La primera de las quejas de la UE se debe al «desequilibrio comercial». Von der Leyen pintó una imagen coloreada: afirmó que «dos de cada tres de los contenedores que llegan llenos desde China a Europa vuelven vacíos».
Por supuesto, no cabe duda de que los desequilibrios comerciales sostenidos bien pueden reflejar una estrategia mercantilista para conseguir superávits permanentes, pero que la UE acuse a China de mercantilista resulta algo cómico. El superávit de la cuenta corriente china en la última década fue del 1,65% de media, mientras que la zona euro fue de una media del 2,24%. Durante ese mismo período, el motor principal de la economía europea, Alemania, registró un superávit escandaloso del 7,44%.
La segunda queja de la UE es que la asistencia estatal china implica la competencia desleal de las exportaciones de ese país a los mercados europeos. Sin duda, esto tenía sentido a finales de la década de 1990 y principios de la de 2000, cuando, lejos de quejarse del dumping chino, la UE (y EEUU) alababan el ingreso de China en los circuitos comerciales y financieros occidentales. ¿Pero qué sentido tiene esta queja ahora?
Después de todo, la competitividad de las baterías y vehículos eléctricos chinos en Europa no se debe a los subsidios, sino a las gigantescas inversiones que hizo China para desarrollarlos. Europa es hoy sencillamente incapaz de igualar la calidad de los paneles solares chinos, con o sin asistencia estatal.
Volkswagen, una de las mayores automotrices locales chinas, solía importar tanto componentes como robots industriales alemanes. Hoy en día, todos los componentes y bienes de capital que Volkswagen necesita para producir automóviles en China provienen de China, lo que se suma a las aflicciones comerciales europeas.
Y no sólo se ha revertido el superávit comercial. Tras confiar durante décadas el diseño de sus automóviles a ingenieros alemanes, Volkswagen está en proceso de contratar hasta 3.000 ingenieros chinos para la próxima generación de automóviles completamente eléctricos que planea vender en China y Europa. En términos más amplios, desde 2008 –cuando la UE impuso una austeridad rigurosa en toda Europa y debilitó la inversión de sus industrias en este proceso– China ha ampliado sus inversiones hasta casi el 50% de sus ingresos nacionales, un récord mundial.
Culpar al mercantilismo chino resulta sorprendente –especialmente entre los industriales alemanes, que se han pasado en los últimos 50 años afirmando que el superávit comercial persistente de su país con el resto del mundo reflejaba la demanda de sus productos de alta calidad–. No importa lo que Von der Leyen diga a los líderes chinos: estos industriales saben que sus contrapartes chinas dedicadas a la fabricación de paneles solares, baterías y vehículos eléctricos se han ganado el derecho a decir lo mismo.
La tercera queja de Michel y Von der Leyen es que a las empresas europeas les cuesta conseguir contratos del gobierno chino. Junto a las dos quejas anteriores, éstas son las justificaciones de los funcionarios de la UE para la implementación de medidas punitivas contra los exportadores chinos (especialmente aranceles elevados a los vehículos eléctricos, y a las tecnologías verdes, en términos más generales). Pero aunque los funcionarios citan la investigación formal sobre los vehículos eléctricos chinos que ya está en curso en Bruselas, nada de esto es convincente.
Los líderes industriales europeos con los que he conversado en privado admiten que ven estas amenazas como una evidencia del pánico que se ha adueñado de los líderes de la UE cuando han entendido que Europa ha perdido competitividad en sectores cruciales. Uno de ellos me preguntó, retóricamente: «¿Von der Leyen cree realmente que la amenaza arancelaria contra los vehículos eléctricos de BYD (https://www.byd.com/es-es) aumentará las exportaciones [europeas] a China?»
Ciertamente, las empresas europeas se quejan de que la competencia no es justa en lo que respecta a China, especialmente en el caso de las compras gubernamentales. Pero no entienden qué va a cambiar si, debido a la enorme presión estadounidense, los gobiernos de la UE limitan cada vez más sus compras a las empresas chinas. «Además –me confió un miembro de una de estas empresas–, desde la pandemia los gobiernos de la UE han abrazado la asistencia estatal como si la vida dependiera de ella».
La cuarta queja que Michel y Von der Leyen expusieron a Xi es que China no apoya suficientemente las sanciones de la UE a Rusia, como parte de un frente unido para poner fin a la brutalidad del ejército ruso en Ucrania. Dejando a un lado su eficacia, esta acusación sólo revela hipocresía: cargan contra los bombardeos de Putin a hospitales y contra los sistemas de agua potable, electricidad y alimentos ucranianos (lo que todos deberíamos hacer), pero guardan silencio mientras Israel hace lo mismo, y podría decirse que algo mucho peor, en Gaza.
Por supuesto, la hipocresía no es la causa de la hemorragia del capital y la desaparición del superávit de la cuenta corriente de Europa. La mala gestión de la UE de la inevitable crisis del euro hace una década se ocupó de ella. Los niveles récord de austeridad, sumados a la emisión masiva de dinero y la incapacidad crónica para crear una unión bancaria y de mercados de capital, garantizaron que durante los trece años siguientes hubiera en los circuitos financieros europeos una cantidad de dinero sin precedentes, y que la inversión europea en las tecnologías del futuro fuera más baja que nunca. Éste es el motivo por el que Europa está retrasada respecto a EEUU y China. Responder subordinándose a Estados Unidos y lanzando amenazas vacías contra China es tan triste como inútil.
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