El perfecto manual para destruir a la humanidad

Si, como dicen cada vez más científicos, la historia de la especie humana es una historia exitosa gracias a nuestra capacidad de cooperación y aprendizaje; si es una prueba de nuestra autodomesticación; si, sin renunciar a la individualidad, hemos primado la tolerancia pacífica, el autocontrol, la racionalidad y la disciplina –incluido el castigo, aunque este está cada vez más cuestionado– frente a la agresividad y el egoísmo instintivos; si todo esto es así, la actual irrupción de líderes políticos que llaman a inflamar nuestro ego y a buscar soluciones individuales a los problemas colectivos nos lleva a una involución civilizatoria.

Milei, Trump y Bolsonaro son peligrosos disolventes de la idea de la vida en comunidad, de progreso compartido, de la suma virtuosa de moral y cultura acumulativas. Buscan enemigos debajo de las piedras. Nos llevan al colapso social. Nuestras sociedades complejas y frágiles exigen muchas dosis de altruismo recíproco, de contención, de renuncias individuales y de flexibilidad en pro del bien común. De lo contrario, volvemos a la selva, a la ley del más fuerte. Es muy fácil destruir y muy difícil construir.

Insultar con mensajes simples va en contra de la riqueza de la lengua, uno de los grandes logros de la humanidad. Es nuestra gran tecnología que nos ha permitido, entre otras cosas, interiorizar valores y normas, crear e innovar conjuntamente. Nos ha hecho hipersociables. Estamos entre los animales físicamente más débiles, pero más inteligentes y complejos. Venimos al mundo muy frágiles y solo nos salvan las instituciones que hemos creado: la lengua, la familia, la cultura, las tecnologías, la moral, las instituciones, la razón, la convivencia compleja… Milei y cía. son líderes antisociales, amorales, que gritan a favor del más valiente y espabilado, en pro del beneficio propio. Son agentes destructores. Es como si siguieran el prefecto manual de descomposición de la humanidad. Van en contra de la evolución. Van en contra del éxito de la especie humana. Se creen salvadores, pero son enemigos interiores.

La lectura de ‘La invención del bien y del mal’ (Paidós), de Hanno Sauer, es iluminadora. Te das cuenta de la estupidez de estos personajes nefastos, negacionistas de la cultura en sentido amplio, desde la ciencia hasta la democracia: las creaciones culturales han sido siempre más colaborativas que fruto de mentes individuales únicas, sea el dominio del fuego o la construcción de casas de hielo (iglúes). Imitar y mejorar compartiendo, aprendiendo unos de otros. Milei, Trump y Bolsonaro son la negación de estos aprendizajes. Utilizan las redes sociales para difundir su primitivismo estremecedor.

Con ellos al frente, no habrían surgido hace 5.000 años las primeras civilizaciones con las grandes ciudades, la agricultura sistemática, el comercio o la escritura. Y menos los impuestos, imprescindibles para este progreso (no exento de desigualdades, claro). En el mejor de los casos, si no hubieran promovido directamente su destrucción, habrían sido los típicos impostores sociales, beneficiándose de la disciplina y colaboración de los demás: que cooperen ellos y yo me aprovecho.

El individualismo moderno tiene como la otra cara de la moneda la sociabilidad y la cooperación. En nuestro mundo sofisticado (aviones, vacunas, organización del trabajo, lucha contra el cambio climático…), solo no vas a ninguna parte. Somos muchos, somos muy diferentes entre nosotros y al mismo tiempo estamos cada vez más irremediablemente conectados. Pero ¿cómo casar libertad individual respecto a la diferencia e igualdad de oportunidades? ¿Y cómo hacerlo sin destruir el planeta y destruirnos? Milei, Trump y Bolsonaro ni se lo preguntan. Hacen bandera de su incorrección política como símbolo de una engañosa libertad absoluta, polarizan la división social y enfatizan al grupo nacional supuestamente homogéneo. Son ostentosamente irracionales y emocionales. Siembran la discordia y el odio. Son perfectos agentes disolventes de la humanidad.

ARA