Si supiéramos escuchar…

Hace cuatro años tuve el privilegio de participar, modestamente, en el documental ‘Voces de una generación’ dirigido por Joan Úbeda y emitido en mayo de 2013 por TV3 en el espacio ‘Sin ficción’. El documental tenía, y tiene, una versión interactiva que permite profundizar en función del interés del usuario. Una cincuentena de jóvenes de 18 a 30 años hablaban sobre su situación laboral vinculándola a la experiencia formativa previa, en los años de especulación inmobiliaria en la que habían quedado atrapados y, sobre todo, a sus expectativas de futuro y la percepción de la política. Grabado a principios de 2013, ‘Voces de una generación’ permitía escuchar a unos jóvenes en el momento en que se vivían con más gravedad las consecuencias de la depresión económica y ante una dramática pérdida de expectativas con poca esperanza de recuperarlas en el futuro.

Ahora, tres años después, la he vuelto a ver. Y tengo la clara convicción de que en aquel documental ya estaban las claves para entender y prever la evolución de la vida social y sobre todo política del país. No se trata de decir si el análisis que aquellos jóvenes hacían de su situación presente y de su futuro, marcados como estaban por una situación personal en muchos casos desesperada y por un discurso público catastrofista, era poco o muy lúcida. Pero la narración de algunas experiencias personales, relatadas con una franqueza excepcional, y la percepción generalizada de la responsabilidad que tenían los políticos y la política, daba todas las pistas para entender la futura inclinación del voto hacia las propuestas rupturistas que desde entonces se han ido manifestando una convocatoria electoral tras otra.

Es partiendo de la evidencia de que en ese documental ya estaba el anuncio de tantas cosas “sorprendentes” como han ocurrido, pues, como saco un par de conclusiones graves. Primera, que los que pretendemos analizar la realidad social y política, y quienes deberían gestionarla, no sabemos escuchar. O, mejor dicho, que lo que escuchamos suele estar absolutamente mediatizado… ¡por nuestra propia voz! Nos escuchamos a nosotros mismos, a nuestros análisis y pronósticos, y nos vamos dando la razón hasta que los hechos nos obligan a hacer unas curvas argumentales que serían de risa si no hicieran llorar. Quiero decir que el experto con quien se asesora el político, más que facilitar el conocimiento de la realidad, a menudo añade una niebla espesa de la que, claro, él es parte indispensable. Más que cualquier encuesta de opinión, aquellas cincuenta voces permitían ver perfectamente lo que estaba a punto de pasar, ha pasado y pasará aún durante años.

Segunda conclusión: si los expertos y los políticos se hubieran puesto en la piel del ciudadano que pretendían analizar unos y gobernar los otros, se habrían podido abordar con mucha más eficacia y rapidez los problemas que nos han agobiado a todos. Los escándalos que siguen estallando estos días -el estilo de negocios que se han de esconder en paraísos fiscales, la indecencia de los gobernantes defraudadores que han sermoneado con discursos moralistas sobre las obligaciones fiscales o el comportamiento mafioso de los supuestos guardianes de la corrupción- ponen en evidencia que no se ha entendido ni atendido la indignación de las voces de aquellos jóvenes. Unos jóvenes que, con razón, trataban de inútiles a los gestores de la situación que estaban sufriendo, y aseguraban que ya sólo podían confiar en gente “normal” como ellos. Un cargo público que cobrara 8.000 €, decía un entrevistado, mal se puede hacer cargo de lo que significa cobrar 400 en un trabajo miserable. Visto lo que vemos cada día, es claro que seguimos sin saber escuchar las voces de la generación a la que se engañó prometiendo una prosperidad que aún parece lejos de llegar.

ARA