Umberto Eco

Uno de los libros más subyugadores que recuerdo es ‘La ricerca della lingua perfetta nella cultura europea’ de Umberto Eco (Laterza, 1993). Con su erudición habitual, repasaba los proyectos de lengua universal artificial (esperanto, volapuk…) y reinterpretaba el relato bíblico de la torre de Babel en el marco del proyecto europeo. De castigo divino a riqueza humana. En vez de impedir el entendimiento entre los constructores de la torre que debía rascar el cielo, Eco presentaba la diversidad lingüística europea como uno de sus tesoros. Los lingüistas Pere Comellas y Carme Junyent acaban de publicar en Eumo un libro delicioso en esta misma línea: ‘Els colors de la neu (Les llengües, les persones i el món)’ -‘Los colores de la nieve (Las lenguas, las personas y el mundo)’-. El níveo título proviene de un malentendido que provocó un lugar común fundado en un dislate: los esquimales no tienen una gran cantidad de palabras para designar la nieve. Todo proviene de una lectura errónea del relato que el antropólogo Franz Boas hizo de su estancia en la isla de Qikiqtaaluk (para los colonizadores, isla de Baffin). Boas solo dice que no hay equivalentes directos en inglés para las diversas raíces que designan la nieve en el suelo, la que cae, la que transporta el viento y la que se amontona por culpa de estas brisas, pero el ejemplo triunfó y la simplicidad de la ecuación provocó que se transmitiera según las reglas del juego del teléfono. Las conclusiones precipitadas habituales entre los tertulianos que practican el cuñadismo de sobremesa transformaron la lógica experiencia nívea de los pueblos esquimales en una bola de nieve. Se llegó a hablar de más de cien términos para referirse a la nieve.

El libro de Comellas y Junyent es un antídoto al fanatismo. Se da noticia de más de un centenar (aquí sí) de lenguas diversas y se explican de ellas, con claridad amena, aspectos muy sorprendentes. Descubrimos que el malgache tiene siete formas adverbiales según la distancia o que los hablantes de dyirbal, una lengua australiana en proceso de extinción, siempre que pueden evitan dirigirse a la familia política (suegros o cuñados, básicamente) y se valen de un intermediario, pero si no hay más remedio les hablan sin mirarlos a los ojos y sustituyendo todas las palabras con carga léxica por otras específicas. ¡Cuánta sabiduría! ‘Els colors de la neu’ contiene todo cuanto incomoda a los nacionalistas monolingües que se alteran cuando alguien propone que en el Congreso de diputados, en los tribunales de justicia, en RTVE y en el etiquetado de productos tengan presencia plena las lenguas catalana, vasca, gallega y asturiana. Quienes se escudan en la riqueza de la “lengua común” se alinean con el Dios del Antiguo Testamento al ver la diversidad como un castigo. Umbero Eco la veía como una riqueza europea. Tal vez por eso la ministra González Laya dijera aquello tan castizamente universalista de que “Los problemas no se resuelven en Europa”.

LA VANGUARDIA