Somos pensados, y somos hablados

Es comprensible que nos guste creer que lo que pensamos es resultado de nuestra propia reflexión, que queramos pensar que pensamos por nosotros mismos. Y es muy comprensible que estemos convencidos de que hablamos como a nosotros nos complace hacerlo. Y, sin embargo, es necesario saber que en una altísima proporción “somos pensados” y “somos hablados”, al margen de nuestras capacidades y voluntades personales. El ‘InformeCat 2022’ que acaba de hacer público ‘Plataforma por la Lengua’ lo pone en evidencia.

Nuestras opiniones sobre el mundo en que vivimos no reflejan la realidad tal y como es, sino tal y como la percibimos. Confundir la opinión que tenemos de los hechos con los mismos hechos, lo que suele hacerse cuando se interpretan los resultados de una encuesta, es un error que lleva a falsos diagnósticos, como ha ocurrido históricamente con los estudios sobre usos lingüísticos. Por eso, que la mitad de los catalanohablantes piense que el cambio al castellano no es una amenaza para el catalán, no significa que no lo sea. Y que se “piense” que cambia de lengua “por respeto” o “por educación”, sólo muestra hasta qué punto hemos interiorizado el espíritu sumiso de los pueblos colonizados o, por decirlo como Pedrolo, que tenemos alma de esclavo. Los usos lingüísticos son resultado de una coacción estructural casi nunca consciente, y lo que pensamos también es resultado de esta violencia.

La sobrevaloración de las opiniones en las encuestas va aún más allá. Y es que las opiniones ni siquiera expresan cuáles son las motivaciones reales que nos mueven. La opinión es resultado de procesos inconscientes, individuales y colectivos, de engaño y autoengaño que buscan hacernos una imagen consistente de nosotros mismos según lo que socialmente se espera. Que en una encuesta sobre lengua siete de cada diez digan que querrían los anuncios de TV3 “sólo en catalán”, es la respuesta que el encuestado imagina que se espera de él en una cuestión que, de no ser por la pregunta, la mayoría no verían ningún problema. O que la mitad de los jóvenes catalanohablantes digan que tienen su móvil configurado en castellano no quiere decir que lo tengan: sólo quiere decir que lo dicen. Podrían ser muchos más porque hay muchos que nunca han prestado atención a cómo lo tienen, ni saben que podrían cambiarlo, ni entienden por qué deberían tomarse la molestia de hacerlo.

La opinión es un ejercicio –a menudo forzado por las propias encuestas– de autorrepresentación individual y de autoposicionamiento colectivo. Por eso Pierre Bourdieu afirmaba que la opinión pública no existiría si no estuviera como artefacto al servicio de la imposición, precisamente, de unas determinadas opiniones. Ni todo el mundo tiene opinión de todo, ni todas las opiniones valen lo mismo, ni las opiniones que tenemos son necesariamente consistentes, ni todo el mundo entiende lo mismo ante una pregunta en la que nunca había pensado, como ya habíamos explicado Joan Estruch y yo mismo en ‘Las encuestas a la juventud de Cataluña’ (1984), con un inspirador subtítulo, ‘Bells deliris fascinen la raó’, tomado prestado de un verso de Pere Quart.

El ‘InformeCat 2022’ de ‘Plataforma por la Lengua’ pone en evidencia todas estas consideraciones. Más que una descripción de la “realidad” de la lengua, es la expresión clara de la condición de sumisión y autoengaño lingüístico en la que vivimos. Una demostración de que “somos hablados”, es decir, que nuestros usos lingüísticos no son los propios de una voluntad autónoma ni de un país libre. Y que “somos pensados” por estas condiciones de lento genocidio lingüístico en un Estado que se imagina y quiere monolingüe. No conocernos de forma transparente, vivir en una ‘falsa conciencia’ lingüística, es la condición necesaria de nuestra ‘enajenación’ lingüística.

Por eso, emanciparnos de esta subyugación mental y lingüística no es ni una cuestión de buena voluntad administrativa ni cosa de heroísmos individuales sino que exige una voluntad de emancipación colectiva de un orden muy superior.

ARA