Rusia y la OTAN: una espiral de irracionalidad

En la geopolítica global, estamos en un momento de transición de futuro incierto. Incierto y peligroso.

En uno artículo anterior -“La guerra tiene razones que la razón no entiende”- (1)) señalaba que desde al menos la edad de bronce las relaciones internacionales se ven atrapadas a menudo en la llamada trampa de Tucídides o dilema de la seguridad. Armarse y hacer la guerra por temor al enemigo. Tanto el griego Tucídides (siglo V aC) como el romano Polibio tres siglos más tarde muestran las posibilidades y los riesgos de lo que Vegeci (en la obra ‘Epitoma Rei Militaris’) sintetizó, hacia el 390 dC: “Igitur qui desiderat pacem, praeparet bellum” (“Si realmente quieres la paz, prepara la guerra”). El riesgo es que si el otro también se mantiene firme, los dos poderes enfrentados pueden tener la guerra a pesar de que ninguno de los dos la quiera.

En la guerra actual entre Ucrania y Rusia creo que existe un grave error inicial que no se ha corregido sino todo lo contrario: la pretensión de algunos políticos occidentales, que después de ganar la Guerra Fría han querido ganar también la posguerra de una forma contundente –expansión de la OTAN en el este europeo– con el objetivo de empequeñecer las potencialidades futuras de Rusia. A estas alturas sabemos que ha sido un mal cálculo.

La guerra no se decide en Ucrania, sino en algunos despachos de Washington y de la OTAN (que vienen a ser lo mismo). La UE es un actor muy secundario. El discurso legitimador presenta a Putin como un autócrata enloquecido. Intencionadamente se desconsideraron las ofertas rusas de establecer acuerdos con Occidente en los primeros años de ese siglo. El menosprecio fue total. La expansión “defensiva” de la OTAN fue clara, incluso con Ucrania y Georgia en la sala de espera (eso recuerda la idea de los historiadores que pretendían que la construcción del Imperio Romano fue “en defensa propia”). Sin colaboración, acercar la OTAN a Rusia sólo puede leerse como una amenaza.

La respuesta rusa: en 2014, ocupación de Crimea y apoyo a la independencia de territorios ucranianos orientales de cultura rusa (Donetsk y Luhansk). En 2015, los Acuerdos de Minsk (2015), avalados formalmente por Francia y Alemania, se firmaron sin intención de cumplirlos. En 2022, finalmente la guerra.

Putin es, efectivamente, un autócrata, pero no está loco. Su actuación resulta racional, aunque sea a menudo por objetivos perversos. La mayoría de actores y medios occidentales presentan la invasión rusa como ilegítima porque viola las fronteras establecidas, como así ha sido, mientras que desde Rusia la expansión previa de la OTAN se percibe como una amenaza para la seguridad, además de esgrimir argumentos de carácter histórico y cultural que no son un detalle (Crimea, por ejemplo, había formado parte de Rusia desde los tiempos de Catalina II, en el siglo XVIII, hasta la “cesión administrativa” a Ucrania dentro de la URSS hecha por Jruschov en 1954).

La situación de la OTAN es paradójica. Por un lado, la guerra le ha reforzado con la integración de estados con vocación de neutralidad (Finlandia, Suecia). Desde 1949, la OTAN ha pasado de los 12 estados iniciales a los 32 actuales (uno más cada cuatro años). Por otro lado, podría ser que este reforzamiento le comporte un debilitamiento a nivel global. Los países del Sur Global observan el desenlace de un conflicto en el que muestran una clara voluntad de quedarse al margen. China se va reforzando y espera. El ‘wait and see’ tiene hoy ‘copyright’ chino. Puede que al final de la crisis la OTAN haya disminuido su poder disuasivo práctico.

Que Rusia ataque algún Estado de la OTAN no parece probable. Pero responderá si le atacan. Lo repito: Putin es un autócrata, pero no está loco. Además parece muy improbable que Rusia sea la parte perdedora de la guerra. De hecho, las sanciones económicas le han reforzado, ya que ha encontrado alternativas en el este y en el Sur Global (India), se está consolidando en el continente africano (en el Sahel) y si la guerra sigue podría expandirse a la zona de Odessa y del norte del mar Negro, conectando con el territorio prorruso de Transnístria. Paralelamente, la posición de EE.UU. en el conflicto entre Israel y Hamás le supone un desprestigio creciente –suministrar armas a Israel y ayuda humanitaria a Gaza– supone una constante disonancia deslegitimadora.

Creo que debería detenerse esta espiral de irracionalidad y favorecer un cese de las hostilidades a pesar de que no se establezca un compromiso formal de paz. O nos encaminamos hacia un alto el fuego o lo hacemos hacia una extensión de la guerra con implicación de actores europeos en un contexto con armas nucleares que cambia radicalmente los escenarios de futuro.

Corremos el riesgo de que se esté fabricando una guerra irracional de profecía autocumplida. Lo que sería tan nefasto como irresponsable pensando en las generaciones actuales y en las futuras.

Habrá que organizar nuevas movilizaciones ciudadanas en los estados europeos. Un nuevo “No a la guerra”. Y rehuir los maniqueísmos y la frivolidad con la que hablan algunos dirigentes occidentales. La banalidad de la guerra forma parte de la banalidad del mal.

La situación no es todavía irreversible (en política casi nada lo es). El contragolpe ucraniano ha fracasado. Y tienen problemas logísticos, soldados, armamento y munición. Parece que una Ucrania en la UE, pero fuera de la OTAN, podría ser aceptable para Rusia a cambio de una consolidación de los territorios que controla. Y Ucrania, la parte más débil del conflicto, obtendría estabilidad, paz y mayor bienestar. Ninguna de las dos partes maximizaría sus objetivos iniciales (invadir toda Ucrania y expulsar a los rusos del territorio). Es necesario un compromiso pragmático. Pese a los costes y el orgullo herido por las mal calculadas expectativas iniciales del tándem EE.UU.-OTAN. Una escalada prebélica sube las condiciones para acabar la guerra. El tiempo juega a favor de Rusia.

Todo esto no impide que la UE necesite construir un sistema propio de defensa sin el paraguas americano, que puede estar agujereado cuando lo necesitas. Paradójicamente, un triunfo de Trump puede ayudar a que la UE se deba espabilar de una vez en términos de defensa y de mayor unidad política.

Si realmente no quieres la guerra, prepara la paz.

(1) Ara

La guerra tiene razones que la razón no entiende

Ferran Requejo

Catedrático de ciencia política (UPF)

04/02/2023

Sabemos que las guerras son una constante desde que tenemos noticias informadas sobre el comportamiento humano. La paz y armonía en el interior así como la seguridad en el exterior han sido aspiraciones colectivas, tanto en Occidente como en Oriente. Sin embargo, la historia de las relaciones internacionales nos muestra una sucesión de guerras que, nada paradójicamente, han sido habitualmente justificadas como medios de preservación de la paz.

Para entender la política internacional la historia resulta imprescindible. La historia no cuenta todo, pero sin la historia no se entiende casi nada. Hay que entender, por ejemplo, por qué muchas paces han sido efímeras, o por qué la diplomacia entre poderes es más eficiente después de las guerras que en el momento de evitarlas. Expresar incluso sinceramente que se desea la paz no dice nada sobre la capacidad de proveerla.

El primer tratado de paz de que disponemos, el Tratado de Cade (1259 a.C.) entre los imperios hitita y egipcio, se incumplió pocos años después de firmarse. La Paz de Nicias entre Atenas, Esparta y otras ciudades (421 a.C.) en el curso de la Guerra del Peloponeso fue establecida por cincuenta años, pero duró seis. Y parece que los recientes Acuerdos de Minsk entre Ucrania y Rusia (2015), avalados por Alemania y Francia, fueron papel mojado desde el mismo momento de su firma.

A pesar de los avances institucionales realizados tras las dos guerras mundiales (Sociedad de Naciones; Naciones Unidas; Tribunal Penal), las relaciones internacionales siguen atrapadas en el ‘dilema de la seguridad o trampa de Tucídides’: el historiador griego señala el miedo de los lacedemonios ante el expansionismo ateniense como causa de la guerra. Algo parecido dice Polibio (s. II a.C.) sobre la necesidad de expansionismo de la República romana en el Mediterráneo.

De hecho, las relaciones internacionales siguen teniendo bastante que ver con lo que decía Hobbes (siglo XVII) sobre el estado de naturaleza. A principios de la época contemporánea, Hegel, un filósofo que habla más de cómo es el mundo que de cómo debería ser, insistió en que la política no se piensa bien desde planteamientos moralistas. Los humanos no somos ajenos a las relaciones contradictorias de las colectividades en las que nos socializamos, ni a los intereses e identidades que nos individualizan. No todo es “una cuestión de voluntad política”. Hay factores que no dependen de la voluntad de los gobernantes: crisis climáticas, demografía, progreso tecnológico, expansiones comerciales, divergentes percepciones de los equilibrios de poder, ambiciones de territorios hasta entonces marginales, etc.). Los principios ideales de la “paz perpetua” kantiana –republicanismo, ciudadanía universal y liga de naciones– marcan un vector deseable de futuro, pero siguen presenciando una sucesión de guerras.

La evidencia empírica muestra que en un mundo políticamente fragmentado las ambiciones de seguridad y de hegemonía son inseparables. También hay multitud de ejemplos de la sutil frontera que existe entre la aspiración de seguridad y la obtención de más poder o más beneficios para asegurarla. A menudo el miedo se mezcla con el interés; la seguridad con la codicia.

Y sabemos que los conflictos armados son proclives a la demagogia, a esgrimir razones desde una frivolidad interesada. Por ejemplo, utilizando paradójicos nacionalismos imperiales ilustrados con un lenguaje universalista. Sin embargo, sabemos que la realidad ha falsado tanto la idea del internacionalismo socialista como la idea de Benjamin Franklin de que “la causa de Estados Unidos es la causa de la humanidad”.

La diversa percepción de los actores de un conflicto hace difícil llegar a consensos sobre quién es el agresor y quién es el agredido. Hay muchos ejemplos históricos de que lo que un bando percibe como una agresión foránea y una guerra defensiva propia, el otro bando lo percibe como una defensa basada en una agresión previa o en la ruptura de un pacto. Con ojos occidentales, Putin es un agresor, mientras que con ojos de los dirigentes rusos la agresión es la política expansionista previa de la OTAN aprovechando el derrumbe del imperio soviético. Todos los actores, eso sí, hablan de seguridad y justicia, otra constante histórica. Y cada bando ve al otro como perverso e hipócrita.

Parece difícil que Rusia pueda perder, sólo ella, la actual guerra. Pueden perderla los dos bandos. Creo que acorralarla no resulta demasiado inteligente. Pretender conseguir su derrota en el campo de batalla puede acarrear consecuencias nefastas, también para actores que hoy se autoperciben como seguros. Desescalar para llegar a una paz aceptable, aunque no sea simétrica, parece prudente. Rusia no debería quedar aislada después de la guerra. De hecho, Putin intentó una aproximación a Occidente en los primeros años de su mandato, pero le cerraron la puerta.

La UE ha sido un éxito para evitar guerras entre sus miembros. Sin embargo, cada día que pasa se convierte en un actor más empequeñecido y prescindible a escala global. Y esto seguirá sucediendo si se mantiene en un cómodo letargo de bienestar y no desarrolla un proceso efectivo de integración política que le permita una política exterior y de defensa proporcionales a su peso económico, científico y tecnológico.

En la escena internacional el progreso se da a trompicones. Por el momento, las instituciones internacionales son muy deficitarias para evitar guerras. Pero en el estadio actual, el mundo parece evolucionar hacia una situación más multilateral, con potencias globales y regionales que establecerán nuevos equilibrios de poderes… hasta que previsiblemente este equilibrio se rompa de nuevo y aparezcan nuevos conflictos. Los equilibrios de poder son fructíferas etapas para conseguir unas décadas de paz, pero sabemos que son inestables. Ahora el reto consiste en intentar aprovechar el mientras tanto después de la guerra actual para ampliar y refinar unas instituciones internacionales que dificulten estos conflictos. En términos históricos existe progreso, pero es lento y discontinuo.

Cabe recordar que en política no hay nada irreversible. China espera.

ARA