El vampiro y la epidemia

El vampiro es un mito contemporáneo, un ser legendario que remite al origen de los tiempos, cuando el hombre, a través de las narraciones primigenias, daba explicación a los misterios más profundos.

“Listen to them, the children of the night”, decía el conde Drácula en aquella maravillosa versión interpretada por Bela Lugosi, un húngaro que se aprendió el papel de memoria, sin saber un ápice de inglés, y que se metió tanto en el personaje que al acabar sus días pidió ser enterrado con su capa. Es la fascinación del vampiro que en estos días regresa con una exposición, Vampiros, la evolución del mito, en el CaixaForum de Madrid y que en julio recalará en Barcelona.

John William Polidori fue quien en aquella célebre velada del 16 de junio de 1816 en la villa Diodati, a orillas del lago Léman, compuso el retrato del vampiro aristócrata que Hollywood llevó a la pantalla. Su cuento El vampiro, falsamente atribuido a Byron, se inspiraba en los rasgos sublimes y estetas del gran poeta romántico. Un ser perverso, frío, enigmático y fascinante. Aquella noche pasó a la historia porque Mary Shelley ideó su Frankenstein, pero la contribución de Polidori fue trascendente para conferir al vampiro su arquetipo contemporáneo como seductor conde Drácula.

Primitivamente, el vampiro se relacionaba con todo tipo de supersticiones y folklore asociado a plagas y epidemias, como las sucedidas en el centro de Europa durante el siglo XVIII. El vampiro es un ser maléfico que bebe de la sangre de Cristo para pervertir las esperanzas de la redención y el cielo eterno, para condenarnos a los infiernos de las pasiones más tenebrosas.

Su forma literaria toma cuerpo desde el distinguido y pérfido lord Ruthven del relato de Polidori hasta que Bram Stoker lo acaba de definir en su novela Drácula, inspirándose en la figura histórica de Vlad Tepes conocido como el Empalador , un príncipe de Valaquia que en el siglo XV luchó contra los turcos. Este Drácula no era el que Hollywood llevó a la pantalla como galán seductor, sino un ser de aspecto bastante monstruoso, ávido de sangre y altas dosis de libido.

El vampiro en su naturaleza esencial está más próximo al Nosferatu que propuso Murnau en su filme de 1922. Una extraña criatura, de orejas rapaces, cabeza rasurada y uñas afiladas. Un ser mitad hombre mitad murciélago que años más tarde Klaus Kinski interpretaría con silencios y mirada enfermiza. En torno al conde Orlok del primer Nosferatu corre la leyenda de que su actor, Max Schreck, era un auténtico vampiro que mordió realmente a la pobre protagonista. Probablemente, acabara loco como el pobre Lugosi… Esta es la maldición del vampiro que consume a quien lo interpreta. El precio que hay que pagar por vivir en el lado oscuro como señor de las criaturas de la noche. La condena de vivir una vida eterna con el único premio de poseer a toda criatura deseada, ya sea hombre o mujer.

Debemos recordar que en los tiempos de la revolución sexual, el vampiro fue catalizador de pasiones y arquetipo de la liberación como andrógino voraz, además de dandi hedonista que vino a decirnos que todo estaba permitido. Pasión animal, seducción salvaje y de igual a igual. Hombres y mujeres sucumbiendo a la mirada del vampiro, a su hechizo liberador y orgiástico, en cálidas noches de ardiente deseo. Aquellos años sesenta contraculturales, rebeldes y transgresores que aquí llegaron tarde pero con toda su intensidad.

Cuando Hollywood recuperó el vampiro, pasado el tiempo de los hippies, lo hizo en su vertiente puritana y represora. Drácula y sus fieles, adictos a los juegos carnales y el delito de la sangre, eran condenados a una enfermedad llamada sida que recordaba los miedos y misoginia de finales del XIX con la sífilis y otras enfermedades de transmisión sexual. Eran los tiempos de los yuppies…

Hoy el vampiro parece renacer en la plena paranoia del coronavirus, una epidemia surgida de China cuya primera y extraña hipótesis decía que el contagio venía de comer sopas de murciélago. Ya sabemos que en China comen manjares exquisitos como la sopa de nido de golondrina, pero dudo que eso cause epidemias. Tal vez la plaga se debe a una guerra de imperios, el norteamericano y el chino, luchando por el nuevo orden.

El virus parece la oportunidad de poner en cuarentena el poder del gigante asiático, algo que me parece absurdo y carente de sentido. Esperemos que pronto surja la vacuna o que el mundo se libere de este nuevo pánico.

A lo que de verdad debemos temer, con cierta veneración, es a ese bello y romántico vampiro Nosferatu que desembarca en Occidente portando la peste con una legión de ratas siguiendo su sombra. Aquel que cae en las redes del amor para morir en la luz del nuevo amanecer. Aunque yo siempre me quedaré con la imagen del vampiro distinguido y elegante que invita a su dama a un juego de seducción, envolviéndola en su capa negra, para clavar sus afilados colmillos, sembrando el placer hasta la eternidad.

LA VANGUARDIA