Pepito, Joseba, Pepe, D.José

Pepito.

 

Pepito se sentaba siempre inmediatamente bajo el estrado del Padre Faustino, el que nos enseñó al Aitaren semearen y el aita gurea. En aquel entorno olía a sotana de cura, Pepito a fritura y los pasillos a incienso con sabor acre de cera.

Pepito caminaba como a saltos, siempre inmediatamente a la zaga del profe Faustino, porque iba para monaguillo, después de recibir al Señor por primera vez.

Vivía con su tía, porque su padre que era un labrador fuerte de un pueblo de tierra Estella, lo había mandado a Iruña. Quería que su hijo se formara entre religiosos, porque la escuela rural… ya se sabía.

El profe nos daba matemáticas, geografía, lengua y las palabras viejas, las mismas que nos repetían en todos los cursos de la Historia Sagrada.

En aquel ambiente no pecaba nadie porque era pecado pecar, o porque no sabíamos. Bueno, quizás pecadillos como mentir a la madre o comulgar sin haberse confesado. Eso de pecar aprendimos más tarde, cuando tirar piedras o bolazos de nieve a las chicas perdió su sentido en aras de otros rituales más “viriles”.

En aquella clase, Pepito no era muy bien visto. Es que era el pelota del Padre Faustino, y porque era uno de los pocos a quien el padre le acariciaba sus rizos pringados de brillantina. En el crudo invierno, el profe nos mandaba a todos al patio. A todos menos a Pepito. El enchufado de él, se quedaba a ordenar la clase o a lo que fuera. Por eso el profe le daba caramelos, estampitas y otras cosas…

Pepito, no era de los más listos, pero sacaba las mejores  notas. El profe decía que era el más aplicado… La verdad, nunca entendíamos porqué lo decía.

Pero era el que mejor recitaba el credo, las bienaventuranzas y sobre todo las obras de misericordia…

Su gran privilegio -¡cuanto le envidiábamos!-, que era el único a quien el inefable padre Faustino permitía dirigir el  rosario diario. Hasta se sabía de memoria los misterios. Era una máquina en cosas de religión. Cuando el Padre nos explicaba aquellos rollos trinitarios, hipostáticos, partenogenéticos etc…, el se pasaba todo el rato asintiendo con la cabeza. Los demás, la verdad, nos quedábamos a dos velas.

Seguramente iría para fraile, o cura, o quizás para obispo. Pero claro, así con la ayuda del Padre Faustino, cualquiera…

Tras las vacaciones de Semana Santa, la sorpresa fue mayúscula. Al Padre Faustino le debió poseer un incendiario celo misionero y sus superiores no tuvieron más remedio que colocarlo in partibus infidelium, porque nunca más se supo de él.

Mucho no nos sorprendió su celo caritativo, porque amoroso ya era… Lo veíamos en sus ojos cuando acariciaba a los enanos del cuarto curso…

Lo extraño es que de la noche a la maña desapareciera también Pepito… Y prácticamente durante unos lustros le perdí de vista. Lo que tampoco comprendí, es porqué a algunos nos sacaron nuestros padres del colegio.

Eso lo entendí bastantes años después, cuando descargamos nuestras conciencias de tabús, dogmatismos y un largo etc. de fetichismos. Es decir, cuando pudimos acceder a ciertos conceptos como pederastia, pedofilia, perversión sexual etc…

 

 

Joseba.

 

Un año estuve en la escuela Normal, porque por mejunjes de convalidaciones, me sacudí la mitad de las disciplinas (chanchullos del concordato).

Allí estaba Pepito, pululando en segundo curso.

Algo había cambiado. Lo que en un niño puede calificarse de repelente, en la juventud, según sus compañeras de curso, adquiría la denominación de denteroso, o casposo, o baboso… Un poco de todo.

No intimé demasiado con él porque su dedicación al peregrinaje  entre, sobre todo, las faldas de algunas profesoras medio monjas o enteras, me irritaba sobremanera. A algunas ya debió animarles no se si el  trigémino o el punto de Gräfenberg, porque sus asignaturas fueron las únicas que levantó durante aquel curso.

Se que cursando un servidor, segundo de letras, todavía él subsitía en el tercero de magisterio.

Debió finalizar los estudios con la mediación del director de la normal, que entre otros cargos, era un alto dirigente del Movimiento. Sacar oposiciones ya era harina de otro costal. Demasiado curro.

De todos modos, su papá, así mismo destacado franquista, tenía medios y podía permitirse el lujo de mantener al primogénito, apuntándolo a otras carreras.

Divagar, alcahuetear, chaquetear…es lo que se le daba muy bien. Por eso, Dios sabe cómo, afanó otro título que llamaban graduado social.  Se decía que para muchos fracasados en estudios más consistentes, debió ser un cierto “refugium peccatorum”.

Se metió en las JOC. No debía congraciarse muy bien con la militancia.  Pero, el que tuvo retuvo, supo ejercitar con bastante destreza, las labores de monaguillo, turiferario, alzacasullas, correveidile, y otros múltiples menesteres de un capellán, alto consiliario de la organización.

Si Juanito tenía alguna virtud, era su flexibilidad. Era un transformista coyuntural nato.

Era como el Guadiana, desaparecía y brotaba por ensalmo.

Tres años después, lo ví surgir  en una asamblea intersindical de docentes. Y nunca mejor dicho surgir.

Su primera intervención me pasó desapercibida. De inmediato no lo conocí, aunque un tufillo indefinible, quedó urgando mi mente.

Nueva intervención del susodicho, prácticamente reiterativa. Aquel tío, debía haberse empollado una cartilla marxista de slogans, que sin saber a ciencia de qué, los intercalaba en su deslabazada perorata sin ton ni son. ”La fuerza del trabajo se cambia o se vende como otra mercancía…El capitalista se apropia de tu trabajo…” Cosas que en aquella asamblea de profes no se les veían el más mínimo entronque.

– ¡Jod..¡ –le salté a mi amigo-, si es Pepito…Pero éste…

–  ¿Pepito…? No me digas que no conoces a Joseba…

– ¿Ahora se llama Joseba…? ¿Y ese de dónde sale?

– Está con los cocos…Si es más famoso…

– ¡Y yo sin enterarme de sus méritos…!

– ¿Méritos? Eso es como un grano en el c… Un auténtico refitolero… Todos se ríen de él, pero lo verás metido en todas las salsas… Un auténtico mensajero de chismes…

– ¿Pero que tiene que ver con la enseñanza?

– ¿Cualquiera sabe? Pregúntale al delegado, porque es su sombra. Dicen que debió pasar por algún colegio privado o alguna academia… Todo un misterio. Pero ahí lo ves, despachando sandeces… Y no creas que se corta…

Así que Joseba. Tampoco era para extrañarse, teniendo en cuenta el prestigio de la disidencia vasca, parecía estar de moda vasconizar el nombre.

Quizás por eso, en la transición, los partidos de izquierda que afloraban se ponían la vitola de abertzales. Algo muy normal, si tenemos en cuenta que si alguien dio el callo en la lucha antifranquista en Vasconia –sin despreciar otras opciones-, fuimos los vascos.

Ignoro el tiempo en que Pepito fue Joseba. Probablemente no le duraría mucho el frenesí abertzale. Sobre todo tras lo que posteriormente le sucedió en una manifa a favor de los presos.

Pues que allí todo el mundo llevaba enhiesta y como correspondía la ikurriña. ¿Todo el mundo? No. Allí estaban los cuatro del PT y el del bombo. ¡Y como desentonaban aquellos botarates, en aquella circunstancia y momento¡ Porque la verdad, en aquella coyuntura, pues como que no estábamos para banderas republicanas.

Atrevidos si que fueron, porque probablemente en aquella movida ciertamente desentonaban. Además muy recientemente ya habíamos tenidos sus mas y sus menos con ciertos partidos estatalistas que aprovechando nuestro ímpetu soberanista, se metían en la pomada.

Así que el “ikurriñazo” que endiñaron al abanderado republicano –evidentemente no eran modos-, fue de campeonato.

Pues aquel portaestandartes, no era otro que Pepito o Joseba, o quien en tales fechas fuera…

PT y ORT… Por lo menos me consta que anduvo por esos andurriales.

Eran momentos en que los partidos andaban a codazos y se desgañitaban en la cosa de la foto. Un servidor siempre creyó que se trataba fundamentalmente de situarse en un nuevo campo, que ofrecía –como así fue-, un prometedor “modus vivendi” jugoso y ventajoso.

Efectivamente, pasado aquel espejismo revolucionario, todo volvió a su cauce. La vieja clase política y sus vástagos, puro ejercicio cosmético de transformismo, se reinstaló y recuperó las riendas del poder. Y que ahí siguen, como padres de la democracia española, sin ni siquiera haberse despojado de la camisa azul, del caqui o de la sotana.

Ya sabemos que fue de aquellos Josebas, Txikis, Patxis and company y de sus Ikurriñas. Quizás de haberlo sabido no hubiéramos transigido tan simplemente con aquella transición…

 

 

Pepe.

 

 

Dicen que llegado el momento, el padre de Pepito-Joseba, Don Honorio se hartó de las andanzas de su hijo. Dicen que le dijo que estaba harto de pendejadas, de aventuras rojeras y de otras ventosidades.

Ya no habría más Pepitos, ni menos jilipolleces como lo de Joseba. Pepe Goñi a secas. Era más que suficiente.

Porque el prestigio de Don Honorio, tantos años alcalde como jefe del movimiento de su pueblo, ya no soportaba más ni las extravagancias de su hijo, ni sus despilfarros… Y no es por que no tuviera dinero, pero su obligación como padre, era hacer de él un hombre cabal, de provecho, de carrera y de despacho. Eso sí, se lo habría de currar…

El padre tenía grandes proyectos. Estaba seguro de que una vez ventiladas todas las basuras de la transición, las cosas volverían en sí, como volvieron.

Para empezar a bregarse, lo emplearía en la Caja.

Fue sencillo. El apoyo del delegado del gobierno y del propio director, allanaron cualquier dificultad.

De la noche a la mañana, Pepe se vio adosado a una mesa. En la mesa, un letrero que rezaba no se que de desarrollo… Realmente lo que rezara el letrero poco importaba, Pepe se remitía a cumplimentar algunos encargos que le organizaba el jefe de negociado…Eso era todo.

Se de buena tinta, que las relaciones con sus compañeros fueron tan frías como enrarecidas. No solo porque los currelas se figuraban que era los ojos y oídos del jefe, sino porque su cometido, en realidad ni estaba bien definido, ni ofrecía alguna utilidad o un objetivo financiero determinado.

Poco tiempo después, hubo comicios municipales. Su padre lo había inscrito en la UCD. El delegado del gobierno le había asegurado, que aunque la gentes que por allí pululaban eran unos asquerosos arribistas y chaqueteros, prometía futuro.

Así que Pepe, para empezar fue concejal de su pueblo. Don Honorio, desde las sombras sería su asesor, porque el chico todavía estaba muy verde en la cosa de la política.

Pidió una excedencia en el trabajo que se le otorgó con todas las bendiciones y que supuso una gran liberación para toda la oficina.

Y bajo la experta mano de su progenitor, complementó su desahogada o más bien exigua dedicación a la gestión municipal con la dedicación al mundo de la empresa, o si se quiere del chanchullo… Nunca fue un empresario ni tenía madera para ello. Todo era comprar y vender pisos, fincas terrenos…

Lo de la especulación con el producto, ni siquiera era cosa suya, pues siempre quedaba en manos de Don Honorio y sus compinches. El firmaba sin más, al socaire de unos saldos bancarios que engordaban sin sobresaltos.

El día que su padre le habló de matrimonio, sí que se sobresaltó porque él ya tenía un ir y venir bastante satisfactorio y no precisamente con mozas, sobre todo después de haber untado en tantas salsas…

Don Honorio que era un lince, sospechaba algo de las tendencias, para él “perversas” de su hijo. Pues nada, más vale casarse que quemarse.

Hombre, Anita no era una beldad, pero era de buena familia, con pasta, con muchas ganas de hombre y bastante paciente como buena hija de madre.

– Mira hijo -cuentan las malas lenguas que le dijo-, las formas son las formas y sin ellas no somos nada. Un hombre de tu posición tiene que establecerse según unos cánones… Es fundamental. Nadie te dice que no puedas echar luego una cana al aire, todos lo hacemos… Eso la gente siempre lo perdona, lo hace todo el que puede y el que no lo hace es porque no puede. Así es…

Y Pepe, se casó, por todo lo alto en el santuario de moda, obispo incluido, delegado del gobierno y altos cargos de la UCD.

 

 

Don José.

 

 

Don Honorio murió de obeso.

Cristiano de pro, miembro destacado de múltiples cofradías, falangista de convicción y empedernido antivasco…

Todas estas dotes y virtudes, le proporcionaron recursos sobrados para edificar un patrimonio sólido de fincas y empresas y en general una envidiable fortuna.

Unos meses antes de morir, asistió, bien ufano él, a la toma de posesión de su hijo, por fin D. José, de un escaño en el parlamento de Navarra.

Pero llegar hasta ahí, no fue un camino de rosas.

Pepe, tuvo su viacrucis. Dos legislaturas en oscuras concejalías estuvieron a punto de dar al traste con la carrera política del cuitado vástago. Todo por ingenuo y confiado. No se puede meter uno en ciertos negocios, recalificaciones las llaman, sin tener las espaldas bien cubiertas y sobre todo sin untar convenientemente a algunos picapleitos. Pues que le pillaron con las manos en la masa.

Y D. José supo por primera vez qué era eso de encontrarse en el ojo del huracán.

Gracias a que D. Honorio, contrariamente a su hijo, era zorro viejo en estas lides y recababa muchas y agradecidas voluntades.

¡Dále pistas a esos rojos muertos de hambre y verás el cirio que te montan!

Superado razonablemente bien el escollo, hacerlo alcalde, aunque fuera de un pueblucho –tenía que zurrarse el chaval-, para D. Honorio resultaba coser y cantar. Y que además en estos pueblos, se lo monta todo el secretario y que este era un recomendado de él y que no hacía falta incordiar a las altas instancias si no es preciso, que luego te cobran a vellón todos los favores….

Tras inscribirse en el partido de Fraga, porque el tal Aizpún era un cacique con malas pulgas, con el que era imposible congeniar, en dos golpes montó la campaña.

Fue muy sencillo. Un pequeño toque al gerente de su conservera y una llamada de atención al baranda de la “cooperativa” vinícola, fueron suficientes.

Y por fin eso, parlamentario.

Dos legislaturas mariposeó -es todo lo que hizo y se le recomendó- por los pasillos del palacio de Navarra.

Si D. Honorio pasó a mejor vida con la inquietud de que sin él su hijo al final la cag…,  pues se equivocó de cabo a rabo.

Pepito, Pepe, o D. José, se hizo un maestro del camuflaje. Pocos políticos se adiestran en el arte del camaleón como este personajillo.

Cobraba por sesión, por comisión y por omisión, sin que nadie se apercibiera de su presencia o de su ausencia. Alguna vez debió hablar y se le hicieron las oportunas recomendaciones… Recomendaciones que en adelante las llevó a rajatabla.

¡Ay, si D. Honorio, alma y vida de juntas, consejos y reuniones de café levantara la cabeza!

Lo mejor de todo, es que finalmente y cuando menos lo esperaba coincidí con Pepito –para mí siempre será Pepito-, en un crucero de estos que se organizan para burgueses y jubilatas desquihacerados, a los que tengo el irrenunciable honor de pertenecer.

He aquí la razón de esta pequeña semblanza. Y juro que si exceptuamos algunos tópicos propios de cualquier juego más o menos literario, mi relato acata todos los cánones de la veracidad.

Por las trazas que vi en aquella pareja, creo que hoy día a nuestro personaje, el nombre más adecuado o al menos el que mejor me pinta, es el de D. Pepe.

No había perdido la costumbre de embadurnar sus ondas de brillantina. Un rasgo que siempre mantuvo como distintivo inamovible.

Yo no entiendo mucho de perfumes, aunque mi señora me aseguró que era de Givenchy, y que yo la verdad… Eso sí, su difusión, notoria lo era… Quizás de eso se tratara…

Su compañero era bastante más joven, un pipiolo comparado con él. Por  cierto muy risueño. Un rubiales, con labios carnosetes y ojos azules al uso.

A Popa, el gélido viento del Báltico era soportable, sobre todo teniendo en cuenta el agobio del salón.

En aquel espacio desierto, tanto por cortesía como por una secreta curiosidad, no me quedó más remedio que abordarle…

– ¿Nos conocemos…?

Me miró con cierta fijeza, yo creó que me reconoció inmediatamente y que fingió.

– Pues la verdad, tu cara no me resulta desconocida. ¿Eres de Pamplona…?

Me identifiqué.

– Claro… Y mira que… pero que no acertaba a ponerte nombre…

Mentira podrida, me dije a mi mismo.

– El colegio, La Normal...

– Que sí… que no has cambiado tanto…

Otra mentira podrida.

– ¿Como te llamas ahora, Pepito, Pepe, D. José?

– ¿No cambias eh? Sigues tirando con honda…¡Ja, ja!

– Aquellos años del cole… Aún veo a aquel cura…

– Déjame de curas… Son todos unos pervertidos…

– Hombre, todos…

– Si algo admiro de mi padre es cómo los ponía a todos firmes…Y eso que mi casa siempre estaba llena de curas… Siempre a pegarla… Se que los consideraba como una mala raza, pero como decía, siempre hay que guardar las formas y que gracias a ellos se pudo  llevar a cabo la gloriosa cruzada…

– ¿Dejaste la política?

– Ya estaba harto y eso que no me fue mal… aunque esos también los políticos están hechos buenos buitres… Y hacen bien porque bien mirado todos hacemos lo mismo, que aquí nadie está para caridades… Hombre yo no me puedo quejar, dinero da y mucho… Y en Navarra ya sabes… A los vascos que no toquen ni bola, a los rojerillas, se les permite de vez en cuando formular sus eructos mentales, se les deja alguna comisioncita y todos contentos…Y los demás sociatillas y navarreros al pastel… Y que no hay más, créeme… Más tiesos que un ajo los hubiera puestos a todos mi padre… Pues no tenía redaños el viejo… Mira, con el que no pudo nunca fue con aquel famoso Amadeo, Amadeo Marco si no me equivoco. Lo odiaba, sobre todo después de que en cierta ocasión, mi padre le dijo no se que sobre unas ikastolas… Oye, pues que el tío, y mira que mi padre tenía buenos empeños, le mandó a quejarse al mismo generalísimo… Que mira… que paso de todo…ciudadano del mundo, es mas sano…

– ¿Te casaste…?

– Pues sí. Siempre hice lo que me mandaron, hasta que de una vez por todas aprendí. Oye, ahí están mis hijos… No creo que puedan quejarse de nada. A la hija le puse un negocio de perfumería que le va como la seda y al hijo, que por fin gracias a mi padre y a su ascendiente en el Opus pudo acabar la carrera de arquitecto, le monté una empresa constructora… ¿Qué más puede hacer un padre por sus hijos?

– ¿Estás con tú mujer? –evidentemente no estaba con su mujer, pero mi curiosidad…-.

– Mujeres… Mira, tiene una pensión vitalicia que no va a agotar ni aunque se compre todo el corte inglés… Y mira que es una obsesa de las compras… Oye, le dije bien claro, haz tu vida y yo la mía. Si quieres nos divorciamos o si prefieres deja estar las cosas… menos problemas. Pues oye, que le pareció bien. Me importan un bledo sus andanzas y a ella las mías. Mejor que mejor… Perdona, te voy a presentar a un amigo argentinito… ¡Carlitos…!

Llegaba a cubierta con paso vacilante, mientras bajo sus espesas cejas las pupilas bailaban como perdidas…

– Le ha sentado fatal la comida, me comentó Pepito-.

Y luego dirigiéndose a él…

– Que ves un buffet y no te contienes…

– Mo me digás voludeces, viejo… No ves que con este mar medio pasaje anda calamuncano…

– Tiene razón y como esto no cambie me parece que este mareo se va a convertir en una epidemia general.

Luego cogiéndole del brazo…

Va a ser mejor que vayamos al camarote, porque yo mismo, no creas que estoy para echar cohetes… Bueno… lo siento. Espero que encontremos momentos más propicios para charlar un poco.

Asió del brazo a su pareja y al entrar al salón puso solícitamente y sin tapujos un beso, justamente en su coronilla.

¿Qué habrá hecho este sujeto –me pregunté-, para mercarse, al menos aparentemente, este estilo de vida, tan inconscientemente ajena a los avatares y los padecimientos del común de los mortales?  ¿De que mundo será ciudadano, porque el entorno de cualquiera que conozco es demasiado trágico como para no verlo?

Inconsciente, sinvergüenza, insolidario… ¿que mas da?, pasará sin pena ni gloria por este mundo en constante dolores de parto. ¡Vaya con los ciudadanos del mundo!