El año 2015 fue declarado por la ONU “Año Internacional de los Suelos”. Su objetivo era llamar la atención sobre éstos y poner de manifiesto su imprescindible papel en el mantenimiento de la vida en general y del género humano en particular. Se proclamó la “Declaración de Viena sobre el suelo: El suelo importa para los seres humanos y los ecosistemas”. Así mismo desde el año anterior se declaró el día 5 de diciembre como Día Mundial del Suelo.
En efecto, sin suelos no es posible la vegetación sobre los continentes y por lo tanto todos serían unas superficies rocosas desérticas. De su existencia depende toda la vida silvestre continental y, por añadidura, toda la agricultura, ganadería y recursos forestales.
Pero los suelos son una realidad tan cotidiana que no se les presta la debida atención al pasar desapercibidas sus características, su papel fundamental en los ecosistemas y en nuestra propia subsistencia. De hecho la edafología como ciencia comenzó bastante tardíamente; en Rusia a finales del siglo XIX, cuando su fundador Vasili Dokucháyev fue enviado por el Zar a Ucrania a estudiar los efectos que las desastrosas sequías de 1873 y 1875 habían tenido para la agricultura y las subsiguientes hambrunas. Posteriormente en los EEUU en el año 1933 se creó el Servicio de Erosión de Suelos, antecesor del actual NRCS, como consecuencia en parte del “Dust Bowl” y sus secuelas de erosión y la emigración forzosa de 3,5 millones de personas.
En general los seres humanos han sido conscientes del papel del suelo en su supervivencia en aquellos lugares en los que su degradación es un fenómeno rápido y el suelo cultivable es escaso, por ejemplo en zonas de montaña. Por ello en todas las zonas de montaña del mundo existen bancales para poder cultivar en pendientes sin que se pierda el suelo por erosión, desde Machu Pichu a Ujué, pasando por extremo Oriente. Sin embargo si los fenómenos de degradación son más lentos o el suelo cultivable no es escaso, se les ha prestado muy poca atención, aunque las consecuencias a largo plazo hayan podido ser catastróficas. Un buen ejemplo es la zona de Mesopotamia, una de las cunas de la agricultura, que tras ser el soporte de imperios como los de Sumer, Babilonia o Asiria es el actual desierto de Iraq por la salinización progresiva de sus suelos debida a las malas condiciones del regadío.
En Europa los estudios de suelos comenzaron en la primera mitad del siglo XX y la situación varía mucho de un país a otro; así países como Alemania, Portugal o Albania completaron su cartografía de suelos para mediados de siglo, mientras que otros como Francia o Inglaterra lo finalizaron sin terminarla. En el caso de España el trabajo está muy lejos de completarse.
También es necesario reconocer que las mejoras en la productividad agraria debidas a la mecanización y al uso de fertilizantes químicos principalmente, han enmascarado las mermas debidas a procesos de degradación como la erosión, compactación, salinización, sellado, etc. Actualmente, pasada la “revolución verde”, los problemas derivados de un mal manejo del suelo vuelven a aflorar; y no sólo en las mismas parcelas, sino también fuera de ellas por el arrastre por el agua, tanto superficial como subterránea, de productos utilizados en los cultivos. La contaminación del agua por nitratos, por ejemplo, tiene un origen exclusivamente agrario.
Además estos problemas muestran otras funciones que los suelos realizan, aparte de las ya comentadas de ser el soporte de la vegetación y la agricultura, como son las relacionadas con el ciclo del agua y su calidad o su relación con el ciclo del carbono. Efectivamente, toda el agua que utilizamos, ha estado en contacto con el suelo en algún momento antes de que llegue a nosotros, por lo que debemos asegurarnos de que los suelos no sean una fuente de contaminación y, por el contrario, sean el gran depurador que ocupa la superficie terrestre que garantice la calidad del agua que utilizamos, como es su función. Pero su capacidad de depuración es limitada y varía de unos suelos a otros. Por ello es imprescindible disponer de una información suficiente de los mismos.
Por otra parte, el contenido en materia orgánica del suelo lo convierte en un reseñable sumidero temporal de carbono atmosférico que, según como se maneje, puede tener un importante papel en la regulación del mismo.
Por todo ello la UE planteó en 2006 una Estrategia Temática para la Protección del Suelo en la UE (COM(2006)231), con el objetivo último de implementar una Directiva Marco para la Protección del Suelo (COM(2006)232) similar a la que ya existe para las aguas o el aire. El problema es que dicha estrategia se malogró por desacuerdos entre los países miembros y actualmente asistimos a un nuevo intento de sacar adelante una nueva estrategia, dado que los problemas persisten.
En España, aunque los estudios de suelos comenzaron ya antes de la guerra civil, ésta supuso un freno en su desarrollo. Desde la Administración del Estado en los años 50 se comenzaron algunos estudios y trabajos de conservación de suelos agrarios siguiendo el modelo estadounidense en Andalucía que no tuvieron continuidad quedando el tema de conservación de suelos reducido al ámbito forestal. En los años 70 se acometió la realización de algunas hojas a escala 1/50.000 de Mapas de Clases Agrológicas, pero el programa tampoco tuvo mucha continuidad. También se realizó algún mapa genérico de poco detalle de todo el estado.
En los 80 algunas administraciones autonómicas comenzaron, por su cuenta y respondiendo a sus necesidades, a la elaboración de cartografía edafológica. Serían los casos de Andalucía, Extremadura, Castilla y León, Galicia, Navarra y Cataluña. Aunque a escala de 1/25.000 sólo trabajaron estas dos últimas, y la única que ha continuado hasta la actualidad es Navarra.
Como puede verse en España existe cierta información edafológica que aparece dispersa, a distintas escalas y con distintos formatos. Esto es un problema que lleva a que el público ignore esta información o sencillamente desconozca su existencia, lo que conlleva su falta de uso. Aunque hay que reconocer que últimamente, con la aparición de la agricultura de precisión (con datos de producción georreferenciados gracias a maquinaria dotada de GPS) se está produciendo un renovado interés por los mapas de suelos en el ámbito agrícola; ya que los mapas de suelos, a la escala adecuada, explican las razones de algunas de las diferencias de producción entre distintas parcelas o de áreas diferentes de la misma parcela; por lo que son una información valiosa para mejorar la gestión agraria, no sólo desde un punto de vista meramente productivo, sino por las implicaciones medioambientales que dicha gestión conlleva.
En el caso de Navarra, el trabajo desarrollado durante todos estos años por parte del Gobierno de Navarra ha permitido que la información generada, entre otras cosas, se esté utilizando actualmente tanto en programas de asesoramiento al agricultor, como el sigAGROasesor desarrollado por INTIA, así como en los Planes de Ordenación del Territorio, para un uso racional del mismo que preserve los mejores suelos de su destrucción debido a la construcción o a infraestructuras. Debemos recordar que, aunque los suelos son un recurso renovable, lo son a tan larguísimo plazo, que en la práctica no lo son; por ello debemos tener un especial cuidado en su manejo frente a procesos de degradación.
Por todo lo expuesto hasta ahora sería deseable que la iniciativa europea de sacar adelante un nuevo proyecto de Directiva Marco de Suelos pueda tener éxito y supusiera un aliciente para que a nivel del Estado se acometa definitivamente la armonización de la información edafológica y se pongan los medios para conseguir una información de calidad y asequible a los usuarios. La realización de la cartografía de suelos es un proceso lento y que requiere de analíticas numerosas y de distintos profesionales, por lo que no es barata, pero da como resultado una información valiosa e imprescindible si se quiere hacer una gestión sostenible y razonada de un recurso tan vital como es el suelo. De hecho, se trata de una inversión, puesto que la mayor parte de la información recogida es duradera en el tiempo y permite, al finalizar, disponer de un inventario imprescindible de este recurso. En realidad, lo que se necesita es un impulso institucional que ponga los medios necesarios, tanto a nivel organizativo como financiero, sostenidos en el tiempo para su realización.
Además, en la actual problemática vinculada al cambio climático, la buena gestión de los suelos es fundamental si queremos asegurar su permanencia y productividad en una situación de cambio de las temperaturas y las precipitaciones. Es decir, sólo un manejo adecuado de los suelos puede garantizar su resiliencia frente a los cambios venideros y garantizar sus funciones.
Para terminar una cita de W. E. H. Blum: El agua se bebe, el aire se respira, pero el suelo no se come; solo intuimos que nos alimenta indirectamente y, tal vez, sea esta la razón por que este recurso natural continúa siendo el gran olvidado en las mesas de discusión ambientales, en todos los aspectos legales y en lo que se dice relación con su protección.
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