Mary Norris: “Corregir textos integra todo tu bagaje personal”

Entrevistamos la autora de ‘Mi gran odisea griega: Las aventuras de The Comma Queen’, correctora de ‘The New Yorker’ durante más de 20 años.

Mary Norris tiene opiniones muy fuertes sobre las comas. Correctora de The New Yorker durante más de 20 años, fue el “Ok-pager”, la persona que tiene que dar el ok definitivo antes de que una página de la revista vaya a imprenta. Norris ganó fama como escritora con entidad propia gracias al bestseller ‘Between you & Me, Confessions of a Comma Queen’, unas memorias entretenidas e informativas sobre sus años de editora, y ahora acaba de publicar ‘Mi gran odisea griega: Las aventuras de The Comma Queen’ (Larousse), un relato sobre su historia de amor con Grecia: primero y sobre todo con la lengua, después con los escritores, los mitos y las historias y, finalmente, con el lugar. Norris habla con música en la voz, poniendo mucha atención y afecto en cada palabra que elige, y cada vez que pronuncia un ejemplo en griego se le ilumina la cara. Hablamos del placer de aprender otras lenguas, del trabajo de correctora y de cómo la lengua y la cultura griegas todavía nos hablan hoy.

 

-Dices que el griego te da un ‘erotic thrill’, una excitación erótica.

-Las palabras en griego tienen algo: no es sólo su antigüedad, es que la lengua baila. Cuando haces una conexión y entiendes lo que significa una palabra que proviene del griego, sobre todo cómo la palabra tiene una conexión física con el cuerpo, adquiere una carga. Las palabras son físicas.

 

-¿Tu ejemplo preferido?

-Hermafrodita (en griego antiguo que Norris pronuncia con cautela, Ἑρμαφρόδιτος), la combinación de Hermes y Afrodita. Es un él-ella. Es una palabra que existe desde el griego antiguo, pero ahora que tenemos muchos más ejemplos de gente más libre en su género y su sexualidad que en los 50 y en los 60, la época en que yo crecí, choca porque es una palabra que ha existido desde la antigüedad, con todos estos ejemplos de la mitología como Tiresias, hombre transformado por los dioses en mujer y luego devuelto a la forma masculina. La palabra sigue siendo exótica, pero la gracia es que no es nueva. Y aunque no pueda explicar del todo por qué, siento una gran felicidad cuando veo una conexión entre algo que es muy moderno y muy antiguo. Esto es lo que me provoca el ‘erotic thrill’.

 

-Cuando quisiste que los editores de ‘The New Yorker’ te pagaran el curso de griego antiguo, se negaron a ello porque no tenía nada que ver con tu trabajo.

-El ‘The New Yorker’ nos pagaba cursos de lenguas modernas como el italiano, por eso cuando me dijeron que el griego no sería útil, me enfadé mucho. Respondí que cada palabra que supiera deletrear me ahorraría tiempo mirando al diccionario, y que el inglés está lleno de palabras con raíces griegas. De modo que fui haciendo una lista de todas las palabras que llegaban: cada vez que llegaba un texto con “oftalmólogo” mal escrito, anotado. Estas palabras supuestamente muertas tienen una vida después de la muerte. Y, encima, pasa con muchas palabras que tenemos que inventar, como ortodoncia, la combinación de “recto” y “dientes”: los griegos no tenían ortodoncistas, pero cuando creamos nuevas palabras muchas veces vamos a la raíz griega.

 

-¿Algo más aparte de mejorar como detectora de faltas?

-Me hizo más atenta a la sintaxis. El griego tiene diferentes maneras de utilizar los verbos según una cosa es posible o imposible, o si una cláusula es de propósito o de resultado. “Ella fue al mercado a comprar zapatos”, es una cláusula de propósito. “Ella fue al mercado y después volvió a casa con muchos zapatos”, es una cláusula de resultado. En el ‘The New Yorker’ teníamos una manera muy sutil de determinar dónde iban las comas, y fue después de estudiar griego que pude explicar por qué las cláusulas de propósito no necesitan coma y las de resultado sí. De hecho, ¡pude explicarle al editor de poesía por qué había que quitar una coma y nos entendímos!

 

-Aparte del lenguaje, hablas de los autores y las historias.

-En Homero encuentras muchas repeticiones, mientras que en el inglés moderno no queremos nada redundante. Pero los griegos tenían una cultura tan oral que para recordar las cosas y para reforzarlas, utilizaban las repeticiones. Ahora pienso en ‘Las troyanas’, la obra de Eurípides: al final, cuando Troya está en llamas, Hécuba sentencia: “Este es el posterior, último, terminal… final”. Nosotros diríamos “This is it”. Pero el griego acumula y hace la repetición muy efectiva. En la misma obra, por ejemplo, Hécuba insulta a Helena de Troya con una palabra de 8 sílabas llenas de letras “k”, y la mejor traducción en inglés es “slut” (cerda). Al inglés le gustan las cosas afiladas y cortas, y al griego le gustan alargadas.

 

-Dices que es imposible traducir correctamente el tono de Sócrates, que los diálogos de Platón traducidos no lo captan.

-Sócrates era muy familiar, usaba muchas muletillas coloquiales que a la hora de editar por escrito quitaríamos. Pero en las conversaciones orales estas partículas ayudan, son el aceite que hace deslizar las palabras. Y cuando lees a Sócrates en el original, imaginas un tipo viejo con muy buen rollo diciendo “ok”, “¿no?”, que se pierden en las traducciones pero en el griego se mantienen intactas. Hay traductores que han hecho decir a Sócrates “WTF” (“What the fuck”, “vaya mierda”).

 

-También te interesan mucho los epítetos.

-Muchos traductores piensan que esto son meras convenciones griegas que a nosotros nos parecerán aburridas, y deciden quitarlos o cambiarlos. ¡Yo los adoro porque forman parte del carácter de los personajes! Aquiles, “el de los pies ligeros”, por ejemplo: el epíteto acaba siendo importante porque Héctor está siendo perseguido por alguien que es famoso por ser veloz. Sabes que Héctor está condenado, y esto ha sido anticipado en una y otra ocasión cada vez que Homero habla de Aquiles como “el de los pies ligeros”. Lo mismo con Odiseo, ‘polythropos’, una palabra imposible de traducir que se debe traducir de mil maneras diferentes: Odiseo el astuto, Odiseo el capaz… mi traducción es Odiseo, “el de los muchos virajes”, que no sé si quiere decir algo para alguien.

 

-Uno de los que te implica más personalmente al libro es el ‘oinops pontos’, vino oscuro, que Homero utiliza en la Odisea y la Ilíada para describir el mar y que ha sido un dolor de cabeza histórico para los traductores.

-En el libro explico mis viajes a Grecia y las horas que he pasado navegando por el Egeo. Tuve una revelación el día que había pedido una copa de ouzo [un licor griego con fuerte sabor dulce y olor de regaliz]. Ya había caído bajo el hechizo del Egeo, mirando tantas horas al mar, y me di cuenta de que Homero no se refería a un color concreto del vino (negro, blanco, rosado, que es lo que ha hecho romperse la cabeza a los traductores), sino a la profundidad del vino y, sobre todo, a la manera en que el mar puede meterse dentro de ti y ensimismarte [ella dice ‘transfix you’], emborracharte un poco, confundirte, hacerte sentir perdido. Así entendí el misterio del mar ‘oinops pontos’, vino oscuro.

 

-¿Cómo toma vida una lengua que has estudiado cuando visitas su lugar propio?

-Ahora mismo, como tantos griegos han aprendido inglés, una ‘xena’ [extranjera femenina] lo tiene difícil para practicar. Tuve que lidiar con ello. Y los griegos que viven en áreas rurales tienen una lengua práctica, no están citando a Homero mientras hablan, es una lengua viva. Aunque tiene cualidades de la lengua original, como la sinuosidad, la lengua todavía tiene algo eterno que llega hasta los tiempos antiguos. Para mí, una de las palabras más bonitas es Talasa, (Θάλασσα) el mar: puedes sentir las olas llegando a la palabra, y retirándose de ella ‘ta-la-sa’ [resalta la pronunciación].

 

-Escribes sobre mitos griegos que te han ayudado a vivir.

-Leer las tragedias griegas en el original es muy diferente de leer una traducción. Aparte de que te exige mucho más tiempo, tienes que luchar con cada palabra para extraer su significado. Es transformador. La historia que ha sido más importante para mí es ‘Antígona’. Todos crecemos en familias pero no hay tantas historias sobre familias. No hay una palabra para una hermana que pierde un hermano: tenemos viudo o viuda, huérfano, pero no hay una palabra específica para la pérdida de un hermano. Todos debemos sobrevivir y seguir adelante y las tragedias y los mitos nos consuelan porque nos damos cuenta de que estas cosas han pasado durante milenios. Yo no perdí un hermano pero, volviendo al hermafrodita que decíamos antes, él cambió de ser un hombre a ser una mujer. Esto afecta a la familia como si fuera una pérdida: sentí como si estuviera perdiendo mi pasado con él. leer ‘Antígona’ me ayudó, ¡porque la historia va de que ella amaba a su hermano! Están todos esos tratados académicos sobre por qué Antígona actúa como lo hizo, mientras que para mí era perfectamente claro que ella amaba desesperadamente a su hermano y por eso se rebeló contra su tío. Cuando me equivoco, sufro una pérdida o me quiero rebelar, la vida sigue, mientras que Antígona murió. El ejemplo de lo que le pasó a Antígona me hace darme cuenta, de una manera bastante literal, de que a mí no me ha pasado nada tan grave y la vida sigue. Esto produce un efecto maravilloso.

 

-Hablemos de tu oficio de correctora: describes que lo que te gusta del trabajo es que “integra toda la persona”.

-Es un trabajo que no sólo va de deletrear las palabras o de saber puntuar -aunque esto es básico-. Leyendo algo te puedes dar cuenta: “Mira, esta persona está escribiendo sobre el catolicismo y no sabe la diferencia entre un pecado mortal y uno venial”. Recuerdo una vez que un autor se refería a un texto diciendo que era una novela pero yo sabía que era una obra de teatro, y podía rodear aquella palabra con un interrogante. Una vez estuve especialmente orgullosa de pillar un error en un crítico que citaba el inglés medieval porque lo había leído en Chaucer. Corregir textos es un trabajo que te hace integrar todo tu bagaje personal. También está la cuestión de la delicadeza: cuando corriges debes tener tacto, no has de ridiculizar, y esto requiere un aprendizaje. En ‘The New Yorker’ tuvimos mentores, auténticos genios y, con ellos, otra de las cosas que aprendí es que siempre puedes dejar pasar algo. Aprendí a releer con la expectativa de que no tenía que estar convencida de mi infalibilidad, que siempre se me habría escapado algo. Este adiestramiento me ayudó mucho para estudiar griego antiguo.

 

-¿Crees que estamos perdiendo algo con la sustitución del corrector por formas automatizadas siempre que es posible?

-Evidentemente, como diría alguien que se ha ganado la vida haciendo esto, nunca confiaría del todo en una máquina. El corrector es fantástico, yo siempre lo utilizaba. Pero hay cosas que un corrector no puede detectar, como los homófonos, que requieren un ser humano para entender el contexto.

 

-¿Y que opinas de que las redes como Twitter se utilicen para corregir a la gente?

-Creo que es odioso. Facebook y Twitter son informales, foros que han dejado que todo el mundo sea un escritor. Yo tengo que ir con cuidado porque tengo una reputación y te aseguro que, si cometo un error, la gente lo señalará. Y cometo errores y me da vergüenza, pero no voy corrigiendo los errores de los demás por Twitter. Creo que las personas no deberían estar saltando unas sobre otras, que hay espacio para el perdón. Las redes son algo informal y no tienes que ser correcto del todo. Claro que aprecio cuando la gente se esfuerza en hacerlo correctamente, pero no se debe crucificar a la gente por cometer un error en Twitter.

 

-¿Has detectado algún aspecto que ha evolucionado en la lengua en los últimos años, especialmente con Internet?

-En general, la lengua se ha hecho más informal. También creo que todo se ha alargado. Es más fácil escribir en una pantalla que sobre la página en papel. Hace un tiempo tuve que llevar el ordenador a reparar y recurrir a la máquina de escribir para terminar algo. Yo escribo para ‘The New Yorker’ [Ya no es correctora], pero no me gusta leer textos largos en la web: me gusta saber la longitud de un texto antes de empezar a leerlo o si no… ‘TL; DR’ [abreviación irónica y juvenil para decir “too long, did not read”]. Intento mantener las cosas breves, y con la máquina de escribir te das cuenta mucho más de la presencia de las páginas y de cuántas palabras estás invirtiendo y te obligas a escribir más corto. En inglés, quizás el cambio más importante está siendo la introducción de los pronombres neutros raíz del movimiento LGTBI, que utilizan “they” para todos. Esto ocurrirá, se pongan como se pongan los mayores a los que no les gusta, y aunque los adultos que no lo quieran no estarán obligados a usarlo, deberán estar dispuestos a entender y a ajustarse a que mucha otra gente lo use.

 

-La informalidad del digital también está afectando la puntuación.

-Yo seguía un estilo muy estricto del ‘The New Yorker’ sobre las comas. Hay unas razones muy claras que hacían que borráramos tantas comas como añadiríamos. Hay dos escuelas de comas: la que puntúa siguiendo la lógica, que cree que la puntuación debe reforzar la estructura lógica de la frase, y la que puntúa de oído, que transforma las pausas que escuchan en una coma o un guión. Lo que he aprendido trabajando con varios escritores a lo largo de los años, especialmente desde que escribí el libro sobre el asunto, es que el mejor método es combinar los dos métodos y no ser dogmático.

 

-¿Qué piensas del equilibrio entre las palabras nuevas y las más genuinas?

-Creo que no debemos tener prisa. Las palabras nuevas que están destinadas a durar, lo harán, y no debemos tener prisa por incorporarlas, ya veremos si son una moda o no. Soy amiga de muchos lexicógrafos, que coleccionan ejemplos de usos nuevos de palabras y, cuando tienen suficiente usos, añaden la definición al diccionario. El ‘The New Yorker’ siempre ha sido conservador en esto. Hay una palabra que los jóvenes utilizan, ‘hella’ (1), “It was hella of a party”. Yo no lo habría usado, pero un escritor me persuadió de que ningún cambio capturaba la especificidad de la jerga, y él acabó muy contento de ser el primero en introducir la palabra en la revista. Y entonces los lexicógrafos que trabajan en el diccionario Merriam-Webster verán que la palabra ha sido impresa en el ‘The New Yorker’, y lo utilizarán como evidencia de que hay que tenerla en cuenta y quizás incluirla en el diccionario. Siempre hay este tira y afloja.

 

-Tu libro es una carta de amor al griego.

-Creo que la lengua es mágica. Me hubiera gustado mucho ser bilingüe. Como no lo soy, cuando entiendo la parte física de una palabra en otro idioma, en un lugar donde he viajado… ¡ser capaz de eso añade una dimensión tan grande a la experiencia! O entender una broma en otro idioma… es absurdamente divertido, me eleva el espíritu. Hace poco he aprendido cosas sobre los santos de la Iglesia Ortodoxa. Había un santo llamado San Juan Crisóstomo, que significa “el de la boca de oro”, porque era un gran orador. Cuando juntas estas cosas, se crea un espíritu. Durante todos los años que los griegos vivieron bajo el dominio de los turcos -creo que fueron 800 años, no sé… ¡muchísimos!- mantuvieron la lengua y la religión. Cuando los griegos volvieron a ser independientes, permanecían intactos gracias a la lengua.

 

(1) Hella: Mucho, extremadamente, mogollón… Argot https://www.google.com/search?sa=X&rlz=1C1CHBD_esES811ES811&sxsrf=ALeKk01RC_2r1DktEJ7iLsHN4m15UJscSA:1584463576956&q=What+does+Hella+mean+in+slang%3F&ved=2ahUKEwiLu6fl-qHoAhXL4IUKHX1YDxQQzmd6BAgMEAw&biw=1114&bih=523

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