El rey de los afrobolivianos

Si contamos a los nacidos en la República Popular que viven en el extranjero y sus descendientes directos, sólo la diáspora china ya asciende a más de 40 millones de personas. La mayoría ha conservado el idioma. Es el «mundo chino», que en total suma casi 1.480.000.000 de personas. Si contabilizamos la extensión geográfica del «mundo ruso» nos salen nada menos que 17.100.000 kilómetros cuadrados. Desde hace tiempo, Vladimir Putin y Xi Jinping se husmean discretamente y se observan de reojo con su mirada fría. Saben que se necesitan y al mismo tiempo tienen claro que no pueden establecer una alianza que resultaría lesiva para sus respectivos intereses. La semana pasada, Xi Jinping jugó un papel diplomáticamente imposible: el de candidato a socio leal y al mismo tiempo el de mediador imparcial. Ambos son conscientes de que representan algo más que dos países enormes. En realidad, se trata de dos «mundos» culturalmente autosuficientes.

La magnitud de estas identidades nos hace olvidar a veces que hay otras mucho más pequeñas que están al margen de la política internacional. A su lado, incluso una nación sin estado como Cataluña constituye una superpotencia. Ciertas conciencias identitarias son tan fuertes que a veces disponen de traducciones políticas insólitas. Ahora verán que no exagero. «20 de julio de 2019. Desde la Casa Real nos complace informar que, recientemente, se nos ha enviado la comunicación según la cual Su Majestad el Rey de Buñoro-Kitara ha concedido a Su Majestad el Rey Don Julio I la Gran Cruz de la Muy Honorable Orden del Omukama Chwa II Kabalega como muestra de su consideración y proximidad con la Comunidad Afroboliviana y a Su Majestad el Rey».

El lector tiene todo el derecho a sospechar que me acabo de inventar este fragmento con la intención de ilustrar sarcásticamente las identidades olvidadas a que se refiere el título del artículo. Sin embargo, no es así. El texto lo encontrarán en la web oficial de la Casa Real Afroboliviana (www.casarealafroboliviana.org), encabezada actualmente por el rey Julio I. Esta institución y el cargo de su máximo representante son oficiales desde el 3 de diciembre de 2007, cuando el prefecto de La Paz, José Luis Paredes Muñoz, ratificó la coronación que se había llevado a término 15 años antes. A diferencia de otros países americanos, Bolivia tiene una población afrodescendiente reducida –35.000 personas– y geográficamente localizada, pero al mismo tiempo muy cohesionada gracias, en parte, a esta institución hereditaria. Su historia es conmovedora. Hace dos siglos, hacia principios de la década de 1820, un esclavo negro llamado Uchichu, de la tribu kikongo, en el actual Senegal, fue llevado a Bolivia, que entonces todavía formaba parte del Imperio Español (la independencia de este país no llegó hasta el 6 de agosto de 1825). Este hombre tenía varias escarificaciones rituales en la espalda que indicaban su estatus real. El resto de esclavos identificaron aquellos signos y le otorgaron el título de rey de su comunidad, iniciando así una estirpe que aún perdura. Por cierto, el rey de Buñoro-Kitara está reconocido como tal por la República de Uganda y tiene el tratamiento oficial de alteza real. Esta dinastía no es ningún invento moderno ni ninguna chapuza administrativa poscolonial: data nada menos que del siglo XIII.

Es evidente que el rey de los negros bolivianos y el monarca de la región ugandesa de Buñoro-Kitara, que como hemos visto mantienen buenas relaciones, no disponen de poder ejecutivo alguno. No son ricos ni influyentes, ni están reconocidos más allá de sus inciertas fronteras internas. Sin embargo, han cohesionado sus respectivas comunidades, herederas de las terribles vicisitudes históricas vividas por muchos africanos, que, por desgracia, todavía perduran. Soy del parecer que todo aquello que pueda servir, directa o indirectamente, para fortalecer la dignidad de las personas, tanto a nivel individual como colectivo, merece, al menos, ser tenido en consideración. Y al revés: todo lo que ha contribuido y todavía contribuye a degradar la dignidad humana resulta inaceptable. Ya sé que es muy fácil hacer mofa de las poco conocidas instituciones a las que me acabo de referir, así como de las identidades que representan. En el 75 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos debería hablarse más de estas identidades. Los afrobolivianos son 35.000 y hoy los samaritanos modernos, por ejemplo, ya sólo suman 700 personas. Dignas identidades olvidadas, vestigios de una historia marcada por la apisonadora de grandes imperios no forzosamente occidentales.

ARA