Francisco Martinez Hoyos
Alberto Onaindía, testigo de la masacre, fue el primero en divulgar lo sucedido ante la opinión pública mundial, en contra de la versión franquista
El discurso de ayer en el Congreso de los Diputados del presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, ha evocado el bombardeo de Gernika en 1937 para hacer entender el sufrimiento de su pueblo ante la crueldad rusa con los civiles, como demuestran las ejecuciones en Bucha, algo que Moscú insiste en negar. Es un paralelismo bien escogido en ese sentido. En la guerra española, el bando que perpetró los hechos, el franquista, negó su implicación contra toda evidencia. Sin embargo, un sacerdote vasco presenció el ataque y denunció la impostura.
Durante la Guerra Civil, muchos sacerdotes de Euskadi se opusieron a la rebelión franquista o, como mínimo, no le prestaron su apoyo. A diferencia de lo que ocurría en otras partes de la península, aquí los curas fieles a la República no constituían casos más o menos aislados, sino un bloque perfectamente definido. El obispo de Vitoria, Mateo Múgica, se convirtió en una figura simbólica al ser uno de los pocos prelados que se negó a firmar la Carta Colectiva del Episcopado español en apoyo a los militares sublevados.
Al comenzar la guerra, como la inmensa mayoría de sus colegas, Múgica deseaba la victoria de Franco. Con el tiempo, sin embargo, se dio cuenta de disponía de una información demasiado unilateral. “Recibía luces de un solo horizonte”, reconocería años después. Así, llega a conclusión de que no es un solo bando el que monopoliza el mal.
En mayo de 1937, escribe al general de los jesuitas sin ahorrar críticas a los bombardeos de Durango y Gernika. No acepta el exterminio de pacíficos civiles, gentes “cristianísimas” ajenas a los campos de batalla. Tampoco que los culpables cometan esas atrocidades en nombre de la patria y en el de Dios. Aunque digan defender estos ideales, su brutalidad no es, según Múgica, diferente a las atrocidades que comete la izquierda para defender “ideales anárquicos”.
Alberto Onaindía Zuloaga (1902-88) puede ser un ejemplo arquetípico del apoyo de un sector del clero vasco a la causa nacionalista en Euskadi. A comienzos de los años treinta lo encontramos vinculado tanto a la Acción Católica como a los medios sindicalistas católicos de ELA-STV. Hombre con conciencia social, defendía que los obreros participaran en los beneficios empresariales, al tiempo que se oponía al socialismo y al comunismo. El cristianismo, a su juicio, debía oponerse a los movimientos de la izquierda atea.
Tras el estallido de la Guerra Civil, en 1936, desempeñó varias misiones por encargo de su amigo, el lehendakari José Antonio Aguirre. Viajó a Roma para obtener un dictamen vaticano acerca de la moralidad o no de la actuación del PNV, aliado de republicanos, socialistas y comunistas en la lucha contra la rebelión de los militares. Como él mismo reconoció tiempo después, era este “un maridaje difícil, extraño”.
El cargado de recibirle, Giuseppe Pizzardo, ocupaba en esos momentos la Secretaría de Estado en funciones. Roma contestó que los nacionalistas, oponiéndose al enemigo, no faltaban a sus principios religiosos, aunque cometían, eso sí, un grave error político. Lo político, sin embargo, no era asunto de lo que el Vaticano pudiera opinar. De hecho, a lo largo de toda la contienda, Pío XI nunca llegó a condenar a los católicos vascos.
Aunque la respuesta era la deseada, el PNV no llegó a hacerla pública. Según Onaindía, sus gestiones no estaban tanto destinadas al conocimiento general como a tranquilizar la conciencia del lehendakari, al que califica de “buen creyente”.
Por azar, nuestro protagonista se encontraba en Gernika cuando el ataque franquista y fue testigo del horror y la destrucción. Poco después, por encargo de Aguirre, se ocupó de divulgar en Francia su versión de los hechos. Era el primer testigo presencial en contar su experiencia ante la opinión pública mundial. Su relato fue la única versión exacta que apareció en la prensa francesa, que respaldó, por lo general, la versión de los sublevados.
La prestigiosa revista Esprit, órgano de la escuela personalista encabezada por el filósofo Emmanuel Mounier, se hizo eco de su testimonio. Sus declaraciones aparecieron también en medios de Bélgica y Gran Bretaña. Onaindía consiguió, por otra parte, hacer llegar un informe de lo ocurrido al Vaticano en el que denunciaba la agresión sufrida por cristianos vascos inocentes. Su versión de la tragedia suscitó, como era de esperar, una abierta polémica. Los medios profranquistas intentaron desacreditarle.
Para el general Queipo de Llano solo era un sacerdote excomulgado, opinión que también suscribía el New York Times. Ambos mentían: Pío XI se negó a retirar las licencias a los sacerdotes vascos a pesar de las presiones del representante español, José María de Areilza. A Onaindía, eso sí, se le abrieron dos expedientes en Roma por su colaboración con el gobierno autonómico vasco. Se le acusaba de “comunista”, epíteto que venía a significar partidario de la República.
Por su parte, el ultraderechista galo Charles Maurras intentó refutarle con una curiosa versión: Gernika no había sido destruida por los nacionales, sino por los soviéticos, antes de abandonarla. La actitud de Marras contrastaba con la de otros prestigiosos intelectuales franceses, entre ellos el escritor François Mauriac y los pensadores Jacques Maritain y Gabriel Marcel, que respaldaron a Onaindía a través de un documento publicado en varios periódicos.
Entonces, como ahora, la guerra no se limitaba al terreno bélico. También representaba un combate por la verdad. En la actualidad, la historiografía ha dejado bien claro que fue el bando franquista el culpable del bombardeo de Gernika. Otro asunto es que, por razones políticas, se quiera restar importancia a lo que sucedió o directamente tergiversarlo.
LA VANGUARDIA