Labrar, sembrar y cosechar

Estamos a quince días del primer año del 10-J, la gran manifestación por el derecho a decidir. Y estamos a quince días de los tres meses del 10-A, el exitoso final barcelonés del movimiento de consultas soberanistas que tuvo al país “en pie de urna” durante diecinueve meses con cerca de 4.000 actos públicos para mantener la alerta. Es decir, todavía está muy cerca el país que hizo saber que aspiraba a un horizonte propio, emancipado y próspero, soberano o independiente, que al final es el mismo. Pero desde el día siguiente de la manifestación de más de un millón de catalanes, desde el día siguiente del final del extraordinario recorrido por 550 pueblos y ciudades catalanas, este país tan dado a la melancolía se empezó a preguntar si todo ello había servido para algo. Acostumbrados a recibir collejas después de las escasas euforias que nos han -o nos hemos- permitido como nación, el entusiasmo nos duró poco. Nos asustaron más los de fuera que no el envalentonarnos nosotros mismos. Desconfiados de nuestra fuerza, la melancolía siempre acaba siendo el refugio de la poca fe en lo que podríamos ser y no nos atrevemos a hacer posible.

Por si fuera poco, las recientes movilizaciones de los indignados han hecho pensar que enterrarían viva la memoria de nuestra epopeya nacional. Los insólitos intérpretes calificados de toda esta gente cabreada -catedráticos funcionarios, cantautores empresarios e incluso ministros de Defensa- han logrado imponer desde tribunas poderosas una lectura de los hechos que sostiene que, hasta sus acampadas, la sociedad estaba adormilada. Por supuesto, se trata de una interpretación que sólo puede ser foránea, porque aquí en nuestro país las movilizaciones han sido permanentes, masivas, llenas de contenido y resultado de un compromiso más fuerte y constructivo que el que hasta ahora hemos visto en los indignados . No me propongo desmerecer una movilización para salvar a otra: sólo digo que no es cierto que la sociedad catalana haya sido apática. Del “catalán cabreado” al “catalán soberanista”, van cuatro años de no parar. Y menos atendiendo la evidencia de que nuestro país hierve de iniciativas en todos los terrenos: educativo, cultural, económico, medioambiental, cooperativo, solidario… Y también político, con decenas y decenas de tertulias, mesas redondas, cenas con debate y desayunos con invitado, que por todos los rincones del país se celebran de manera regular. ¿Un país apático? ¿De quién hablan, esta gente? ¿Qué diario leen? ¿Qué radio escuchan? ¿Qué informativos ven?

Pero la pregunta sobre si todo esto habrá servido para algo, del 10-J a las consultas soberanistas, está viva y quiere una respuesta. Y mi opinión es rotunda: sin duda es gracias a todo este despertar que podremos construir el país que queremos. Las movilizaciones soberanistas de 2006 al 2011 han sido como quien labra el campo, lo abre para que le dé el sol y lo oxigene. Es cierto que la agenda política catalana, con elecciones el pasado noviembre y mayo, recomendaba un tiempo de calma y atención. Lo que ha pasado en las urnas, en las de verdad, nos debe hacer reflexionar sobre qué habrá sembrar en este campo labrado que ahora espera. La precipitación política del nuevo independentismo más la pérdida del norte del clásico, son piedras que han mellado el arado. Pero también el fracaso hay que saber convertirlo en un paso adelante. Además, han seguido apareciendo plataformas como la Asamblea Nacional Catalana o la Fundación Cataluña Estado. Las anteriores organizaciones siguen activísimas, como el Centro Catalán de Negocios, Soberanía y Justicia o el Colectivo Emma. No paran de publicarse decenas de libros con informes, estudios y ensayos serios como Sin España de Guinjoan y Cuadras, La muerte de Bélgica de Gafarot, España, capital París de Bel o ¿Residuales o independientes? del mismo Pujol. Y tenemos la insólita aparición del ARA y la inesperada edición en catalán de La Vanguardia . Y, claro, la red sigue distribuyendo todo tipo de contenidos, buenos -como lo hará pronto www.whatcatalanswant.cat -, y por supuesto, infectos, como es propio de este soporte. Esto es un no parar de buenas noticias.

Sí: los riesgos son tan enormes como las oportunidades. Las estrecheces presupuestarias, al tiempo que parecen aplazar la urgencia de la independencia, en el fondo, la justifican más que nunca. La exigencia general de radicalidad democrática nos es indispensable para abrir las puertas a nuestros objetivos. El contexto internacional no para de decirnos que si no somos Estado, no se nos puede ni escuchar. Y tenemos la responsabilidad de terminar de dibujar qué país vamos a hacer, y tenemos que saber invitar a todo el mundo. Se ha labrado el país de arriba abajo. Ahora toca sembrar. Ya vendrá el tiempo de cosechar.

 

Publicado por ARA-k argitaratua