La ruptura, finalmente

Iñaki Gabilondo debe de ser de los pocos periodistas españoles que observan la evolución del proceso soberanista catalán con un poco de inteligencia. Desde la ventana de su videoblog ha ido advirtiendo a todos los que han querido escucharlo que la política catalana estaba cambiando a todo trapo. Ayer martes, por ejemplo, dijo que “la independencia de Cataluña es muy difícil; la independencia está lejos, pero la ruptura está cerca”. Si, como dice él, la actitud de la CUP “dramatiza el proceso, lo lleva al extremo, lo radicaliza y lo hace más inviable”, también es cierto que esta dramatización “no desvía los planes y objetivos independentistas”. Al contrario. Y es que para Gabilondo, el acuerdo entre la CUP y Juntos por el Sí, que no duda que llegará, provocará que “el camino hacia la independencia quede confirmado y consagrado”.

Ayer, en el paseo Lluís Companys estaba Antonio Baños, de la CUP, para apoyar a la consejera Rigau. Los congregados le reclamaban unidad a gritos y él les respondió con un mensaje de calma típicamente “cupaire”: “Tranquilos, todos somos independentistas, esto es cosa de todos”. Si es cosa de todos, se supone que es una extravagancia pretender excluir al actual presidente de la Generalitat por manías ideológicas. La coherencia vale para todos. Y en primer lugar para la coalición ganadora, que se presentó a las elecciones con unos acuerdos que una minoría, por muy coherente que quiera decir, no puede intentar violentar. Si la independencia es cosa de todos, puede que nos comencemos a soportar unos a otros, como lo han sabido hacer ERC, CDC, MES, Avancem, DC y un montón de independientes. Lo importante es el camino irreversible, como señala Gabilondo, y ese camino sólo se podrá transitar con éxito con el concurso de quien representa la mayoría, sobre todo si, además, la minoría no se quiere comprometer en la gobernabilidad del país. Quien no arriesga no plla, ¿verdad?

Aún hay más gente que no ha sabido leer bien qué pasó el 27-S. Miquel Iceta, por ejemplo, que quiso marcar distancias con los imputados del 9-N al mostrarse “contrario a las manifestaciones convocadas ante el juzgado [porque] en un Estado de derecho hay que dejar que los poderes hagan su trabajo”, como si el PSC y el PSOE no hubieran convocado nunca unas ignominiosas manifestaciones a favor de los condenados por la justicia española bien por corrupción, Josep M. Sala, o bien por terrorismo de Estado, José Barrionuevo y Rafael Vera. Los socialistas salvaron los muebles el 27-S, pero siguen sin ver cuál es la tendencia dominante. Razonan como si en las últimas elecciones no hubiera pasado nada por miedo a molestar al PSOE. Es lo que han hecho durante 30 años hasta convertirse en un pequeño partido, arrinconado en una esquina.

Las fotografías de ayer ante el Palacio de Justicia demuestran, en cambio, que hay quien sí ha entendido algo. Ada Colau, por ejemplo, quien, de repente, ha rectificado el distanciamiento que exhibió el Once de Septiembre respecto de la gran manifestación popular y ahora se pone del lado de Mas y de las consejeras imputadas. Luces largas después de una época de tacticismo, que es lo que ha matado a Lluís Rabell. Rabell también acudió a la concentración de ayer a pesar de que durante la campaña electoral se hartó de comparar a Mas con Rajoy y explotó hasta el absurdo el odio “podemita” contra Mas. También estaban los secretarios generales de CCOO y UGT, que últimamente no se dejan ver mucho en ninguna parte, en un ejercicio de nadar y guardar la ropa propia del sindicalismo actual, menos comprometido que nunca. En fin, que la izquierda “alternativa” empieza a ver dónde está la alternativa.

Lo que Iñaki Gabilondo divisa -y seguramente teme- es que el proceso soberanista sea irreversible a pesar de la actitud de desprecio español y el pecho españolista que exhiben todos los líderes unionistas ante la nueva convocatoria electoral. ¿Se han dado cuenta de que el gobierno español ha cambiado de ministro para enfrentarse al soberanismo? Ahora ya no es el Ministro de Asuntos Exteriores, derrotado en toda regla por Oriol Junqueras en un debate televisivo suicida por la parte española, sino que es el Ministro de Justicia, siguiendo la lógica judicializadora que se defiende desde C’s. ¿Se dieron cuenta de que C’s ya no asistió a la manifestación españolista del 12-O en Barcelona? Su anticatalanismo es de la misma naturaleza que el “blaverismo”, una mera excusa para llegar a otro sitio. C’s es una partido vacío ideológicamente, el lerrouxismo es el medio para asegurar que los de siempre puedan seguir removiendo las cerezas. Los del Puente Aéreo saben, sin embargo, que a C’s les faltan las amplias bases pojulistes y por eso dudan.

En Cataluña se pueden vivir realidades paralelas, como se constató ayer mismo, porque la mayoría de la clase política y un buen grueso de gente estaba ante el TSJC para apoyar a la consejera Irene Rigau, mientras que el presidente Mas estaba obligado a asistir a la inauguración en Barcelona del XVI Foro Iberoamericano con el rey Felipe VI y de la delegada del Gobierno, María de los Llanos de Luna -cada día más virreina-, el expresidente Felipe González, el presidente de La Caixa, Isidro Fainé, y el de Abertis, Salvador Alemany, entre otros. Esta realidad paralela, oficialista española, autonomista, está lejos, muy lejos, de lo que pasaba un poco más allá, donde los ciudadanos se levantaban para reclamar justicia e independencia. La desvinculación de una gran mayoría de catalanes de lo que representan los que estaban reunidos en el Hotel Majestic -que es donde se celebraba este Fòrum- debería preocuparles, como les recomienda en voz alta Gabilondo, porque como ya ha quedado claro, C’s no les servirá para detener el avance soberanista.

En los años de la transición se habló mucho de si aquello era una reforma o una ruptura pactada. Es evidente que fue una cosa y otra, según como lo miremos. Y de ahí la exaltación del consenso que inunda las tertulias donde hay dos o tres partidarios de la tercera vía, que hoy por hoy son los grandes derrotados del 27-S. El único punto de intersección entre el mundo ficticio español y la realidad catalana en la calle es, precisamente, el presidente Mas, que se ha convertido en la rótula de la “revolución de las sonrisas”. Es por eso que la justicia española, empujada por el gobierno de Mariano Rajoy, quiere inhabilitarlo. Aunque creen que muerto el perro, muerta la rabia. La ruptura es aquí, como la independencia, y evolucionará de una manera o de otra según como actúen los poderes públicos con Mas. Dependerá de ello que el ambiente se caldee más o menos. Pero, sea como fuere, la ruptura ya es un hecho.

Me hizo gracia ver Miquel Roca Junyent codo a codo con Irene Rigau, aunque lo hiciera por motivos profesionales, ya que es su abogado. Y si me hizo gracia es porque Roca ha sido siempre uno de los mejores prestidigitadores de Cataluña y es condimento de muchas salsas y, también, porque es el emblema de un mundo que languidece pero que aún colea. Antes de las elecciones, Roca se dejó “utilizar” para UDC y en breve deberá acompañar al juzgado la Infanta Cristina y saldrá en las fotografías con el mismo puesto elegante y circunspecto que tenía ayer junto a Rigau al salir del TSJC. La cuestión es, sin embargo, que la consejera -también con la vicepresidenta Ortega y el presidente Mas- es convocada a los juzgados como imputada para dar voz a la democracia mientras que la infanta acudirá por un delito económico, colofón de una manera de hacer imperdonable. Las dos imágenes -idènticas- serán la gran metáfora del debate actual entre la nueva y la vieja política que tiene como testigos a los que dicen ir por el camino del medio. El juego de manos que tan bien ha sabido hacer Roca se está acabando porque, finalmente, era necesario que alguien, un alguien que fuera tan moderado como él, encarara la ruptura que no pudo hacer la generación de la transición. Y en eso estamos.

EL MÓN