Las plazas en el Día Mundial del Urbanismo

Hoy 8 de noviembre, es el Día Mundial del Urbanismo, proclamado en 1949 a petición del Instituto Superior de Urbanismo de Buenos Aires por iniciativa del catedrático e ingeniero Carlos María Della Paalera (1890-1960). Se pretende concienciar a los habitantes del mundo de la necesidad de promocionar ambientes urbanos donde la actividad social se realice en las mejores condiciones posibles. Con tal motivo parece oportuno sugerir algunas reflexiones en torno a una faceta muy interesante de la conjunción de arquitectura y urbanismo: la plaza. Una de las creaciones humanas de uso público más arraigadas en el sentimiento colectivo.

La plaza es un espacio abierto en el interior de un núcleo urbano que procede de la evolución histórica del concepto del Agora en la antigua Grecia donde se desarrollaba habitualmente una confluencia de ciudadanos para el intercambio de noticias, opiniones y mercado. Posteriormente, en época del Imperio Romano se establece el hecho del Foro, un lugar rodeado de basílicas, templos, magistratura, negocios donde se transcurre la vida cotidiana. Formal y simplificadamente será un patio externo rodeado de pórticos escenario de múltiples funciones. La plaza como creación intrínsecamente europea es el parlamento del ciudadano.

Genéricamente la plaza ha tenido dos modos de formación opuestos. En período medieval surge como un lugar creado de nuevo, un recinto en positivo, que generará posteriormente por sucesivas agregaciones una arquitectura circundante en función de su topografía y necesidades, formando una entidad espacial. Ya más recientemente en la historia, en cambio, aparecerá como un vacío en el interior de un núcleo construido, antes de su configuración, casi siempre por derribo de partes urbanas existentes. Proyectada con criterio compositivo de un tratamiento unitario de fachadas y amplio dominio de visuales enfatizando alguna arquitectura por su representatividad o simbolismo como un templo o ayuntamiento.

Es la creación urbana más social y como tal patrimonio público mayormente utilizado y significativo de un pueblo, en ocasiones de un barrio, que habitualmente perdura a lo largo del tiempo. Como construcción genuina vinculada a circunstancias geográficas y tradiciones locales tiene una gran variedad de formas y singularidades: cuadradas, rectangulares, circulares, elípticas, trapezoidales, poligonales, triangulares o, irregulares.

La plaza, que ya en su constitución como nuevo espacio supedita su forma a la función, ha tenido una intencionalidad artística y un contenido histórico, refleja en sus edificios circundantes una identidad muy representativa del municipio, los poderes públicos, religiosos, económicos, gremiales, sociales o culturales

Como legendario recinto de mercado, intercambio social y sede de hábitos compartidos que dan sentido a una colectividad es el escenario de representación de todos los aspectos de la vida comunitaria con expresiones religiosas, ritos festivos, costumbres sociales, que la particular historia de cada pueblo ha requerido y ha construido según sus posibilidades. Está muy arraigada en la población que se familiariza con sus múltiples aspectos, detalles y circunstancias. Fachadas, tiendas, monumentos y elementos urbanos vinculados a la misma serán sus referencias emotivas y simbólicas del entorno. Posee puntos singulares, ángulos de entrañables vivencias personales frente a su grandeza espacial y a su vez amplios lugares de actos públicos que arraigaron profundos sentimientos privados. Es el espacio habitual en que se desarrolla públicamente la vida de las criaturas y por tanto donde se crean parajes, imágenes y recuerdos imborrables en la vida de una persona.

Una plaza, especialmente las simbólicas de un lugar, no es un recinto intocable. Puede evolucionar como ha ocurrido a lo largo de su historia especialmente para dotarle de mayor funcionalidad, pero siempre deberá hacerse con sensibilidad, en un contexto cultural y de autenticidad aproximándose a su concepción original y a aquellos valores que pudo haber perdido por negligentes reformas previas. Tampoco debe ser un lugar para realizar maniobras a la moda de un tiempo preciso que, en su biografía no es significativa. Las plazas no admiten demasiadas frivolidades o modernidades

Una de las amenazas para la configuración de una plaza es el impulsivo deseo de contemporaneidad, de practicar un ejercicio de diseño como muestra de vanguardia para banalidad del proyectista y vanidad del político promotor. Parece que hay que estar al día aunque sea para poco tiempo. Como consecuencia de ello con intencionalidad populista se introduce el concepto de “repletar”, rellenar el recinto alterando su diafanidad espacial con múltiples objetos, muchos inútiles y absurdos como jardineras, relojes, paneles, buzones o con un protagonismo y posición inapropiados como farolas, fuentes, papeleras, bancos y juegos infantiles

Quien deforma una plaza de sus elementos más sustantivos, los que aportan tradición y sentido, resta valores genuinos a la ciudad. La plaza emplaza al futuro desde un pasado, diferente en cada lugar. Quien no entiende el sentido de una plaza no comprende la ciudad.

Una de las más agresivas intervenciones que puede sufrir es la construcción de infraestructuras bajo la misma. Su centricidad entre núcleos donde los edificios habitualmente carecen de espacios de garaje, especialmente en los centros históricos, y su amplitud ha sido un objetivo codiciable para construir aparcamientos en su subsuelo. Cuanto más histórica es la plaza mayor es la incidencia y peores las consecuencias. A pesar de que los proyectos actualmente procuran crear un mínimo impacto no expresan la realidad. Se engaña a la población haciéndole ver que se restituirá miméticamente presentando perspectivas, premeditadamente falsas, donde no aparece todo un repertorio de servidumbres que requieren de accesos, ascensores, ventilación y señalización que en la posterior realidad serán elementos discordantes, sino degradantes, que alteran el contexto. Son propuestas que intentan resolver un problema social pero habitualmente generan uno patrimonial y paisajístico.

Como consecuencia de ellos se reurbanizará su superficie y el entorno. Una tendencia reciente con la excusa de una mayor accesibilidad, es la radical pérdida de monumentalidad, de simplificación y eliminación de sus diversos niveles, estratos, escaleras, rincones, el traslado de elementos artísticos referenciales que poseen una lógica compositiva y belleza ornamental, y su extensión superficial por las calles concurrentes lo que ocasiona la difuminación de su geometría concreta y el carácter de recinto unitario.

En la actualidad en la reconstrucción y reforma de plazas asistimos, incomprensiblemente, a respuestas sin preguntas. El vecindario es ignorado hasta el día de la inauguración cuando se le convoca para obtener, con festejos diversos, un refrendo popular.

No se comprende como una sociedad admite ser engañada en algo tan singular como una plaza sin castigar políticamente la prepotencia y modos tiranos de quienes la impusieron. La participación ciudadana una vez más es despreciada. La reivindicación debería ser: no impedir, no imponer