Una nación es un proyecto

Lo confieso con toda la humildad. Cuando sentí que Putin legitimaba su “operación especial” en Ucrania en la defensa de los rusos que habían quedado, por así decirlo, prisioneros y sometidos dentro de una Ucrania independiente, imaginé —o temí— fotografías donde esta población rusa de Ucrania recibía los tanques de Putin con himnos y banderas como un ejército liberador. Y que gracias a ello la invasión rusa sería un paseo militar, con poca resistencia, al menos en la mitad oriental de Ucrania. Ya tenía la impresión de que todo era una excusa. Que Putin utilizaba esta población rusa como Milosevic había utilizado a la población serbia en Croacia o en Bosnia, para combatir la independencia o la soberanía de toda Ucrania. Hacía falta una victimización de la población de habla rusa, presentarla como rehén en una Ucrania independiente, del supremacismo ucraniano, que los convertía -según su relato- en ciudadanos de segunda. Pero, a pesar de ser una mala excusa, yo temía que espontáneamente o de forma inducida muchos ucranianos de habla rusa certificaran esta versión recibiendo a las tropas rusas como propias y como instrumento de un regreso a la madre Rusia de la que nunca deberían querido salir.

Repito que me temía estas imágenes. Supongo que por ignorancia. Pero no sólo por mi ignorancia. Amigos buenos conocedores de la realidad de la zona, y especialmente de la realidad rusa, me decían que ellos también lo habían imaginado. Más aún: que también lo había imaginado Putin. Como los nacionalismos imperiales suelen ser los más etnicistas de todos —y más aún, cuando la marca del grupo es la lengua, que en palabras de Nebrija “siempre fue compañera del Imperio”—, supongo que muchos pensamos que la pertenencia a la identidad rusa sería un vínculo más fuerte que la ciudadanía ucraniana, por esta amplia comunidad de habla rusa. Pero no ocurrió. Ha ocurrido todo lo contrario. Por lo general, esta población rusa ha resistido a la invasión de Putin con una absoluta lealtad a Ucrania. Zonas casi en su totalidad rusófonas se han enfrentado ferozmente a los tanques rusos. Y ha llegado a ocurrir un fenómeno aún más curioso: algunas de estas personas han querido adoptar las señas de la identidad ucraniana, especialmente la lengua. Si antes de la guerra podía dudarse de la existencia de un solo pueblo ucraniano, porque había dos comunidades de lengua distintas, ahora esta ciudadanía ucraniana compartida se ha hecho más fuerte. Y se ha hecho más fuerte también su identidad.

Esto me parece extremadamente relevante y significativo. No lo digo para hacer extrapolación alguna, porque cada situación dentro de nuestro planeta tiene unas características y lógicas diferenciadas, pero no me parece tampoco una constatación que sólo sea útil para la situación ucraniana, sino que diría que contiene algunas enseñanzas de carácter general. Yo diría que en Ucrania, quienes consideramos que el hecho nacional es clave para explicar y entender la realidad, también la contemporánea, hemos visto que la adscripción nacional no nace tan sólo de compartir unos rasgos identitarios, como puede ser la lengua, sino también compartir un proyecto de futuro, personal y colectivo, un horizonte. Al menos desde Maidán, el proyecto nacional ucraniano ha sido percibido, también por los ucranianos de habla rusa, como un horizonte positivo de libertad y progreso. Un horizonte que mira a Europa y que busca consolidar un proyecto democrático. Y, en cambio, que el proyecto de la Rusia de Putin, aunque hable la misma lengua, no es nada deseable ni estimulante, sino que remite al autoritarismo, la nostalgia y la represión. Algo de lo que no vale la pena ser. Ciertamente, en todas partes hay de todo. Ciertamente, también es difícil empatizar con quien te está bombardeando, aunque lo haga en tu idioma. Pero yo creo que en Ucrania la adscripción nacional se ha hecho más por proyecto que por identidad. Es decir, más por la elección de un horizonte que por una identidad vista como una condena de la que no puedes salir. La gente ha elegido. Y curiosa y significativamente, cuando ha elegido por proyecto una pertenencia, ucraniana, ha querido adoptar también las señas de identidad de esa adscripción, sobre todo la lengua. La gente no ha escogido según su lengua materna. Ha elegido según su interiorización de un proyecto colectivo. Sin embargo, cuando ha elegido proyecto, ha pasado también a elegir lengua, en muchos casos. La nación es una identidad compartida. Pero la identidad también se puede elegir. Y acabas eligiendo según el atractivo de un proyecto. Incluso hablando ruso, prefieren ser de Ucrania que mira a Europa que de la Rusia de Putin, tan antipática. Eliges lo que quieres ser. Y también eliges lo que no quieres ser.

Publicado el 18 de julio de 2022

Nº. 1988

EL TEMPS