Así se ha esfumado la independencia de la campaña

De la «guerra civil» al «todo es ETA», la colonización mental del nacionalismo español

En las listas electorales de Bildu hay cerca de cincuenta personas que antaño fueron condenadas, acusadas de ser miembros de ETA o de haber colaborado con ella. Son, todos, gente que ha pagado por lo que hizo y que tienen sus derechos electorales y políticos perfectamente vigentes. Por ello, su participación en los comicios ha sido validada por la junta electoral. Pero, de repente, y pese a que hace catorce años del último atentado mortal de ETA, doce que no hay ningún atentado y seis que ETA no existe, gracias al PP y Vox toda la campaña electoral española ha empezado a girar en torno al llamado terrorismo y Bildu ha acabado anunciando que si son elegidos concejales no tomarán las actas.

Ya hace años que he renunciado a entender la extraña deriva del independentismo vasco, pero este caso me deja asombrado: tanto puño en alto y tanta consigna revolucionaria y ahora, de repente, se humillan ante el fascismo negándose ellos mismos derechos que nadie debería poder negarles. Sea como fuere, no es de los vascos de lo que me interesa hablar hoy, sino de los españoles y de los constantes juegos de palabras interesados ​​con los que, por culpa de la debilidad intelectual de la periferia, sostienen su dominación.

Acabaré con el “todo es ETA” que vuelve estos días, pero permítanme que empiece haciendo un ejercicio de arqueología semántica a partir de la llamada “guerra civil”. Porque llamar “guerra civil” a lo que ocurrió entre 1936 y 1939 es la gran victoria política del franquismo y una de las bases más sólidas de su pervivencia, todavía hoy.

Lo que ocurrió entre 1936 y 1939 no fue ninguna guerra civil –una pelea entre dos donde ambos tienen parte de culpa. Fue una insurrección militar contra la legalidad democrática, con el apoyo de la Alemania nazi y la Italia fascista como parte, ya, como comienzo de la Segunda Guerra Mundial –es muy interesante al respecto la visión que aporta el joven historiador David Jorge en su libro ‘Inseguridad colectiva’ (1).

De hecho, el franquismo, cuando empezó la insurrección armada, nunca utilizó la expresión “guerra civil”, sino “cruzada nacional de liberación”. “Guerra civil” fue una invención de los anglosajones para intentar justificar más tarde su política de no intervención, que contribuyó de forma decisiva a la derrota de la república. Sin embargo, el franquismo entendió perfectamente que le convenía hablar de “guerra civil” y, en el momento en que el eje fue derrotado, cambió de lenguaje para meter en la cabeza de la gente esta falsa idea sobre cómo y por qué llegaron al poder. Falsa idea que les sirvió para realizar una transición a medida y aún hoy para legitimar su existencia.

(A propósito de ello, también es interesantísima la posición del joven historiador Jorge Marco, que ha demostrado en varios trabajos que la guerra de Franco no fue de 1936 a 1939, sino de 1936 a 1952, porque en estos trece años la guerrilla y el maquis continuaron luchando de una forma que en cualquier otro país se consideraría una guerra).

Dicho todo esto, creo que todos debemos estar de acuerdo en que el franquismo lo habría tenido mucho más difícil para sobrevivir si en los años cuarenta el mundo hubiera asumido que la guerra continuaba y se hubiera impuesto el relato de que la insurrección franquista era el comienzo de la Segunda Guerra Mundial por parte del eje. O habría tenido muchos más problemas para blanquearse durante la transición si los demócratas hubieran sido implacables a la hora de denunciar el golpe de estado en lugar de aceptar el falso relato de la «guerra civil».

Fueron oportunidades perdidas, que se perdieron en buena parte porque la colonización mental del nacionalismo español se impuso no sólo entre los suyos, sino también entre quienes deberían ser sus enemigos. Y al poco tiempo la fuerza narrativa del franquismo se intensificó cuando ETA se convirtió en la plaza de Oriente de la democracia española, el espacio de adhesión incondicional de uno de los bandos, el ariete con el que la derecha mantiene eficazmente acorralada siempre que quiere a la otra España –la anti-España, que dicen ellos–, tal y como se vio ayer en el senado en la discusión entre Feijóo y Pedro Sánchez. Los demócratas españoles, por la presión de las poderosas escombros judiciales, políticas y mediáticas, se fueron desentendiendo de mantener una actitud racional sobre lo que ocurría en el País Vasco. Y el precio que pagan ahora es que han acabado atrapados en una nueva trampa discursiva españolista, capaz de empujarles contra la pared sólo a base de invocar a una organización que no existe.

Ya se lo montarán –tanto los vascos como los españoles–, pero con estos dos ejemplos querría resaltar que una de las lecciones que los catalanes deberíamos aprender de 2017 es que para ser fuertes y tomar las decisiones a tomar es imprescindible limpiarnos antes de las toxinas que la ideología españolista nos ha inoculado desde niños. Para rehuir sus acreditadas trampas. Es necesario que una cierta izquierda define como un “reforzamiento ideológico de la alteridad”, pero esta vez centrado en la catalanidad y su oposición histórica irreductible y permanente a la españolidad. Y esto debemos hacerlo no sólo como ejercicio intelectual de unos pocos, sino como un ejercicio social multitudinario y cotidiano. Por suerte, el Primero de Octubre ha significado un terremoto que separa épocas y, creo que, en parte gracias a esto, últimamente asistimos a una incipiente y muy estimulante renovación de la narrativa nacional –tanto en libros como en actitudes, y muy especialmente entre la gente más joven. Que no nos vuelven a hacer tragar a los catalanes ninguna “guerra civil” ni ninguna “ETA es todos”; de esto se trata.

(1) https://editorial.tirant.com/es/libro/inseguridad-colectiva-david-jorge-9788416556472

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