Los tesoros de sabiduría que ya no podremos leer ni legar

Hegel acuñó el concepto de trabajo de la negación para designar uno de los momentos de la dialéctica de la historia. De acuerdo con esta idea, la negación es necesaria en el progreso. Adaptado a la psicología, el trabajo de la negación implica la represión de los instintos y la sublimación de la fuerza instintiva en cultura. Cuanto más cultos, más insatisfechos. Más recientemente, el psicoanalista francés André Green ha considerado el trabajo de la negación como parte esencial de la formación del sujeto sobre un trasfondo de pérdidas y ausencias. Hacerse adulto significa interiorizar el vacío insuperable entre deseo y satisfacción, ideal y realidad.

Los catalanes llevan siglos llorando la desaparición de la Corona de Aragón, uno de los muchos reinos que un día fueron potentes y otro día se convirtieron en inviables. Hay multitud de estas entidades sumergidas por la historia, y algunas fueron estudiadas por el historiador británico Norman Davies en ‘Vanished Kingdoms’. Como deja entrever el subtítulo –’The Rise and Fall of States and Nations’– el libro trata del ascenso y caída de los estados y las naciones. Quienes afirman que Cataluña nunca fue un Estado harían bien en leer el capítulo sobre el Reino de Aragón, propiciado y dinamizado por catalanes (comprendiendo en esta denominación valencianos y mallorquines). Pero también encontrarán las razones del fracaso de aquel compendio de reinos para convertirse en una nación en el momento en que se formaban las naciones modernas. En cierto sentido, el catalanismo, de la Renaixença al pujolismo, fue la búsqueda de la nación malograda, mientras que el independentismo es la búsqueda del Estado perdido.

Entre los estudiosos de las naciones existe diversidad de opiniones sobre si fue primero el huevo o la gallina. Algunos creen posible fundar un estado postnacional sobre el vacío de identidad. Pero la historia está plena de reflexiones amargas sobre la decadencia cultural a causa de la ruptura con el pasado de la nación. En el siglo IX, cuando Cataluña empezaba a existir con la fundación de la dinastía condal de Barcelona, ​​Alfred el Grande, rey de los anglosajones, se lamentaba de la decadencia de Inglaterra en una carta antepuesta a la traducción al inglés antiguo de la ‘Regla Pastoral’ del papa Gregorio I (1). Merece la pena citar todo un párrafo:

“Entonces, al recordar todo esto, también recordé haber visto, antes de que fuera todo quemado y devastado, que por toda Inglaterra las iglesias estaban llenas de tesoros y de libros, y también de muchos servidores de Dios. Y éstos sacaban muy poco provecho de aquellos libros, pues no podían entender nada, por no estar escritos en su idioma. Es como si hubieran dicho: ‘Nuestros ancianos, que antiguamente cuidaban estos lugares, amaban la sabiduría, y gracias a ello consiguieron riquezas y nos las legaron a nosotros. Aún podemos ver sus pasos, pero ya no podemos seguirlos’. Y por tanto ahora hemos perdido ambas, riqueza y sabiduría, por no querer humillarnos a sus pasos con nuestras mentes”.

De mediados del siglo XIX a los años setenta del siglo pasado, los catalanes –muchos– hicieron un gran esfuerzo de continuidad, recuperando la lengua, restaurando los lugares, retomando la sabiduría de los libros olvidados. Sin embargo, hoy asciende una generación que no quiere rebajarse mentalmente a reencontrar la senda de los antepasados. Y por razón de esta dejadez las instituciones son devastadas y los servidores no sacan provecho de los libros que se conservan. Hablo, claro, de la universidad en general, pero en particular de la de Girona, porque ese emblema de la ciudad que suele considerarse un baluarte de la lengua ahora tolera, y tolerándola hace suya, la disculpa abyecta de una profesora titular, ostensiblemente en nombre propio, pero involucrando a la institución, por la “falta de ética universitaria” de la exconsejera Gemma Geis al haber insistido en examinarse en catalán para una plaza de profesora agregada. En vez de defender la soberanía universitaria y la racionalidad convivencial priorizando la lengua de comunicación interior de la institución, que también es lengua oficial del país, la profesora Maria Mercè Darnaculleta se humilló no para seguir la huella de los antepasados, sino para dar gusto al examinador foráneo que consideraba el catalán indigno de la categoría universitaria.

En una universidad merecedora de este nombre, los buenos oficios de esta profesora en bien de la eminencia foránea habrían recibido una respuesta fulminante. Podría citar bastantes ejemplos, pero basta recordar las dimisiones recientes de las rectoras de Harvard y de la Universidad de Pensilvania a raíz de unas declaraciones desafortunadas en el Congreso de Estados Unidos. El contexto y los motivos son muy diferentes, por supuesto, pero denotan una gran diferencia en la responsabilidad exigida a los representantes institucionales ante los ataques a la seguridad emocional de las personas. En el asunto de la Universidad de Girona, el ataque a la profesora Geis no fue sólo personal, con la intención de humillarla, sino colectivo, un asalto a la dignidad y bienestar de todos los catalanes dentro y fuera de la institución. Y todavía fue acometida contra la institución, lo reconozca o no la autoridad académica, cuando el incivil catedrático de la Complutense le negó la categoría de universidad en la medida en que haga uso de la lengua propia.

Hasta ahora el rectorado no ha adoptado ninguna resolución de apoyo a la profesora Geis ni sanción alguna a la injerencia pretendidamente normativa de la profesora Darnaculleta, representante de la universidad en el tribunal. Tampoco el Departamento de Investigación y Universidades ha abierto investigación alguna sobre el asunto. Incapaz de enfrentarse con los problemas expeditivamente, el presidente Aragonés opta por la huida hacia delante, interponiendo un dique administrativo entre el muladar y la incumbencia. Así anuncia la ampliación de la burocracia con una flamante consejería de la lengua catalana, si es reelegido el 12 de mayo. Y con ese gesto deriva el catalán, que debería ser el medio de comunicación institucional por defecto y la atmósfera espiritual que englobe toda acción de gobierno, a un departamento especializado, donde quedaría recluido como la atención ciudadana o los asuntos sectoriales de carácter singular, privativo y problemático.

(1) https://www.mercaba.es/galia/regla_pastoral_de_gregorio_I.htm

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