Para acabar con el mal nuclear

La eliminación de las armas nucleares es el deseo democrático de los habitantes del mundo. Sin embargo, ninguno de los países que actualmente tienen armas nucleares parece prepararse para un futuro sin esos aterradores artefactos. En realidad, todos ellos están despilfarrando miles de millones de dólares en la modernización de sus fuerzas nucleares, con lo que se burlan de las promesas de desarme hechas en las Naciones Unidas. Si permitimos que continúe esa locura, la utilización en algún momento de esos instrumentos de terror parece casi inevitable.

La crisis de la energía nuclear en la central de Fokushima del Japón ha servido de espantoso recordatorio de que acontecimientos considerados improbables pueden ocurrir y, en efecto, ocurren. Ha sido necesaria una tragedia de grandes proporciones para mover a algunos dirigentes a actuar con miras a evitar calamidades similares en reactores nucleares del resto del mundo, pero no debe ser necesario otro Hiroshima o Nagasaki –o un desastre aún mayor– antes de que por fin despierten y reconozcan la urgente necesidad del desarme nuclear.

Esta semana, los ministros de Asuntos Exteriores de cinco países que cuentan con armas nucleares –los Estados Unidos, Rusia, Gran Bretaña, Francia y China– se reunirán en París para examinar los avances en la aplicación de los compromisos de desarme nuclear que subscribieron el año pasado en la conferencia de examen del Tratado sobre la no proliferación de las armas nucleares (TNP). Será una prueba de su resolución de hacer realidad la visión de un futuro libre de armas nucleares.

Si creen en serio en la necesidad de prevenir la diseminación de esas monstruosas armas –e impedir su utilización–, se esforzarán enérgica y diligentemente para eliminarlas completamente. Se debe aplicar uno y el mismo criterio a todos los países: cero. Las armas nucleares son perversas, independientemente de quién las posea. El indecible sufrimiento humano que infligen es el mismo, sea cual fuere la bandera a la que correspondan. Mientras esas armas existan, seguirá existiendo la amenaza de su utilización, ya sea por accidente o por un acto de pura y simple locura.

No debemos tolerar un sistema de apartheid nuclear, en el que se considere legítimo que algunos Estados tengan armas nucleares, pero patentemente inaceptable que otros intenten adquirirlas. Esa doble vara de medir no es una base para la paz y la seguridad en el mundo. El TNP no es una licencia para que las cinco potencias nucleares originales se aferren indefinidamente a esas armas. La Corte Internacional de Justicia ha afirmado que están obligadas legalmente a negociar con buena fe para la eliminación completa de sus fuerzas nucleares.

El nuevo acuerdo START entre los EE.UU. y Rusia, si bien es un paso en la dirección correcta, sólo afectará superficialmente a los inmensos arsenales nucleares de los enemigos enfrentados en la Guerra Fría, que representan el 95 por ciento del total mundial. Además, no se pueden conciliar las actividades de modernización de éstos y otros países con su profesado apoyo a un mundo libre de armas nucleares.

Resulta profundamente preocupante que los EE.UU. hayan asignado 185.000 millones de dólares a aumentar su reserva nuclear a lo largo del próximo decenio, además del presupuesto ordinario anual para armas nucleares de más de 50.000 millones de dólares. También es un motivo de intranquilidad el impulso dado por el Pentágono a la creación de aviones teledirigidos y con armas nucleares: bombas H disparadas por control remoto.

También Rusia ha revelado un plan de modernización de armas nucleares en gran escala, del que forma parte el despliegue de diversos sistemas nuevos de lanzamiento. Entretanto, los políticos británicos se proponen renovar su envejecida flota de submarinos Trident, con un costo de unos 76.000 millones de libras (121.000 de dólares). Al hacerlo, están desaprovechando una oportunidad sin precedentes para tomar la iniciativa en materia de desarme nuclear.

Cada uno de los dólares invertidos en reforzar un arsenal nuclear de un país es una desviación de recursos que deberían ir destinados a escuelas, hospitales y otros servicios sociales y un robo a los millones de personas en todo el mundo que pasan hambre o a las que se deniega el acceso a medicamentos básicos. En lugar de invertir en armas de aniquilación en masa, los gobiernos deberían asignar recursos para satisfacer las necesidades humanas.

El único obstáculo que afrontamos con miras a la abolición de las armas nucleares es la falta de voluntad política, que se puede –y se debe– superar. Dos terceras partes de los Estados miembros de las Naciones Unidas han pedido una convención sobre las armas nucleares similar a los tratados vigentes que prohíben otras categorías de armas particularmente inhumanas e indiscriminadas, desde las biológicas hasta las químicas, pasando por las minas terrestres antipersonal y las municiones en racimo. Semejante tratado es viable y se debe intentar conseguirlo urgentemente.

Es cierto que las armas nucleares ya están inventadas y no se puede volver atrás, pero eso no significa que el del desarme nuclear sea un sueño imposible. Mi país, Sudáfrica, abandonó su arsenal nuclear en el decenio de 1990, al comprender que le resultaba beneficioso carecer de ellas. Por la misma época, los Estados que acababan de conseguir la independencia de Belarús, Kazajstán y Ucrania renunciaron voluntariamente a sus armas nucleares y después se adhirieron al TNP. Otros países han abandonado los programas de armas nucleares, al reconocer que nada bueno podía resultar de ellos. La acumulación mundial de armas nucleares ha disminuido de 68.000 ojivas en plena Guerra fría a 20.000 en la actualidad.

Con el tiempo, todos los gobiernos acabarán reconociendo la fundamental inhumanidad de la amenaza de borrar del mapa ciudades enteras con armas nucleares. Se esforzarán por lograr un mundo en el que semejantes armas hayan desaparecido, donde rija el verdadero imperio de la ley, no el imperio de la fuerza, y se considere la cooperación la mejor garante de la paz internacional, pero un mundo así sólo será posible si los habitantes de todo el mundo se levantan e impugnan la locura nuclear.

 

Desmond Tutu es premio Nobel de la paz y apoya la campaña internacional para abolir las armas nucleares (www.icanw.org).

 

Copyright: Project Syndicate, 2011.

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Traducido del inglés por Carlos Manzano.