El racismo del mobiliario

Dejando de lado a la Virgen del Rocío, esta Pascua el gran hit mediático ha sido la figura de chocolate de la pastelería Sàbat de Sant Cugat del Vallès. Consistía en el torso de una pastelera, con delantal y gorra de cocinero, que aguantaba una mona en cada mano. Tuvieron que retirarla después de que la acusaran de racista. ¿Por qué? Pues porque, según los quejicas, representaba a una mujer negra esclavizada. El hecho de que, per se, el chocolate sea negro no debe tener nada que ver, supongo.

El año pasado, en el Tate Museum de Londres hubo una exhibición de pinturas de William Hogarth, prestigioso pintor inglés del siglo XVIII. The Spectator publicó una crónica en la que detallaba los avisos censores que, siguiendo la tendencia woke, acompañaban a los cuadros. Consideran censurables cosas impensadas.

Una de las advertencias más interesantes tiene que ver con las sillas. Al lado de un auto­rretrato de Hogarth, que aparece sentado mientras pinta un cuadro, se lee: “La silla está hecha con maderas traídas desde las colonias, por rutas que también traían personas esclavizadas. ¿Podría la silla representar a las personas negras y morenas que permiten su vigorosa creatividad?”.

Hace unos días, la escritora y profesora Wanjiru Njoya –que parece estar hasta la coronilla de tanta tontería– hizo un tuit sobre este detalle: “Las sillas son racistas. Porque se hacen con madera marrón o negra, y hay personas blancas que se sientan en ellas descaradamente y sin vergüenza, para simbolizar su supremacía sobre ‘las personas esclavizadas negras y morenas’. Eso dice el Tate Museum”.

Moraleja: si el año que viene compras una mona hecha con chocolate negro, no seas doblemente racista y asegúrate al menos de que la silla donde te sientas no sea de madera racializada. En Ikea tienen el modelo Janinge, de plástico de polipropileno, blanco, a 49 euros la unidad.

LA VANGUARDIA