Un brillante artículo del profesor de la Universidad de Edimburgo Tom Nairn, marxista y escocés, en el que analiza el libro “The Union. England, Scotland and the Treaty of 1707“, del analista conservador Michael Fry, me sirve de disculpa para volver al tema de siempre, la forma en que debemos emprender el camino hacia la soberanía nacional.
La vía escocesa a la independencia tiene, como todas, similitudes y variantes con respecto al caso navarro, pero en esta ocasión nos vamos a centrar en las primeras, que no son pocas. Partimos, pues, de dos naciones-estado, Escocia y Navarra, que se situaban en el mapa europeo con igualdad de derechos y deberes que el resto. Dos estados que compartían la monarquía como forma de gobierno, cuestión corriente en la época, y que sufrían la vecindad de potentes reinos como Castilla e Inglaterra. Hasta ahí, todo es parecido. Lo que cambia es la forma en que ambos reinos independientes pierden su soberanía. El nuestro mediante ocupación militar progresiva, que culmina en 1512. Libro al lector de circunstancias añadidas por el límite de espacio, como la efímera recuperación de 1521. El escocés, que comparte monarca con Inglaterra desde los inicios del siglo XVII, gracias a un tratado, que ha significado la cesión de soberanía desde el parlamento escocés por un periodo de 300 años. En el caso navarro, dentro de 5 años se cumplirán 500 años del fiasco.
Ahora bien, como relata Nairn en su artículo de la revista New Left Review, “cada vez más escoceces de toda laya y condición no perciben más alternativa que la reasunción de la independencia. No se trata de reclamarla como cualquier otra ex colonia, sino de volver a una normalidad largamente pospuesta mediante la renuncia al Tratado de la Unión”. En ese sentido, cabe añadir que en 1998, durante la sesión de apertura del parlamento escocés, su presidente Winifred Ewing afirmó que ese órgano parlamentario reanudaba los trabajos de una asamblea derogada sine die en el año 1707. Se recupera de ese modo una legitimidad entregada gratuitamente a los ingleses por una mezcla de incompetencia de la clase dirigente escocesa de la época aunada con una situación económica verdaderamente lastimosa.
Comprobamos que el mito de la “voluntaria entrega” de los navarros a Castilla esgrimido con malicia por los usurpadores de nuestra soberanía, es históricamente cierto en el caso de los escoceses, y que éstos, ni cortos ni perezosos, dan ahora la vuelta al argumento y estiman que al haber variado las condiciones de aquel tratado, es hora de anularlo y de asumir de nuevo la independencia, el estado natural del pueblo escocés. Así de sencillo.
Es más, el artículo de Nairn, publicado en abril de este año, adelanta el previsible triunfo electoral del Partido Nacional Escocés en las elecciones. Alex Salmond, presidente del gobierno escocés, no ha perdido el tiempo y a los cien días de entrar en el gobierno ya ha presentado la pregunta que pretende hacer a los ciudadanos en el año 2010: ¿Está usted de acuerdo o en desacuerdo con que el Gobierno negocie con Londres una fórmula que resulte en la independencia de Escocia?
Los navarros, desgraciadamente, vamos por detrás. Seguimos atascados con el asunto de la “territorialidad”, o sea, la integridad nacional, y nos batimos el cobre con el “derecho a decidir”. Tal vez sea lo correcto, pero visto el ejemplo de los vecinos del norte, se puede replantear todo de nuevo y aunque no dispongamos de un Tratado de la Unión a anular, para reasumir así nuestra independencia, sí que podemos desmontar el mito de la “voluntaria entrega” y reafirmar nuestra voluntad de soberanía plena, volviendo a la situación anterior a nuestra incorporación forzosa al reino castellano.
No soy tan ingenuo como para pensar que este planteamiento es fácil de ponerlo en práctica, pero dados los dudosos resultados ofrecidos por otras estrategias, tal vez merezca la pena, al menos, estudiarlo y tenerlo en cuenta, aunque sólo sea en el plano estrictamente teórico. Acostumbrados a mirarnos al ombligo y a creer que somos más listos que nadie, los vascones pecamos a menudo de encerrarnos en nuestro pequeño y limitado mundo. Es hora de mirar hacia otros meridianos en los que se están librando batallas muy similares a las nuestra. Para aprender (y copiar) lo que de bueno puedan tener otros planteamientos, al tiempo que podemos desechar vías que hemos comprobado estériles en otras geografías más o menos cercanas.
Sería demasiado triste que llegada la fecha emblemática de 2012 nos encontraramos un mapa de Europa con una Escocia independiente y una Waskonia atada de pies y manos a los estados español y francés. Pero de no cambiar el errático rumbo actual y de no aprender de los errores de unos y de otros, nos veremos abocados a ese escenario con toda seguridad.