El sobrenombre, con el que presentes y futuras generaciones la conocerán, se lo aplicó su gran amigo, el magnífico saxo tenor Lester Young. Ella nació como Eleanora Fagan y fue considerada a menudo u oficialmente como Billie Holiday. Caritativos, sus biógrafos comentan que tuvo una infancia “difícil”: es decir muy poco de una gestación por padres pronto separados, continuos abandonos, cambios de manos de cuidado y descuido, pésimos tratos, expulsiones escolares, errancias, la precoz iniciación en el sexo y en la prostitución, la temprana cárcel.
Comenzó a cantar en algunos clubs de Harlem, hasta que en 1931 la detectó Benny Goodman y la introdujo en The Bright Spot, de la Séptima Avenida, donde su reputación empezó a crecer, a ser solicitada por otros escenarios del país y de México, y se reconectó con su presunto y declarado padre, Clarence Holiday, guitarrista y banjo, quien estaba tocando en la “bing band” de Flechter Henderson. Acababa de cumplir 17 años cuando reemplazó a Monette Moore en Covan’s, y el productor John Hammond la inició en la grabación de discos con la que, más allá de un ligero traspié, alcanzó a vender de entrada 5.000 copias con “Riffin’ the Scotch”, que sigue siendo un clásico, hasta las 15.000 con “I Cried for You”. Impresionado con su estilo, Hammond afirmó: “Su modo de cantar, por poco cambia mis gustos musicales y mi vida musical, porque era la primera cantante con la que me crucé que realmente cantaba como un genio del jazz que improvisara”.
Hacia mediados de la década del treinta, graba algunos grandes éxitos, como “What a Little Moonlight Can Do” y “Miss Brown to You”. Acompañada frecuentemente por Lester Young, este dice de ella: “Bueno, creo que eso (cuando se la escucha) se puede oír en algunos de los álbumes viejos, sabés. A veces me siento a escucharlos, y si no sos cuidadoso, te suenan como dos de las mismas voces, o de la misma mente, o algo así”. Avanzada la década, Lady Day emprende agotadoras giras con Count Basie, difundiendo canciones de moda, entre ellas la célebre “Summertime”, originada en la ópera “Porgy and Bess” de George Gershwin, estrenada poco antes. Continuos entredichos con Basie conducen a la ruptura (esto redundó en una fama de mal carácter y “temperamental”) y es llamada por Artie Shaw para ser la primera cantante negra en una orquesta blanca, un acuerdo poco común en época de grandes tensiones raciales, lo que le hace vivir incidentes cotidianos entre los cuales los menores son los gritos de “nigger wench” (“negra puta”). A causa de tales incidentes, Artie Shaw también toma distancia de ella.
A finales de los 30’, está grabando en la Columbia y luego en la Commodore Records; entre otros éxitos, produce “Strange Fruit”, basada en un poema sobre los linchamientos escrito por Abel Meeropol, profesor judío del Bronx que firma bajo el seudónimo de Lewis Allen, y que contiene imágenes impresionantes sobre la salvaje práctica norteamericana: “Southern trees bear strange fruit” (“Los árboles sureños dan extraños frutos”). La canción alcanza fulgurante difusión, la lleva a actuar en el Café Society, alto night club del Greenwich Village, y a ser comentada en la revista Time, dura veinte años en su repertorio y se escucha en reuniones sindicales y políticas de los maestros de escuela (David Margolick, Strange Fruit: Billie Holiday, Café Society, and an Early Cry for Civil Rights).
Durante la Segunda Guerra, el clima del enfrentamiento contra un enemigo común afloja un tanto las tensiones internas, y hacia septiembre de 1943, después de algunos éxitos notables, como “God Bless the Child”, la revista Life escribe: “Ella tiene el más diferente estilo de todos los vocalistas populares y es imitada por todos los otros”. En 1946, Billie comienza a rodar su único film mayor, “New Orleans”, un drama musical en el que la acompaña Louis Armstrong dirigiendo una suerte de banda que es un verdadero “quién es quién” del jazz contemporáneo: Arthur Budd Scott en guitarra, Charles Herbert Beal en piano, Barney Bigard en clarinete. (Y una contribución llamativa en el elenco, la del mexicano Arturo de Córdova; notable, además, porque para la misma época estaba haciendo entre nosotros “Dios se lo pague”, con Zully Moreno…). La oleada de “macarthismo” que ya empieza a despuntar y que convertirá en víctimas de persecuciones al productor Jules Levey y a uno de los guionistas, Herbert Biberman, hace que estos sean presionados porque están dando, según los vigilantes, demasiado la imagen de que el jazz es creación del pueblo negro (Biberman será poco después uno de los famosos Hollywood Ten –Los diez de Hollywood– que se negarán a declarar contra el partido comunista y las llamadas “actividades anti norteamericanas”).
Las drogas en los set fueron el otro problema. La revista Metronome llegó a advertir: “Hay un peligro en que la actual fórmula musical de Billie se desgaste, pero hasta el momento la viste bien”. En mayo de 1947 fue arrestada por posesión de narcóticos en su departamento de Nueva York y después del juicio que siguió fue encarcelada en la prisión del oeste de Virginia conocida como “Camp Cupcake”. A pesar de estos y otros malestares, su popularidad sigue creciendo y en marzo de 1948 llega a cantar en el Carnegie Hall, lleno, habiendo vendido 2700 plazas adelantadas, un récord en la época. Fue arrestada de nuevo en 1949, en San Francisco, por idénticos motivos. Tuvo también innumerables problemas con los cabarets cantantes que abría y administraba con terceros, multas y cierres. Parecía ya (era) una persecución política y personal. La suma de alcohol, drogas, conflictos personales y comerciales fueron deteriorándola visiblemente. Hacia los 50’ (había nacido en 1915, tenía sólo 35 años), comienza también a declinar su aniñada voz. En 1956 aparece su “autobiografía”, Lady Sings the Blues, texto que hace escribir por un periodista del New York Post, William Dufty, pasando en limpio una serie de conversaciones con la cantante. Acompañando la autobiografía, Holiday lanza un disco con el mismo título, que contiene varios de sus clásicos.
En noviembre del 56, consigue volver al Carnegie Hall, lo cual para un artista negro en esos años de segregación es ya de por sí un triunfo. El crítico Nat Hentoff, de la revista Down Beat, luego de escuchar ese concierto escribió: “Durante toda la noche, Billie estuvo en una forma superior a la que había mostrado muchas veces en los últimos años de su vida. No solamente tenía seguridad en el fraseo y en la entonación; también emanaba una calidez que se transmitía, un ímpetu palpable de alcanzar y de llegar a la audiencia. /…/ Una sonrisa era fácilmente visible en sus labios y en sus ojos, como si de una vez por todas aceptara que había personas que gustaban de ella”.
A principios del 59 se le declara una cirrosis; los amigos tratan infructuosamente de hospitalizarla. Cuando al cabo lo logran, y es admitida por el Metropolitan Hospital de Nueva York con el hígado y el corazón deshechos, nuevamente la arrestan por posesión de drogas, y custodia su habitación la policía. Un edema pulmonar y un infarto la liberan, finalmente, el 17 de julio de 1959, a los 44 años, y es enterrada en el Saint Raymond’s Cemetery. Billie Holiday fue excepcional: con una capacidad de solo una octava, alcanzó un sentido rítmico incomparable y gran cercanía emotiva, lo que la convirtió en una de las cantantes de jazz más singulares de todas las épocas.
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