No son los pactos lo que ha fallado

Hoy en España pocos se atreven a rascar la superficie de la realidad política, porque eso genera un cierto vértigo. Esgrimen una explicación trivial, y de paso evitan un tabú. Las elecciones -aseguran- se deberán repetir porque no se han hecho efectivos los pactos parlamentarios necesarios para formar gobierno. Es el descubrimiento del Mediterráneo. El gran tabú son las razones profundas de este fracaso. Ni Rajoy ni Pedro Sánchez han sido capaces de entenderse entre ellos, ni tampoco de sumar con Albert Rivera o con Pablo Iglesias, o con ambos a la vez. De momento, sin embargo, seguimos en la superficie de la cuestión. ¿Por qué, a pesar de la trascendencia de la situación, no han podido o sabido ponerse de acuerdo? ¿Desavenencias ideológicas imposibles de consensuar? ¿Miserias de la partitocracia? ¿Ambiciones y egoísmos personales? ¿Liderazgos mal entendidos? ¿Presiones externas de todo tipo? ¿Cálculos tácticos de vuelo gallináceo? Seguro que todo esto que acabamos de enumerar ha sido importante, y aún podríamos añadir más factores dignos de ser tenidos en cuenta. Todo ello, sin embargo, no explica un fracaso de estas dimensiones que, en cierto modo, forma parte de la inercia política, casi de la normalidad, aquí y en todas partes.

Las elecciones se repetirán porque los grandes partidos españoles no tienen ningún proyecto factible para España; en las circunstancias actuales, esto no es posible ni siquiera a medio plazo. He aquí el gran tabú que casi nadie se atreve a verbalizar en la prensa española: sin resolver la cuestión catalana, hoy es inútil plantear escenarios de futuro, en la medida en que el futuro de España pasa por cerrar este tema en un sentido o en otro. Dicho así, puede parecer que los catalanes pensamos que somos el ombligo del mundo o, al menos, de la política española. No se trata de eso, ni de otras consideraciones igualmente tontas y rudimentarias. La cuestión es más bien otra: Cataluña representa casi el 20% del PIB español. Sin su contribución, la viabilidad económica de extensas zonas de España donde la sobrecontratación de funcionarios y/o los subsidios directos o indirectos son la norma, resulta inimaginable. No se trata, pues, de ningún choque de nacionalismos, ni del operístico ‘desgarro’ al que se refería hace un par de años el ministro en funciones Margallo, sino de otra cosa. Si mañana, por ejemplo, Canarias o Asturias iniciaran un proceso de secesión, España lo viviría mayoritariamente -supongo- como una ruptura de su unidad nacional, de su historia, etc. como un ‘desgarro’, siguiendo con la denominación de Margallo. Esto tampoco representaría ninguna rareza, ni en España ni en ninguna parte: el desmembramiento de un país no es ninguna anécdota. La diferencia radica en el hecho de que una España sin Canarias o sin Asturias resulta perfectamente imaginable, pero sin Cataluña no. Hoy por hoy, no sería viable como Estado, y ni siquiera se ajustaría a muchas de las condiciones de ingreso en la Unión Europea. Más adelante habría una recomposición que pasaría por hacer cosas que se habían ido postergando desde hace siglos, como una reforma agraria real o una reestructuración profunda basada en la erradicación del esquema radial. Cabe decir que debería pasar a lo menos una generación para que este cambio obtuviera algún resultado positivo.

En junio habrá de nuevo elecciones al Parlamento español. Esto representa una anomalía, un síntoma de que hay algo que no funciona. Sin embargo, comparada con lo que acabamos de explicar, esta disfunción política coyuntural casi no tiene importancia. El problema de fondo es y seguirá siendo otro. El mal llamado inmovilismo de Rajoy en relación a Cataluña -que en realidad es una mezcla de pereza, incompetencia e irresponsabilidad- no servirá una vez más de nada. Ni el actual presidente español en funciones, ni Pedro Sánchez, ni nadie pueden pretender albergar una idea creíble sobre el futuro de España sin saber qué será exactamente España en un futuro no muy lejano. En las circunstancias actuales, ya no tienen mucho sentido ni las medias tintas ni los eufemismos de siempre. Tampoco resulta honesto ni serio insistir en cosas como el federalismo sin federalistas, o las reformas para reformar la reformabilidad reformada de la reforma constitucional, u otros juegos de manos por el estilo. Quien quiera liderar una mayoría nítida en España a partir del mes de junio deberá decir, justamente, qué piensa hacer en relación con el futuro de España, lo que hoy implica hablar del futuro de Cataluña. De lo contrario, todo este sainete no habrá servido de nada, e iniciaremos otro que será más triste y agónico.

ARA