Panorama bajo las primeras gotas

Es imposible saber si la cosa continuará hacia un tira y afloja retórico, si las acciones de cada uno se acelerarán de manera irreversible, o si aparecerá la solución pactada, es decir, un referéndum.

El horizonte de las elecciones generales distorsiona el escenario porque para PP y PSOE el incentivo es endurecer las posiciones. Un cambio de postura ahora contradeciría décadas de discurso y sería desastroso electoralmente. Parece inconcebible.

No se trata sólo de una cuestión electoral. El sistema setantayochaesco ha ido concretándose con las décadas de manera que todo el entramado institucional depende de un axioma irrenunciable: la negación de otro sujeto político que no sea la totalidad de los españoles. Este no es un obstáculo menor, y tiene, claro, ramificaciones en la corrupción general, autonómica y municipal, pero también es el apoyo que hizo viable la transición a la democracia. La democracia sólo era posible si se predicaba sobre la indisolubilidad de España. Hoy esto es menos verdad, porque el ejército y la violencia prevalecen menos, pero todas las liturgias del estado, incluyendo la política económica, la racional y la irracional, la bienintencionada y la corrupta, se soportan todavía sobre este dique.

Este cerrojo explica -que no justifica- la corrupción, tanto la catalana como la del resto de instituciones. Un espacio cerrado es siempre un espacio de impunidad. En los estados que tienen la tensión territorial cerrada o dormida, este espacio cerrado es menos determinante, pero en España es la imposibilidad de cuestionar los fundamentos del Estado lo que permite el juego informal bajo la mesa. Hay una discrecionalidad que atraviesa todos los ámbitos, desde el judicial hasta el civil, pasando por el parlamentario. Esto explica también que la corrupción sólo haya aflorado cuando ha sido útil para mantener el sistema. La identificación de corrupción e independentismo es un juego de manos que reafirma la tesis central, sobre todo teniendo en cuenta que las sospechas que se publican -más allá de filtraciones y manipulacions- indican una connivencia entre la gestión de la autonomía y las empresas estatales que controlan los mecanismos del Estado. Aparece un engranaje de religación de los pilares del Estado y las fuerzas vivas.

Las disfunciones que permiten hacer la vista gorda o financiar partidos o enriquecer intermediarios son exactamente las mismas que garantizan los pilares de la democracia española: el bipartidismo, la ley electoral, el aislamiento de las comunidades autónomas con cultura compartida, la indiferencia hacia la diferencia, la división de poderes estética, la politización del Tribunal Constitucional, el control de la prensa, el café para todos, etcétera. Allí donde hay apertura, donde el dogma no cierra, es donde hay progreso. La tensión PSOE-PP de los 80s y 90s permitía la alternativa de propuestas: el estado del bienestar de González, la liberalización de Aznar. Ambas cosas tuvieron consecuencias problemáticas -como las leyes laborales de los 80s que perjudicaban a los jóvenes en favor de los ancianos, o como las privatizaciones clientelares de la era Aznar-, pero también el progreso económico y la integración institucional en la UE.

Sin este mínimo orden insititucional y sus espacios abiertos, España no habría podido aprovechar el empuje económico de los 90s o transformarse en un espacio pacífico en la línea de los valores europeos. Todo esto es perfectamente matizable, y de hecho yo mismo podría estirarlo hasta el detalle más pequeño, equilibrando cosas positivas y negativas, pero el resumen es este: lo mismo que hizo a España viable saliendo del franquismo la hace inviable hoy. La razón es simple: cualquier orden produce beneficios, pero también se vuelve esclerótico si depende de un dogma.

De hecho, la hegemonía del independentismo tampoco habría sido posible sin la burbuja de oxígeno que la democracia española creó en el espacio autonómico, aunque fuera de cartón piedra. Y su intensidad de los últimos años en Cataluña es sobre todo una manera de poner a prueba la calidad democrática de España porque pone en evidencia la arbitrariedad del dogma. También por este motivo genera odio.

Siguiendo la norma no escrita según la cual las decisiones más impopulares las debe tomar el partido menos sospechoso de desearlas, el PP era el partido que podía, hace meses, abrirse a una negociación a la canadiense o la británica. Ni el caso británico ni el canadiense se pueden traducir por completo a España, pero ambos tienen particularidades que son aplicables a ella.

En el caso británico, la naturaleza de su orden constitucional -mucho menos explícito que el europeo continental- facilita la flexibilidad con la que Cameron asumió la victoria de los independentistas en Escocia (con un 44%, por cierto), y esto no es aplicable a España, al menos no del todo. Pero, en cambio, los valores políticos que articularon el pacto son profundamente europeos, tienen incorporadas todas las lecciones aprendidas durante el siglo XX. El respeto al mandato democrático, la negociación bilateral, la aceptación de los hechos por encima de los axiomas, la pulcritud procesal, la pragmática jurídica, la resistencia a la estigmatización y la lealtad personal. Las brasas del Imperio Británico, tan poco democrático, dejaron una ceniza finísima en el alma inglesa: cuesta mucho ser ciego a las reclamaciones escocesas cuando has aprendido a ver los ángeles y los demonios.

En el caso canadiense, la cosa es más sencilla. La famosa sentencia del Tribunal Supremo de Canadá, y ley de claridad que ordenó la cuestión, no acepta el derecho a la autodeterminación de Quebec. Pero entiende que los principios democráticos y de autonomía que son fundamentales en la constitución hacen imposible negar la legitimidad de las reclamaciones secesionistas. Aunque la ley no lo permita explícitamente, los principios que hacen posible todo el ordenamiento jurídico hacen posible el referéndum y, en caso de resultado independentista, la negociación para responder al mandato popular. Estos límites de la ley de claridad es una de las razones por las que no ha sido aceptada por los secesionistas de Quebec, aparte de que la ley establece algunos condicionantes que favorecen el unionismo. En todo caso, lo más relevante es la sentencia, que es la puerta de la jaula.

Esta vía sí es posible en España, combinada con los valores europeos británicos -de hecho, la sentencia del TC que anulaba el 9N mencionaba la sentencia de Canadá-. No hay que olvidar que las leyes son textos escritos. Y su punto de fuga es la lectura. Todos los juristas, independientemente de sus posturas ideológicas, saben que el de la interpretación es el problema jurídico más importante, porque no existen los significados literales de las palabras -son siempre móviles-.

En la letra impresa de la Constitución Española cabe de sobra una interpretación canadiense-británica. Pero implica cambiar la lectura que se ha hecho desde mediados de los 80. Y como se refiere al pilar fundamental de la forma en que la mayoría de España se entiende a sí misma, implica una reinterpretación de España misma, más cercana a las tensiones que la han atravesada desde finales del siglo XVII. Hacía falta una masa crítica intelectual y una audacia política que nunca se ha cultivado. El raquistismo del liberalismo español y la renuncia de la izquierda estatal disputar el campo del nacionalismo centralista hace que el músculo pragmático de la política y la cultura españolas -también catalanas- sea insuficiente y esté poco entrenado.

Si nos acercamos a la situación inmediata, el horizonte de las elecciones generales sólo incentiva el endurecimiento de este inmovilismo. Si el PP podía plantearse una apertura -que, paradójicamente, hubiera incrementado las posibilidades de éxito de una España unida y diferente-, el proceso electoral de este otoño hace imposible que sea concebible. El discurso acumulado y el círculos cognitivos cerrados de la capital han propicial que las alternativas a los dos grandes partidos políticos españoles sean o más centralistas todavía o bien más débiles intelectualmente.

C’s le cierra el flanco al PP porque se ha curtido en el campo de juego catalán y eso le da más credibilidad unionista. Cualquier gesto del PP pre-elecciones sólo alimenta a C’s. Al PSOE le pasa tres cuartos de lo mismo: la época del Estatuto le abrió un flanco que hoy Pedro Sánchez intenta cerrar con banderas españolas gigantes y discursos jacobinos. El PSOE nunca defendió la necesidad de la segunda oleada de estatutos por razones de fondo, sino sólo instrumentales -un poco como hace Podemos hoy-. Por eso el PP le pudo disputar el campo simplemente endureciéndose. La lección que extrajeron es que hay que parecer tan o más duro que el PP. Es una competición a ver quién tiene el españolismo más amplio. En España ahora mismo sólo hay estatismos. Siempre digo que las únicas pulsiones ácratas que hay en Castilla son las monjas de clausura y los Panero. Y eso que el Quijote y Santa Teresa de Jesús podrían ser fondos inagotables.

El resumen es que la única salida que les ha quedado ha sido insistir en el prejuicio. La deshumanización de los independentistas es la palabra de orden: permitiendo medidas drásticas amparadas bajo el estado de excepción moral. Y no hay ningún discurso mínimamente articulado en el mundo intelectual y político español que pueda desmontarlo con suficiente fuerza para penetrar en los eslóganes electorales de las ruedas de prensa.

Incluso Podemos se vuelca a los discursos patrióticos. Podemos no habla nunca de discriminación o deshumanización -lo que sería coherente con el pensamiento de sus líderes cuando aún no eran políticos- sino que propone un parche inconcreto y empático que le queda paternalista y falso. De hecho, el análisis que hicieron tras la derrota del 27S fue que no podían competir en españolidad con C’s. Por eso Iglesias dice ahora que le gusta la rojigualda. Y se desinfla, en este campo. Esto le ha abierto un flanco en Barcelona y Valencia, donde las fuerzas con las que converge le reclaman grupos parlamentarios propios.

No es un hecho menor. Iglesias tenía una estrategia clásica: aprovechar los espacios heterodoxos de ‘la periferia’ sin tener que pagar el precio en el centro. Pactar con ICV y Compromiso en el Mediterráneo, pero imponiendo la marca Podemos, que es garantía de discurso social centralista -por la vía del igualitarismo- en la vertiente atlántica de la península.

Pero las contradicciones no son estéticas ni disolubles con Laclau, y ahora las Colau que han surgido de las municipales reclaman su espacio de poder. Colau y no Laclau. Mientras tanto, Iglesias predica que su estrategia garantiza mejor la unidad de España -no la democracia o la justicia-, y cree tener suficiente con parecer más moderado que los demás. La dureza del PP, PSOE y C’s le ha abierto una brecha que le permite pedir un referéndum o un reconocimiento simbólico de Cataluña que lo diferencie de la intransigencia de los demás. De momento, seguimos en un paradigma ambiguo e instrumental, pero es posible que el endurecimiento del escenario y la toma de conciencia de la imposibilidad de la victoria, le hagan derivar hacia posiciones más profundas.

Podemos podría haber sido la reserva moral que ofreciera una España consciente de su historia y pluralidad. Cuando mis amigos de izquierdas españoles me dicen que no puedo juzgar España por lo que pasó en la transición porque las nuevas generaciones son diferentes tienen parte de razón, pero el punto de fuga es el mismo que con los progresistas de los 80: si estás dispuesto a pagar el precio de decirlo en voz alta y ser consecuente políticamente. ¿Cambiarías tu voto por la cuestión territorial, amigo de Ciudad Real? Hoy por hoy no. Es sólo el talante, de nuevo. Por ahora. Por eso incluso Rabell y Duran, que dicen estar a favor de un referéndum pactado, hablan de 10, 20 o 30 años para conseguirlo. Es una forma de decir que los electores españoles no están preparados. Como si les faltara civilizarse. Tengo demasiado respeto por los ciudadanos españoles para hablar en estos términos. Creo que es un juego de intereses consciente, acompañado por el punto ciego ideológico que todo el mundo tiene respecto de las rutinas políticas del cada día, yo también.

Dado que el artículo es corto, me gustaría hacer un inciso sobre la deshumanización. Nos hemos acostumbrado. Hasta el punto que denunciarla se ha convertido en un cliché de bando. Ningún catalán unionista, ningún catalán ‘neutralista’ se preocupa por señalar la profunda estigmatización de los catalanes (sí, todos) y la deshumanización de los soberanistas porque les parece que alimenta el discurso secesionista. Pero la degradación del catalán independentista en el tamaño del odio es muy grave porque hace posible cualquier medida, por desproporcionada que sea, y hace culpable al otro. La minifalda es demasiado corta, la culpa es de los padres que las visten como putas. Toda violencia, insitucional o física, comienza con el aniquilamiento de la espontaneidad, la negación de la razonabilidad del adversario, la corrosión de su humanidad. La única respuesta posible es afirmarse, calmada y firmemente. Y repetir incansablemente a nuestros ‘neutralistas’ que están pavimentando la ruta hacia la negación de sus conciudadanos. La convocatoria, por parte de Rajoy, de todos los líderes políticos menos los independentistas es sin ninguna brizna de duda la lenta e inexorable creación de la noción de enemigo -sí-, Schmittiana. El otro: el enemigo. Toda la literatura que se ha escrito sobre cómo los catalanes desprecian a los españoles, los odian y los tratan como “el otro;” toda esta prosa mierdosa sobre la cuestión -que ha llevado a los partidos catalanes a desarrollar uno de los discursos independentistas más inclusivos de la historia de la Vía Làctea-, desaparece cuando el Estado, con el monopolio de la violencia, se dedica a construir incansablemente los límites del enemigo. En fin.

Hoy, pues, es más plausible el endurecimiento que la apertura.

Esto ayuda a la evolución de la vía unilateral catalana, pero también pone en peligro la civilidad. Son momentos delicados, ultrafrágiles, y hará falta un músculo político y discursivo que no sé si tenemos. Un amigo me decía el otro día que quizás Cataluña no tiene suficiente fuerza para independendizarse, pero le basta para hacer volar por los aires el sistema de reparto español. Superar esta incapacidad es la clave.

La declaración firmada por JxS y la CUP alimenta este estado de cosas. Por primera vez, incluye medidas concretas -la hacienda, la seguridad social, la desobediencia al TC- y por tanto obliga a reacciones concretas. Las elecciones del 27S han sido más importantes de lo que parece ahora. El resultado, como decía Javier Cercas en un artículo en El País, ha sido inesperado para mucha gente que todavía pensaba que tal vez, a la hora de la verdad, todo era un juego de espejos. La escena del himno en el Parlamento, desde el punto de vista simbólico, me la trae totalmente floja: de hecho, me gusta vivir en un país donde la gente pueda no cantar el himno, como decía Jordi Muñoz. Pero no es por acratismo o antinacionalismo que C’s y el PP no lo cantaron. Es por un acto de negación de su calidad simbólica. Nunca dejarían de respetar el español, para entendernos. Este gesto indica una postura de fondo: hay confrontarse al independentismo sin ninguna fisura. No está muy claro si es sólo retórico, la vida después de todo empuja, pero si es un síntoma de confrontación, vamos a una legislatura que resulta imprevisible y que no dará ningún margen al encuentro razonable hasta que no haya hechos consumados.

En este contexto, Cataluña vive un momento tragicómico, que recoge todos los ridículos del proceso tanto como las tragedias que se reproducen cíclicamente en cada momento álgido de la historia. Por supuesto, también explotan a la vista de todos nuestras carencias.

Concretando, todo parece indicar que el pacto entre JxS y la CUP es imposible. Las razones no son menores, y no basta con decir que el momento exige renuncias, aunque sea verdad.

Investir a Mas tiene un coste muy alto para la CUP. No se trata sólo de un coste electoral o estético, es también un coste ideológico y moral. Durante la campaña, y durante toda la legislatura, la CUP ha insistido en que Mas era el responsable de la derechización del gobierno de la Generalitat y que, por tanto, hacía de tapón en el crecimiento independentista hacia la izquierda, en la frontera con Podemos e ICV, y es la razón de parte de las injusticias del país, tal y como ellos las diagnostican. Pero representa todo lo que los electores de la CUP quieren cambiar. Defenestrar a Mas, sin embargo, no soluciona en absoluto este problema, mientras haya 1,6 millones de personas dispuestas a votar una lista que promete hacerlo presidente. El problema, si acaso, es que el discurso rupturista y anticapitalista de la CUP no penetra en el espacio que han construido CDC, ERC, MES y Demócratas de Cataluña.

Defenestrar a Mas también tiene un coste demasiado alto para JxS. Más allá del compromiso electoral, difícilmente rebatible, Mas es el político que cubre el flanco de la gente de orden y moderada del país. Pero representa el viraje de Convergencia hacia el independentismo y su presencia es garantía de una manera de hacer las cosas que enjuaga el miedo. Pero podría irse, nadie es imprescindible. Pero no puede irse porque lo exige la CUP. Esta circunstancia abriría un escenario en Cataluña que arrastraría a muchos electores hacia posiciones autonomistas. El país en manos de los anarco-comunistas, por decirlo de la manera que hablan los atavismos. Los beneficiados serían Duran y el PSC. Incluso C ‘s.

La CUP se equivoca si da a los votantes convergentes de JxS por descontados, de la misma manera que JxS no puede dar los votos anticapitalistas por descontados. Así como muchos cupaires no apoyarían una autodeterminación de derechas, muchos votantes de JxS no apoyarían una autodeterminación antisistema. Casi nadie es unívoco en sus deseos políticos, y es comprensible: ¿serías unionista o independentista si el precio fuera el hambre o la dictadura?

El momento es tragicómico porque los partidos estatales están agrupándose en torno a una regresión democrática. La suspensión de la autonomía es hoy ‘trending topic’ en los cerebros que urden la respuesta estatal.

Pero como la CUP no se fía de Mas y lo tiene por un tapón -cuando es al revés, como se ve en la crónica sobre el consejo de Gobierno que M. Dolores García publicó en La Vanguardia: es Mas quien lidera el independentismo interno-, las posiciones se han endemoniado. Mas es quien ha liderado el viraje de CDC y ha roto con UDC en el momento más propicio. La sustitución de Oriol Pujol y la visibilidad de Felip Puig, por Munté, Turull y Rull también forma parte de este viraje -aunque habría que añadir muchos matices aquí. Pero, de hecho, cuando en 2012 CiU perdió 12 diputados, quien quedó debilitado es el sector independentista de CDC, y Mas tuvo que hacer lo imposible por mantener el rumbo. Hacer marchar a Mas es abrir la caja de las ambiciones en CDC y, aparte de que no hay nadie con suficiente fuerza moral para sustituirlo sin una guerra civil en el interior del partido, implica repartir las cartas entre políticos de los que no conocemos los puntos débiles. Con la balsa agitada, los poderes fácticos de Barcelona harían su agosto. Paradójicamente, Mas es la garantía de la Convergencia que la CUP puede digerir. Es el principal aliado para hacer real su estrategia.

Pero el fantasma atávico de la división orden/desorden será explotado por los contrarios a la emancipación mientras Mas no sea investido. Y si es investido, la CUP será tachada de traidora a las clases populares. El único pacto posible pasa por la ley no escrita según la cual las decisiones más impopulares las debe tomar el partido menos sospechoso de desearlas: la CUP garantiza el orden porque entiende a Mas como una ventaja instrumental, y JxS garantiza un espacio de desorden donde todas las ideologías tienen una oportunidad libre de estigmas. En cambio, la defenestración de Mas abriría la puerta al sector más conservador de Convergencia, y la presión sobre la CUP, a su sector menos flexible. ¿Quién quiere una carrera sucesoria en Convergencia? ¿Quién quiere una CUP encerrada en los cuarteles de invierno?

Yo no soy cupólogo, pero mi impresión es que la CUP es un partido bastante atípico como para pensar de manera específica. La CUP sólo se puede convencer a sí misma, porque la naturaleza asamblearia y divergente de su praxis política incentiva la discusión abierta tanto como, en caso de duda, el cierre filas en torno a los principios que los definen. Es eso que la gente llama coherencia y que yo creo que se entiende mejor si se llama consistencia.

Simplificando, diría que en la CUP hay dos sectores. Los primeros son más inflexibles, más consistentes. Son los que votaron NO a que la CUP se presentara a las elecciones al Parlamento -y perdieron-. Vienen de las organizaciones de la Izquierda Independentista, como Endavant. Incluyen también a algunos de los más jóvenes, como los de ARRAN, que sostienen algunas de las posiciones más dogmáticas, me dicen. Y no están dispuestos a ceder ni un milímetro. Pero también son justamente los que no han evitado que los candidatos a las elecciones -Fernández y Baños- sean más paladeables por la izquierda menos disciplinada.

El otro sector de la CUP es más flexible, más pragmático. No digo que sean más débiles en sus convicciones, digo que aplican un pensamiento estratégico más vertical. Están dispuestos a asumir contradicciones en favor de ser operativos. Este sector entiendo que es un batiburrillo muy plural, que tiene gente de la órbita del extinto MDT, independientes, trotskistas de En Lucha, militantes de la ANC, anarquistas, etc. Esta división es muy tentativa, y creo que, en el caso de los votantes, es más fácil de entender si se articula alrededor de viejo votante/nuevo votante. El crecimiento espectacular del partido y la clase de candidatos que presentan les ha llevado a lugares más heterodoxos y pragmáticos. De hecho, en la encuesta preelectoral del CIS -cada uno que le dé la credibilidad que quiera- hasta un 60% de los votantes de la CUP valoran a Mas positivamente.

En las últimas semanas ha habido reuniones maratonianas y asambleas diversas. La CUP tiene sus ritmos y pone orden en la sus opciones a través de la conversación exhaustiva. Si la presión sobre la CUP se ejerce con los métodos políticos tradicionales, el sector consistente tomará el control. Si la caja de resonancia asamblearia es capaz de hacer valer los principios estratégicos verticales, podríamos estar a las puertas de un cambio realmente significativo en la política catalana. No me hago ilusiones y no sé muy bien si este análisis produce algún sentido dentro de la CUP. Un día me gustaría ir a una de sus asambleas.

Ahora bien, las reacciones que el Estado está preparando podrían abrir la puerta. Si vienen acciones irreversibles, como la suspensión de la autonomía, es necesario un gobierno inapelable desde todos los frentes, también el internacional. Esto hoy pasa por Mas. Pero puede contener al sector moderado, dar legitimidad interna. Y de cara al mundo, ofrece una imagen razonable del independentismo, que lo aleja tanto de la Liga Norte como de Tsipras. Es un capital que no valoramos lo suficiente. Que Mas se retire, aparte de provocar que tengamos que presentar a otro hombre/mujer fuerte en el mundo, implica perder uno de los políticos con más instinto que tenemos a la hora de negociar con los poderes exteriores y con la prensa internacional. Un escenario en el que la CUP estalla Mas, provoca al menos un año para hacer entender a la prensa internacional que no somos cautivos de la pulsión venezolana, sin contar a la gente de centro-derecha que se descolgaría. Hablo de discurso. Ya sé que mis amigos de la CUP me dirán que se le puede hacer consejero de Exteriores, pero esa no es la cuestión. La cuestión es: Si Gila llama a Cataluña, ¿quién se pone? Esto no quiere decir que no se pueda redefinir la presidencia, y aquí hay un agujero, pero con el resultado electoral en la mano y con las necesidades presentes, la alternativa es o Mas acondicionado o elecciones a principios de año.

Por otra parte, si en lugar del enrocamiento, tras las elecciones se abre la posibilidad de un referéndum, sólo será con una posición catalana creíble, y eso implica desobediencias incrementales, con calendario, que se cumplan con gran orden y concierto. Y aquí es donde la CUP se puede hacer valer y es necesaria. Como se ve en la crónica de Dolores García en La Vanguardia, las exigencias de la CUP son el argumento perfecto para subir el listón. Aquí JxS también tiene trabajo interno que hacer. También en Convergencia hay un sector ultraconsistente que se niega a ceder ni un palmo los “anarco-comunistas”. En este país todo el mundo tiene memorias.

En cualquiera de los dos casos, las fuerzas y la autoridad moral acumuladas por Mas y por la CUP son indespensables. Ninguno de los dos puede lograrlo solo. Es tragicómico, pero también coherente: un país sólo puede fundarse si todo el mundo tiene espacio.

El único pacto que veo posible es el que haga posible un gobierno presidido por Mas, con un calendario estricto de acciones irreversibles, que deje claro el margen de negociación, y con una configuración del ejecutivo transversal, que garantice la permeabilidad de las consejerías con el discurso social de la izquierda tanto como la seriedad de los procedimientos institucionales. También habría que delegar algunas funciones de la presidencia, que refleje el liderazgo compartido de la candidatura de JxS, sobre todo con Junqueras: ¿Consejero? ¿Vicepresidentes ejecutivos? Que todos los flancos queden cubiertos.

También el de la discrepancia. Este pacto tiene un coste muy alto para ambos lados, y ambos lados deben poder confrontarse para dejar claras sus diferencias. Esto quiere decir que la CUP debe poder ser la oposición más intensa al gobierno, y que JxS debe poder reivindicar la estrategia incremental que ha orquestado Mas desde el comienzo. JxS no es anticapitalista, y la CUP no es processista.

La alternativa son unas elecciones a principios de año. Estas elecciones las carga el diablo. ¿Y si el resultado es idéntico? Podríamos estar abriendo un momento de debilidad estructural que haría posible la estrategia aplanadora de las fuerzas estatales. Podríamos estar propiciando 15 años más autonisme.

Los líderes de la CUP y de JxS deberían tener muy claro qué están dispuestos a renunciar. Si la CUP renuncia a defenestrar a Mas, necesita tener muy claro qué serie de condiciones son irrenunciables. Si JxS renuncia a aplicar el corazón de su estrategia, necesita tener muy claro qué pasos son irrenunciables. Tengo ideas, pero son castillos en el aire. Quizá valdría la pena hacer como hizo Carter 78 en la negociación entre Sadat y Begin para acabar con el conflicto Israelo-egipcio. Que un tercer actor haga un documento. Este documento se negocia con cada parte por separado. Y cuando algo no se enmienda se da por acordado. Cuando se subsana, se va a la otra parte y se negocia. Y así ir y venir hasta que haya acuerdo. ¿Quién podría hacer este papel? Sólo se me ocurre alguna figura retirada de ERC, pero francamente no sé si hay alguien en condiciones de ganarse la confianza de las dos bandas.

El pacto es tan imposible como fundar un país. Por eso el desacuerdo es el centro de nuestra historia, que se repite sísificamente. Por eso la autodeterminación sólo es posible con una reconciliación, por muy efímera, frágil e instrumental que sea, que no cancele ninguna de las discrepancias. En el panorama bajo las primeras gotas, la alternativa es una larga y brutal tormenta. No nos quedemos a la intemperie.