El historiador dirige ‘La memòria dels catalans’, en la que distingue los elementos históricos que nos han hecho ser como somos (1)
Siguiendo el camino que empezó en el 2018 con ‘Història mundial de Catalunya’ y siguió con ‘Vides catalanes que han fet història’, Borja de Riquer (Barcelona, 1945) presenta ‘La memòria dels catalans’ (Edicions 62), en el cual recoge exhaustivamente los principales elementos que a lo largo del tiempo han acabado configurando la identidad catalana. “Es un libro de consulta que nace de una necesidad historiográfica, pero también social y política. Para los historiadores es un reto reflexionar sobre la construcción de la identidad catalana, un proceso muy largo y complejo, donde entran muchos factores”, ilustra el historiador, que se ha acompañado de un selecto equipo de asesores –Joaquim Albareda, Jaume Ayats, Margarida Casacuberta, Josep M. Muñoz, Xavier Roigé, Josep M. Salrach y Pilar Vélez– y hasta 136 colaboradores que han redactado cada uno de los 221 capítulos, breves. “Creo que es el libro en que ha colaborado más gente de la historia de este país, al margen de las enciclopedias”, asegura Riquer para marcar la monumentalidad de la obra.
Estructurado en catorce partes con la voluntad de que “sea comprensible para la gente, hemos hecho una selección de episodios, lugares de memoria, narrativas, personajes, mitos o símbolos que entrelazados han construido esta identidad catalana, que es compleja, en parte porque los países que han tenido un Estado con el que se identifican han podido tener memorias fuertes, no tienen competencia y utilizan todos los instrumentos para divulgar y reforzar su identidad”, desarrolla. En el caso de Catalunya, sin embargo, “ha tenido que ir a la contra y con un Estado que en ciertos momentos ha negado absolutamente su existencia como pueblo, ha tenido que ir construyendo este discurso con enormes dificultades y normalmente a la contra. Como desde 1714 no se ha podido hacer desde la política, la ha hecho la sociedad civil: escritores, académicos, instituciones privadas, científicos y sobre todo historiadores, que han buscado las raíces, y también, como en todas partes, a veces han exagerado”, porque el libro no lo maquilla y Riquer reconoce que “no hay identidad nacional sin muchas invenciones”.
A partir del libro, para Riquer se puede extraer una conclusión, y es que “los rasgos identitarios se formulan por vías muy diversas y además van cambiando. Seguramente los referentes con que hoy se identifica la gente no son los mismos que hace 50 o 100 años”, y pone como ejemplo el protagonismo que hoy tiene el deporte, y especialmente el Barça: “Hace 200 años era impensable pensar que el deporte podría ayudar a definir la identidad de una colectividad, y en cambio se ponía más énfasis en los libros de historia, que hoy no son tan seguidos”. Por eso han tenido claro, y de aquí el título, que “hay que diferenciar la historia de las memorias, muy diversas y contradictorias, complejas y que en ciertos momentos de conflictividad se han manifestado en divergencias, como toda sociedad, ya sean carlistas y liberales, monárquicos y republicanos o católicos y anticlericales. Cuando hay una cierta tensión, el grupo se reafirma con sus valores frente a los valores del otro, pero también hay momentos de conciliación, afortunadamente”.
Habla de símbolos tan catalanes como ‘Els segadors’ y la ‘senyera’, pero menciona otros himnos y banderas, referentes fundacionales como la leyenda de las cuatro barras, el monasterio de Ripoll, Poblet o Montserrat, pero también habla de la importancia que han tenido en nuestra historia las ‘minyones’ y hoy las cuidadoras, “prototipos de figuras de la sociedad catalana que se han vuelto, ciertamente, emblemáticas, a veces de forma exagerada, o en este caso posiblemente no les hemos dado la importancia que en realidad tenían. La incorporación de la mujer al trabajo, evidentemente, no es de ahora, sino que siempre ha sido cuidadora y ha trabajado, sin ir más lejos en textil”.
También retrata la doble visión que hay sobre los indianos, sobre los que “no podemos generalizar, pero no podemos esconder que una buena parte fueron esclavistas. Todavía hay monumentos incómodos, y es un debate que tiene lugar aquí, pero también en Francia, en Estados Unidos o en América Latina, donde derriban las estatuas de Colón”. E igual como se habla de memoria histórica, también está la reciente, con un capítulo dedicado al 1 de octubre del 2017: “Fíjese en que no se conmemora el 27 de octubre, con la declaración de independencia, porque fue un fracaso, sino el día del referéndum, y se contrapone con el ’11 de Setembre’, que es una derrota cogida como símbolo, porque la memoria es selectiva, y se fabrican elementos y personajes simbólicos que van mucho más allá de su papel histórico”.
Al fin y al cabo, para Riquer “todos tenemos una suma de elementos identitarios, unos son familiares, otros ideológicos, de tipo sexual o de país, y cada uno acaba componiendo su idea de país en función de unos referentes. Algunos pueden estar muy marcados por ciertas tradiciones, por ciertas herencias que quiere reivindicar y otras posiblemente no. No estamos jugando a la nostalgia, sino al contrario, de toda la herencia recibida nos identificamos más con unos elementos que con otros, y eso es absolutamente normal, y eso continuará y se inventarán más cosas”.
Dos capítulos paradigmáticos
Verdaguer y ‘Els segadors’
“En el libro han colaborado especialistas muy variados y hay artículos excelentes”, dice Riquer, a quien le cuesta escoger un par que le parezcan significativos. “El artículo sobre Jacint Verdaguer, de Àlvar Valls, está muy bien planteado, porque habla del Verdaguer poeta, que hace L’Atlàntida o El Canigó, que crea mitología catalana, y el personaje que acaba siendo mitificado por su peculiar vida. Nos encontramos con el creador de mitos que al mismo tiempo se convierte por sus controversias y problemas en un personaje mitificado, en vida, y por eso su entierro tiene tanto éxito. El hombre que ha creado la letra del Virolai, por ejemplo, por otra parte es el Mosén Cinto perseguido y mitificado, y encuentro que tiene gracia presentarlo así”.
Otro artículo que destaca es el dedicado a ‘Els segadors’: “Jaume Ayats explica de una manera muy interesante de dónde sale, porque es una canción popular que tiene hasta notas eróticas. Pienso que gran parte de su éxito es que es una letra e himno patriótico que compite con un himno como el español, que no tiene letra, y es una batalla desigual porque siempre ganará el que tiene letra, que es uno de los grandes déficits del nacionalismo español, no tener un himno con letra que los jugadores puedan cantar en los partidos de fútbol, mientras te encuentras a ingleses, franceses o italianos cantando los suyos. Los sentimientos cuentan mucho, como las herencias, y las construcciones y las formas de divulgación son muy importantes”.
(1) https://www.grup62.cat/llibre-la-memoria-dels-catalans/413135
LA VANGUARDIA
Borja de Riquer: “El término ‘Corona de Aragón’ es una invención de los historiadores”
Ignasi Aragay
ARA
Borja de Riquer (Barcelona, 1945) ha dirigido la obra colectiva ‘La memòria dels catalans’, publicada por Edicions 62. Son 1.000 páginas divididas en 221 apartados escritos por 136 autores. Pesa un kilo y medio. Se trata de un libro monumental, que soslaya el esencialismo, y que quiere explicar la identidad cambiante del país forjada a lo largo de mil años de historia. Personajes, paisajes, tradiciones, monumentos, hechos y fechas están en la base de la memoria colectiva.
-¿Esta obra condensa dos luchas, una contra la desmemoria, contra el olvido, y una interna sobre cómo se construye la memoria?
— Es una necesidad historiográfica explicar el proceso de construcción de la identidad y de las memorias que se derivan: nosotros hablamos de pluralidad de memorias. Hay una historia, pero memorias hay muchas.
-Explique la diferencia, por favor.
— La historia es lo que los profesionales elaboran a partir de pruebas concretas, documentos, testimonios escritos u orales, datos contrastados y revisados. Siempre es provisional y discutible. La memoria es plural, todo el mundo tiene la suya en función del origen social, de dónde vive, de la familia, de las opciones personales, etc. O de cómo asumes pertenecer a un país. El caso catalán es complejo, es un país que a veces ha tenido instituciones fuertes y en ocasiones no, o las ha tenido débiles. Y, por tanto, las políticas gubernamentales de justificación y explicación del país han oscilado.
-Enzo Traverso habla de memoria débil y memoria fuerte. ¿La de los catalanes es débil?
— Es débil porque es la de una nación sin Estado.
-La gracia y la desgracia de Cataluña, ¿es su pluralidad?
— Pienso que sí. Josep Termes decía que Cataluña es un milagro. Yo no creo en los milagros, pero es evidente que, y eso Josep Fontana lo explicaba muy bien, es un caso espectacular, incluso en el ámbito europeo, de país que en ciertos momentos tuvo unas grandes instituciones, se las arrebataron, y aún así ha acabado construyendo, a partir de memorias y diferentes tipos de discursos, unos signos de identidad que han resistido muchísimo.
-A la hora de conformar la identidad de los catalanes, Fontana ponía mayor énfasis en la concepción del derecho, de las leyes, que en la lengua.
— No estoy del todo de acuerdo. La lengua ya se daba por sentada. Hasta muy entrado en el siglo XVIII, en Cataluña sólo se hablaba catalán, y la gente culta también castellano, francés y latín. El problema comienza a lo largo del XVIII, cuando desde el Estado se intenta imponer el castellano. Entonces se entra en un proceso de combate y de diglosia. En el XIX la Renaixença es primordial para la lengua como factor de identidad. Es una batalla contra la oficialidad. De hecho, aquí muchos de los signos y símbolos han tenido que divulgarse y construirse a la contra de los oficiales. A menudo en competencia muy desigual.
-Como reacción al Procés independentista y a la globalización, ¿estamos sufriendo una especie de inflamación identitaria?
— Sería un error centrarnos en la nostalgia. Nuestra sociedad está cambiando mucho. En Cataluña viven dos millones de personas que no han nacido en España, son los nuevos catalanes del siglo XXI. Esta es la realidad. Ante esto, ni puedes vivir de la nostalgia ni puedes renunciar a las herencias. Cataluña tiene el reto de seguir siendo un solo pueblo.
-¿Estamos cayendo en el fatalismo de la desaparición?
— La primera lengua familiar en la Catalunya de hoy es el castellano, muy por encima del catalán, lo que no significa que no conozcan catalán. Y tenemos una competencia absolutamente desleal en los medios de comunicación y las redes sociales.
-¿Cómo se refleja en el libro la inmigración del siglo XXI?
— Es difícil ubicarla como memoria. Es realidad presente.
-Jaume I, Macià, Companys… ¿Cómo han hecho la elección de personajes?
– No fue fácil. Pero sobre todo se trataba de ver cuáles han sido mitificados y cómo se han infiltrado en la memoria personal y colectiva. Se pasa revista a mitos y leyendas.
-¿En la explicación de las mitificaciones encontramos las claves de la construcción de la identidad? En algunos casos, como el Timbaler del Bruc, la batalla por el relato es evidente.
— Claro, ha habido una memoria catalana y una española. El Timbaler no sólo ha sido símbolo de la resistencia contra la ocupación francesa, sino también símbolo patriótico. ¿Pero patriótico español o catalán? Aquí viene el debate.
-Con el general Joan Prim también ocurrió un poco lo mismo, ¿no?
— Hay un Prim de la Guerra de África, mata moros. Pero también el que se convierte en el primer catalán que llega a la presidencia del gobierno español y promulga una Constitución democrática.
-Y el que bombardea Barcelona.
— Sí, en 1843. Y después aplasta la sublevación de las Quintas en el barrio de Gràcia en 1870. La memoria de Prim sale de todo esto. Hay quien lo reivindica y quien lo vitupera.
-Es uno de los personajes honrado en la galería de catalanes ilustres.
— Una galería creada en 1871 por el Ayuntamiento de Barcelona, que primero estaba en el Saló de Cent. Ahora lleva 50 años en el Palau Recasens, sede de la Academia de Buenas Letras.
-Academia que usted preside.
La galería reflejaba una política de memoria de la capital de Cataluña. Una elección sesgada, claro, por ejemplo porque tiene 46 hombres y sólo 2 mujeres. Son tan relevantes los que están como los que no. Y son personajes civiles, no monarcas o presidentes, algo que no era habitual en la época.
-Un siglo después, durante la Transición, cuajó lo de los “catalanes universales”.
— Sí, incluso se realizaron votaciones populares. Otra forma de construir memoria.
-¿Qué políticos catalanes de los últimos 50 años quedarán incorporados en la memoria popular? ¿Alguien más aparte de Tarradellas, Pujol y Maragall?
— Son los más destacados; aunque son personajes contradictorios. Desgraciadamente, no creo que muchos más queden en la memoria ciudadana.
-¿Una memoria en la que siempre ha habido dos bandos? Austriacistas y ‘botiflers’ (traidores), carlistas y liberales, republicanos y monárquicos, franquistas y antifranquistas…
— Hay dualidad de memorias. Aparte de los conflictos venidos de fuera, ha sido y es un país internamente conflictivo y plural. Esto ha creado fracturas, cada uno con su imaginario. Amos y campesinos, burgueses y obreros… Es una sociedad muy diversa y, aunque tenemos referentes muy mayoritariamente aceptados, también hay divisiones, algo normal. Ocurre por todas partes.
-Una fecha contradictoria: el 1 de octubre. Durante décadas se celebró como el Día del Caudillo. En 2017 todo cambió.
— Cuando yo era pequeño la escuela no empezaba hasta el 2 de octubre, las vacaciones terminaban con el Día del Caudillo. Hoy existen más de 50 localidades que tienen una plaza o una calle dedicada al día del referéndum de independencia. Es relevante que no sea el 27 de octubre, día de su proclamación.
-11 de septiembre y 23 de abril. ¿Qué fecha explica más o representa mejor a la sociedad catalana?
— Son muy distintas. La primera es una derrota. Se reivindica haber tenido un poder arrebatado por la fuerza. El Día del Libro empezó a celebrarse en octubre en los años 20 del siglo XX y pasó a hacerse por Sant Jordi en 1931, justo proclamada la República. Aquello fue una fiesta: patriótica republicana, primaveral. Generalitat, libros y rosas.
-Y con el franquismo se mantuvo.
— No se atrevieron a cambiarla.
-Vayamos un momento hacia atrás, a la Corona de Aragón.
— En la época medieval, no se llamaba así. Cuando Jaume I iba a Aragón era el rey de Aragón. Cuando entraba en Cataluña, era el conde de Barcelona. Y cuando iba a Valencia, rey de Valencia. Es a partir de los siglos XVI y XVII que va cuajando Corona de Aragón en el ámbito historiográfico. Es una invención de los historiadores. En el XIX, para evitar que la documentación se marchara a Madrid, se defiende la idea del Archivo de la Corona de Aragón.
-Empúries, Montserrat y Ripoll son algunos de los lugares o territorios emblemáticos.
— Empúries es la mediterraneidad y la conexión con las raíces grecorromanas. Montserrat es la espiritualidad milenaria y popular, así como el elemento natural, paisajístico. Y Ripoll, la cuna de Catalunya: los condes están enterrados alli. Poblet, con las tumbas reales, es la continuación de Ripoll. Es sintomático que los reyes no eligieran Barcelona, sino la Catalunya Nova.
-Los monumentos construyen memoria. Muchos franquistas –no todos– se han retirado. También se quitó la estatua del empresario negrero Antonio López.
— Antonio López no era traficante, pero era comprador y vendedor de esclavos. Era el hombre más rico de Catalunya, pero cuando murió no dejó en su testamento nada ni en la ciudad de Barcelona ni en ninguna localidad catalana. Lo dejó en Comillas. Parece el caso de un desarraigado, ¿no? Entonces, ¿el país qué le debe? El banquero Manuel Girona, muy rico, dejó en el testamento el dinero para acabar la fachada de la catedral de Barcelona. Y la ciudad le honra con una calle.
-Más nombres que siguen vivos, en este caso de la eclosión literaria del cambio del XIX al XX: Guimerà, Verdaguer, Maragall…
— Son consecuencia de la Renaixença. Son emblemáticos, los grandes fabricantes de una mitología, una narrativa. Al tiempo que crea mitos, Verdaguer acabará siendo mitificado. Es el gran poeta de ‘La Atlàntida’, el ‘Canigó’, el ‘Virolai’. Y también es mosén Cinto, el hombre polémico, castigado por el obispo pero que el pueblo se lo hace suyo.
-¿Los mitos populares de hoy son más efímeros y volátiles? Periodistas, cocineros, futbolistas, influencers…
— Es el signo de los tiempos. ¿Quién recuerda hoy a los futbolistas Samitier o Zamora? Pero a Messi lo recordará todo el mundo por la gran exposición mediática.
-Los toros eran un elemento muy catalán, con plazas importantes y muy antiguas como las de Olot y Figueres. Y con los ‘correbous’ que se mantienen.
— Los toros eran muy populares, sobre todo en el siglo XIX. Barcelona llegó a tener tres plazas funcionando a la vez. El Torín (en la Barceloneta), las Arenas y la Monumental. La milicia nacional liberal, para recaudar dinero en los años de conflicto con los carlistas, hacía corridas de toros en el Torín.
-¿Cuál será su próximo libro?
— El epistolario de la Guerra Civil entre Francesc Cambó y Joan Ventosa y Calvell. Más de 200 cartas. Hablan de cómo debería ser una Catalunya bajo Franco. Y después, con Josep M. Salrach y Joaquim Albareda, queremos hacer una síntesis de la historia de Catalunya en inglés, para extranjeros.
* Historiador. Director de la obra colectiva ‘La memòria dels catalans’
Borja de Riquer: “La memoria de los catalanes se ha tenido que hacer a la contra”
Joan Safont Plumed
VILAWEB
El historiador Borja de Riquer dirige ‘La memoria de los catalanes’, un volumen de un millar de páginas sobre los símbolos y mitos de Catalunya
Catedrático emérito de la Universidad Autónoma de Barcelona, el historiador Borja de Riquer i Permanyer (Barcelona, 1945) es uno de los grandes especialistas en la historia política contemporánea de Cataluña. Desde que defendió la tesis doctoral sobre la Liga Regionalista, su investigación ha estado ligada a la figura de Francesc Cambó, a quien hoy considera ya como casi un miembro de la familia y al que conoce como pocos, un personaje al que ha dedicado varios libros, entre ellos una completa biografía. Además de su producción individual, ha dirigido obras colectivas, que hoy se completan con ‘La memoria de los catalanes’ (Edicions 62), un volumen de más de mil páginas dedicadas a los lugares, símbolos, personajes, mitos, leyendas, narrativas, representaciones y tradiciones del país. Aprovechamos la ocasión para hablar con él de su trayectoria y proyectos, y de este libro que acaba de salir.
— Viniendo de una familia catalana que puede mirar a quince generaciones atrás, como escribió su padre, Martí de Riquer, parece evidente que debía haber una manía innata por la historia.
— Tuve la suerte de que nací en una casa llena de libros y de que mi padre, ya de pequeño, me orientara las lecturas. Por eso llegué a la universidad habiendo leído a Jaume Vicens Vives y Ferran Soldevila, a quien había conocido gracias a mi padre.
— ¿No le tentó la filología?
— Mi hermana mayor ya estudiaba filología románica y, de hecho, a los catorce o quince años ya tenía vocación bien por la historia o por la geografía. Por último, me decanté por la historia.
— ¿Cómo fue estudiar en la universidad siendo hijo del doctor de Riquer?
— Con mi padre tuve en ciertos momentos una relación, no diría tensa, pero no demasiado fluida, por varias razones. Una primera, básicamente, por cuestiones políticas. Él venía del franquismo y era vicerrector con García Valdecasas, cuando yo era un estudiante vinculado al Sindicato Democrático de Estudiantes. Y, por eso, ya no nos entendíamos. Sorteábamos las diferencias ideológicas a base de no hablar en casa de política, de religión ni de la universidad, que eran los temas en los que discrepábamos.
— ¿Al final acabó siendo un modelo?
— Un modelo de trabajo científico y dedicación. Trabajaba sábados y domingos. Cerrado en el despacho. Salía el domingo para ir a misa y para comer todos juntos, y cuando salía con el grupo de amigos, él volvía a trabajar. Quizás no he llegado a su nivel, pero me ha tocado trabajar muchos fines de semana, desgraciadamente.
— Aparte el padre, ¿cuáles han sido sus maestros?
— Más que maestros, he tenido la suerte de tener amigos mayores que me han orientado muchísimo. Desgraciadamente, en la universidad tuve profesores, algunos de ellos muy malos y algunos catedráticos claramente impresentables. Había excepciones, como Joan Maluquer, que era de arqueología, y Carlos Seco, un hombre de la vieja escuela liberal, pero que se notaba que no era catalán. De entre los peores, Alberto del Castillo, por ejemplo, que era catedrático de los años treinta, que vivía de la gloria del pasado y llevaba unos apuntes de antes de la guerra, con una bibliografía de antes de 1950. Y Vázquez de Prada, un joven catedrático del Opus Dei, muy carca, que una vez que vino Pierre Villar a dar una conferencia nos advirtió de que no fuéramos a escuchar a aquel marxista tan peligroso. Obviamente, fuimos todos.
— Hablaba de estos amigos mayores…
— Mientras estudiaba, tuve la suerte de entrar a trabajar en la sección de historia de la Enciclopedia Larousse, que dirigía Josep Fontana, y conocí a Josep Ternes, Jaume Torres, Ramon Garabou, Eva Serra… Amigos y orientadores con los que aprendí el oficio de historiador.
— Terminó la carrera en 1968. ¿Cómo era el ambiente de la universidad?
— A mí me coge toda la etapa de formación del Sindicato Democrático de Estudiantes, las encerronas, la Capuchinada y la posterior represión. Soy de esta generación, estuve implicado, aunque nunca fui delegado de curso. Era de la comisión de actividades culturales, desde donde organizamos unas jornadas de debate universitario que nos prohibieron enseguida.
— ¿En aquella época empezó la militancia política?
— El 68 mismo entré en Bandera Roja, después pasé al PSUC, en 1974 y, con la transición y la legalización, dejé la militancia política, porque a pesar de seguir teniendo ideas políticas, y estar muy vinculado personalmente, por un lado, la deriva del PSUC no me gustó, y, por otro lado, daba prioridad a mi vida académica.
— Desde el principio ha estado vinculado a la Universidad Autónoma.
— Leí la primera tesis en catalán de la Facultad de Letras en septiembre de 1975, con Franco todavía vivo, con un tribunal de campanillas: Joaquim Moles, Jordi Nadal, Emili Giralt, Fontana y José Antonio González Casanovas. Mientras hacía la tesis, entré como ayudante de clases prácticas de los profesores Fontana y Termes. En aquella época tenía un pie en la Autónoma y un pie en la enseñanza secundaria, porque di clases en el Instituto Albèniz, en Badalona, y en el Joanot Martorell, en Esplugues de Llobregat.
— ¿Cuándo se topa con Francesc Cambó?
— Cuando hacía la tesis, fui a consultar el archivo de Prat de la Riba, que conservaba su nieto. Allí encontré todos los papeles de Prat y, en especial, la correspondencia con Cambó. Era uno de los protagonistas de mi tesis. Y, en los años noventa, Manuel Jorba, director de la Biblioteca de Cataluña, me avisó de que había ingresado el fondo Joan Estelrich, en el que también hay una correspondencia muy interesante que me permitió hacer ‘El último Cambó’. Empezar por el final era abordar un tema muy delicado, que nadie se atrevía a tocar. Le planteé el tema a Josep Benet y me dijo que era dinamita, peligrosísimo de hacer. Cuando lo tuve hecho, me dijo que había quedado perfecto.
— Después de publicar su biografía, trabaja ahora en el epistolario de guerra entre Cambó y su compañero Joan Ventosa i Calvell.
— Son muchas cartas, largas, políticas e interesantes, en las que hablan de qué le pasará a Catalunya durante la guerra civil, de cómo deben tener influencia junto a Franco y estar con los ganadores para poder negociar la política a practicar después de la guerra, y, cómo no, de sus negocios. Es un material muy rico, que ya había sintetizado en la biografía, pero que ahora podrá leerse entero.
— ¿Cómo vivió la participación en la Comisión de los Papeles de Salamanca?
— En la primera comisión, en la época del PP, estábamos Joan B. Culla y yo y dos historiadores españoles, que mejor no mencionar. Nunca habían pisado el Archivo de Salamanca, y no se habían mirado ni el inventario, donde estaba todo mezclado. Vinieron con el criterio archivístico, cuando aquello había sido un robo. La segunda comisión, ya con el PSOE, fue distinta, porque tuvo un papel muy importante Federico Mayor Zaragoza, quien con su prestigio de haber sido director general de la UNESCO marcó la línea a seguir con el regreso de los papeles.
— Es presidente de la Academia de Buenas Letras, con sede en el Palau Recasens, que debe ser la sede de la Casa de las Letras.
— Asumí su presidencia en 2018, escogido por mis compañeros, pero no se me había pasado por la cabeza ni ser académico. Sin embargo, no podía decir que no en deferencia a mi padre. El problema de este tipo de entidades que son ‘de facto’ privadas, pero que viven de subvenciones públicas porque carecen de patrimonio, porque son muy difíciles de mantener. Además, tenemos un palacio medieval del siglo XII con un mantenimiento imposible. Por eso, hacía tiempo que hablábamos con el departamento de Cultura para que intervinieran, porque al fin y al cabo es suyo, nosotros somos usufructuarios, y nos presentaron esta propuesta de inversión seria en la reforma, a cambio de convertirlo en la Casa de las Letras. Las obras empezarán el próximo año.
— Acaba de publicar ‘La memoria de los catalanes’, que se añade a ‘La historia mundial de Cataluña’ y ‘Catalanes que han hecho historia’. ¿Cuál es el rasgo diferencial de este libro respecto a los demás?
— El primer proyecto de este libro lo presenté hace seis años, justo después de la salida de ‘La historia mundial de Cataluña’. Por una serie de razones, lo aparcamos, y este tiempo ha servido para madurarlo y ver que debía ser más ambicioso. Así ha pasado de un proyecto inicial muy limitado a cuestiones historiográficas, a darle una amplitud temática que supera incluso diría lo que son la mayoría de los libros similares.
— ¿A qué se debe esto?
— Debemos partir de una cuestión evidente: la historia compleja de Cataluña, una nación sin Estado que no ha tenido políticas públicas de memoria y de recuerdo del pasado fuertes, como tienen las naciones con Estado, y, por eso, se ha tenido que construir y divulgar desde la sociedad civil. Como las instituciones eran generalmente ajenas, han sido escritores e historiadores quienes han tenido que seleccionar personajes y temáticas para mantener un sentimiento de colectividad. Esta construcción de la memoria es un proceso muy largo, con avances y retrocesos, y que a menudo se ha tenido que realizar a la contra. Debemos tener nuestros símbolos, porque si no, nos impondrán otros, y, por tanto, todo un discurso histórico en el que la historia de Cataluña puede desaparecer para dar lugar a una historia española donde los catalanes no estamos. Recoger todo esto, no sólo implica los hechos, personajes y símbolos, sino la literatura, con la lengua como hecho fundamental, hasta la música, la cultura popular, etc.
— ¿Deberíamos hablar de memoria o de memorias?
— Existe una historia elaborada seriamente por los profesionales de la historia con pruebas documentales, siempre provisional y revisable, y después memorias, en las que se mezcla lo que puede ser generalizable, con lo más o menos elaborado en función de su ubicación social, ideológica, política, territorial. Es decir, la memoria de un ampurdanés tiene unos rasgos que seguramente no son exactamente los mismos que la de alguien de las Terres de l’Ebre. En un 90% puede que coincidan, pero en el resto pueden diferir. Es decir, pueden tener una misma idea de Macià, pero tenerla muy distinta sobre la sardana o la jota. Ninguno de los dos es el auténtico catalán.
— En el libro también hizo referencia al carácter conflictivo y divisivo de los catalanes.
— Católicos y no católicos, monárquicos y republicanos, carlistas y liberales, ‘botiflers’ y austracistas. Hay que explicar que en ciertos momentos ha habido opciones mayoritarias –ha habido más austracistas que ‘botiflers’, y más liberales que carlistas–, pero las otras culturas políticas también estaban presentes y hay que hablar de ello.
— ¿Cuál ha sido el proceso de construcción de esa memoria?
— El siglo XVIII, por ejemplo, han desaparecido las instituciones catalanas y se intenta españolizar desde las políticas públicas oficiales. Es en este contexto que la Academia de Buenas Letras afirma que debería escribirse una historia de Cataluña, porque hay peligro de manipulaciones y de enfoques que no sean rigurosos, y lo escriben en castellano. Esta diglosia, entre la lengua oficial y la que hablan entre ellos, se pone en cuestión con la Renaixença. Así, si Víctor Balaguer había escrito la suya en castellano, Aulestia ya la escribirá en catalán, veinte años después. Ahora, debemos tener en cuenta que había un 70% de analfabetismo. Pero, después, se añadirán los otros medios de comunicación: la fotografía, el cine, la radio, etc.
— En el prólogo cita a Enzo Traverso, cuando habla de memorias fuertes y memorias débiles. ¿Cómo es la de los catalanes?
— Las políticas de memoria han estado muy vinculadas a las coyunturas políticas. Cuando ha habido instituciones catalanas y el mundo oficial era auténticamente catalán, desde la lengua hasta la generación de mitos y leyendas, existen unos discursos de justificación y defensa del país. A partir de 1714, la memoria oficial la quieren hacer desde Madrid, lo que provoca una reacción. A finales del siglo XVIII, en Barcelona existen cinco academias, impulsadas desde la sociedad civil, cuando la universidad ha sido trasladada a Cervera. El siglo XIX habrá otra reacción de país, que es la Renaixença, que querrá construir esa memoria propia, a menudo o siempre a la contra.
— ¿Tener una memoria propia y no tener un Estado es algo extraordinario?
— Les pasa a todas las naciones sin Estado. Algunas han tenido más éxito y otras menos. Por ejemplo, los irlandeses han perdido su lengua en esta batalla, que ya era muy desigual, porque era más oral que escrita. La gran ventaja del catalán es que en el siglo XV ya tiene una literatura de prestigio. Puedes entrar en una etapa de decadencia, pero tienes un patrimonio, tienes una herencia que siempre se puede recuperar, porque habíamos sido una nación con Estado.
— La primera parte de ‘La memoria de los catalanes’ es obvia: el himno, la bandera, etc. Pero las fechas son ya más curiosas: el Once de Septiembre, la conmemoración de una derrota. Sant Jordi, una fiesta que no es fiesta. Y la última, el 1 de Octubre.
— La Diada la seleccionan los catalanistas de finales del siglo XIX, que empiezan a ir a la estatua de Rafael Casanova y a recibir golpes de las fuerzas del orden. Por tanto, claramente a la contra. Supone la derrota y la aniquilación de nuestras instituciones, pero también la reivindicación de estas instituciones que se quiere recuperar. Cuando es aceptado, ya no hay quien pueda desmontarlo. El día de Sant Jordi tiene gracia, porque el Día del Libro comienza a celebrarse durante la dictadura de Primo de Rivera en octubre, pero tiene poco éxito porque hace mal tiempo, y en 1930 se decide pasarlo al 23 de abril para el siguiente año. Lo que ocurre es que el primer año se acaba de proclamar la República nueve días antes, y, por tanto, el govern Macià lo declara fiesta oficial. Libros, rosas, autogobierno, el patrón de Cataluña… Es intocable. Y, por último, el 1 de Octubre. Ahora hay alrededor de cincuenta municipios con calles o plazas dedicadas a la fecha del referéndum, pero no a la fecha de la proclamación del 27 de octubre. Se ha elegido como fecha relevante el día en que los catalanes en ejercicio de autodeterminación se atrevieron a ir a votar a pesar de estar prohibido por el gobierno español, porque es un acto de ciudadanía y de manifestación de voluntad de país. El otro día se quiere olvidar.
— En el libro se puede leer una cita de Nicolás de Olwer que dice que los catalanes somos especialistas en manifestaciones y grandes entierros.
— Desde mediados del siglo XIX, la conquista de la calle por la ciudadanía es fundamental. Existe una especie de cultura de movilización ciudadana para protestar, para que se nos tenga en cuenta. En un momento en el que no se puede confiar en el voto, porque está controlado, ni en los medios de comunicación, sea por motivos políticos, económicos o laborales, existe la idea de que, si no salimos a la calle, no nos escucharán. Lo hará el obrerismo, el liberalismo, el republicanismo, el catalanismo…
— Hay personajes que generan batallas de memoria, como el general Joan Prim.
— Prim es a la vez el héroe de los Castillejos, el Prim matamoros que va a la guerra de África con los voluntarios catalanes, y el primer catalán que llega a presidente del gobierno y proclama la primera constitución democrática, después de echar a Isabel II. Pero, por otra parte, es el militar que resuelve los conflictos de forma violenta, como la revuelta de las Quintas, cuando cambia de opinión respecto a lo prometido y acaba bombardeando Barcelona. Por tanto, hay Prims muy diferentes. Otras personas como Josep Anselm Clavé fueron muy populares y hoy están prácticamente olvidados.
— Hay muchas páginas dedicadas a la literatura. ¿La nuestra es una memoria, básicamente, literaria?
— A diferencia de Francia, de la que habla Pierre Nora en su libro ‘Los lugares de memoria’, no somos un Estado nación ni un imperio, donde la literatura se da por descontada y no tiene competencia. Por tanto, los catalanes hemos tenido que recuperar y divulgar el pasado desde la literatura, y ésta se ha convertido, a la vez, en parte de esta memoria. El caso más claro son Verdaguer y mosén Cinto: uno es el gran poeta, el creador del ‘Canigó’ y la ‘Atlántida’. El otro, el cura que se enfrenta a los poderosos. El fabricante de mitos termina mitificado. Lo mismo ocurre con Àngel Guimerà, que en vida ya es un mito.
— ¿Cuál sería la geografía de los lugares de memoria de los catalanes?
— Los ‘noucentistes’ seleccionaron a Empúries, por el vínculo con el pasado clásico, y para demostrar que la catalana era una cultura moderna y europea. Pero también las tumbas reales indican una interesante geografía. La de los condes están en Ripoll, los orígenes, pero la de los reyes ya están en Poblet y Santes Creus, la Cataluña nueva. Y los lugares simbólicos de los momentos conflictivos, de 1714 a la guerra civil.
— No deje de lado aspectos más recientes como el deporte y la cocina.
— Los referentes con los que una sociedad se identifica van variando, y los referentes de nuestros abuelos son algo distintos de los nuestros y los nuestros, de los nuestros nietos. La sociedad ha ido cambiando y los medios de transmisión también. El deporte tiene un siglo y poco de vida, pero enseguida pasó de ser una simple práctica de gimnasia a ser un espectáculo de masas, con connotaciones locales o globales, como el Barça, que pasa pronto de ser el equipo de Barcelona a ser de toda Cataluña. Casi como si fuese la selección catalana.
— ¿Cómo se construyen ahora los mitos y la memoria de mañana?
— La memoria de los catalanes del futuro estará marcada por el arraigo de los nuevos catalanes que vienen de fuera del Estado español. Y, en ese sentido, figuras como Lamine Yamal es muy interesante. Un niño de orígenes marroquí y guineano, del barrio de Rocafonda de Mataró, que es del Barça y habla catalán. Es una de las vías para entender la nueva sociedad multicultural del siglo XXI.