Pilares, baturrismo y falsa identidad aragonesa

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Pocos pueblos hay más expoliados, más aculturados y con menos conocimiento de su verdadera identidad que el aragonés. Muestra indiscutible de ello la tenemos todos los años por estas fechas con rituales masivos como la Ofrenda de Flores o el Rosario de Cristal que representan la imposición sobre el conjunto de la sociedad aragonesa de las fantasías regionalistas ultraconsevadoras del siempre fascista y clerical caciquismo aragonés  tras la sublevación militar, los actos genocidas y la brutal represión subsiguientes a 1936. Podemos afirmar a ese respecto que el aragonés es un pueblo ignorante de su verdadera tradición, de su pasado, un pueblo aculturado que se presta alegremente a participar periódicamente en los espectáculos de triunfo de sus propios verdugos. Un pueblo, por lo tanto, condenado a la sumisión y a vivir en una farsa perjudicial que no le permite avanzar ni despojarse de las cadenas impuestas por ellos. Podríamos decir que seguimos en el siglo XIX pero sería expresarse con optimismo, en realidad nos desenvolvemos en campos con los que la ultraderecha decimonónica no podía ni siquiera soñar porque en aquella época el pueblo aragonés estaba todavía desarrollando su verdadera personalidad que en absoluto se identificaba con las aspiraciones clericales y ultraconservadoras de sus élites caciquiles, fantasías de beatas meapilas que solo pudieron imponerse con el triunfo del nacional-catolicismo tras el golpe de estado franquista. De hecho, si muchos de nuestros antepasados de esa época vieran a sus bisnietos acudir mansamente a dejar flores en el Pilar para regocijo del elemento clerical y caciquil que a ellos los explotaba sin misericordia alguna y que a día de hoy sigue explotando a sus descendientes se revolverían furiosos en sus tumbas. Por desgracia el aragonés moderno suele ser un individuo conformista, ignorante, pueblerino y ayuno de toda conciencia de su verdadera naturaleza.

Pero la farsa, aunque se acrecentó a finales del XIX y principios del XX, no viene de ahí. El mero hecho de considerar al Pilar como la principal iglesia aragonesa y de elevarla al grado de sinónimo identitario es una jugada política anterior que buscaba un solo objetivo: desdibujar la personalidad jurídica e histórica del Reino de Aragón con la intención de convertirlo en una provincia castellana bajo los Habsburgo.

Por ley, y al menos desde el siglo XIII, el titular de la Corona de Aragón (que englobaba los reinos de Valencia y Mallorca, el de Sicilia, Cerdeña, con el tiempo el de Nápoles y, por supuesto, el conglomerado de condados catalanes) debía ser coronado en la catedral de La Seo de Zaragoza previa jura de los fueros. Los Habsburgos aspiraban al absolutismo y pretendían desmoronar la unidad interna de la Corona de Aragón y desdibujar la constitución propia del reino. Por ese motivo, para oscurecer a la Seo, empezaron a favorecer al Pilar. En ese sentido ser pilarista fue y sigue siendo sinónimo de ser castellanista, ceder a una mixtificación colonialista destinada a borrar la identidad aragonesa. No es casualidad, téngase en cuenta, que las leyendas vinculen a la Virgen del Pilar con Santiago, el patrón de Castilla y del españolismo castellanista posterior y no con el patrón propio de Aragón, recordemos: San Jorge.

De modo que el culto pilarista, inventado en principio para favorecer los intereses feudales de la Casa de Foix en Zaragoza, pasó más tarde a favorecer los intereses absolutistas y antiaragoneses de los Habsburgo, pero el populacho aragonés sigue considerándolo estúpidamente como parte indiscutible de su identidad aragonesa. Más adelante, durante los Sitios de 1808 y 1809 el culto pilarista fue utilizado por Palafox para legitimar su causa, pero no debemos engañarnos a este respecto. Palafox no salió de la nada, pertenecía al partido fernandino de la corte de los Borbones y por lo tanto era parte del sector más radicalmente absolutista del españolismo castellanista, antecesor directo del subsiguiente nacionalismo centralista,  castellanista y religiosamente integrista que representó el franquismo. O sea: más de lo mismo.

La identificación del Pilar con la causa de Palafox fue un medio de identificar al pueblo aragonés con la causa de la alta nobleza conservadora radicada en Madrid. La misma que había prosperado en el siglo XVIII después de la guerra civil de 1700-1715 que dio el trono a los Borbones acabando por el camino con los fueros de Aragón. Una nobleza que era cualquier cosa menos aragonesista y, en muchos casos, aragonesa.

El siglo XIX trajo nuevas realidades sociales. Al eternamente explotado jornalero aragonés (existe actualmente un crecido número de aragoneses descendientes de familias rurales con tradición agraria que se han criado en la certeza de que el campesino aragonés siempre dispuso al menos de un pedazo de tierra propio, pero es falso: solo persistieron en la agricultura y la ganadería quienes lo poseían mientras que los peones y jornaleros desaparecieron por la emigración y la aparición de nuevas oportunidades en la industria, a pesar de lo cual todavía durante el franquismo pudieron hallarse jornaleros suficientes como para fundar pueblos de colonización) le sucedió el no menos explotado proletario industrial zaragozano.

Los baturros del siglo XIX y primeras décadas del XX no eran, como pretendían hacer creer las zarzuelas madrileñas, destinadas a una burguesía conservadora, o el cine, producido por esa misma burguesía, campesinos noblotes y algo brutos, muy religiosos y devotos de la Virgen del Pilar que no tenían ninguna aspiración a la justicia social y el fin del caciquismo y el clericalismo. Esa era la fantasía que los curas, los caciques y el régimen liberal-capitalista de los Borbones tenían interés en propagar y conseguir, la realidad era muy diferente y solo el franquismo consiguió que los propios aragoneses la olvidaran.

La realidad era bien diferente: la de una población de obreros y pequeños comerciantes donde la presencia del conservadurismo clerical era mínima. Por el contrario el dinamismo social de aquellas clases proletarias explotadas por la burguesía y el estado venía dado por el ideal socialista vertebrado a través del socialismo propiamente dicho y el anarquismo. Los baturros no eran tales sino ciudadanos desprotegidos por el estado que luchaban por conseguir su reconocimiento en cuanto ciudadanos libres e iguales. Eran hombres y mujeres menos vinculados al Pilar o a las parroquias que a la casa del pueblo o los locales sindicales.

No en vano Zaragoza vio constituirse una Federación Obrera afiliada a la AIT en 1871 y fue sede del II Congreso Obrero Español en 1872, del V Congreso Nacional de Tipógrafos (UGT) en 1890, de congresos de la CNT en 1922 y 1936…no en vano tampoco vio florecer huelgas generales en 1891, 1909, 1911, 1917, 1918, 1931, 1933…No fue tampoco casualidad que en ella sucedieran hechos como la sublevación del cuartel del Carmen en 1920 o el atentado contra el protofascista cardenal Soldevila en 1923…Zaragoza era una ciudad eminentemente obrera, socialista y consecuentemente revolucionaria. Zaragoza nunca fue una ciudad de baturros clericales sino una esperanza roja para la instauración de la justicia social en Aragón y España. Hubo que esperar al genocidio iniciado en 1936 por el ejército, la guardia civil, los falangistas y el clero para que esa fantasía clerical y caciquil se convirtiera en realidad.

Porque, es cierto, mientras el pueblo de Zaragoza luchaba por liberarse de la explotación, por avanzar hacia una verdadera democracia, por alcanzar la libertad y la justicia social, por modernizar y mejorar la sociedad, existía una minoría caciquil y clerical que ni siquiera representaba a la mayoría de la burguesía (principalmente liberal y progresista desde los tiempos de Espartero) que disponía sin embargo de un inmenso poder social, político y económico y que batalló desde el principio por imponer su visión del mundo al conjunto del pueblo.

Podemos fijar como fecha inicial de su ofensiva ultraconservadora, la proclamación del inquisidor Pedro de Arbués, asesinado en la Seo por venir a conculcar los fueros de Aragón bajo mandato del integrismo centralista castellano, como santo en 1867. Vino después la fundación de la cofradía del rosario en 1887 y el inicio de la «tradición» del Rosario de Cristal, como elemento propagandístico de esa minoría oscurantista y clasista y expresión de su poder económico. Ya en 1890 tuvo lugar el II Congreso Católico Nacional y en 1902 la fundación de la Acción Social Católica para fingir una conciencia social de la iglesia que solo era caridad burguesa. En 1905 se fundó la Caja de la Inmaculada, un medio de enriquecimiento y especulación financiera y usura para el arzobispado y sus acólitos. En 1909 fundaron el Sindicato Católico de Aragón, para tratar de contrarrestar (por supuesto sin éxito) el pujante dinamismo de los sindicatos socialistas y anarquistas que representaban la verdadera identidad del proletariado zaragozano. En fin…que hubo toda una ofensiva propagandística de los sectores ultraconservadores y clericales de Aragón que culminaron con el golpe de estado de 1936.

A partir de esa fecha el franquismo se encargó de modelar la imagen mixtificada de la supuesta identidad zaragozana y aragonesa bajo criterios puramente nacional católicos y parafascistas, al gusto en cualquier caso, de esa minoría ultramontana que se había hecho con el poder tras 1936. No en vano toda la manipulación del folklore aragonés quedó en manos de los Coros y Danzas de la Sección Femenina siendo alterado y reinventado desde la empobrecedora, monolítica, provinciana y retrógrada perspectiva de las retorcidas e incultas meapilas fanáticas que la dirigían e integraban. Y esa losa sigue pesando sobre el folklore aragonés en general y la jota muy en particular.

En ese caldo de cultivo fascista y clerical se reinventó la semana santa zaragozana en 1940 y se inventó la Ofrenda de Flores en 1958 con la intención no solo propagandística sino como demostración de poder y de dominio social y político al tiempo que se procuraba borrar de la mente popular el recuerdo de la verdadera naturaleza política, moral y cultural de sus antepasados.

Que esas manifestaciones clericales y oscurantistas como son el Rosario de Cristal, la Ofrenda de Flores o las procesiones de las cofradías de semana santa fundadas o refundadas bajo el franquismo perduren es una prueba clamorosa tanto de lo intensa y feroz que fue la matanza de «rojos» y de la profundidad del lavado de cerebro sufrido por la población aragonesa entre 1936 y 1975 cuanto de la ignorancia de esta con respecto a su verdadera identidad histórica así como una muestra indiscutible de que el régimen de 1978 no ha servido para modificar las estructuras sociales impuestas por el golpe de 1936 siendo por lo tanto completamente inútil en cuanto oportunidad democrática.

En suma: Aragón debe recuperar su verdadera identidad, sus verdaderas tradiciones y arrumbar en el olvido las impuestas por el fascismo nacional-católico. Hoy mejor que mañana.

Sé lo que estaréis pensando…y eso solo demuestra todo el trabajo que nos queda hacer.

Por cierto: la ilustración que acompaña este artículo representa al Pilar en 1808.

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