Ocho verdades incómodas sobre el independentismo

1. Se han escrito decenas de hojas de ruta. Hemos dedicado horas y horas a debatir todas las opciones, hipótesis y posibilidades. Todo el mundo tiene ideas sobre qué hacer mañana y qué paso debería ser el siguiente. Tantas cabezas, tantos sombreros. Pero en realidad, como dice Descartes al principio del ‘Discurso del método’, caminamos como un hombre en un cuarto oscuro a tientas. Nadie sabe a ciencia cierta qué pasará pasado mañana ni cómo habrá que reaccionar. Y no estamos preparados para convivir con la incertidumbre. Nos han educado a querer tenerlo todo controlado. Y de la incertidumbre a la impaciencia hay una separación muy fina.

 

2. El azar de la historia quiso que coincidieran al frente de los partidos políticos tres figuras como Artur Mas, Oriol Junqueras y David Fernández. Hemos dicho muchas veces que la evolución del proceso de independencia no se podía explicar sin este triple factor. Pero no hemos dicho que la segunda fila es, en el mejor de los casos, una incertidumbre absoluta. En todas partes hay excepciones y casos de políticos honestos y bien preparados. Pero la capacidad política de esos tres animales no se adivina en ninguno de los de la segunda fila.

 

3. Afortunadamente, el criterio democrático es prioritario en el movimiento independentista. Esto hizo que el 27-S se viviera como una victoria amarga. En unas elecciones se gana con escaños, pero la idea de plebiscito nos situaba automáticamente en la barrera mental del 50% de votos. El éxito de la mayoría absoluta parlamentaria no pudo tapar la decepción de no haber superado la mitad más uno de los votos emitidos. El independentismo tiene legitimidad para gobernar según su programa. Y eso significa el camino para construir un Estado independiente en Cataluña tratando de reunir todos los votos nuevos que sean posibles para llegar al final del trayecto con más del 50% de los votos. Ser demócratas es una cuestión de método y de resultados.

 

4. Si el 27-S ganó la independencia, alguien podía pensar que el 20-D no era necesario ir a las elecciones españolas. Pero Cataluña todavía no es un Estado independiente. Tenemos muchas ganas de mandarlo todo a paseo. Pero todavía hay que plantar batalla en todos los rincones y frentes donde se pueda. Hay que aprovechar todas las tribunas y todos los altavoces. El 20-D hay que ir a votar independencia para evitar que nadie pueda hablar en nuestro nombre en España y ante la comunidad internacional. Por comodidad y coherencia, me quedaría en casa. Por responsabilidad y ganas de ganar, habrá que ir a votar.

 

5. Nos pierde la estética. Está claro que queremos hacer las cosas bonitas y con gracia. Pero tenemos que acabar de afilar el instinto de ganar. Dicen que Cruyff y Guardiola nos han cambiado la mentalidad colectiva. Y quizás sí que es cierto que han conseguido que aprendiéramos a tomar la iniciativa. Pero me temo que nos falta saber rematar. ¿Conocéis aquellos partidos de balonmano en el que los atacantes se van pasando la pelota de punta a punta sin terminar de hacer nada más? Pues hacemos un poco esto. Es necesario que aprendamos a clavar los colmillos en el cuello y a rematar el trabajo. Para ganar hay que morder.

 

6. La relación de los catalanes con el poder no es buena. Hemos vivido tantos siglos contra un poder que nos venía en contra que hemos desarrollado una desconfianza patológica al mismo. El poder no es nada malo. Son los gobernantes los que lo pueden ser. Y nos hemos de tatuar una frase en la frente: ‘Sin responsabilidad y ejercicio del poder no hay libertad posible’. Los estados funcionan cuando son capaces de cumplir y hacer cumplir las leyes y las decisiones tomadas por el poder democrático que gobierna. Hay que ser crítico con el poder. Hay que vigilar de cerca el poder. Hay que poner límites al poder. Pero no se debe ser contrario al poder por definición. Hay que esforzarse para que se ejerza con sentido de la justicia y el respeto.

 

7. Nos hemos llegado a creer que el independentismo era un estado irreversible. Hemos oído mil veces que cuando uno se volvía independentista no volvía nunca atrás. Esto nos ha hecho creer que el proceso terminaría bien por definición. Como si estuviéramos destinados a ganar. Y no es cierto nada de eso. Nadie puede saber ahora dónde estaremos como pueblo dentro de un año. Si no somos capaces de concretar los acuerdos que permitan ejercer con determinación el mandato democrático y la mayoría parlamentaria, lo más normal es que empecemos a perder fuerza en favor de opciones que ahora nos parecen callejones sin salida. No hay nada irreversible en política, y no hay que confiarse nunca.

 

8. Todavía hay políticos, analistas y periodistas que se creen y hacen creer que los vagones de los trenes que van por la tercera vía pueden incorporarse a la locomotora de la vía libre. Pero no es cierto. Son vías que van en direcciones contrarias. Sí puede ocurrir que los pasajeros de un vagón decidan hacer transbordo y cambiar de vagón y de vía. Pero los vagones y los maquinistas ya hace tiempo que lo ven claro y han puesto en marcha los motores. Hacer creer que cogiendo un vagón que ahora va en una dirección es posible acabar llegando al destino contrario, es falso. ¿No se entiende la metáfora? Pues que el invento de los ‘Podemos’ y los ‘Comunes’ y todo es un tren que va en la dirección contraria de la independencia. Puede que algún día llegarán a la estación de la independencia. Pero ahora hablábamos de llegar en el siglo XXI.

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