¿Qué somos los valencianos?

La identidad de los valencianos ha movido muchos papeles y ha segregado mucha saliva a lo largo de su historia. Una historia convulsa y a menudo desagradecida. ¿Qué somos los valencianos? No es una pregunta fácil ni, obviamente, ha sido contestada siempre de la misma manera. ¿Existe un “pueblo valenciano”? Esto parece, desde algún momento difuso, al menos desde la ocupación de la taifa musulmana y la constitución del nuevo reino, al que Jaume I dotó de personalidad jurídica. Al menos esta ha sido la opinión compartida por la mayoría de historiadores, eruditos, juristas y pensadores de procedencia e intenciones diversas. Lo que hoy en día se conoce como “pueblo valenciano” tiene un acta de nacimiento, un origen concreto. Antes había “otra cosa”. Ibera, romana, visigótica o musulmana, pero “otra cosa”. Y a partir de ese momento comienzan las reflexiones y las diferencias. En todo caso, la preocupación -la misma pregunta- tiene sentido siempre que los valencianos se reconozcan como tales. Todavía se sienten así. Y todavía discrepan sobre ellos mismos.

Hay valencianos que se identifican con el concepto de “región”, otros, acomodados y administrativos, se resignan a definirse como “comunidad”, y también los hay que se proclaman “reino”. Un “reino” sin rey, pendientes obsesivamente de diferenciarse del “principado” de Cataluña, que, pobrecito, tiene un rango nobiliario inferior. Por último, los hay que se reivindican como “país”. Un país parece ser algo más serio. Pero en este último grupo, más concienciado, hay también diferencias importantes de matiz. Para muchos “paisanos”, el País Valenciano es por sí mismo una “nación”. Otros, tal vez menos, lo entienden dentro de una nación más amplia: la catalana. Todas estas sensibilidades, no hace falta decirlo, ven y entienden a España de manera diferente e incluso contradictoria.

Aquellos valencianos que se ven y se reivindican como un “país” han caldeado la polémica durante años, siempre civilizada, con diferentes referentes teóricos. El más importante de la posguerra fue el de Joan Fuster, que consideraba el País Valenciano como una parte inseparable y necesaria de la nación catalana. De los “Países Catalanes”, como él mismo rubricó. ‘Nosotros, los valencianos’ y, en escala más reducida y anecdótica, ‘Cuestión de nombres’, se convirtieron en los textos casi litúrgicos de autodefinición de esta interpretación del hecho nacional valenciano. Más allá de la reacción sanguínea españolista, la propuesta de Fuster fue rebatida en nombre del “hecho singular valenciano” y también desbordada por parte de quienes proclamaron que había que superar la etapa diferenciada e integradora para saltar directamente a la unitaria. ¿Países Catalanes? Es más sencillo: llamadle Cataluña.

La aportación más interesante y razonada del hecho singular valenciano llegó más tarde de la mano de Joan Francesc Mira, quien, después de teorizar sobre la esencia misma de la nación -‘Crítica de la nación pura’-, se entretuvo en definir cuál es la nación de los valencianos -‘Sobre la nación de los valencianos’, un texto recuperado y actualizado, ligeramente y tanto como era necesario, en ‘La nación de los valencianos’. a juicio de Mira, los valencianos pertenecen lingüística y culturalmente -con todas las dudas que este último concepto implicadas en la nación catalana, pero políticamente son “otra cosa”. Una nación.

Las reflexiones de Joan Francesc Mira han sido las que han prevalecido, las que se han impuesto, entre el nacionalismo político valenciano. Unió Democrática del País Valenciano, el Partido Socialista Valenciano, el Partido Socialista del País Valenciano, el Partido Nacionalista Valencià, Unitat del Poble Valencià y, sobre todo por el éxito y la envergadura, el Bloc Nacionalista Valencià han sido y son más “miranianos” que “fusterianos”. Quizás por convencimiento o quizás por estrategia. Tanto da. El concepto y la reivindicación de una nación política valenciana disgregada de la “catalana” y encajada o no en el Estado español se ha impuesto entre el valencianismo que ahora es hegemónico.

Pero el debate, teórico, intelectual o académico, se mantiene. Y ahora, aprovechando el auge del valencianismo político, se reaviva y revive. En este sentido hay que entender las dos últimas aportaciones al debate sobre “el ser nacional valenciano”. De un lado, la editorial Afers acaba de publicar el libro de Vicent Baydal ‘Los valencianos, ¿desde cuándo son valencianos? El trabajo de Baydal es, sobre todo, académico, erudito, removedor. Como investigador paciente y puntilloso, Vicent Baydal, actualmente profesor del departamento de Derecho de la Universidad Pompeu Fabra, ha registrado metódicamente el Archivo de la Corona de Aragón para fijar con precisión el nacimiento de una identidad colectiva y sentida valenciana, que él relaciona con la implantación, el desarrollo y la consolidación de los fueros propios. Concretamente del ‘Furs de València’ contra los de Aragón.

Vicent Baydal hilvana un interesantísimo trabajo de investigación histórica y jurídica, resitúa fechas y datos, enmienda interpretaciones de episodios célebres que la historiografía consideraba indiscutibles y avanza en medio siglo la fecha precisa en que los valencianos empiezan a sentirse jurídicamente como tales y dejan gradualmente de definirse como “habitantes del reino” o “regnícolas”. Todo esto, sin embargo, le lleva a suscribir una interpretación menos “histórica” y más “política”. Más arriesgada, en definitiva, porque evidencia la misma intención del autor: “Es decir, que de un periodo a otro se había constituido una comunidad humana con conciencia colectiva propia. Había nacido, como tal, la primera identidad valenciana que englobaba el conjunto de pobladores del reino de Valencia, fueran cuáles fueran sus orígenes, catalanes, aragoneses o de otros lugares. Había nacido, por tanto, un nuevo pueblo europeo”. ¿Hasta qué punto no es arriesgada la sinécdoque? ¿Hasta qué punto no es demasiado temerario identificar ‘la parte’ -los autores de una documentación jurídica o administrativa que se definían como “valencianos” para reivindicar el artefacto jurídico o legislativo propio del nuevo territorio; las “élites”, en definitiva- con ‘el todo’: el pueblo valenciano?

Esta es la pregunta que responde Ferran García-Oliver, catedrático de historia medieval de la Universidad de Valencia, ganador del último premio Joan Fuster con ‘Valencianos sin ADN. Relatos de los orígenes’, que, desde la misma precisión erudita y con el mismo bagaje documental, llega a la conclusión contraria: “Mientras que las élites valencianas necesitaron más de un siglo para sacudirse de encima el gentilicio catalán, la renuncia a usos significativos de la lengua catalana en la esfera pública, e incluso en ámbitos privados, se produjo en el espacio prácticamente de una generación. el catalán hablado y escrito en el País Valenciano todavía tenía salud, pero presentaba demasiados síntomas preocupantes […]. Sería pertinente, ante esta desafección lingüística, fruto de la desactivación del concepto ‘nación valenciana’ como proyecto político de ejercicio de soberanía, preguntarse si Valencia y su reino llegaron alguna vez a configurarse como una comunidad moral plénamente consciente, como un ámbito compartido de definición común y de identidad y lealtad básicas. A la nación valenciana, que es en definitiva este espacio espacio de solidaridad y responsabilidades colectivas, le faltó un proyecto político ambicioso porque quedó frustrado a medio camino. Las élites dirigentes e intelectuales, que habían puesto en marcha un plan de distanciamiento respecto a los catalanes, lo cancelaron ahora ante una monarquía que desplazaba el centro de gravedad hacia el interior peninsular”.

¿Se refieren Vicent Baydal y Ferran Garcia-Oliver a los mismos hechos históricos? Indudablemente, sí. ¿Los interpretan de la misma manera? Políticamente, todavía es más obvio que no. Les mueven dos intenciones diferentes, no necesariamente contrapuestas. Como Joan Fuster y Joan Francesc Mira. El debate se mantiene. Las intenciones que inspiran a los defensores de una “nación valenciana” políticamente separada son diferentes a las de los que reivindican una “nación catalana” con valencianos incluidos. Pero todos tienen otro problema mucho más grande: la “nación española”, política y a menudo lingüística y cultural, con la que se identifican la mayoría de los valencianos. Por eso el debate debe ser sereno y las complicidades, entre trueno y trueno, se hacen ineludiblemente necesarias.

EL TEMPS