin está preparado para una larga confrontación con Occidente. Olvidadas para siempre parecen ahora la Carta de París y la Alianza por la Paz, dos iniciativas de los años noventa encaminadas a hacer de Europa una casa común, desde el Atlántico a los Urales.

 

El suplicio de Ucrania cambiará Europa para siempre

Timothy Garton Ash

ARA

¿Por qué siempre cometemos el mismo error? Oh, es una simple trifulca en los Balcanes, decimos, y entonces un asesinato en Sarajevo hace estallar la Primera Guerra Mundial. Oh, la amenaza de Adolf Hitler en Checoslovaquia es “una riña en un país lejano, entre personas de las que no sabemos nada”, y entonces nos encontramos con la Segunda Guerra Mundial. Oh, la violación de Iósif Stalin de una distante Polonia después de 1945 no es cosa nuestra, y pronto tenemos la Guerra Fría. Ahora lo hemos vuelto a hacer, nos hemos despertado demasiado tarde con todo lo que supuso la toma de Crimea por parte de Vladímir Putin en 2014. Y así, el jueves 24 de febrero de 2022, una fecha que irá directa a los libros de historia, estamos aquí, resistiendo, vestidos únicamente con los recortes de nuestras ilusiones perdidas.

En momentos como éstos necesitamos coraje y resolución, pero también sabiduría. Esto también implica el cuidado en el uso de las palabras. No es la Tercera Guerra Mundial. Ya es, sin embargo, algo más serio que la invasión soviética de Hungría de 1956 y la de Checoslovaquia de 1968. Las cinco guerras en la antigua Yugoslavia en la década de 1990 fueron terribles, pero los mayores peligros a nivel internacional que se derivaron no eran de esa escala. Hubo resistentes valientes en Budapest en 1956, pero en Ucrania hoy tenemos un Estado completamente independiente y soberano con un gran ejército y un pueblo que se declara decidido a resistir. Si no resisten, a escala, se tratará de una ocupación. Si lo hacen, podría ser la mayor guerra en Europa desde 1945.

En su contra se despliega la fuerza abrumadora de una de las potencias militares más fuertes del mundo, con unas fuerzas convencionales bien entrenadas y equipadas, y unas 6.000 armas nucleares. Rusia es ahora el mayor Estado paria del gran mundo. Está comandado por un presidente que, a juzgar por las diatribas histéricas de esta semana, ha salido del terreno del cálculo racional, como tarde o temprano suelen hacer los dictadores aislados. Para ser claros: cuando, en su declaración de guerra del jueves por la mañana, amenazó a todo el mundo “que intente interponerse en nuestro camino” con “consecuencias que no ha encontrado nunca en su historia”, nos estaba amenazando con una guerra nuclear.

Ya tendremos tiempo de reflexionar sobre todos nuestros errores del pasado. Si, a partir de 2014, nos hubiésemos tomado en serio ayudar a construir la capacidad de Ucrania para defenderse, hubiéramos reducido la dependencia energética europea de Rusia, purgado los lagos de aguas residuales de dinero sucio ruso enjuagados en ‘Londongrad’ e impuesto más sanciones al régimen de Putin, quizás estaríamos en mejor lugar. Pero debemos empezar por dónde estamos ahora.

En la niebla temprana de una guerra que acaba de empezar, veo cuatro cosas que nosotros en Europa y en el resto de Occidente debemos hacer. Primero, debemos asegurar la defensa de cada centímetro del territorio de la OTAN, especialmente en las fronteras orientales con Rusia, Bielorrusia y Ucrania, contra todo tipo de posibles ataques, incluidos los ciberataques y los híbridos. Durante 70 años, la seguridad de los países de Europa Occidental, Gran Bretaña incluida, ha dependedo en última instancia de la credibilidad de la promesa del “uno para todos y todos para uno” del artículo 5 del tratado de la OTAN. Tanto si nos gusta como si no, la seguridad de larga duración de Londres está indisolublemente entrelazada con la de la ciudad estonia de Narva, la de Berlín con la de Bialystok, en Polonia, la de Roma con la de Cluj-Napoca, en Rumania.

En segundo lugar, debemos ofrecer todo el apoyo posible a los ucranianos, sin superar el umbral que llevaría a Occidente a una guerra directa con Rusia. Los ucranianos que decidan quedarse y resistir estarán luchando, con medios militares pero también civiles, por defender la libertad de su país, con todo el derecho y la conciencia posibles para hacerlo, así como haríamos nosotros con nuestros países. Inevitablemente, el alcance limitado de nuestra respuesta llevará a muchos a la decepción más amarga. Los e-mails de los amigos ucranianos hablan, por ejemplo, de Occidente imponiendo una ‘zona libre de aviones’, negando el espacio aéreo ucraniano a los aviones rusos. La OTAN no hará eso. Como los checos en 1938, como los polacos en 1945, como los húngaros en 1956, los ucranianos dirán: “Vosotros, nuestros compañeros europeos, nos habéis abandonado”.

Pero todavía hay cosas que podemos hacer. No sólo podemos seguir proveyendo armas, comunicaciones y otro equipamiento a los que están totalmente y de forma legítima resistiendo una fuerza armada con la fuerza armada. Podemos ayudar a quienes utilizarán las técnicas bien probadas de resistencia civil contra una ocupación rusa y cualquier intento de imponer un gobierno títere. También debemos estar preparados para asistir a todos los ucranianos que huirán hacia el oeste.

En tercer lugar, las sanciones que impongamos a Rusia deberían ir más allá de lo preparado. Además de medidas económicas integrales, tendrá que haber expulsiones de rusos conectados de algún modo con el régimen de Putin. Putin, con su fondo de reserva de más de 6.000 millones de dólares, y su mano en el grifo del gas europeo, se ha preparado para ello, por lo que las sanciones tardarán en tener un efecto total.

Por último, tendrán que ser los mismos rusos los que se vuelvan y digan: “Basta. No en nuestro nombre”. Muchos de ellos, incluido el premio Nobel Dmitri Murátov, ya han expresado su horror ante esta guerra. Lea el emocionante relato de la activista ucraniana Natalia Gumenyuk de una periodista rusa llorando en el teléfono con ella mientras los tanques rusos intervenían. Este horror no hará más que crecer cuando los cadáveres de jóvenes rusos vuelvan en bolsas de plástico, y a medida que el impacto económico y la reputación se haga evidente en Rusia. Los rusos serán las primeras y las últimas víctimas de Vladimir Putin.

Todo esto me lleva a un punto final, pero vital: debemos estar preparados para una larga lucha. Harán falta años, probablemente décadas, para que se desarrollen todas las consecuencias de este 24 de febrero de 2022. En el corto plazo, las perspectivas para Ucrania son desesperadamente desoladoras. Pero ahora pienso en el título maravilloso de un libro sobre la revolución húngara de 1956: ‘Victoria de una derrota’. Casi todo el mundo en Occidente se ha despertado ahora con que Ucrania es un país europeo que está siendo atacado y desmembrado por un dictador. Kiev hoy es una ciudad llena de periodistas de todo el mundo. Esta experiencia marcará para siempre su opinión sobre Ucrania. Habíamos olvidado, en los años de nuestras ilusiones post Guerra Fría, que así es como las naciones se escriben en el mapa mental de Europa. Con sangre, sudor y lágrimas.

 

Las lecciones geopolíticas de la crisis de Ucrania

Manouk BORZAKIAN (Lausana), Gilles FUMEY (Universidad de la Sorbona/CNRS). Renaud DUTERME (Arlon, Bélgica), Nashidil ROUIAI (Universidad de Burdeos).

MEDIAPART

https://blogs.mediapart.fr/geographies-en-mouvement/blog/230222/les-lecons-geopolitiques-de-la-crise-ukrainienne?utm_source=20220224&utm_medium=email&utm_campaign=QUOTIDIENNE&utm_content=&utm_term=&xtor=EREC-83-[QUOTIDIENNE]-20220224&M_BT=1968859172184

Estas son las grandes preguntas al comienzo del año. ¿Qué está jugando Rusia? ¿Por qué acumula miles de hombres en su frontera con Ucrania? En caso de invasión, ¿cuáles serían las consecuencias para el resto del continente europeo? Pequeños rodeos geopolíticos para entender la situación. (Renaud Dutermé)

Si las tensiones entre Ucrania y las autoridades rusas no son nuevas, tenemos que remontarnos al final de la Guerra Fría para entender la situación actual entre ambos países. El derrumbe del poder soviético, el desmembramiento de la URSS, la humillación ante el gigante estadounidense, tantas culebras que a Rusia aún le cuesta tragar. La relajación de la década de 1990 dio lugar ciertamente a un acercamiento entre las dos potencias, pero sobre todo sobre la base de una terapia de choque orquestada por el FMI (y por lo tanto por los Estados Unidos) que condujo a una privatización masiva (entiendan liquidación) de secciones enteras de la Economía rusa en beneficio de oligarcas y potencias extranjeras [1]. También fundamental: la promesa hecha a Gorbachov por Estados Unidos y Alemaniade de una no ampliación de la OTAN hacia las fronteras de Rusia.

El despertar del imperialismo ruso

Esta promesa se romperá menos de una década después con la adhesión de Hungría, Polonia y la República Checa a la alianza militar. Posteriormente, la intención de Estados Unidos de instalar escudos antimisiles en Europa del Este o el apoyo de potencias occidentales a varias revoluciones en antiguas repúblicas soviéticas (la revolución rosa en Georgia en 2003 y sobre todo la revolución naranja en Ucrania al año siguiente) exacerbaría la sensibilidad rusa (entonces encabezada por Vladimir Putin) y sobre todo le proporcionaría un pretexto para a su vez inmiscuirse en los asuntos internos de sus vecinos.

El clímax de estas injerencias será el reconocimiento de la secesión de dos regiones separatistas en Georgia en 2008. Y por supuesto, en 2014, la anexión de Crimea (península situada al sur de Ucrania y punto estratégico para Rusia porque favorece acceso al Mar Negro y, por tanto, al comercio marítimo mundial) y apoyo (aunque no oficialmente reconocido) a los separatistas en Donbass, la región fronteriza entre los dos países. La situación actual es, por tanto, sólo el último episodio de una serie de casi treinta años de lucha entre Rusia y Estados Unidos por la expansión de sus respectivas esferas de influencia.

¿Una nueva guerra fría?

A partir de ahí, ¿habríamos vuelto a la época de la Guerra Fría? Esta visión de las cosas, ‘a priori’ relevante, olvida sin embargo que las diferencias ideológicas, fundamentales durante la guerra fría, ya no existen, por así decirlo. Peor aún, el hecho de que Rusia se haya incorporado con entusiasmo al capitalismo globalizado y desregulado la lleva a las contradicciones inherentes a este sistema, a saber, la necesidad de encontrar nuevas salidas y acceso a nuevos recursos fuera del territorio nacional. Sin embargo, esta expansión obviamente solo puede hacerse en detrimento de otras potencias enredadas en el mismo dilema. El geógrafo David Harvey lo resume así: “todos los territorios ocupados por el capitalismo producirán excedentes de capital y buscarán una solución espacial. Esto inevitablemente resultará en rivalidades geopolíticas por la influencia o el control de otros  territorios”.

En definitiva, lo que estamos presenciando es solo un nuevo enfrentamiento entre dos imperialismos con, del lado de Rusia, las mismas prácticas y malas artes que practica Estados Unidos desde hace más de un siglo:

– Injerencia en los asuntos internos de otros países. Además de Ucrania y Georgia, el apoyo de Rusia a Bashar al-Assad trae inevitablemente a la mente las numerosas dictaduras apoyadas o incluso puestas en marcha por Estados Unidos en las últimas décadas (Irán, Chile, Brasil, Nicaragua, Haití, el ex Zaire, Irak, etc) [3].

– Apoyo a las fuerzas secesionistas destinadas a desestabilizar países y crear estados “amigos”. Aquí nuevamente, la política del Kremlin tiene un aire de ‘déjà vu’, por ejemplo en Panamá, región amputada de Colombia en 1903 con el apoyo de Estados Unidos para mantener el control del canal del mismo nombre. O en los Balcanes, con el apoyo a la independencia de Kosovo en 2008, pero violando el derecho internacional.

– Uso de milicias no oficiales. Son innumerables los casos en los que la CIA arrastró (asesinatos de líderes, organización de golpes de Estado, espionaje, corrupción, guerras civiles) en nombre de los intereses estadounidenses [4]. Parecería que la milicia de Wagner (5) no tiene nada que envidiar. Esta compañía militar privada rusa, extraoficialmente a sueldo del Kremlin, está activa en la mayoría de los campos de operaciones en los que Rusia juega un papel. Desde Siria hasta Malí, pasando por la República Centroafricana y Libia, Wagner está en el centro de los acuerdos de seguridad destinados en última instancia a defender los intereses rusos en los países en cuestión.

La máquina de propaganda en movimiento

Obviamente, una política imperialista nunca se justifica como tal y debe ir acompañada de una campaña de comunicación que encubra los intereses reales bajo motivos más loables. “La primera víctima de una guerra es siempre la verdad”, decía Rudyard Kipling. Y en nuestro caso, ambos bandos se involucran en una intensa propaganda en línea con los famosos ‘Principios elementales de la propaganda de guerra’ de la historiadora belga Anne Morelli (6). Empezando por el rechazo de la responsabilidad de la otra parte. De hecho, tanto los rusos como los estadounidenses se culpan mutuamente, ninguno de los dos quiere la guerra pero corre el riesgo de ser forzado por la otra parte. Un clásico.

También lo hace personificar el mal, lo cual es evidente en la imagen malvada de Vladimir Putin que se transmite en Occidente. Sólo este último encarna la amenaza rusa. Implícitamente, un país de más de 140 millones de personas con sus complejas realidades sociales y contradicciones internas se reduce a la voluntad y la personalidad de un solo hombre.

En cada campo, los motivos de la conflagración son, por supuesto, humanitarios. Por un lado, la defensa de la integridad del territorio ucraniano. Por otro, las persecuciones de las que serían víctimas los separatistas prorrusos.

Y por supuesto, el omnipresente maniqueísmo impidiendo cualquier matiz: la necesidad de tomar partido por un lado o por el otro. Como escribe Anne Morelli: “Durante cualquier guerra, cualquiera que quiera ser prudente, escuche los argumentos de los dos bandos antes de formarse un punto de vista o cuestione la información oficial, es inmediatamente considerado cómplice del enemigo”. Una vieja historia…

En resumen, lo que estamos presenciando no parece en modo alguno inédito y más bien constituye un caso de libro de texto de otro enfrentamiento más entre potencias imperiales (o al menos considerándose a sí mismas como tales). El hecho es que la situación es preocupante porque, en caso de guerra, son las poblaciones civiles las que pagarán el precio más alto. Y los traficantes de armas (Estados Unidos y Rusia a la cabeza) (7) quienes obtendrán las mayores ganancias. En cuanto a Europa, su papel parece irrisorio en este asunto, sin duda por la fuerte dependencia de muchos de sus miembros con respecto al petróleo y el gas rusos.

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[1] Joseph Stiglitz, La gran desilusión, París, Fayard, 2002.

[2] David Harvey, Geografía y Capital. Hacia un materialismo histórico-geográfico, París, Syllepse, 2010, p. 231.

[3] El trabajo de Noam Chomsky resume muy bien los objetivos de la política exterior de Estados Unidos.

[4] Mark Zepezauer, Los trucos sucios de la CIA, París, L’Esprit Frappeur, 2002.

[5] https://www.lemonde.fr/afrique/article/2021/12/14/exactions-et-predations-la-methode-de-la-milice-wagner-en-afrique_6105992_3212.html

(6) Anne Morelli, Principios elementales de la propaganda de guerra, Bruselas, Adén, 2010.

(7) https://grip.org/https-grip-org-depenses-militaires-armes-compendium-2021/

 

 

Reflexiones sobre la guerra de Ucrania

MEDIAPART

https://blogs.mediapart.fr/le-scribe/blog/250222/reflexion-sur-la-guerre-dukraine?utm_source=20220226&utm_medium=email&utm_campaign=QUOTIDIENNE&utm_content=&utm_term=&xtor=EREC-83-[QUOTIDIENNE]-20220226&M_BT=1968859172184

Con el estallido de la guerra en Ucrania, surgen preguntas. Tratemos de tener una visión amplia del evento.

¿Puede el ejército ruso tener éxito en su conquista de Ucrania? ¿Y qué hará con ella?

Primero la geografía.

Ucrania no es Georgia, ni Chechenia y menos Siria.

Ucrania es un país de unos 600.000 km², comparable a Francia en su superficie. Tiene algo menos de 50.000.000 de habitantes.

Ocupar un territorio tan vasto y más aún administrarlo no es fácil. Vimos durante la guerra de Georgia que si Rusia pudo tomar posición en una parte del territorio de Georgia reconocido internacionalmente es porque se apoya en entidades separatistas que tienen una administración y una población más o menos favorables a la presencia rusa.

Es muy diferente de Ucrania.

Aunque una parte del Donbass sea favorable a la presencia rusa, el resto del país tiene un fuerte apego patriótico que invalida la tesis del “falso país” creado artificialmente. Incluso entre los ucranianos de habla rusa existe este sentimiento.

Esto no quiere decir que los ucranianos no tengan un sentimiento de cercanía y amistad con el pueblo ruso, sin embargo parece claro que la mayoría de ellos quiere su independencia y para algunos esta independencia pasa por una conexión con el campo occidental, de donde procede la voluntad de integrarse en la OTAN y la UE a largo plazo.

La guerra, en lugar de acercar los ucranianos a Rusia, por el contrario, creará una brecha política permanente. Una mujer de la región de Mariupol entrevistada por ‘Le Monde’ habla de una “puñalada por la espalda” de los “hermanos rusos”. Esta fórmula es significativa en mi opinión del sentimiento que muchos ucranianos se mantendrán alejados de la invasión rusa, sea cual sea el resultado.

La población rusa, atiborrada de falsa propaganda sobre la “nazificación” de Ucrania, la ilegitimidad del gobierno de Kiev y la supuesta expectativa de liberación de los ucranianos despertará estupefacta (para los que lo creen).

La resistencia del ejército ucraniano y la huida de la población son la demostración de que los ucranianos no esperaban liberación alguna. Los soldados rusos serán los primeros en darse cuenta de esto.

Cabe señalar que la población rusa está acostumbrada a no creer en la propaganda, las encuestas que muestran el apoyo de la población rusa a su gobierno deben tomarse con cautela.

La proximidad cultural entre estos dos pueblos eslavos orientales es más una limitación para el ejército ruso que una ventaja en este contexto. El ejército no puede comportarse tan brutalmente como lo ha hecho en otros lugares (no justifico ni apruebo ninguna brutalidad sobre ningún pueblo, simplemente estoy analizando). Las precauciones que obviamente toman los rusos para evitar bajas civiles lo han limitado en su invasión (se deploran las bajas civiles de los bombardeos, el ejército ruso no logra evitarlas, como ningún ejército).

El ejército ruso siempre parece evitar entrar en masa en las ciudades, tanto porque militarmente es peligroso como porque es el seguro de bajas civiles muy importantes, lo que es políticamente peligroso para el Kremlin.

El otro punto sobre las condiciones de la invasión es la resistencia del ejército ucraniano. Ciertamente es menos numeroso y peor equipado que el ejército ruso y perdió desde las primeras horas el dominio del cielo y del mar pero sigue siendo numeroso y tiene una sólida tradición militar. Además, lucha, su moral no se ve afectada y no deserta, su patriotismo parece entero.

La población civil ucraniana tiene una retirada hacia la UE. Polonia y Rumanía se están organizando para acoger a los refugiados y se benefician del apoyo de Europa Occidental en este sentido. Esto permite a los combatientes ucranianos seguir luchando sin el peso de cientos de miles de refugiados y liberar a Ucrania del cuidado de los desplazados internos. Aunque en esta etapa es muy pronto para saber si esto será efectivo por completo.

¿Puede Ucrania ser ocupada permanentemente?

Esto parece difícil, ya que la población ucraniana rechaza el vasallaje o incluso la anexión por parte de Rusia. Estos últimos podrían encontrarse en una situación al estilo sirio. Siria ocupó militarmente Líbano durante varios años y acabó repatriando a sus tropas bajo la presión de la opinión pública libanesa.

Si el Kremlin realmente aspira a un cambio de gobierno y lo consigue, ¿cuánto durará? Sin fuerza militar para ejercer presión, los gobiernos eventualmente caerán como ya lo han hecho. Este parece ser el principal objetivo que persigue el Kremlin, ya que la presión sobre Kiev es significativa en el momento de escribir estas líneas (A esto se suma el llamamiento de V. Putin al derrocamiento del presidente de Ucrania por el ejército de Ucrania).

¿Habrá anexión de parte del territorio ucraniano?

Esto parece posible en vista de los movimientos de las tropas rusas. Evitan la confrontación en el frente de Donbass y se concentran en el norte y el sur del país.

Al atacar Kiev, el Kremlin busca derrocar al gobierno ucraniano, pero los otros movimientos muestran un deseo de controlar la margen izquierda del Dnieper, el río que divide a Ucrania en dos, y quizás también controlar Odessa más allá del Dnieper y así hacer el cruce entre Donbass, Crimea y Transnistria. Esto liberaría a Crimea y Donbass de su dependencia del resto de Ucrania para el suministro de agua dulce y electricidad.

Nuevamente, considerando que la mayoría de la población quiere la independencia como nación ucraniana, es una operación complicada. El ejemplo de Crimea no me parece reproducible. Es cierto que se criticó con razón la celebración del referéndum sobre la adhesión a la Federación Rusa, que se llevó a cabo en condiciones que no se ajustaban a la ley, pero incluso si ese hubiera sido el caso, uno puede imaginar que el resultado no hubiera sido sido muy diferente.

Cabe señalar que el apego de Donbass y Crimea no solo se debe a un sentimiento de pertenencia al pueblo ruso sino también a los lazos económicos con Rusia que existían antes de 2014.

La situación es diferente para el resto de Ucrania. Repito, incluso entre aquellos que están apegados a la relación con el pueblo ruso, existe el sentimiento de ser ucraniano y los discursos sobre la larga y corta historia del país sirven para explicar que Ucrania no es más que una construcción artificial no cambian nada. Cada nación es un producto de la historia humana, Ucrania no es una excepción.

Además, el control o la anexión de la margen izquierda del Dniéper hace que el resto de Ucrania dependa de Rusia para su agua potable y electricidad y algunas de las mejores tierras de trigo del mundo. Esto la coloca en una situación insostenible e inaceptable para su independencia.

La ocupación podría tener un coste humano terrible para el ejército ruso y el pueblo ucraniano si una guerra de guerrillas junto con la resistencia del ejército ucraniano empeorara la situación militar. Además, una guerra es costosa e incluso si Rusia tiene reservas financieras, no son infinitas.

En cuanto a la geopolítica de Rusia.

Durante varios años, Rusia ha visto en sus “exteriores cercanos” revoluciones que han derrocado gobiernos aliados a ella. Estas han sido llamadas las revoluciones de los colores.

Siempre podemos pasar por alto el hecho de que estas revoluciones habrían sido orquestadas o al menos apoyadas desde el extranjero (los Estados Unidos y sus aliados son tradicionalmente objeto de este tipo de acusación) ninguna revolución puede durar mucho si no cuenta con el apoyo popular.

Sin embargo, solo se puede señalar que la aspiración a la libertad, la prosperidad y la dignidad frente a los regímenes autoritarios y corruptos y el manejo de la escasez fueron las fuerzas impulsoras de estas revoluciones.

Georgia fue el escenario de una de estas revoluciones, más o menos victoriosa, Ucrania también y Bielorrusia vieron sofocado un intento de revolución democrática.

Este punto es importante porque, en mi opinión, esto último fue para el Kremlin una alerta al menos tan importante como la revolución ucraniana de 2014.

La pérdida del último aliado de Rusia en Europa habría sido una terrible afrenta.

Rusia ha visto expandirse a la OTAN en su flanco occidental desde la década de 1990 y la ha aceptado de facto durante años, entendiendo que las antiguas repúblicas populares y los países bálticos no podían ser parte permanente de su esfera de influencia tras la caída de la URSS.

La alerta fue más grave cuando los países del “exterior cercano” buscaron acercarse a la OTAN y a la UE, entendida por Moscú como la integración definitiva en Occidente y por tanto en la esfera de influencia estadounidense. Esto es particularmente alarmante desde su punto de vista en el caso de Ucrania y Bielorrusia.

Países eslavos, entre los más poblados e industrializados de la antigua URSS e importantes potencias agrícolas, su integración en los sistemas militares y económicos de Europa Occidental es impensable para Rusia.

A esta observación geopolítica se suma la mentalidad de “fortaleza sitiada” que ha sido el síndrome psicogeopolítico del Estado ruso durante varios siglos y en particular desde la guerra civil de 1917-1922. No sólo los rusos lucharon entre sí, sino que el país vio intervenir en sus fronteras a los ejércitos de las principales potencias de la época (aunque de forma limitada al final, pero los coetáneos de estos hechos no pudieron saberlo).

También hay que pensar en las humillaciones de los años 90, cuando Rusia se empobreció muy rápidamente, generando un caos terrible en un país que era el segundo del mundo en el ranking mundial de potencias. La humillación no se debe sólo a una pérdida del imperio sino a un debilitamiento interno al que Vladimir Putin respondió a su manera.

Sobre la autonomía estratégica de Rusia.

Para salir de su dependencia económica, Rusia ha apostado por sus recursos naturales ricos en hidrocarburos y minerales. Es cierto que se ha encerrado en un modelo de economía extractiva (al margen de las industrias bélica y nuclear) pero esto le ha permitido salir de deudas e incluso acumular reservas financieras muy importantes, estimadas en unos dos años y medio de su presupuesto federal.

Además, se benefició del despegue masivo de China que durante la década del 2000 aceleró mucho su período de cuarenta años gloriosos. La alianza económica estratégica con China se ha visto reforzada recientemente con la apertura de un gasoducto entre Siberia y el norte de China y la firma de un contrato a gran escala para la venta de gas (la “Fuerza de Siberia”).

No podemos decir si hoy China podrá reemplazar a los clientes europeos de Rusia, pero al menos afloja el dominio económico que durante mucho tiempo hizo de Europa una especie de monopsonio relativo de Rusia. De hecho, el comercio de Rusia con Europa representa aproximadamente la mitad de su comercio exterior. Y los oleoductos y gasoductos que se encuentran frente a Europa no pueden desviarse de su destino para enviar gas y petróleo a China o a cualquier otro lugar.

En cuanto a las finanzas, China tiene algunas de las reservas más grandes del mundo y seguramente podrá satisfacer en parte las necesidades rusas. Es más complicado en cuanto a los bienes tecnológicos, aunque China produce muchos de estos bienes, no produce todo tipo de bienes tecnológicos, ella misma depende de Europa, América del Norte y de las democracias asiáticas.

Las sanciones anunciadas debilitarán, por tanto, la economía rusa, pero tiene una forma de evitarlas y una reserva para hacerles frente, al menos en parte y por un tiempo.

También se debe tener en cuenta que esta situación hará que Rusia sea aún más dependiente de China que antes. Esto plantea un problema geopolítico importante para Rusia y, por extensión, para sus adversarios.

Respecto a Europa.

Si Vladimir Putin planeó dividir y debilitar a Europa y la OTAN, me parece que fracasó.

Europa se encuentra en su crisis geopolítica más grave desde la Guerra Fría y más o menos está unida en este desafío. Decide las sanciones de forma conjunta y ningún país incumple (incluso contando diferencias sobre la importancia o el ritmo de las sanciones). Además, si los partidos políticos plantean la necesidad de un acercamiento con el Kremlin o incluso una reversión de la alianza al ver a su país alejarse de la alianza atlántica por una hipotética alianza con Rusia, esta posición quedará silenciada permanentemente por la invasión de Ucrania.

Además, los líderes europeos y las propias naciones volverán a enfrentarse a las debilidades estratégicas del continente, tanto en términos de suministro de materias primas, recursos energéticos y capacidad de producción industrial, como en términos militares.

Tampoco debemos caer en el catastrofismo o la autodesvalorización, Europa tiene importantes capacidades en este ámbito pero depende demasiado del exterior en sectores estratégicos (no es la única, estamos en una era de fuerte interdependencia entre continentes).

La propia OTAN está redescubriendo su vocación primordial como organización militar del continente europeo.

Es lamentable que esta organización pase por la aceptación de una hegemonía fuera del continente, en este caso Estados Unidos, pero es la única organización militar colectiva, eficaz y funcional conocida en el continente. (Es quizás porque la hegemonía está fuera del continente por lo que esto funciona, evita elegir una potencia líder entre los continentales).

Los europeos tendrán que plantearse la cuestión de su seguridad en todas las áreas estratégicas. La era de la globalización feliz durante la cual Europa era una isla de libertad y prosperidad en seguridad y paz parece haber terminado. Deben encontrarse soluciones para aliviar las limitaciones, particularmente en términos de energía y bienes estratégicos.

Se están sintiendo importantes consecuencias económicas en todo el mundo.

Rusia, como Ucrania, es un gran exportador de productos agrícolas, como trigo y aceite. El recorte de las exportaciones afecta a los precios y genera inflación pero, más grave aún, amenaza a ciertos clientes de estos países que son importadores netos de bienes agrícolas.

Si los países del sur del Mediterráneo, como Egipto, ven cómo se agota su suministro de alimentos, existe el riesgo de disturbios por alimentos e inestabilidad política, cuyos resultados y consecuencias no se pueden conocer.

Ucrania es, por supuesto, la primera víctima de esta situación en más de un sentido, no solo económico sino también económico.

Rusia es la segunda golpeada, seguida de Europa y después de que toda la cuenca mediterránea de rebote.

En conclusión, la situación sigue siendo impredecible y no sabemos cómo terminará el asunto, pero surgirán graves consecuencias, sobre todo para los beligerantes.