Cuando no piensas a lo grande, el mundo se te hace pequeño

A, me avisan, es un traidor y un vendido. Lo dice B. Sin embargo, C opina que A es un traidor y un vendido, pero que B lo es exactamente igual. Algo a lo que responde D diciendo que A, B y C son tan traicioneros uno como otro y que tan sólo él, D, es auténtico. Pero entonces aparece un E que dice que sí, que es verdad que A, B y C son todos unos traidores y unos vendidos, pero que hay que tener cuidado, porque D en realidad es una operación camuflada de A, B y C con la intención de que no cambie nada de nada. Y por tanto sólo E debe ser considerado el puro y el bueno. Advertencia a la que responde todo indignado un tal F que dice que ¡qué va!, que E es un títere en manos de A, B, C y D y que parece mentira que no lo veamos todos, que él, F, es el único y el auténtico, aquél al que habría que elegir.

Puede sustituir usted mismo las letras del alfabeto por nombres o siglas de partidos independentistas y nos encontraremos negro sobre blanco el ridículo panorama que vivimos estos días.

Yo he hecho el ejercicio con nombres y apellidos reales, con nombres de partidos, partidillos, grupúsculos y cuentas de Twitter que afirman que son un movimiento. ¡Y he llegado no hasta la letra F sino hasta la J! Según se ve, aquí ya no queda nadie en pie e incluso los más desconocidos de los desconocidos tienen un detractor indignado que nos explica no qué piensa políticamente o qué quiere, sino que miente, que no es como parece, que un día va hizo esto o esto, que no sabemos de qué hablamos, que es un infiltrado o que trabaja para España –sobre todo esto último, que ahora es la gran moda.

Y el caso es que cuando no piensas a lo grande el mundo se te hace pequeño. Tan pequeño que puedes pasarte el día obsesionado por denunciar a alguien que denuncia a alguien que denuncia a alguien que denuncia a alguien que, en realidad, no tiene ni la más remota posibilidad de entrar en el parlamento.

La culpa de que hayamos llegado aquí es, un poco, de todos. Y de todo lo que ha pasado estos últimos seis años. De todo lo que ha pasado de lamentable –que también han pasado muchas cosas buenas y espectaculares. Pero el resultado es francamente preocupante.

Y no me refiero a la atomización en grupos y grupúsculos –a mí ya me parece bien que se presente a las elecciones tanta gente como sea posible, porque los votantes ya limpiarán el ambiente. No. Aquí hablo de eso tan de moda ahora de convertir la política en un debate pseudo-psicológico –ya me perdonarán la palabrota– sobre la personalidad de los candidatos y sobre sus intenciones íntimas. Un debate que de nada sirve, que no amplía las perspectivas de la gente, ni presenta ideas y objetivos, ni deja apreciar qué ha hecho cada uno. Porque todo pasa a tener explicaciones esotéricas e irracionales, imposibles de contrastar.

Me gustaría pensar que la precipitación con la que nos han endosado las votaciones tiene parte de la culpa y que la gente –cuando se calme un poco la cosa– recuperará la cordura y volverá a pensar tranquilamente por sí misma, sin dejarse arrastrar por tanta trampa emocional. A reflexionar. Con la cabeza y la tripa, pero si puede ser un poquito más con la cabeza que con la tripa.

Sin embargo, suerte que sólo quedan cuarenta y pocos días…

VILAWEB