Volvamos a poner el gran angular

El combate por imponer una interpretación de la situación de callejón sin salida en que se encuentra el soberanismo, dos meses después de haber mal ganado las elecciones del 27-S, vive su momento más intenso. Se buscan culpables, se señalan traidores, se amenaza con deserciones. Se apela al hado de la Historia para anunciar el fracaso. Entretanto, nos hemos quedado sin autogobierno y el adversario ya no se ríe por lo bajo sino que lo hace abiertamente. En estas circunstancias, quiero compartir mis razones para la serenidad y, en su caso, la esperanza.
PRIMERA. Sería un retroceso gravísimo para el camino de la independencia que las dificultades de acuerdo para hacer gobierno se convirtieran en pretexto para desacreditar la política y los políticos. Hemos sido los electores los que hemos definido una situación endiablada, casi irresoluble. Posiblemente, las sonrisas de la revolución soberanista habían hecho perder de vista los dolores de parto que, tarde o temprano, tenían que llegar.
SEGUNDA. La CUP nunca ha engañado sobre sus prioridades e intenciones, y si una lógica política es previsible, en contra del tópico, es la suya. La irritación que algunos sienten es proporcional a la condescendencia con que les trataron en campaña. La única crítica que soy capaz de hacerles es que se quejen de ser presionados, ellos que son los expertos absolutos de la presión. Sí: es molesto tener que tomarse la propia medicina.
TERCERA. No me resulta agradable tener que decirlo, pero quien tiene el problema es Juntos por el Sí. A un matrimonio forzado, de conveniencia, después no le pidas enamoramientos. No todos sus votantes quieren lo suficiente a Mas. Tampoco Romeva o Junqueras. Una posición demasiado débil, y con deslealtades, para hacerse fuertes en una negociación tan difícil.
CUARTA. No tengo nada claro que un mal acuerdo de mínimos sea mejor que un desacuerdo claro y limpio. No sirve de nada simular un acuerdo cogido con pinzas -me viene a la memoria el del 30 de septiembre de 2005 por el Estatut- porque al día siguiente tal vez no sea lo suficientemente consistente como para encarar el gran desafío. Un buen desacuerdo hoy, franco y transparente, puede iluminar mejor el voto futuro.
QUINTA. CDC se ha anticipado a anunciar que se disuelve, y que promoverá un nuevo partido. El nuevo país necesitará nuevas herramientas, porque las actuales -todas- están desgastadas y acabarán peor. La pregunta es si esto se puede hacer mejor desde la presidencia del último gobierno autonómico o desde una posición más retirada y sin tanta presión.
SEXTA. Unas nuevas elecciones el próximo marzo pueden dar pereza, pero serían como una segunda vuelta del 27-S, una vez aclaradas las posiciones de los soberanistas y las expectativas de negociación con España tras el 20-D. Una de las consecuencias de la alta intensidad política del momento es que los ciudadanos votamos haciendo cálculos tácticos como si fuéramos políticos, y no con una mirada estratégica que deje la táctica para los profesionales. En marzo calcularemos mejor.
Y SÉPTIMA. Es necesario restablecer la confianza en un horizonte político posible pero de una enorme dificultad. Si fuera cierto que la gente nos apuntamos y desapuntamos de la ambición de la independencia con tanta facilidad, sería mejor dejarlo correr. Si no sabemos hacer frente a las dificultades internas con perseverancia y empeño, ¿con qué orgullo y fortaleza afrontaremos las externas? Es necesario volver a observar el futuro con el gran angular y no con el teleobjetivo. La prisa por poner las urnas -exigida por la impaciencia de la sociedad civil organizada- se explica más por el entusiasmo que por un buen análisis de dónde estaba el proceso. Manos a la obra: trabajo constructivo sereno; ampliación de la base social definiendo con valentía el futuro posible, y tener claro que la única ruptura legítima vendrá con la convocatoria de un referéndum y no con fanfarronadas ridículas.

ARA