Había imaginado que la cumbre anticrisis catalana del viernes pasado iba a ser un gran gesto dirigido al país para que acabara de convencerse de la gravedad de la situación económica. Es decir, que se trataría de sacar una fotografía para que la ciudadanía entendiera mejor la necesidad de aplicar las duras medidas de ajuste presupuestario que, inevitablemente, van a cambiar a fondo nuestros estilos de vida cotidianos y que limitaran significativamente las redes de protección públicas. Hasta ahora, sabemos que el Gobierno catalán cifra esta reducción en un 10% para 2011, pero que descontados los gastos fijos, va a suponer un recorte mucho mayor en sus efectos directos sobre cada uno de nosotros. A ello habrá que sumar los recortes iguales o superiores -hasta ahora disimulados por razones electorales- que se van a producir en las administraciones locales inmediatamente después de las elecciones municipales. En resumen, que la divisa del nuevo Govern, “hacer más con menos”, deberá extenderse a todos los ámbitos de nuestra vida social: trabajar más por menos sueldo; estudiar más para el mismo título; pagar más para acceder a una menor oferta cultural; o contribuir al pago de unos servicios médicos de los cuales no podremos abusar.
Por lo visto en algunas experiencias directas, tengo el convencimiento que muy buena parte de la ciudadanía aún piensa que la crisis no va con ella, que es cosa -incluso capricho- del Govern y que cuenta con escaparse de sus consecuencias. Quizás está dispuesta a aplazar algunos gastos durante un par de años, mientras no se salga del bache, pero aún no se ha dado cuenta que se trata de una transformación del modelo social y político que comporta un cambio de mentalidad. “Hacer más con menos” no es una receta para volver a lo de antes, sino para quedarse en ella y seguir avanzando con ella. De manera que el principal problema de la sociedad catalana no está en conocer qué medidas deberíamos aplicar -fuera de la demagogia política, el margen de maniobra es realmente escaso-, sino en la acomodación a los cambios que necesitamos que se produzcan en nuestra comprensión de la realidad, en nuestras expectativas de futuro y en los estilos de vida cotidianos.
El problema está en la sustitución del actual “hacer menos con más” que ha guiado la idea de falso progreso en los últimos quince o veinte años, por el nuevo concepto de progreso posible basado en el “hacer más con menos”, el único camino para avanzar, como ya habían conocido nuestros padres y abuelos.
Al contrario de lo que yo me esperaba, el Govern quiso dar a la cumbre el sentido de una reunión para conseguir acuerdos sobre el cómo avanzar. Para ello, pidió un documento al Consell Assessor del Govern del que tuvo que prescindir inmediatamente para que no fracasara la reunión. Y como no podía ser de otra manera, después de muchas horas de debate, se acabó pactando unas medidas archiconocidas incluso de antes de la actual recesión, con muy poca concreción. En realidad, nada que necesitara aquella cumbre. De manera que, a pesar de las optimistas declaraciones finales de Artur Mas, el resto de los participantes se ocuparon de aguar el acuerdo y dejarlo en casi nada ante la opinión pública.
Desde mi punto de vista, el fracaso de cualquier intento de gran pacto político en Catalunya -pasado, presente o futuro- tiene una razón estructural diáfana: nuestro país no tiene lo que suele llamarse “intereses de Estado”, simplemente porque no tenemos Estado. Es decir, las grandes decisiones sobre las que es posible establecer un interés general común no se toman a nivel regional sino estatal. En el plano regional, sólo pueden aplicarse medidas políticas particulares y de corto alcance, en las que inevitablemente lo que priva son los intereses partidistas. Por poner un ejemplo lacerante, Joan Herrera, de ICV, puede permitirse el lujo de descalificar los consejos del Consell Assessor calificándolos de “ducha neoliberal”, y quedarse tan ancho como si el derroche presupuestario de los gobiernos en los que participó ICV y que ahora hay que pagar no fuera con él. O, por poner otro más grave si cabe por su mayor responsabilidad, Joaquim Nadal, del PSC, después de la cumbre, acusaba al Gobierno de tener una “deriva antisocial”. Todo muy comprensible desde el punto de vista electoral, pero absolutamente alejado de lo que sería un gran acuerdo nacional si realmente se debatiera sobre “intereses de Estado”, ante los cuales los partidos y los llamados agentes sociales deben someterse. Y si no, que le pregunten al Gobierno socialista español y a la oposición sobre lo que es agachar la cabeza cuando está en juego la solvencia internacional de un Estado.
En definitiva, conscientes del lugar que de momento ocupamos en el mundo y de las grandes limitaciones presupuestarias que nos imponen desde Madrid -por razones de Estado, ahora sí-, creo que el Gobierno catalán lo que debe hacer es gobernar en lo que tiene competencias y dejarse de acuerdos globales imposibles y ajenos a su responsabilidad. No podemos seguir jugando a lo que no somos. El día que seamos un Estado, ya veremos. Pero de momento, que pacte si es necesario con el diablo. Pero que gobierne. Y que no espere mucha comprensión por la ciudadanía. Estamos muy mal acostumbrados y no nos dejaremos gobernar fácilmente. Antes nos quejamos por el desgobierno de Montilla, y ahora protestaremos si Mas gobierna. Gobernar bien no significa agradar mucho, sino todo lo contrario. El viernes, con una foto habría bastado. Es lo que corresponde a un país que políticamente no va a ser un país hasta que tenga intereses de Estado por encima de los de partido.