Sobre la posibilidad de una guerra

Hace apenas una década, el día 5 de junio de 2014, se celebró en Viena una especie de simposio o congreso que hoy, visto con perspectiva, muestra hasta qué punto Rusia ya tiene media guerra ganada en caso de que, por desgracia, esta posibilidad que el ARA analizaba el pasado domingo se llegue a consumar. No se trata de misiles, sino de una propaganda que ha hecho mella entre sectores muy heterogéneos. Van desde los antivacunas a la extrema derecha ultraconservadora, pasando por jóvenes marxistas de salón que añoran ese paraíso soviético que no tuvieron ocasión de experimentar, así como todo tipo de antisistemas que pastan por los rincones más oscuros de internet. Visite, por ejemplo, www.geopolitika.ru/es, que es de donde surgen la mayoría de argumentarios pro Putin: lo que allí se explica con claridad, y en varios idiomas, les sonará muy familiar. De hecho, es probable que una parte del contenido les haya llegado en forma de retuiteada o similar. Todo ello ocurría, por cierto, mucho antes de que el gobierno francés haya alertado recientemente de esta inmensa red de desinformación que ha contaminado tanto las redes sociales como algunos medios de comunicación repartidos entre la extrema derecha y la extrema izquierda.

Quien organizó y sufragó la reunión de Viena fue Konstantin Malofeyev, persona muy cercana a Vladimir Putin que controla varios medios, entre otros la web mencionada anteriormente. En aquel acto discreto, pero celebrado en el suntuosísimo Palacio Liechtenstein, asistieron Marion Marechal-Le Pen (sobrina de la líder francesa); Heinz Christian Strache, que en aquel momento era la cara visible de la extrema derecha austríaca; Wolen Siderov, líder prorruso de los ultraconservadores búlgaros, y por último, como estrella del acto, Alexander Dugin, el ideólogo de cabecera de Putin. El motivo del encuentro, algo extraordinariamente significativo, era la conmemoración de los 200 años del Congreso de Viena de 1814, es decir, del nuevo orden en Europa tras la derrota de Napoleón (gracias, entre otras cosas, al invierno ruso). ¿Cuál debería ser hoy el nuevo orden internacional? Uno comandado por la Unión Euroasiática que propugna Dugin desde hace años a través de una teoría que hoy Putin intenta llevar a la práctica militarmente. La Unión Euroasiática, obviamente, es sólo un eufemismo para referirse a la recomposición de la antigua URSS y de sus países satélites en el este del continente. Pocos meses antes de esta reunión de hace una década, la Federación Rusa había invadido Crimea. Se trataba de justificarlo con fantasías geopolíticas ‘prêt-à-porter’.

De todo esto se pueden extraer varias conclusiones. La primera es que no estamos ante una conjura secreta ni de nada por el estilo, sino de una estrategia expansiva planteada a largo plazo incluso en forma de programa electoral. Putin nunca ha escondido sus objetivos, pero sí la forma y el momento de llevarlos a cabo. La segunda es que este plan se basa en la desestabilización y, en caso de que no funcione, como ocurrió en Ucrania, en la guerra. La tercera es la que quisiéramos subrayar en este artículo: el aparato propagandístico ruso no es precisamente algo de cuatro frikis que van a lo suyo. Estamos hablando, entre otras cosas, de la sofisticada maquinaria contrainformativa que desestabilizó las elecciones estadounidenses de 2016, las que dieron la victoria a Trump.

Hace muchos años, la Glasnost (“transparencia”) de Gorbachov permitió conocer que la gran campaña pacifista internacional de comienzos de la década de 1980 contra la bomba de neutrones había sido íntegramente dirigida, financiada e incluso articulada a escala local por el KGB. Incapaces de contrarrestar tecnológicamente aquella nueva arma (en realidad era un farol de Reagan) los dirigentes soviéticos decidieron recurrir a la buena conciencia de los occidentales para reclamar un cínico desarme unilateral. Aquello nada tenía que ver con el pacifismo, obviamente, sino con los intereses militares de la ya muy tocada URSS. Desde el otro lado de los Urales, la extrema izquierda y la extrema derecha occidental son percibidas como almas cándidas que se apuntan a todo lo que tiene un regusto antisistémico, transgresor o vagamente alternativo. Ahora, 40 años después, la Rusia postsoviética sigue aprovechándose del antiamericanismo progre simulando algo que ya no tiene relación alguna con la Guerra Fría, pero que resulta seductora para quienes todavía juegan a las revoluciones de salón mientras repican los cubitos del gin-tonic. Al principio del artículo, cuando decía que Rusia ya tiene media guerra ganada, me refería a este tipo de personal y a sus representantes políticos.

ARA