¿Se equivocan los electores, o los analistas?

Salvador Cardús

Que el Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen, en la primera vuelta, haya sido el segundo partido más votado en Francia con el 23 por ciento de los votos, sólo a 4,6 puntos porcentuales de Emmanuel Macron -y un punto por encima de Jean-Luc Mélenchon-, ha hecho que muchos analistas se hayan mesado los cabellos por el avance de la extrema derecha francesa, mirando a Vox por el rabo del ojo. Y aún, según los últimos sondeos, el próximo domingo entre el 45 y el 49 por ciento de los franceses votarán una presidenta de extrema derecha. ¿Se han vuelto locos?

Vayamos a pasos. ¿Y si los análisis habituales de estos días fueran cautivos de un viejo patrón de lectura? La realidad política francesa ha cambiado radicalmente, como muestra el rotundo fracaso de republicanos y socialistas. Pero, dado que se mantiene el modelo de análisis, los comentaristas deben estrujar la realidad hasta hacerla encajar como sea dentro del viejo esquema. La pregunta es: ¿no sería mejor buscar un nuevo patrón de análisis para que fuese éste el que encajara con los hechos?

Personalmente, me parece más inteligente la segunda opción, si es que más que juzgarlos, de lo que se trata es de comprender los resultados electorales. Y sobre todo si no se quiere caer en las tentaciones apocalípticas al servicio de la superioridad moral del analista frente a la supuesta miseria política del electorado. Esta segunda perspectiva, lo sé, es muy arriesgada, necesita una reflexión autocrítica previa, y sobre todo exige la elaboración de nuevas categorías de análisis. Es un recorrido largo… Aquí me limitaré a formular algunas de las cuestiones que deberían poder responderse.

En primer lugar, debería revisarse la idea que han alimentado los sondeos de opinión según la cual las ideologías se representan en un ‘continuum’ que va de extrema derecha a extrema izquierda, donde hay que situar a electores y partidos. Pero, las ideologías, y más las prácticas de los partidos, ¿se sitúan inequívoca y necesariamente en un punto fijo de esta línea imaginaria? ¿No existen ideas y prácticas que se saltan toda lógica lineal? Si Le Pen dice que sacará a Francia de la OTAN, si critica el autoritarismo burocrático de Bruselas y si apoya la lucha “valerosa” en contra de los parques eólicos marinos, ¿todo esto sólo recuerda a la extrema derecha?

En segundo lugar, y de acuerdo con la primera consideración, un partido que obtiene casi un cuarto de los votos en unas elecciones, ¿puede decirse que todavía es el extremo de algo? ¿No sería más conveniente acordar que quien ha ido a parar al extremo -al menos, al extremo de la irrelevancia- son los republicanos y los socialistas, con un 4,8 y un 1,8 por ciento de los votos?

En tercer lugar, y tenemos experiencia muy directa, ¿no es cierto que los partidos políticos, cuando buscan ampliar la base, son capaces de hacer cambios radicales de discurso y objetivos? En este caso, un partido considerado de extrema derecha, ¿podría haber dejado de serlo? Los cambios de camisa -a veces calificados de evolución o maduración política-, ¿no nos han permitido ver milagros ideológicos aún mayores que los que van del viejo Frente Nacional al actual Reagrupamiento de Marine Le Pen?

Pongamos, en cuarto lugar, que el electorado vota en función de sus malestares e intereses y a quien confía en que lo defenderá mejor, más que a ideologías de principios confusos. Y si es así, ¿no sería más conveniente saber qué intereses han sabido representar a Macron, Le Pen o Mélenchon, y por qué han sido más creíbles que las etiquetas con las que se les estereotipa?

El sistema político democrático actual, en Francia y en todas partes, necesita renovarse. Cierto. Pero en lo que se refiere a las decisiones del electorado, parece que ya lo va haciendo. Ahora tocaría a los expertos renovar sus viejas herramientas si quieren poner luz a los hechos y ayudarnos a entender las razones del electorado en lugar de dejarnos aún más a oscuras.

ARA