Militantes

Ya se sabe, y todo el mundo (fuera de los seguidores del PP) lo repite una y otra vez, que los triunfos de la derecha española (incluida especialmente la variante regional valenciana) se deben a su poder mediático, a la red clientelar, a los agradecidos, a los engañados, a la propaganda abusiva, y a tantas otras muestras de la prepotencia de sus dirigentes y del populismo burdo de sus mensajes. Bien, supongamos que todo esto sea verdad. Será verdad, pues, pero no es suficiente explicación. Porque hay una cosa que se llama militancia, y que va asociada a ciertas convicciones y a la voluntad de defenderlas, y a ciertos comportamientos personales y públicos que expresan en voz alta estas convicciones y esa voluntad. No sé si ustedes tienen costumbre de escuchar las conversaciones en el autobús, en los bancos públicos, en la mesa vecina del bar, y en todo tipo de lugares donde se congrega la gente. Yo tengo ese vicio o práctica, y me gusta ir con la oreja atenta: quizá tantos años de practicar el arte de la antropología cultural tiene algo que ver. Mi oreja, pues, percibe que en todas partes del País Valenciano es mucho más fácil escuchar frases y conversaciones en voz alta llenas de los tópicos habituales de la derecha (que aquí quiere decir del PP, no hay que decirlo), llenas de prejuicios y falsedades que ustedes imaginan (obra, o no, de ciertas radios, televisiones y periódicos), que escuchar en él ideas y palabras digamos de izquierda con la misma abundancia y contundencia. Esto se llama también hegemonía cultural: hay posiciones, ideas, juicios positivos o negativos, etc., Que se convierten en convicciones asumidas como naturales, como lo que las personas normales dicen y piensan, y que por tanto llegan a ocupar la mayor parte del espacio público, mental, político o social. Esto no es ninguna afirmación científica, ni teoría, ni me entretendré ahora en explicarlo: ésto es simplemente una constatación. La gente de derecha (que en el País Valenciano quiere decir, redundantemente, derecha española) se considera, sin ser expresamente consciente, portadora del discurso dominante, hegemónico, natural, y actúa y habla en consecuencia. Una consecuencia, por ejemplo, es afiliarse masivamente al Partido Popular, que encarna y vehicula este discurso, y que en el País Valenciano tiene un número de militantes realmente fabuloso: si hay un partido de masas es éste. Hasta el punto de que en algunos lugares de nuestro extremo sur los afiliados (con carné) de la derecha son más numerosos que los votantes de la izquierda.

Nunca me ha gustado la palabra militante, justamente por la resonancia cuartelera. Militantes, militares, marcar el paso, combates, oficiales, órdenes y jerarquía. La política como un campo de batalla donde se enfrentan formaciones de tropa armada. El concepto y la palabra, ciertamente, son creación histórica de la izquierda europea combativa, supongo que a lo largo del siglo XIX y a primeros del XX. A menudo era sólo una metáfora, a veces era más que eso, con “lucha final”, “barricadas” y otros hechos y fantasías. Han quedado las imágenes y la idea… y lo ha recogido muy hábilmente la derecha. En el Reino de España el peso, y en este reino y país de los valencianos, la militancia de derecha es espectacular, omnipresente, formada por decenas de miles de hombres y mujeres, viejos y jóvenes, en el ejercicio activo de su militancia. No todos, ni de lejos, forman parte de una clientela, no todos son pagados, ni fanáticos, ni esperan beneficios personales: simplemente son gente convencida de su razón y de su hegemonía, y llenan el aire de conversaciones en voz alta, llenan los actos políticos, acuden allí donde les piden, hacen propaganda, pagan las cuotas, militan. Tengo el vicio de seguir por televisión las noches electorales, y la del 22 de mayo, contemplando el triunfo exultante e insultante de la derecha, alegrándome por el éxito de mis amigos del Bloc-Compromís, medité largamente sobre una imagen repetida: la sede central del PSOE en Madrid sin un alma viva en la calle ni en la puerta, ni delante ni dentro, sin nadie que, en el momento de la derrota, acudiera a expresar lealtad y confort. Ya sé que los locales de los perdedores siempre son tristes, pero no sé qué fe, qué convicciones y qué actitud profunda expresaba esta vacíedad desolada. ¿Dónde estaban los militantes socialistas?, ¿O, al menos, cincuenta militantes, treinta o cuarenta? Espero estudios de los expertos habituales que respondan esta pregunta: por qué la gente de derecha tiene tanta fe, y la de izquierda tan poca.

Publicado por El Temps-k argitaratua